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Introduciendo a mi cuñada, orgía desenfrenada

en Bisexuales

La cerda de mi cuñada continuaba de rodillas en el suelo, jadeando sofocadamente y salpicada de su propio vómito, pues Lucas, el desgarbado y larguirucho amigo de mi hermano le había metido por tercera vez su larga y fina polla de 19 cm hasta el fondo de la garganta, haciéndola vomitar. Pero para Mónica aquello no era impedimento alguno en su objetivo de satisfacer su apetito sexual y el nuestro. Mi hermano sonreía orgulloso de la que en una semana sería su esposa.

—¿Estás bien? —le preguntó éste, acercándose a ella y acariciándole la mejilla con ternura. Mónica asintió, reponiéndose aún de las arcadas y mirando de forma perversa a Lucas, que seguía recostado en el sofá con toda la polla, los cojones y el vientre llenos de pota—. Eres una zorra, cariño —dijo, y ella sonrió feliz y desafiante—. No sabía que te gustaba que te follaran la boquita hasta hacerte rabar.

—Yo tampoco lo sabía —respondió escueta.

—Estoy mazo de cachondo, tío —habló Lucas, masturbando su húmedo nabo con bastantes ganas—. Me da mucho asco, pero me pone a cien.

—Tú calla, hijo de puta —le dijo mi hermano—, que mira como habéis puesto el sofá. —Entonces mi hermano enganchó a su novia del pelo y la llevó de nuevo hacia el rabo de Lucas—. Sigue chupándole el nabo hasta que se corra y después os largáis a daros una ducha, ¿entendido? —ordenó mi hermano autoritario.

Dicho y hecho. La muy cerda continuó comiéndose el nardo de Lucas a pesar del nauseabundo ambiente que se había formado en el pequeño salón. Rubén, que estaba sentado junto a Lucas, se levantó y fue a abrir la ventana.

—Quiero follármela, Ramiro —le dijo Lucas a mi hermano.

—Toda tuya, cabrón. Pero después de que os duchéis.

—¡Sí, joder! —dijo Mónica cachonda, dejando al instante—. Esto empieza a darme algo de asco.

—Venga, largaos. Y nada de follar en la ducha sin mi permiso o iré allí y os daré de hostias a los dos —amenazó Ramiro.

Con las mismas, mi cuñada y Lucas desaparecieron por la puerta del salón y se encaminaron al baño. Los demás nos quedamos allí, en silencio, sin saber qué decir. Continuábamos con los cipotes como locomotoras, mirándonos los unos a los otros. El cimbel de mi padre seguía tremendamente duro. Mi hermano, de pie en el centro del salón, sonrió e hizo un gesto con la cabeza para llamar su atención.

—Todo bien, ¿padre? —preguntó.

—¿Es que no lo ves? —respondió mi padre de lo más agudo, meneándose el rabote que tenía mi progenitor. ¡Me encantaba mirárselo! ¡Era tan grande!

—Tío, tienes una novia mazo de cerda —participó Rubén, poniéndose en pie junto a mi hermano. Los tres que estábamos sentados en el sofá grande, mi padre, Pepón y yo, observamos a mi hermano y a su amigo. Mi hermano totalmente en pelotas, tan sólo llevaba los calcetines blancos y Rubén, idem, sólo que todavía llevaba la camisa. Desabrochada pero puesta. A través de la abertura de ésta se intuía su cuerpo de bombero duramente trabajado en el gimnasio. Tenía unos pectorales hiperdesarrollados, unos bíceps gigantescos y unos abdominales sobre los que podías partir ladrillos a martillazo limpio. Su piel tostada y su pelo castaño, corto y engominado de punta, le daban un aspecto de "latin lover" de película porno. Tenía un rabo normalillo, de unos 15 cm, pero tremendamente interesante. Con el pelo púbico recortado y aseado y dos cojones sin apenas vello que colgaban una barbaridad.

