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Café con leche

en Sexo Oral

CAFÉ CON LECHE

Lo conocí en Internet. Decía tener la misma edad que yo… aunque nunca le creí. Hablaba con soltura de los acontecimientos de hace 30 años, como si recordará la mañana en que lo había leído en el periódico. Para salir de dudas, le invité un café. Al principio se negó, lo cual fue un motivo más de burla…

Obcecada dice: Admítelo, no quieres verme porque odiarías reconocer que tienes 50 años.

Café dice: Je, je… Está bien, vamos a vernos. ¿Te parece bien en el Bosanova?

Concertamos una cita. Me puse aquella blusa blanca que destaca mis pechos y que uso siempre sin sostén. Llegue temprano, como siempre. Entre los rostros de la gente en la plaza, distinguí a un hombre de 50 años. Pero este hombre leía un periódico y tenía unas gafas para vista cansada... No, no era él.

Entonces llegó. Dio un vistazo rápido al libro que tenía sobre la mesa: "Más Platón y menos Prozac" y me dijo:

- Deberías terminarlo… aunque no es muy bueno. – Me gustó su voz, había algo incierto en ella, como si nunca pudiera encontrar el fondo de esa garganta.

Sus ojos eran marrones, pensé que por ello sería su nick, aunque no quise preguntarle. Estaba callado y me gustaba aquello. Podía exhibir mi locuacidad, que guardaba para ocasiones especiales. Mientras yo hablaba sobre el arte etrusco, él me recorría con la vista. Sabía que miraba mis senos. Siempre han sido objeto de las mayores atenciones: la aureola que poseen ya era bastante prominente en la secundaria, cuando todas mis amigas se quejaban de tener que usar relleno en las fiestas.

Comenzó a llover. La mesa exterior del café donde nos encontrábamos resultó insuficiente para aquel diluvio.

- Pidamos la cuenta, te invitó un trago en mi casa y puedes seguir hablándome de los etruscos… - Dijo mientras dibujaba una sonrisa en su boca y noté que sus dientes eran jodidamente perfectos, como si cada día de su vida se hubiera dedicado a pulirlos.

- No soy tan tonta. No voy al departamento de las personas que acabo de conocer… Tomaré un taxi.

- Vamos, esta cerca… Además todo el mundo ya estará ocupando los taxis… No traes abrigo. En lo que pasa la lluvia… Prometo portarme bien – Me miró por encima de sus lentes, que eran pequeños y redondos. Había una chispa en su mirada.

Sin abrigo, caminamos unas cuadras bajo la lluvia. Apenas y podía ver los nombres de las calles. Seguramente no podría llegar de nuevo a su casa, que resultó ser un departamento pequeño en un tercer piso. Había varios carteles de Jazz en las paredes, libros sobre la alfombra y revistas sobre el sofá. En mi mente, lamenté haberlo mirado tanto: se había dado cuenta de que lo deseaba. Me encontró observando la curva de su mentón. Siempre he tenido debilidad por delinear los rostros masculinos, por entender la curvatura que configuran sus caras y que baja por sus cuellos. Me sentía descubierta a mitad del juego, cuando mi plan era, al menos, dejar que me pidiera otra cita.

Y allí estaba yo, en mitad de la primera cita y sin sostén. Otra chispa salió de sus ojos cuando me miró los senos enhiestos:

- Parece que tienes frío… Te ayudaré con eso. – Y su boca comenzó a succionarme los pechos, acariciando mi espalda con sus manos blancas y dulces. Recorrió mi vientre y dio varios rodeos por mi ombligo con la punta de su dedo. Sentí la necesidad de desnudarlo para crear un equilibrio de las fuerzas; así que desabroche el primer botón de su camisa, que sólo tenía tres. Los botones de las camisas de los hombres están del lado contrario al de las camisas de las mujeres: mi falta de práctica en desnudar hombres fue algo notoria:

- No irás a decirme que es tu primera vez…

- No, pero los hombres ya suelen llegar desnudos a mi cama – Eso hizo que de nuevo se burlara de mí. No tengo aspecto de devoradora de hombres, más bien, tengo cara de bibliotecaria.

Me quitó los lentes:

- Eso, puede ser un inconveniente – Pero ya no tuve tiempo de preguntarle a que se refería: de nuevo me estaba besando. Esta vez luchaba contra el cierre de mi pantalón de vestir… Desnudarme no le costó mucho trabajo y mis manos no pudieron oponerse porque se hallaban ocupadas explorando los misterios de su verga, que había despertado del letargo del café.

Mi cuerpo desnudo lo rodeó en un abrazo que ya sabía a sal. Recorrí con la yema de los dedos sus párpados, su cuello y bajé mi boca hasta su pene. Llene de saliva cada recoveco y busqué en su entrepierna el comienzo de sus testículos. Temblaba de placer y sentía que sus piernas estaban estremecidas por las caricias que le proporcionaba. Mi mano encontró su ano y lo acaricie en forma circular hasta introducir un dedo en él. Sentí una vibración que me alertó para poner mi boca y recibir unas gotas de semen en mi garganta. No alcancé a ver su rostro, pero escuché claramente el gemido de placer que surgía de su interior.

Su respiración se agito más cuando me sintió succionándole la verga, como si me alimentará de ella. Aún no terminaba de eyacular, cuando moví mi cuerpo y, esta vez, me senté sobre su miembro y cabalgue un rato sobre él para aprovechar su erección.

Mi clítoris quedó en el lugar justo para que las oleadas de calor invadieran mi cuerpo. Él me miraba complacido, mientras yo ondulaba mis caderas desnudas encima de él. Mi cabello golpeaba mi espalda y me tomó de la cintura. Caí sobre su cuerpo blanco y lo sentí fresco y dulce sobre mi piel caliente. Rodó sobre mí. Me besó otra vez.

Estábamos exhaustos, ensalivados, mordidos en todos los lugares propios para las caricias. Me miró y noté que recorría las líneas de mi rostro: también él tenía esa fijación por los semblantes… O jugaba a copiar mis tácticas. Un imitador: la especie sexual que al sexo oral corresponde con sexo oral en una ronda de "San Serafín del Monte" lúbrico. Puse a prueba mi hipótesis: comencé a morder su oreja, lanzando rápidas lengüetadas hacia su rostro… Él correspondió mi ofensiva con palabras dulces que me hicieron sentir un poco tonta por tomar el sexo como un campo de batalla.

- Oh, pequeña… Eres tan dulce y caliente… Ven, siéntate aquí que te contaré una historia…

Enderecé mi cuerpo que mostraba ya las líneas de la tela del sillón, y me senté como dispuesta a tomar nota en una lección escolar, sólo: sólo que desnuda y un poco más despeinada que una colegiala

- Verás… Estaba yo sentado en el parque leyendo un periódico, cuando este hombre se acercó de mí y me pidió que te acompañara… Te vi allí, con tu libro, esperándolo… Y supe que no podía dejarte plantada así que…

El tono de marcar dio paso a un letrero en mi computadora: Sesión Iniciada en Red.

Revisé la lista de mis amigos en línea: Café.

Obcecada dice: Gracias por la tarde

Café dice: De nada, querida… ¿Te la pasaste bien?

Obcecada dice: Estupendamente… Para la próxima omitiremos el café y sólo tomaré la leche.