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Introduciendo a mi cuñada, mi padre se desata

en Bisexuales

Tenía mis nalgas apoyadas sobre la alfombra del salón. Sentado, con las piernas lo más abiertas posibles, recibía en todo mi rabo la saliva caliente que me proporcionaba la ansiosa boca de Rubén, el amigo cachas de mi hermano, aquel bombero que me devoraba entero mi pepino, enhiesto a más no poder. Mientras, el muy hijo de puta se masturbaba a cuatro patas. Había resultado que a aquel machito le había gustado la polla de un chavalín como yo. Al cabrón le molaban mis abdominales, que acariciaba casi al borde de la obsesión. Y encima, se atrevía a soltarme cosas cerdas.

—¡Qué bueno estás, cabrón! —me decía—. Vaya abdominales que tienes. —Entonces se incorporaba, introducía sus dedos entre mis rizos y me morreaba como si nunca antes lo hubiera hecho, posando su mano libre en mi cintura, besándome como si fuera su pivita.

Pero no, yo era un pivito. Sabía muy bien que mi cuerpo de skater volvía loco a aquel bombero tan macizo y tan viril. Y le imaginé conviviendo cada día en su trabajo con la tentación de otros bomberos más buenorros que yo. Apuesto a que compartían duchas y les miraba aquellos traseros de todos los tamaños y complexiones. Un tío afortunado.

A mi lado, mi padre se encontraba en la misma posición que yo, sentado y abierto de piernas, pero recibiendo la más morbosa de las bocas, la de mi hermano Ramiro. Mi hermano, aquel hijo de puta de 27 años, aquella mala bestia de increíble envergadura que llevaba mis mismos genes, fagocitaba el calibrado nabo de nuestro padre. Admiraba la estampa, grabando a fuego en mi cabeza la imagen. Los musculados bíceps de mi hermano, apoyando sus brazos a cuatro patas; su velludo pecho, tan abundante como el de mi padre, sus peludas y gruesas piernas, sobre todo los muslos. Y luego mi padre. Mi hermano Ramiro, acariciaba la barriga y las tetas de mi padre mientras le comía el cipote, sin sacárselo ni un momento de la boca. Bueno, más que acariciarle las tetas y la barriga, se las estrujaba como un energúmeno, pero mi padre aguantaba aquella tortura del tirón, pues estaba más a la chupada de su polla que al morboso dolor que le provocaba la brutalidad que mi hermano empleaba con él. Ambos gemían, el uno por el gustazo de disfrutar de unos labios gruesos, carnosos y amateurs como los de mi hermano, que le ordeñaban con bastante fuerza todo el troncho, y el otro porque se deleitaba tragando los chorros de líquido preseminal que el gordo martillo de nuestro padre le soltaba en toda la campanilla.

—¡Ah, Dios! —exclamó mi cuñada dolorida cuando Pepón le sacó su gruesa salchicha del culo—. ¡Qué pedazo de polla tienes! —comentó al follador que la había dejado bastante satisfecha.

Entonces se deshizo como pudo del gordito amigo de mi hermano y se acercó hasta donde estábamos, sentados en la alfombra. La muy puta se arrodilló, con sus bondadosas tetas bamboleándose, y con una de sus manos alcanzó la cara de Lucas, el delgado y espigado colega de Ramiro, con su polla tiesa y larga como una lanza. Mónica, le estrujó los mofletes y le acercó para que la morreara, mientras la muy cerda toqueteaba los culazos en pompa de Rubén y de mi hermano. Como ya he dicho, ¡vaya dos culos! El de Rubén, durísimo, delgado y cachas, y el de mi hermano, redondo, llenito, blanco y peludo. En la variedad está el gusto. Y eso lo pudimos comprobar, pues Mónica separó sus labios de los de Lucas y le miró interrogante. Éste no soltó sus tetas, pellizcándola los erectos pezones.

—Después de haberte comido el culo de mi suegro, ¿cuál prefieres comerte ahora? —le indicó ambos traseros.

El chico estudió las posibilidades.

—El tuyo —respondió seguro—. Y si no, me dejas que te coma el coño.