—Será mejor que limpie esto un poco —habló mi hermano, y se largó a la cocina, regresando al momento con el cubo y la fregona. Le entregó a Rubén un paño húmedo para que limpiara bien el sofá, que era de esos de piel de última moda que no se manchaban si les caía algo encima, pues estaban hechos de un material sintético maravilloso. Un milagro de la ciencia, vamos.

Ver a mi hermano y a su amigo cachas limpiando como cabrones mientras sus pelotas y nabos se balanceaban me hizo poner aún más cachondo, sin perder ojo a sus culos, robustos y grandes. El de mi hermano era muy redondo, casi gordito y blando, cubierto de vello castaño y suave, de piel blanca al no darle allí el sol. Un señor culo, vamos. En cambio el de Rubén era duro, marcado e imberbe. Dos dioses a mi parecer: Baco y Hermes. El culo de mi hermano se me antojaba como el de un macho camionero, casero, de tío casado y heterosexual. Por su parte, el culo de Rubén podía ser el de cualquier tipo guaperas de bar de striptease.

Desvié la mirada hacia mi padre, que ese sí que era un buen macho, camino que seguía mi hermano. Mi padre repartía el hielo semidesecho en los vasos y después servía güisqui en ellos. Su polla reposaba ya sobre sus cojones en estado fláccido. Estaba claro que a mi padre lo único que le ponía era ver a la guarra de Mónica haciendo de las suyas, con sus tetas bamboleándose y su coñito dispuesto a ser follado salvajemente.

—Sí. Unos güisquis no nos vendrán mal —resopló un sudoroso Pepón, que se incorporó para alcanzar uno de los vasos. Su corto y gordito pene también estaba medio fláccido. En ese momento decidí relajarme también. No podía dejar que mi parte homosexual desentonara entre tanta actitud hetero.

Brindamos por mi hermano y por Mónica, por su boda, y por lo bien que lo estábamos pasando. Además de que la noche acababa de empezar. En esto que volvió mi cuñada envuelta en un albornoz, el pelo húmedo, y Lucas, con una toalla anudada a la cintura. Mi hermano les alcanzó sendo vasos a ambos, que dieron un importante sorbo al güisqui.

—¿Estáis cómodos? ¿Lo estáis pasando bien? —preguntó Mónica pícaramente.

—Ya lo creo que sí —contestó Pepón, reaccionando como un resorte y de nuevo en guardia.

—¿Y qué dice mi querido suegro? —Mónica estiró su mano y acarició el mentón de mi padre, en donde se enmarcaba una oscura y cuidada perilla, herencia de sus años de motero.

—¿Puedo? —pidió permiso mi padre a mi hermano para agarrar a Mónica de la cintura. Ramiro dio su consentimiento y mi padre hizo que mi cuñada se sentara sobre sus rodillas desnudas.

Sin mediar palabra con ella, le quitó el albornoz y la dejó en pelotas. Con cuidado mi padre iba acariciando sus abundantes tetas, su cintura y después su coñito. Las pollas de los presentes volvían a estar alerta. Mónica se dejaba querer. Separó un poco las piernas y dejó que mi padre le metiera un dedo hasta el fondo de su conejito húmedo. Ella estiró el cuello hacia atrás y gimió. No me contuve más y comencé a estimular su pequeño botoncito arrancándole quejidos y suspiros.

—¡No paréis, no paréis, Dios! —decía la muy puta. Mi padre giró su cuello y me miró sonriente. Sacó sus dedos del coño, se los llevó a la boca, relamió el delicioso sabor de aquel infierno que tenía la muchacha entra las piernas y, nuevamente ensalivados, le clavó dos de sus gruesos dedos por el culo—. ¡Joder, Ramiroooo! —se quejó ella llamado a mi hermano—. ¡Tu padre, Ramiroooo! ¡Mi culo, joder! ¡Me lo rompe! ¡Arrrrgggg!

