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Introduciendo a mi cuñada

en Bisexuales

Después de dos años de noviazgo mi hermano y su novia habían decidido casarse. La boda, claro está, conllevaba su pertinente despedida de soltero. Mi hermano quiso organizarla una semana antes de la boda y sería algo muy íntimo. Asistimos sus dos mejores amigos, Rubén, Lucas y Pepón, mi padre y yo. También estaban invitados mis primos y mis tíos, pero no podían venir desde el pueblo.

Primero fuimos a cenar a un restaurante en donde nos pusimos cerdos a comer y a beber, con lo que cuando quisimos salir y meternos en dos taxis que nos llevaran a algún bar en condiciones estábamos bastante alegres y borrachos, mi padre incluido. Me reí muchísimo con las chorradas de mi hermano. Se llama Ramiro y tiene 27 años. Me llevo seis años con él, pues yo tengo 21. Mi hermano es transportista y se pasa la mayor parte del tiempo al volante de un tremendo camión. Casi tan tremendo como el robusto tamaño del conductor. Mi hermano tiene un pecho y una espalda muy desarrollados ya que hasta hace un tiempo se curraba mucho el cuerpo en el gimnasio. Esta complexión es algo hereditario, pues, por suerte, yo soy también grande. No tanto como Ramiro, pero tengo mis buenos músculos. Siempre que puedo voy sin camiseta, sobre todo cuando salgo con los colegas a hacer locuras con el monopatín. Esto muy orgulloso de mi físico.

La cuestión es que mi hermano y yo no tenemos una relación muy estrecha. Solemos deambular por la casa y cruzamos pocas palabras. Nuestras conversaciones son de besugos. Pero a pesar de esto nos tenemos mucho aprecio y esa noche mi hermano estaba exultante.

Fuimos a un bar en donde las camareras estaban en top-less enseñando sus deliciosos senos. La silicona se entremezclaba con unos preciosos pechos naturales, de todos los tamaños y para todos los gustos. También había jaulas en donde bailaban increíbles mujeres en tanga que, para qué engañarnos, ponían a cien por hora a la concurrencia, masculina en su totalidad. Allí continuamos bebiendo y soltando burradas acerca de lo que le haríamos a cada una de aquellas muchachas. Yo permanecía callado, escuchando las bestialidades que mi hermano y sus amigos proponían. Mi padre estaba algo ebrio y feliz, y a pesar del buen rollo que teníamos con él, me echaba un poco para atrás el decir cosas como que le metería todo el rabo por el coño hasta dejar preñada a una rubia de caderas exuberantes y piel tostada. Pero mi padre, el muy cabrón, envalentonado por el alcohol que llevaba en sangre, señalaba a las chicas y les preguntaba a mi hermano y a sus amigos.

—¿Y a aquella de allí, Lucas? —le preguntó al amigo delgado y larguirucho. Mi progenitor señalaba a una chica de piel de ébano con un culo en el que perder tu boquita y no volver a recuperarla.

—A aquella le cogía ese culo y se lo rompía a pollazos mientras la ordeñaba esas tetonas con las manos—soltó gesticulando como un poseso, mordiéndose el labio inferior y haciendo que daba embestidas con las caderas.

—Con tu lanza, ¿no? —le dio Pepón un codazo.

—Con mi lanza de Don Quijote —soltó el espigado Lucas, levantando su antebrazo e insinuando un bonito símil con su aparato genital.

La verdad es que si lo llamaban "lanza" y la proporción del cuerpo se correspondía con la proporción de la polla, el tal Lucas debía de tener un buen nabazo, largísimo y delgado. ¡Qué hijo de puta! Menuda cara de vicioso tenía. Bueno, la misma cara que mi hermano y el resto de sus amigos, que poco más y ensalivaban ante tanta tía buena. Joder, es que había unas pelirrojas y unas rubias de fliparlo. Yo le eché el ojo a una camarera rubia con unos imponentes pechos de pezones rosados y puntiagudos. Me hubiese encantado meter en aquel canalillo mi venosa polla y haberme autodedicado una maravillosa cubana, dejando que mis potentes chorros de lefa salpicaran la barbilla de la susodicha. Después la hubiera obligado a relamerse con la lengua. ¡Qué puta! Tenía una boquita carnosa y estrechita que poder llenar con una polla de buen tamaño como la mía. Qué rico imaginarla succionando mi redondo capullo.