Mi cuñada meneó la cabeza negativamente.

—Nada de eso. Te vas a comer el culo o de Rubén o el de Ramiro. Tú eliges.

Rubén se sacó mi polla de la boca y giró el cuello para mirar a los que estaban decidiendo a quién practicar el beso negro. El bombero cachas, ni corto ni perezoso, se incorporó un poco y, llevándose una mano a las nalgas, se las separó para mostrar su rojo y cerrado esfínter.

—Ven, Lucas. Cómete el mío, amigo —le llamó.

—¿Quieres que te coma el culo? —habló el delgado chico con tono ingenuo.

—Sí, tío. Cómeme todo el ojete. Me apetece que seas tú. Me da morbo imaginarte llenándome el agujero con tus babas.

—¡En serio! —Lucas no podía creer lo que oía.

Se acercó un poco y plantó sus huesudas manos en el trasero de su amigo, manteniéndolo separado. Rubén volvió a clavarse toda mi polla en la garganta, obligándome a lanzar un gemido al aire mientras veía como Lucas se inclinaba y hundía su puntiaguda nariz y toda su boca de finos labios en aquella raja. ¡Cómo movía la lengua! Entraba y salía del agujero de Rubén a toda velocidad, moviéndose allí dentro y ensalivando toda la zona. Lucas no lo reconocería, pero le estaba encantado comer culos. Aunque fueran los de sus amigos.

Por su parte, Mónica se inclinó sobre el ojete de mi hermano y lo lamió sin medio, pues debía de estar acostumbrada a hacerle comidas de culo al cabronazo de Ramiro. Me encantó ver como la muy cerda metía toda su cara en la amplia raja del culazo de mi hermano. Rebañaba su agujero como una demente, haciendo que mi hermano jadeara, echara una mano hacia atrás y la sostuviera por la nuca, marcando los movimientos de la chica.

—Sí, cariño. ¡Chúpame el agujero así! —le decía mi hermano—. Sí, cariño. Vamos. ¡Eres la mejor!

Mónica, cansada ya del beso negro y con toda la cara y las peludas nalgas de mi hermano relucientes de saliva, subió hacia arriba y se amorró a comerle el nabo a mi padre. Los novios compartieron cristianamente aquel cipote, alternándolo de boca en boca. A cada poco mi hermano liberaba el rabazo de nuestro progenitor y golpeaba con él la cara de su novia. Mientras mi padre se moría de gusto. Al muy cabrón le gustaba que le comieran todo el nardo y le daba igual quién fuera.

—¡Joder, que cipote más rico tiene tu padre, amor! —susurraba aquella zorra, que a cuatro patas dejaba bien a la vista su húmedo coñito y su dilatado culo. Pepón había hecho un buen trabajo con su corto pero grueso pene.

Rubén, por alguna extraña razón, había subido un poco hacia arriba y plantaba toda su cara sobre mi vientre, rodeándome la cintura con sus manos, usándome de almohada, mientras echaba hacia atrás su acalorado rostro, jadeante, sintiendo la magnífica lengua de Lucas acariciando el interior de su ano.

Aquello se había convertido en una orquesta sinfónica de gemidos. Mi polla tocaba dura el pecho de Rubén, que me la aplastaba con su peso y su original posición, éste gemía como un cabrón, separándose más aún las nalgas, sintiéndose al borde del desgarro de tanto tirar con sus manos de ellas hacia los lados. No podía abrirse más la raja. Mi padre tomaba a mi cuñada y a mi hermano por la cabeza y les obligaba a comer de su cipote. Su hijito y su nuera comiéndoselo vivo. Y estos dos, compartiendo, escupiendo indecentemente densos hilajos de baba, turnándose en aquella mamada infernal. Por último, Pepón se masturbaba desde el sofá observando la dantesca escena. Al estar semitumbado nos ofrecía una maravillosa vista de su culo gordito y redondo. ¡También un trasero bien caliente y morboso!