Pepón tampoco pareció poder contenerse. Se puso de rodillas sobre la moqueta y agarró en su boca la teta derecha de la chica, que comenzó a mamar como un jodido cerdo, babeando y comiéndosela como si nunca más pudiera disfrutar de aquel lujo. Podía ver chorrear su saliva por toda la teta. Mi padre enganchó el pecho que quedaba libre, y ambos succionaron al unísono, salvajemente, dejándole las tetas a la chica enrojecidas y los pezones especialmente duros.

—¡Putos! ¡Ahhhhrrggg! Me hacéis daño, bestias —se quejaba ella. Pero bien que les sujetaba a ambos por la nuca para que no se retiraran y continuaran devorándola de esa forma, soltándola dentelladas crueles y dolorosas que la calentaban más y más, pues estaba claro que le iba el sexo duro.

—Voy a comerte el coño, puta —manifesté resuelto. Me puse de rodillas entre sus piernas y metí allí mi boca, recibiendo todos sus flujos directamente en mi garganta. Parecía un torrente. Sus jugos calientes me embelesaron y comencé así un cunnilingus tremendo, a cuatro patas sobre la alfombra.

Mi padre la hizo acomodarse más sobre sus rodillas para que pudiera abrirse más de piernas y así facilitarme la comida de coño. Pero ni él ni Pepón soltaron sus tetas, que debían de estar ya doloridas. Rubén, se subió al sofá y, de pie sobre él, flexionó sus rodillas, haciendo que su polla quedara a la altura de la boca de Mónica. En ese momento la muy perra daba acción a cuatro tíos. Dos se beneficiaban de sus tetas, otro de su boca y yo me comía su inundado chocho. Lucas, al darse cuenta, se acercó al otro lado del sofá y, también de pie, guió la mano de mi cuñada hasta sus cojones, que ésta empezó a manosear como buenamente podía. Mi hermano por su parte hizo que la situación diera cierto giro inesperado.

Se vino por detrás de mí y se puso a mi lado. Me agarró del pelo y empezó a manipular mi cabeza, a enseñarme como mover mi boca y mi nariz, como restregar toda mi cara por el coño de su futura esposa. En esto intentaba yo concentrarme, pero me era a cada poco más difícil pues algo duro rozaba constantemente mi muslo.

—Así, hermanito. Vamos, cómele el coñito a la puta de mi novia como tú sabes, ¿eh cabrón? Ya tenías ganas —me susurraba Ramiro al oído—. Con lo cabrón que eres, que tienes a todas las chicas del barrio revolucionadas y follas como un hijo de puta, que yo lo sé. Pero mira, a mi mujercita no podías tenerla hasta hoy. Ahora es toda tuya —y al decir esto me soltó una sonora bofetada en todo el culo, lo que me hizo dar un respingo.

—¡Cabrón! —exclamé levantando mi enrojecida cara y mirándole. Lo mejor fue que, como por instinto, le agarré toda la polla, cerrando mi mano sobre ella. Y así me quedé.

Mi hermano me miró sorprendido, intentando adivinar porqué había hecho aquello. Pero fuera de soltarle el nabo, lo apreté más y empecé con un sube y baja lento, una paja casi imperceptible.

—¿Qué haces, mamoncente? —sonrió mi hermano divertido. Me sujetó la muñeca y me hizo que aumentara un poco la velocidad de mi paja. Los demás seguían a lo suyo—. ¿Qué pasa? ¿Qué también quieres polla? No me jodas que también eres un poco maricón. —No respondí, sólo sonreí y me acerqué un poco más a él—. Pero mira que eres capullo —dijo casi con ternura, me hizo que le soltase el cipote y me atrajo hacia él, rodeándome con sus brazos. Hundió mi rostro en su cuello y me beso la nuca. Después me soltó y volvió a mirarme—. Papá —llamó Ramiro a nuestro progenitor.

Mi padre abandonó la tarea que tenía entre manos y nos miró interrogante.

—No digas nada, cabrón. No he respondido nada a tu pregunta —hablé.