Así, soñando despierto, me pasé el resto de la noche mientras notaba que las erecciones iban y venían dentro de mi pantalón, sintiendo como del ojete del capullo me salían abundantes cantidades de líquido preseminal. Parecía que me había meado de lo mojado que llegué a tener el slip. Cuando iba a mear al baño y me sacaba la polla, siempre morcillona a causa del tórrido ambiente, gruesos y brillantes hilajos de precum saltaban desde el pellejo que me envolvía el cipote y me manchaban las manos. En una de estas coincidí en el baño con mi padre y al pobre parecía pasarle lo mismo, porque me miró con cara congestionada y sonriente y me habló.

—Me duelen los huevos —soltó socarrón. Y es que mi padre solía ser algo bruto, pero nunca se había dirigido a mí en aquel tono—. Tantas tías buenas… esto parece el paraíso. No deja de chorrearme la polla desde hace horas. Estoy inundando el calzoncillo.

Cuando dijo esto le dediqué una sonrisa de satisfacción y gracia al ver que mi padre había tomado la suficiente confianza conmigo como para hablarme en aquellos términos. Pasé por su lado y le di un apretón en el hombro mientras acababa de mear. Salí del baño y me acerqué hasta donde estaba mi hermano y sus amigos. Tenían una conversación acalorada y por lo que pude entender, uno de ellos, Pepón, que era un tipo enorme y algo gordito, conocía un apartamento en donde había putas de semi-lujo a las que podías pedirle que te hicieran de todo por poco dinero.

—¿Estáis hablando de ir de putas? —preguntó mi padre de regreso.

—Claro, Juan Luis —sonrió—, que tu hijo abandona la soltería y a otros no nos viene nada mal descargar el sable.

—Si yo no digo nada. Yo voy donde me digáis —aceptó mi padre contundente mientras yo flipaba en colores y visualizaba a la seca de mi madre que le tenía sin mojar. Mi madre era un poco conservadora y estirada, con lo que seguramente su vida sexual se redujese a un polvo al mes una noche de sábado y en la postura del misionero. Y mientras, mi pobre padre, que era un trozo de pan, estaba salídisimo, pues muchas noches al volver de marcha le descubría todavía despierto en el salón, visionando seguramente películas porno, pues le delataban los gemidos femeninos a muy bajo volumen. Nunca me había atrevido a molestarle en tan íntimo momento, pero el pobre debía de pelársela como un mandril. No me parecía mal que se viniera de putas con nosotros. Él quería a mi madre, pero no sólo de pan vive el hombre.

—Yo no me gasto el dinero en putas, y menos teniendo a mi Mónica en casa, que me hace todas las cerdadas que me da la gana —declaró mi hermano.

—Porque eres un tío con suerte, Ramiro —le dio Rubén, el bombero, un golpe en el hombro—. Te vas a llevar a una tía potente, mazo de guarra en la cama y buena esposa. ¡Qué suerte tienes, cabrón!

La verdad es que Mónica tenía aspecto de actriz porno, dominante pero a la vez sumisa, deseosa de que mi hermano la utilizara de juguetito sexual. Tenía mirada felina, su cabellera negra y su piel morena le daban un aspecto racial, y sus largos y amplios labios de comepollas… Era toda una mujer, de eso no cabía duda. Mi cuñada era una de las tías más buenorras y más morbosas que jamás hubiera conocido. Por lo que vi a continuación no era el único que se había fijado en esto.

—Pues a lo mejor está de acuerdo en que comparta mi suerte con vosotros —dijo mi hermano guiñando un ojo—. ¿Os apetece una fiestecita privada en casa? Así os enseño lo que mi futura mujer esconde bajo la ropa. Un pase privado para mis familiares y amigos más allegados —propuso pasándome un brazo por detrás del cuello y apretándome—. ¿Qué me dices hermanito?

—Pues que no serás capaz —dejé escapar.

—¿Te gustaría verle el coñito a mi novia? —preguntó—. ¿O prefieres comértelo tú solito?

—Pues… —dejé escapar haciéndome el indeciso.