Mi padre hizo que mi cuñada se incorporara y luego la arrimó a él, que agarró, con su boca increíblemente abierta, una de sus tetas, mientras que estrujaba con la otra mano la que le quedaba libre. Mamaba como si le fuera la vida en ello, succionando ruidosamente, como si de aquellas gordas tetazas fuera a salir rica leche. Pero lo único que mi progenitor conseguía era que Mónica echara su cabeza hacia atrás y se sintiera capturada por un sátiro cabrón que la maltrataba los pechos.

Si mi padre retiraba sus labios de aquellos senos los demás podíamos percibir el enrojecimiento de la zona, así como los pezones henchidos y duros a causa del masaje bucal. Entonces, aquel cabrón que tenía la chica por suegro, comenzaba a darle toquecitos con los dedos en dichos pezones, provocándola un dolor extasiante. Mi cuñada gritaba y se retorcía de dolor, pero a su vez provocaba que su coño chorreara. Estaba totalmente entregada a aquel macho cincuentón que en apenas una semana, tras la boda, formaría parte de su familia. Su suegro le comía las tetas y se las babeaba como un loco.

Mientras ella disfrutaba de lo lindo, su novio, es decir, mi hermano, no se quedaba atrás, pues seguía lamiendo y relamiendo el cipotón de nuestro padre. Le había cogido el gusto a las pollas. Mi hemanito hetero, aquel camionero, chulito, gallito de corral. Se tragaba el palpitante nabo de aquel que en ese instante se beneficiaba de los abundantes pechos de su novia. Pero él no se quedaba atrás, y sobaba el culo de la muy puta, separando sus firmes y duras nalgas, entrenadas en continuas sesiones de fitness y yoga. Menudo culo se gastaba mi cuñada, con aquel agujero que dilataba una barbaridad, como ya había comprobado el bueno de Pepón con su salchicha.

Mi hermano hundió su boca en el ojete de la chica y lo descubrió caliente y lubricado por la buena porculización a la que ya la habían sometido.

—Muy bien, hijo —habló nuestro padre—. Cómele todo el culo a esta guarra que te has buscado como novia.

Y Ramiro obedecía como un perrillo, realizándole un beso negro bien profundo, dilatándola sin piedad con los dedos, abriéndola. Mi padre tampoco se cortó y la metía sus gruesos dedazos en todo el coño y en todo el ojete, haciendo que la puta chillara a cada embestida dactilar y a cada bocado que mi padre la soltaba en las tetas, que quedaban marcadas con las dentelladas.

—¡Sí, cabrones! ¡Tratadme así! Vamos, quiero que hoy acabéis conmigo. Soy vuestra zorra y podéis hacerme lo que queráis —decía mi cuñada desatada.

Pepón bajó del sofá al suelo y le robó a mi padre una de las tetas de la chica. Los dos, como buenos compañeros, le mamaron las tetas llenas de babas. Mi padre se las tenía inundadas de saliva, pero Pepón no hizo ningún asco ante este hecho, recogiendo con su lengua los densos salivazos y uniéndolos a los suyos. Se sacaban los grandes pechos de las bocas y les metían hostias secas a aquellas tetas, haciendo que mi cuñada chillara cada vez más alto.

Pero para chillido, el que metió Rubén cuando Lucas, apenas sin dar indicios de su cambio de actividad, apuntó con su larga, tiesa y delgada lanza al ojete del bombero. Rubén, al sentir el fino y palpitante cabezón del nabo de su amigo, gimió un poco, pero no replicó. De este modo, Lucas aplicó más presión y su pollote delgado empezó a entrar con timidez. El bombero no soltaba mi polla, bien sujeta en una de sus manos, y sí abría mucho la boca para intentar gritar ahogadamente. Era demasiado intensa la sensación de que un amigo te monte como si fuera un perro. Y ese era el objetivo de Lucas: desvirgar el agujero de Rubén.

—¿Te duele, cabrón? —le preguntó el alto y espigado amigo.

—Sí. Pero no pares, que ya has empezado —ordenó Rubén—. Venga, Lucas, dámelo todo. Méteme todo el nabo que me apetece sentirlo.

—Te lo voy a meter entero, no te preocupes —habló excitado el delgadito—. Hasta que mis cojones hagan tope.

