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Triste juventud (rec)

en Grandes Series

SERIE "TRISTE JUVENTUD"

(RECOPILACION DE TRES RELATOS, TRISTE JUVENTUD I y II, ADEMAS DE QUERIDA MAGDALENA)

Magdalena, la puta

Nada ha sido peor en su vida, q su infancia. La universitaria Magdalena, vivió muy triste esa edad en que madura la felicidad o la desdicha y a ella la molestaban por ser gorda. La crueldad era un dulce amasijo de mierda del cual obtenía varios de sus inagotables problemas. No bastaba vivir en una población abandonada por la esperanza, pobre y triste, sin derecho a soñar. Debía ganarse la vida ayudando a su maldito padrastro, q cada vez q podía, la golpeaba sin excusa.

Pensar en novio para ella fue difícil hasta q se libero de todo prejuicio. Pensaba q los hombres eran como esos pendejos crueles q la torturaban con su risa o como su padrastro desgraciado que se revolcaba en la entrepierna de su madre. Nunca supo porque su madre, que sufría tanto como ella, lo deseaba tanto. El placer era una enigma para ella, pero inocencia dejaría el paso libre a la avidez adulta por el sexo.

Llegados los 17 años, se convirtió en una mujercita hermosa. Cada protuberancia adiposa q se desprendía de su cuerpo, hallo una delicada forma de suprimirse. Pero no tuvo tiempo de descubrir su belleza. La obcecación de su padrastro con herirla de alguna forma, la llevo a golpearla mas seguido hasta q por fin se decidió a abusar de ella, sexualmente.

Era una tarde helada. En el barrio no volaba ni una mosca. El partido de fútbol aglomeraba a todos los de la población en la cancha y ella se quedo en su cama a dormir la siesta. Tal vez por tristeza, tal vez por cansancio. Me imagino q el truhán del padrastro, lo planeo de ese modo.

Volvió solo a casa. En la pieza únicamente había espacio para separar la cocina de los dormitorios. En su cama estaba ella, arrullada como un bebe, durmiendo placidamente. El no aguardo nada, fue encima de ella, abrió sus piernas majestuosas y saco su calzón mohíno. Despertó asustada. Al verlo comprendió inmediatamente lo que él quería: la deseaba. Su barba de días rasmillaba su rostro y su hedionda boca le robó un beso. Ahogada por prepotencia de aquel hombre quiso resistirse y no pudo. La sujetó con sus grandes manos, su lengua en su cuello y se introdujo en su secreto brutalmente. El pesado cuerpo del padrastro la tenía paralizada. El trozo de carne q avanzaba a sus adentros la hería y degollaba en su vergüenza y su cuerpo. ¿Eso era ser mujer? ¿Ser penetrada sin remedio? Y en medio de lagrimas q bañaban su rostro, un leve cosquilleo enviaba un eco lejano de esperanza a su interior convulsionado por la violencia de la carne.

El dolor era interminable. Aguda era su desesperación y su impotencia. Una y otra vez el maldito hijo e puta, se ensartaba en su coñito, jadeando sin parar, ciego del impulso q hace permanecer a la especie. Un hilillo de placer ruborizo a la mujercita. En el revoltijo de sangre q también huía de su coño, los fluidos fueron lubricando las embestidas. Ella misma fue cediendo a lo que la atravesaba. Cada vez más, mas adentro de ella, podrida de odio, deseó ser desgarrada. Confusa y entregada a lo q sentía, el placer recién descubierto, abrió mas las piernas y ya no se negó en absoluto. Lo aprisiono entre ellas, para que se lo metiera mas hondo, mas fuerte. El hombre iba y venia, su pene regordete y largo golpeaba hasta su matriz la locura de ella. Gemidos guturales huyeron de su boca de mujercita, ascendía desesperada al clímax luminoso hacia el cual se contorneaba todo su cuerpo. Ah, ah, ah despilfarraba al aire, cada vez de un modo mas lascivo. Ella no se daba cuenta que estaba como su madre, gozando la simpleza de este bruto metiéndole la verga.

Intima fue su felicidad, suya, solo de ella, y esta bestia si pudo robarle su virginidad, no pudo robarle su goce.

Deshecha en el placer, el hombre acabar no pudo. Ella quedo tendida, a pata abierta esperando aun ser azotada mientras la sangre teñía mas profundo las sabanas. Sofocada por el deseo, miro a su padrastro q no comprendió lo q pasaba. Su tieso instrumento aun quería follarla, pero por sobre todo quería hacerle daño. Violarla y hacerla sentir despreciable. Resignándose a los hechos, se acerco a la cama por el borde, la volteó hacia si mismo con el culo airado y la poseyó por detrás como un perro sin pensar siquiera en el retorno de la madre.

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Estaba Magdalena así, con el culo en el aire, en cuatro patas sobre la cama, el ano expuesto y las nalgas azotadas por el golpeteo, como una perra abandonada de la calle, sintiendo el roce carnal de su perro padrastro.

El orgasmo q recién había tenido cosquilleaba aun en su entrepierna y todos sus nervios, pero algo mas intimo la motivaba a buscar mas. El viejo estaba endemoniado. La inocente chiquilla estaba exigiéndole más guerra, se entregaba a su pedazo de piel como una maestra, dándole en el intento más golpes a su tronco y el contorno de la pelvis. Con ambas manos sujetaba esos dulces pancitos horneados del culo, claros y blandos, enrojecidos por el ritmo de las estocadas q intentaban atravesarle el vientre. Las piernas entreabiertas aun apretaban el pene del maldito violador frustrado, en un roce equitativo de placer ascendente q lo conducían a una furia sexual incontrolable.