—A mí no me parece mal conocer más a fondo a la que va a ser mi nuera —sonrío mi viejo pícaramente.

—Sí, claro. Tú nos enseñas y luego nosotros nos vamos a casa calientes y con los huevos llenos —participó Pepón mohíno.

—Por eso no os preocupéis. Dejadme hacer a mí y seguidme el juego. Mi mujercita es muy caliente. Os sorprendería. Hace tiempo que planeábamos algo así… —sonrió orgulloso mi hermano.

No me lo podía creer. Al momento salíamos en dirección al apartamento de mi hermano en aquella calurosa noche de mayo. No llegaban a ser las 3 de la madrugada cuando nos abrió la puerta Mónica con un fino camisón.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó sorprendida y adormilada al vernos.

—Es un coñazo a donde hemos ido —intervino mi hermano rápidamente, dándola un beso en los labios y entrando a la casa—. Hemos decidido venir a casa a beber. Espero que no te importe.

Mi hermano, a pesar de sus formas y maneras rudas, mostraba un increíble tacto y educación con su novia.

—No. No me importa —dijo ella sonriendo, mientras nos saludaba y nos daba dos besos a cada uno, dejándonos ver sus muslos y su protuberante escote.

—Cariño, ¿te importa sacar hielo? —le pidió mi hermano. Mónica cerró la puerta y se dirigió a la cocina mientras nosotros tomábamos asiento en los amplios sofás azules del salón, alrededor de una mesita baja de madera y cristal.

Mi hermano abrió el mueble-bar y sacó una botella de güisqui y otra de ron, después cogió vasos y nos dio uno a cada uno. Entonces llegó Mónica hasta el salón con un bol morado lleno de gruesos cubitos de hielo. Los dejó sobre la mesa y nos miró escrutadora, estudiando el estado etílico de nuestros cuerpos.

—Habéis bebido un poco, ¿verdad? —preguntó bromista. Entonces mi hermano, sin ningún reparo, se acercó a ella por detrás y la cogió de las tetas, estrujándolas por encima del fino camisón blanco que llevaba puesto—. ¡Cariño! —exclamó entre excitada y sorprendida. Fue una especie de gemido lo que salió de su garganta, pues al mismo tiempo mi hermano la había dado un beso en el cuello, succionando bruscamente. Ella se contrajo e hizo poco esfuerzo por deshacerse de las manos de su, en breve, esposo.

—¿Quieres que te cuente lo que hemos hecho esta noche? —habló mi hermano en un susurro audible mientras seguía metiendo mano a su novia por encima del camisón—. Hemos cenado, bebido y comido como auténticos cabrones. —El hijo de puta de Ramiro era un pulpo, pues la sobaba por todas partes y nos dejaba entrever las exóticas curvas de Mónica, con su fina cintura y sus redondeadas caderas, con su cara de niña mala y sus gordas tetas. Era una muñequita playboy—. Después hemos estado en un bar top-less —continuó mi hermano—. Y hemos estado viendo a tías tan buenas como tú. Les he dicho a esta panda de salidos que mi mujercita no tenía nada que envidiar a las chicas del bar, que tú estás el doble de buena y encima te dejas hacer, ¿verdad?

—¿Cómo que me dejo hacer? —arrugó la nariz Mónica, entre ligeros jadeos y susurros. Mi hermano había dejado que sus dedos se escurrieran hasta el coñito de su novia y había levantado el camisón, mostrándonos sus braguitas de encaje rojas.

—¡Joder! —exclamó Pepón, apretándose su hinchado paquete.

Giré el cuello para observar a mi padre y éste parecía hipnotizado por las curvas y los calientes movimientos que Mónica hacía al contacto con las manos de mi hermano.

—Estos cabrones están salidos como perros en celo, lo mismo que yo. Me encantaría enseñarles lo que mi mujercita sabe hacer. Quiero que sepan el premio que me llevo para toda la vida —Ramiro tiró de la barbilla de Mónica hacia atrás y la besó en los labios. Ella se rindió entonces.

—¿Quieres follarme aquí, delante de ellos? —preguntó cachonda. Mi hermano manoseaba ya sin ningún cuidado su coñito por encima de las bragas. La muy puta comenzaba a estar mojada.