—¡Sí, dios! —resolló el cachas—. ¡Con lo larga que la tienes me vas a empalar!

—Pues toma, maricón.

Y Lucas empujó sus largos centímetros de carne dentro de aquel estrecho esfínter. Rubén los recibió contrariado, pues hundió sus uñas en mi piel y soltó un gutural chillido, con los ojos como platos y expresión contraída a causa del dolor.

—¡Para! —suplicó— Para que está hasta el tope. No me entra más —lloriqueó patético.

—Sí que te entra. Te entra toda. Sólo te he metido la mitad —le contradijo Lucas.

—No Lucas, no empujes más. Métela y sácala. Pero no empujes más.

—De eso nada —se negó el delgado, y apoyándose hacia delante empujó con más ganas.

—¡Arrrrrggggggghhhhhh! ¡Nooooooooooooooo! ¡No másssss! —chilló el cachas, intentando deshacerse del semental que le montaba. Pero le aprisioné por las muñecas para que no escapara. Quería ver como le reventaban a aquel cabrón macizorro. Contemplé el miedo en sus ojos, que rogaban que le soltara. Pero no cedí lo más mínimo. Él se agitó rudo. Así que demandé ayuda, pues no iba a poder sujetarlo mucho más.

—Ayudadnos, coño —se me adelantó Lucas.

Pepón, sonriente, se levantó y vino a donde estábamos.

—No, Pepón, tío. Dile a Lucas que me folle así, pero que no me la meta más. No me entra más, me duele. Me va a desgarrar —intentó dar explicaciones el asustado bombero. Pero ninguno atendimos. Mi padre, mi cuñada y mi hermano miraban divertidos.

—Venga, Rubén. Relájate que lo vas a gozar —aconsejó Pepón, ayudándome a sujetarle con sus gigantescas manos.

Entonces, Lucas, nos echó un vistazo con una mueca maliciosa y, sin más, apretó con toda sus fuerzas. Me dio tiempo a alcanzar un calzoncillo que había por allí tirado y dárselo al bombero para que lo mordiera. Sus facciones se tensaron y se marcaron sus mandíbulas. No gritó, pues apretaba los dientes, atrapando aquel slip. La polla de Lucas consiguió superar aquel obstáculo que le impedía la entrada y que acabó enterrada en los intestinos de Rubén. Ambos sudaban.

—¡Joder! Te ha entrado toda, hijo de puta —informó el delgado.

—Muy bien —susurró Pepón.

Pero Lucas enterraba su cara en mi vientre, sollozando. Al levantar la cara descubrimos sus lágrimas. Todavía mordía el calzoncillo. Lloraba como un cabrón, con la lanza de carne bien hincada hasta lo más hondo. Había notado incluso cómo aquel interminable nabo había empujado hacia dentro sus truños de mierda, provocándole unos pinchazos que hacían temblar sus piernas.

—¿Qué sientes? —le preguntó Pepón contento.

—Quiero cagarme, cabrones —habló Rubén, escupiendo los calzoncillos babeados—. Tengo unas ganas horribles de cagar.

—Pues caga mi polla si es que puedes, hijo de puta.

Entonces, el guapo y atractivo bombero, apretó el culo, intentando expulsar el pollón que tenía allí atrancado como si se tratara de un inmenso trozo de desechos intestinales. Pero lo único que consiguió fue que su esfínter apretara el buen troncho de Lucas, que gimoteó al sentir aquello.

—¡Diosssss! ¡Qué gusto, cabrón! —exclamó. Y empezó a follárselo despacio, sacándola un poco y metiéndola después. Esto hizo que Rubén comenzara de nuevo a retorcerse de dolor, gritando y jadeando—. Pero no dejes de apretar el culo, mamón —le exigió el delgado al bombero.

—No puedo hacerlo —se quejó congestionado el cachas—. Me desgarras, tronco.

—Vamos, puta. Aprieta el culo o te juro que te reviento a hostias —amenazó Lucas.

—¿Así, cabrón? —preguntó el bombero, haciendo lo que pretendía su amigo. Su cara mostraba rabia, dolor, pero también algo de placer morboso—. ¿Así te gusta?