—¿Sabes que a tu hijo pequeño le van los rabos? —soltó mi hermano. Mi padre se nos quedó mirando, como esperando algo más. Pero nosotros esperábamos su respuesta. Yo ni siquiera rebatí.

—¿Y? —añadió mi padre, no entendiendo a qué venía aquella declaración—. También le van los coños, así que mejor para él si le gustan las dos cosas—y ahí quedó zanjado el tema.

—Ya lo has oído —me guiñó un ojo mi hermano—. ¡De puta madre, hermanito!

Se levantó, dio dos pasos hacia Rubén y empujando a su amigo de las caderas le hizo bajar del sofá. La boca de Mónica quedó libre, pero Lucas se abalanzó y le metió su larga manguera hasta el gañote, lo que la hizo gemir como a una perra. Eso unido a que mi padre, sin más remilgos, le enchufó su gran pepinazo en todo el chocho.

—¡Ahhhhhhh! —gritó la muy golfa—. ¡Vaya polla más gorda!

—Vamos, muévete —la instó mi padre. Y ella obedeció a su suegro, comenzando a botar sobre él como una inconsciente, incrustándose hasta las entrañas el buen chorizo que ostentaba mi padre entre sus velludas piernas.

Rubén no perdía ojo de lo que sucedía en el sofá, pero por un momento se volvió curioso para ver porqué mi hermano le había hecho bajarse. Ramiro sonrió, le cogió el erecto pene a su mejor amigo y sin más me ordenó mamárselo.

—Venga, cómete el cipote de Rubén —habló mi hermano, sosteniendo aquella tranca en su mano. Rubén, al oír esto, sonrío y me miró divertido.

—¿Quieres polla o qué? —me preguntó. Yo me quedé callado, mirando hipnotizado su pene erecto—. Toma, anda —resolvió sencillo. Empuñó su rico nabo por la base y me lo acercó a los labios, los cuales abrí para acogerlo. No era la primera polla que me comía, claro, pero delante de mi hermano sí.

—Venga, hermanito, dale duro al Rubén. ¿Está rica su polla? —me dijo Ramiro.

—Sí —respondí sacándome aquel instrumento por un breve instante.

—Muy bien, venga, come. Cómetela toda —me empujaba mi hermano la nuca. Rubén ayudaba a follarme la boca con el vaivén de sus caderas y me ponía morado levantando mi mano y sobando su musculado vientre y sus férreas tetas—. Dale caña, venga —me animaba mi hermano—. ¿Te gusta, tío? —le preguntaba a su amigo.

—Sí, joder. ¡Sigue! Sigue así. No pares —gimoteaba Rubén—. ¡Qué boca tiene tu hermanito, Ramiro! ¡Qué boca, macho!

—Tienes buena boca, eh —dijo mi hermano, sin soltarme un minuto la nuca—. Eres un buen lamepollas. —Pero yo no podía contestar. Andaba ocupado en otros menesteres—. Esto no me lo pierdo, hermanito —dijo de repente Ramiro. Se puso en pie y meneando su cipote me soltó un par de duros pollazos en la cara. Rubén me sacó su polla y me empujó la cara para que enterrara en mi garganta el delicioso trabucazo de mi hermano mayor. Lo hice.

Sentir entre mis apretados labios el vibrante capullo de mi hermano fue como tocar el cielo. Y sentir que en mi boca de niñito guapo de barriada se colaban la polla de mi hermano y la de su mejor amigo a un mismo tiempo, era la locura. Todo esto entre gemidos de mi cuñada y de mi propio padre, que la llamaba de todo y ella le animaba a seguir.

—Vamos, maricón. ¡Destrózame, puto marica! —le gritaba Mónica a mi padre para que le diera más duro. ¿Pero era realmente posible darle más duro? Mi padre había acabado tumbándola de costado, le sacaba toda la polla y se la metía de golpe. Ya no por disfrutar él, sino por joder a ella, por demostrarla que era una cerda y él lo suficientemente macho como para satisfacerla—. ¿Eso es todo lo que sabes hacer?