—Eso estaría de puta madre, cariño —volvió a darle un tierno besito en los labios—. Quiero follarte delante de ellos y que se pongan cachondos viéndote. Quiero que te deseen.

—De acuerdo —aceptó ella.

—Entonces vamos a empezar enseñándoles tus gordas peras —habló mi hermano caliente, mientras Mónica restregaba su buen culo contra el hinchado paquete de su novio. Mi hermano tenía la cara roja y empezaba a sudar.

Ramiro, con gran habilidad, sacó las dos enormes tetazas de Mónica por el escote del camisón, dejando que estas colgaran pesadas fuera de él. Aluciné al ver aquellas dos redondas y morenas tetas, con unas aureolas más o menos medianas y un puntiagudo pezón que pedía a gritos ser mamado. Mi cipote había dado un respingo dentro del pantalón y noté como volvía a escupir un tremendo chorro de líquido preseminal que parecía una meada. Mi hermano masajeaba aquellos prominentes senos con una pasión desenfrenada. Mónica continuaba retorciéndose, debatiéndose entre el placer y el dolor, pues mi hermano era un bestia y se las estrujaba ferozmente. Pero ella no decía nada, sólo gemía y soltaba chilliditos. Después empezó a chupárselas, a baboseárselas, a mordérselas con ahínco. Ella estaba encantada y le pedía más. El glotón de mi hermano se comía aquellas tetas con auténtica gula. Yo quería comérmelas con él, joder.

-Venga, y ahora enséñales el coño, que seguro que lo tienes empapado —dijo Ramiro.

Ella, obediente, tiró hacia debajo de sus bragas rojas y un triangulito con poco vello apareció ante nosotros. Lo mejor fue ver como los lubricados labios de su vagina chorreaban de efluvios. Mi hermano metió dos dedos en el agujerito de Mónica, que se separaba los labios y los abría bien para mostrarnos su vulva, y los sacó cubiertos de líquido. Los llevó hasta la boca de Mónica y ella los dejó limpísimos, relamiendo aquel rico jugo que desprendían sus entrañas.

—¿Sabéis? Es que a mi chica también le gusta comer conejitos, ¿verdad? —Mónica asintió—. Le encanta sentir un buen par de tetas frotándose contra las suyas y un jugoso coñito refregándose contra el suyo también.

—Sí —susurró ella como ida. Entonces mi hermano la quitó el camisón y pudimos contemplar su cuerpo en toda plenitud. Teníamos ante nosotros a una diosa del sexo. Los demás nos la comíamos con la mirada, ansiosos pero seguros de que llegaría nuestro turno. Pero primero le tocaba a mi hermano.

Ramiro tiró hacia abajo de su pantalón y lo dejó caer hasta los tobillos. Se quitó los zapatos y se dejó solo los calcetines. Después se deshizo del pantalón y se bajó el slip blanco que vestía, dejando que su contundente y grandioso cipote saltara fuera como un resorte. ¡Menudo pollón tenía el cabrón de mi hermano! Acorde con su corpulencia física. Para mí fue un orgullo, la verdad. Siempre había visto a mi hermano en pelotas con su polla de buen tamaño pero fláccida. Ahora, en todo su apogeo era como nunca la había imaginado. La mía era similar pero me superaba en algunos centímetros de largura y grosor. Eso sí, ambos teníamos los cojones igual de gordos y de peludos, así como el tronco del nabo igual de venoso.

Mónica se agachó y agarró con fuerza el cipote de Ramiro, llevándoselo instantáneamente a la boca y hundiéndolo allí, en aquella deliciosa humedad, en aquellos labios que apretaban indecentemente la tremebunda tubería de mi heroico hermano. Mi rabo estaba al rojo vivo, ya no solo por ver a la puta de mi cuñada de cuclillas y enseñándonos la raja de su perfecto culo, sino por descubrir al machote de mi hermano y observarle desde un punto de vista más sexual, con aquellas musculadas piernas que parecían columnas y un redondo y gran culo sin apenas vello. Os juro que se me apareció como si fuera Hércules, bombeando la frágil boca de aquella ninfa con su gordo pepinazo.