—Sí, Rubén, tío. ¡Qué culo! ¡No dejes de apretar!

—No. Claro que no voy a parar —escupía rabioso el cachas.

—Te voy a follar hasta destrozarte, cabrón. ¡Qué culo más delicioso! —decía el delgado, metiéndole buena caña al macizo—. ¡Toma toda mi polla!

—Sí, Lucas. Vamos, hijo de perra. ¡Fóllame todo el culo! Me está empezando a dar gusto —habló el chico asombrado por las sensaciones que empezaba a experimentar.

—¿Te gusta?

—Sí, sí. No pares. Sácamela toda y vuelve a clavármela, por favor —imploró ahora.

—¡Así me gusta, maricón! —le soltó unas buenas hostias Pepón al bombero en todo el culo—. Tómala toda. Venga, Lucas. Fóllale sin piedad con ese cipotazo que tienes.

Lucas sacó todo su nabo del culo de Rubén, haciendo que el esfínter de este saliera hacia fuera, rojo e irritado. El troncazo del delgadito apareció embadurnado de una desagradable sustancia marrón. Cosa que no era de extrañar, pues aquel nardo con su longitud llegaba a lo más profundo de los intestinos del bombero.

—¡Qué asco! —exhortó Pepón.

—Cabrón —dijo Rubén—, si me ha metido ese cipote hasta lo más hondo. Si cada vez que me folla me remueve toda la mierda dentro.

—Cálla —escupió Lucas, que le clavó de un solo golpe todo su empinado sable.

Rubén chilló como un cerdo, pero esta vez acogió de buena gana aquel brusco varapalo, dando comienzo así a una intensa follada. Ya no hacía falta que ni Pepón ni yo le sujetáramos para que no escapara. Así les dejamos, desviando nuestra atención hacia el trío que estaba a nuestro lado.

Mi hermano había dejado de comerle el culo a su novia y masturbaba la buena longaniza que tenía mi padre entre las piernas. Ahora era mi cuñada la que se deleitaba nuevamente repasando con su boca el ojete de mi hermano. Sin más, mi padre se incorporó y, sacando fuerzas no sé de dónde, agarró a mi hermano del suelo y lo levantó a pulso, sosteniéndole por las nalgas.

Flipé con la fuerza de mi padre, sujetando a mi hermano en lo alto. Mi hermano Ramiro que era inmenso, más grande que nuestro progenitor. Pues bien. Mi hermano rodeó con sus anchas piernas las caderas de mi padre y con sus brazos el cuello, quedando cara a cara. Se miraron con intensidad, serios. Me gustó ver esa mueca en el rostro de mi padre, con su bigote y barba que se unían, enmarcando su boca. Entonces, mi padre actuó con rapidez.

Vimos su dedo corazón moviéndose poco a poco hacia el ojete de mi hermano. Al llegar allí se posó y jugó en la entrada. Mi hermano le miraba neutro. Entonces, mi padre, sirviéndose de la saliva con que Mónica había lubricado aquel esfínter, comenzó a introducir la punta de su grueso dedo. Mi hermano seguí sin inmutarse, pero pronto, con aquel dedaco que mi padre se gastaba, tuvo que romper su silencio. Y gimió.

Momento en que aprovechó mi padre para meterle el dedo hasta lo más hondo. Mi hermano pegó un grito desgarrador y de bastante duración, pues el cabeza de familia hurgaba y movía el dedo enloquecidamente dentro del culo de mi hermano.

—¡Papáááááááá! —le llamó mi hermano. Entonces le sacó el dedo bruscamente y ambos se fundieron en un apasionado morreo.

Sin dejar de besarse, mi padre le acercó hasta el sofá, le soltó allí, boca arriba y se escupió en una mano. Se embadurnó toda la polla de salivaza, dejándola reluciente, e hizo que mi hermano levantara las piernas para dejar su culo a su entera disposición.

—Vamos a ver si gozas de un buen chorizo tanto como tu amigo Rubén —dijo mi padre.

—Fóllame, papá. Fóllame todo el culo, vamos —suplicó mi hermano como nunca antes le había visto.

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