EL JUGUETE
Al volver al hotel después de todo un día de tiendas y
museos, nos apresuramos a tomar una ducha para luego abrir bolsas y envoltorios.
En realidad teníamos menos interés en los vestidos de gasa estampada o en el par
de botines o en el body recién adquiridos, que en el carísimo y enorme vibrador
transparente de diseño y tecnología más avanzados. Hasta su nombre propio era
largo: Super Point G. The Bigest Master. Lo último en estimulación del placer
femenino, prometía en suave holandés la tapa de la caja. En cuanto lo
descubrimos en un sex-shop dos cuadras arriba me sugirió que lo comprase, sin
importar el precio, que ya luego haríamos cuentas para compartir el gasto.
Se lo alcancé para que lo sacara de su empaque y lo lavásemos antes de ponerle
las baterías. Zumbaba en 5 distintas velocidades, cada una más intensa que la
otra, y no hacía casi ningún ruido. En la palma producía un alegre hormigueo. Le
pedí que lo probáramos, que estaba excitada y para demostrárselo deslicé su mano
por mis labios inferiores, y la sacó empapada en jugo. Se chupó los dedos.
Con mi tono más sensual susurré que le daría el honor de inaugurarlo y que por
esta vez lo estrenaríamos en su culo. Contestó que estaba completamente loca,
que jamás lo había hecho por detrás, que ni en estado etílico o soñando
accedería. Persistí vehemente, acariciándole las mejillas y desesperándole con
cientos de besos en los lóbulos y en el cuello. Que no, que no había forma de
convencerle. Ni aunque me pagaras.
Que me dejara de juegos. Que no, rezongaba, que sería doloroso, insistía, y que
además le estaba ganando el cansancio. Dije que no me alzara la voz, que de
ninguna manera íbamos a dormir con esa calentura, que entonces para que lo
habíamos comprado y machaqué obcecada y me empeciné hasta doblegar en media hora
su débil resistencia.
Feliz le anuncié que sería una experiencia sensacional, que recordara aquella
película triple equis que tanto nos excitó, en la que dos chicas lo hacían así,
que le iba a dar un placer inmenso porque, como sabíamos, el ano era el sitio
sensible por excelencia, que me emocionaba hacérselo de ese modo para variar, al
tiempo que se iba colocando en cuatro, hundiendo la despeinada cabeza entre las
almohadas. Te advierto que si me lastima no vuelvo a dirigirte la palabra en
todo el viaje, reclamó con temor, pero también con deseos que se hacían notar en
la humedad de la sábana.
Con ambas manos separé el sabroso meridiano de sus nalgas y lamí como una gata
aquel hoyito maravillosamente aterciopelado y virgen hasta que su deleite llenó
el cuarto de suspiros. No vayas a venirte, le ordené, apenas estamos empezando.
Introduje un dedo embarrado en vaselina y después otro. A merced de mi esmero
fue distendiéndose el esfínter, anticipando la intromisión del cilindro
translúcido de tersa punta roma.
Di un largo masaje a su culito y le arranqué más de un gemido. Estábamos muy
calientes y nuestra lubricación se extendía ya por la blancura de algodón.
Encendí el vibrador en la primera velocidad y la lujosa cabecita entró
suavemente y con relativa dificultad. Me duele, gruñó, mejor hagámoslo en tu
culo. Contesté que no, que ya iba por la mitad, que aspirara profundo, que se
relajara, que aflojara más las nalgas, y seguí empujando.
A esas alturas del partido no se me iba a echar para atrás. Me incomoda, sácalo
un poco. Lo hice, pero sólo para ponerle más vaselina y casi se escapa de mis
manos. Su culo abierto era la negra letra O de un sueño erótico. Un orificio tan
apetitoso y suculento como muchas veces había comentado que es el mío. Volví a
invadirle con cuidado entre aquellas elevadas protuberancias que clamaban al
cielo raso, y para apaciguar mi ardor trepé a su espalda y unté mi clítoris
sobre su piel sedosa y transpirada. Eso le encendió más. Desde arriba la vista
era soberbia.
Aumenté al 3 la velocidad y lo clavé casi entero. Ahí sí gritó, no sé si de
dolor o de lujuria o de ambas cosas, pero no cambió su felina posición en lo
absoluto. La incomodidad es lo de menos, lo importante es que lo disfrutes,
gózalo, yo alcanzo a recibir su cosquilleo. Ya entró todo, mentí, ya ves cómo la
sensación es deliciosa, repetí varias veces resbalando por la pendiente mojada
de su espalda.
Durante un rato se lo dejé dentro, zumbando como una abeja inmóvil, para que se
acostumbrara a su diámetro y largura mientras con mi propia lubricación mezclada
con pericia en vaselina le acariciaba sus pezones. Le llevé hacia atrás un brazo
hasta que su palma y sus dedos alcanzaron mi clítoris. También yo resollaba. El
ronroneo era rico y seguramente también lo sería la vibración ahí empalada.
Presioné más sobre los pocos centímetros que faltaban y cambié al número 5 la
potencia de nuestro Super Point G. The Bigest Master.
De acuerdo con el instructivo, esa era la velocidad en la que el extremo del
aparato iba a rotar en sentido contrario al de la base, que apenas asomaba entre
sus nalgas, produciendo una sensación extraordinaria. Empecé a sacarlo y a
meterlo y seguí deslizándome en su espalda que escurría. El objeto iba cambiando
a un viscoso color amarronado conforme bombeaba. Dime que te enloquece tanto
como a mi, pídeme que no pare esta delectante sodomía. La voz ya era un quejido,
pero no me iba a detener hasta que simultáneamente llegáramos al clímax.
En contra de la costumbre, me vine primero y aunque me temblaban las piernas
seguí meciéndome en búsqueda del siguiente orgasmo. Me rogó que lo sacara, y que
por favor le acariciara. Exhausta, me apiadé. Bajé de su espalda y sin extraer
de su albergue la deliciosa fuente del zumbido, me acomodé bajo sus piernas y
metí toda su verga en mi boca. Casi de inmediato y escatimándome el placer de
succionarlo arrojó chorros cálidos y espesos que absorbí, relamiendo lo que
había alcanzado a salírseme a las comisuras.
Ahora si, por favor sácalo. Lo jalé hacia fuera e hizo un grato sonido de
succión. ¿Ves que rico se siente? ¿Has visto cómo te pusiste de cachondo?, así
siento yo también cuando me enculas. Te toca lavarlo a ti, añadí más sosegada.
Me duele y me arde, seguía repitiendo monotemático después de que fue al baño,
emperrado porque ya apagué la luz y estoy tapada simulando dormir y él quiere
festejar cogiéndome por delante y por atrás con el cilindro. La tiene otra vez
dura. No sé que se piensa, ni que estuviera loca. Además con lo tarde que es y
el cansancio y el sueño que me ha entrado.