Mónica tragaba como una perra, hundiendo el chorizo cantimpalo de su novio hasta el fondo de su garganta, sin poder evitar las arcadas y los hilos de saliva que colgaban de sus comisuras. Después, agarrándole la polla con una mano, bajaba con su lengua hasta los cojones, cubiertos de pelánganos rubios, succionándolos y metiéndose ambos huevotes en la boca. ¡Qué boca! ¡Cómo tragaba!

A ratos, Mónica levantaba la camiseta a mi hermano para acariciarle el vientre, y le miraba implorando que no detuviera sus brutales movimientos de cadera, con aquellos con los que se la follaba la boca hasta desfallecer. Mi hermano gemía de gustazo como nunca imaginé, la agarraba por la nuca con ambas manos y la follaba sin descanso. Ella le agarraba sendos cachetes del culo y se los apretaba, clavándole incluso las uñas. Mi hermano acabó quitándose la camiseta y quedó en bolas, tan solo con los calcetines blancos. Mónica masturbaba su clítoris insaciable, con un frenesí sobrenatural que parecía provocarle un orgasmo tras otro.

—Yo no puedo más, tío —dijo Pepón, que harto de sobarse el nardo por encima del pantalón, se desabrochó éste y sacó su corta pero gorda salchicha a pasear.

Me sorprendió ver la jungla de pelo anaranjado que cubría la blanca piel de sus cojones y de la base de su polla. La verdad es que Pepón era de piel muy blanca, parecía anglosajón, pero su pelo era más castaño que pelirrojo. De ahí que me sorprendiera. Estaba fondón el cabrón, pues le sobraban unos cuantos kilos, y la piel de su polla era blanca, con un rosado y puntiagudo capullo, gordote. Tenía una picha de unos 15 cm, pero era bien gorda. A pesar de no estar sentado junto a él, percibí su olor, cosa que me gustó y excitó. Recibí en mis pituitarias el olor a polla y a cojones que desprendía.

Mi hermano había cambiado la acción y ahora había puesto a Mónica a cuatro patas, mirando hacia nosotros y apoyada en la mesa baja. La enchufó toda la polla en el coño y la muy puta gritó desgarradoramente. Ramiro se la había metido de un solo empellón. Ella, estremeciéndose, dejó reposar sus gordas tetas sobre el cristal de la mesilla, presionándolas y jugando contra la superficie lisa mientras nos miraba desafiante y perversa. ¡Quería polla la muy puta!

—¿Os gusta, tíos? —preguntó mi hermano—. ¿Os gusta como me la follo? ¿Tú que dices, papá? —preguntó a nuestro progenitor, que no perdía ojo de lo que allí pasaba—. ¿Ves lo machote que es tu hijo mayor?

—Claro que lo veo, hijo. Claro que lo veo —se apretujó mi padre el paquete con ganas.

—Podéis pajearos, eh —nos dijo Ramiro a mi padre y a mí, señalando con un movimiento a Pepón, que se masturbaba con ansia. Lucas y Rubén habían hecho lo mismo que éste y pude ver sus dos pollones. El de Rubén era normalito, de unos 16 centímetros, ni gordo ni delgado; y el de Lucas, tal y como había imaginado, era una especie de lanza de carne delgada y en forma de manguera que debía de medir casi 19 cm. ¡Menudo bicho!

—La verdad es que estoy muy cachondo —manifestó mi padre, y me miró—. ¿A ti te importa que me la saque?

—A mí no —dije divertido y asombrado.

—De esto ni una palabra a vuestra madre o si no os corto los huevos, ¿entendido? —Todos asentimos y entonces mi padre se desabrochó el cinturón y el pantalón, se lo bajó y pude ver sus piernas peludas además de unos gallumbos sueltos de bonitos motivos geométricos. Allí se marcaba una buena tienda de campaña. Ágilmente, se sacó también los gallumbos y una polla delgada y larga saltó fuera. ¡Qué buena polla tenía mi padre, joder! No se parecía en nada a la de mi hermano y a la mía pues su piel era lisita y sin venas, aunque igual de morena, y al tenerla sin descapullar, su cubierto capullo se me asemejaba a una gigantesca pipa de fumar, pues dejaba entrever un negro ojete en su cabezón glande. Aquel agujero por el que salía líquido preseminal era mazo de ancho, lo que me resultó curioso.

—¡Joder, papá! —exclamé mientras me incorporaba para deshacerme de mis pantalones. Después, me bajé los calzoncillos hasta medio muslo y me cogí la polla para empezar a masturbarme.