Mi padre, cansado, acabó retirándose para recuperar fuerzas, cediendo el puesto a Pepón, que sin pensárselo le hundió su rica salchicha en el culo a la muy zorra. Ella lo acogió dolorosamente, pero en seguida se acostumbró. Pepón, a pesar de sus kilos de más, le daba bien fuerte en una follada épica.

Mi padre se quedó perplejo al ver a lo que me dedicaba, a comerme aquellos dos ricos nardos. Dio dos pasos hacia delante y tirándome del pelo me los sacó de la boca. Le miré confuso y él me devolvió la mirada muy serio. Pensé que me iba a regañar. Pero no, simplemente me agarró de la nuca y sujetándose la polla por la base me indicó que me comiese su rico pollón.

—Papá —susurré.

—Espero que no le hagas asco a tu propio padre —habló.

—Venga, hermanito. Seguro que es la polla que más deseas comerte. Hasta eso lo deseo yo.

Mi hermano me empujó también la cabeza para que me comiera el nabo de mi padre. Cuando me quise dar cuenta tenía aquel trozo de carne metido hasta la campanilla. ¡Qué morbo! Comerle el cipote a mi propio padre. Me amorré a él como un loco, sujetándole con las dos manos por el culo, aquellas dos protuberantes y velludas nalgas de cincuentón recién estrenado.

—¿Tú también quieres polla antes de casarte? —le preguntó mi padre a mi hermano. Y sin más, mi hermano, aquel rudo y machote camionero de 27 años, se arrodilló a mi lado, me robó el babeado cipote de mi padre y lo estrujó entre sus carnosos labios. Eso si que era saber comerse un rabo. Mi hermano se atragantaba con él mientras mi padre nos acariciaba el pelo y gemía como un cabrón. Cuando Rubén, el amigo bombero de mi hermano, se quitó la camisa y se unió a nuestro cometido, agarrando entre sus labios los cojonazos sudados y peludos de mi padre, aquello fue el acabose. Tres tíos hechos y derechos comiéndonos vivo al cabeza de familia, turnándonos su cipote, sus pelotas e incluso su barriguita y sus tetorras peludas.

—Hey, troncos, ¿que coño hacéis? —alucinó Lucas al vernos.

—Calla y únete a la fiesta —dijo Mónica desde detrás—. Cómele a mi suegro ese culazo que tiene. —La muy puta seguía siendo porculizada por el insaciable Pepón, que parecía darle lo que ella demandaba.

—¿Quieres que haga eso? —le preguntó Lucas incrédulo.

—Lo estoy deseando —susurró ella lasciva—. Cuatro tíos rudos comiéndose a mi suegro. Creo que me estoy poniendo cachonda solo de pensarlo.

Hecho. Lucas se arrodilló frente al culo de mi padre.

—Ven aquí, Luquitas —habló éste, que tomándole por la nuca le empujó hacia su velluda raja. El amigo de mi hermano hundió allí toda su cara, casi asfixiándose. Mi padre soltó un jadeo gutural de placer—. ¡Sí, hijos de puta! ¡No paréis! Sois la hostia. —Mi padre temblaba de las increíbles sensaciones que estaba experimentando. Hubo un momento que cedió y acabó también de rodillas. El momento en que nuestras bocas se encontraron fue como un torbellino eléctrico. Me morreé con aquellos cuatro ejemplares de macho, tan diferentes pero tan salidos como yo mismo, que era el benjamín de 21 añitos, deseando que me pervirtieran. Mi padre me metía la lengua hasta la campanilla arañándome con su rala barba, mi hermano me estrujaba mi buen culo y me morreaba llenándome toda la cara y la boca con sus sabrosas babas, Rubén me acariciaba con pasión mis marcados abdominales y Lucas me masturbaba como un demente. Aquello se había convertido en una orgía desenfrenada.

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