Noté mi velludo y caliente muslo contra el de mi padre, lo que me provocó un cosquilleo de morbo en el estómago. En ese instante, la puta de Mónica se corría entre poderosos gritos de placer. Parecía que mi hermano la estaba matando, pues había aumentado las embestidas y la acuchillaba el coño con su tremendo nardo. Ella era para entonces un guiñapo sudoroso y desencajado.

Mi padre desvió un momento la mirada de Mónica y me observó la polla de soslayo, luego me miró a los ojos y yo hice lo mismo.

—Muy bien, hijo. Dale así a la zambomba —habló divertido.

—Sí. Ya lo hago —respondí con la respiración entrecortada—. Tú también, dale —señalé su largo nabo. No lo descapullaba el muy cabrón—. Menudo pollón tienes, eh, papi —sonreí.

—¿Te gusta? —lo calibró en la palma de su mano.

—Es grande —contesté, y sin ninguna vergüenza lo cogí con mi mano, apretándolo y meneándolo. Mi padre me dejó hacer sin problemas—. Lo tienes mazo de duro —observé, le bajé el pellejo hasta la mitad del capullo y decidí no bajarlo más. Después presioné con mi dedo gordo sobre el agujero de la polla y se lo intenté abrir un poco. Éste se dilató sin problema. Mi padre me miró y sonrió.

—Lo sé. Tengo el agujero de la polla muy grande. Es para que me salga bien toda la lefa que tengo en los huevos —se tocó estos, peludos, grandes y con la piel arrugada. Le solté la picha y volví a dedicarme única y exclusivamente a mi rabo

—Estoy deseando ver como te follas a esta puta —me referí a Mónica.

Mi hermano abandonó con su pepinazo tieso y chorreante el ardoroso coñito de su novia. Se puso en pie y nos miró.

—Venga, cariño. Cómete la polla que más te guste. ¿Por cuál quieres empezar?

Mónica se levantó y sin miramientos se abalanzó sobre la delgada e infinita lanza de carne de Lucas. La muy zorra se la clavó en la garganta hasta tenerla toda dentro, hasta los huevos. ¡Esa hija de puta se clavaba cualquier cosa hasta el gañote!

—¡Sí, puta! ¡Trágatela toda! —chilló Lucas, y apretó la cabeza de mi cuñada hasta el fondo, mientras esta comenzaba a sufrir convulsiones y arcadas. Al momento un chorro de vómito cubrió todo el cipote del chico, extendiéndose por sus cojones, su pelo púbico y su camiseta. A Mónica le chorreaban lágrimas por las mejillas, con la respiración entrecortada, pero al momento parecía estar repuesta y, ni corta ni perezosa, con toda la polla húmeda de la líquida bilis, continuó haciéndole al chico una tremenda mamada.

Nos quedamos alucinados. Ninguno nos atrevimos a decir nada, pues ella continuaba como si nada, relamiendo y succionando el pollote lleno de pota, con aquel ácido olor que inundaba el salón. Lucas nos miró asombrado, con la boca abierta de placer, manchado de vómito. Al muy cabrón sólo se le ocurrió quitarse la camiseta y mostrarnos su delgado cuerpo, con el pecho algo cubierto de moreno vello y de piel blanca. ¡Menudo hijo de puta!

—¡Vamos, sí! ¡No pares! —le suplicaba a la puta de mi cuñada. Los demás nos pajeábamos al borde del shock, todos sentados y mi hermano de pie. Entonces, el cabrón de Lucas volvió a agarrar la cabeza de Mónica y le clavó de nuevo la polla hasta el fondo—. Lo siento, Ramiro, pero me encanta que tu novia sea así de cerda.

Sin más, apretó y Mónica, casi al borde de la asfixia, volvió a soltar un potente chorro de vómito, mojando esta vez sus propias tetas y todo el vientre de Lucas, que como un demente continuó estrujándose y masturbándose la polla como un enfermo. Los demás no dábamos crédito a lo que veíamos, pero deseábamos en lo más hondo que el show continuase. Deseábamos que Lucas volviera a clavarle la polla hasta lo más hondo y que la muy puta vomitara una tercera o una cuarta vez.

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