La mecánica de la penetración era un trote de caballo, saltos y rebencazos q pretenden una y otra vez obtener la sensación más agradable. La monotonía del ejercicio, la rigidez grave del azote repetitivo ululababa como aplauso, con ese ritmo de silla coja, sin que Magdalena recordara q se estaba fornicando a su padrastro. Ni vergüenza ni densidad. La piel se volvía roja de puro contacto, de sudor, de gemidos, de una lujuriosa sensación q se permitía para disfrutar toda la carne del penetrador ciego. Cada centímetro de fluido y carne caliente en sus adentros, agolpaba mas su corazón. Todo era una desesperación. Sentir como su orificio se expandía a la intromisión dolorosa de esa verga, esa gran verga maldita que la hacia sentir como una puta.

Aahh, Ahhh. Su ano se reía de si mismo. Tan cerca del roce generoso, los pelos hirsutos de la cadera del viejo hondonaban cerca. El padrastro solo quería romperle su tajo, sacarle mas sangre, destriparle la inocencia, calar mas adentro de aquella quiltra, oír sin ver como gritaba, como pedía su instrumento, como deseaba ser herida y acabada.

Conchesumaadreee…mascullo el viejo. Sabia q el rito de su orgasmo llegaba su punto culmine. Pensó que su mujer llegaría, tal vez no. Cuando uno esta apurado piensa brevemente sólo en las cosas importantes. En un santiamén saco su pene antes acabar pues podía embarazar a la cabra, ella torció hacia atrás su carita pidiendo mas fricción, mas sangre, pero no fue obedecida. Le goteaba el coño a Magdalena, eran los fluidos del amor lubricante, de la virginidad olvidada en el coito, del gozo femenino y la penetración hedienta a sexo. Hincaba el culo para q volviera a penetrarla, se iba encima del viejo. Pero el muy astuto padrastro sin aviso, puso en el ultimo aventón de su sexo enhiesto, los veinte centímetros de pene en medio del pequeño culo de la inocente pajarita que solo sintió un vacío enorme que le ardía en todo el ano, como un sablazo, una profunda herida que le partía las caderas mientras arreciaban bombazos calientes y lechosos de semen inacabable mojándole las tripas y confundiéndose con el resto, haciéndola reparir de dolor y gozo en algo parecido a un orgasmo, pero disfrutando solo eso en una profunda onomatopeya. Oooohhhh.

 

 

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El viejo se subió los pantalones satisfecho. La mierda del himen, los jugos vaginales, el semen fresco quedaba encima de la perra inaugurada. Un hilo de semen caía del ano herido y abierto de Magdalena. El ardor la tenía obnubilada. Con el rostro encima de su propia sangre, revolcada en su miseria, aun le provocaba estertores de placer.

Le latía el ano, su vagina, su útero ofendido. Los latidos de su corazón reducían su tiempo. Miro a su violador mientras se marchaba y ella tenia q ocultar la prueba de su fechoría. Al hacerlo lloro intensamente.

Cuando su mama volvió, las sabanas estaban lavadas, su sexo, su boca, toda ella. Sus rozados pezones aun no perdían su color angelical, pero permanecían erectos. Escalofríos de un amor desconocido la persiguieron. El cínico de su padrastro no dejo de tratarla como esclava, ni de soslayar su mirada. Cada vez q lo veía, se sentía humillada, de cómo ella pudo permitirse disfrutar de esa asquerosa soledad del sexo.

En el transcurso de la tarde no pudo huir de la tristeza. Por la noche, el cochino viejo se tiro a su madre. En esas cuatro paredes infernales se oía todo. Los gritos de deseo, el roce, las caricias, el crujir de la cama. Magdalena no podía dormir. Tenía el olor del placer en sus narices, el asqueroso aliento del viejo, los dolores musculares de su carne, el recuerdo de la penetración dolorosa en medio de su culo.

Su madre gemía. Gemía como loca. Una vez, dos veces; tres, diez, veinte minutos. No paraban. Nuevos jugos huían del interior de Magdalena. Quería ella ser follada también, como mujer necesitada de felicidad pasajera, como puta lasciva, como esclava sometida al rigor de un duro pene largo y caliente, que la colmara, que se le metiera en medio de su fémina necesidad de goce. Pero la verga era de su madre y ella disfrutaba ahora, gemía la maldita, egoísta, quería toda la leche para ella, todas las veces, todos los orgasmos, todos los hijos.

Mientras los hermanos dormían ella escuchaba a los cerdos murmurar sus aullidos desgraciados. Esos suspiros que se extienden según la magnitud del orgasmo.

Sus dedos helados y finos se metieron debajo del calzón. Probó con un dedo primero y comprobó la humedad de su entrepierna. Se lo metió despacio, pero entero. Intento remedar el ritmo. Adentro y afuera, los dos dedos, los dos dedos mojados de si misma para ella sola. Su sexo hedía deseo puro. Cerró los ojos. Cerró las piernas. Imagino de nuevo al hijo de puta follándola. Siii, que rico. Eso queria. Un sexo para ella, un gozo para ella. Y suspirando reprimida para contener el ruido de su estimulación solitaria, recordó que de toda esta asquerosa experiencia con su padrastro le gusto solo una cosa: la majestuosa sensación del placer.

Transcurridas las semanas desde ocurrido el hecho, pasados un par de meses de ahorrar, Magdalena se fue de su casa. Pensó por primera vez en sí mísma y ya no en su maldita familia ni su madre asquerosa que nunca la quiso. Pensó que si quería disfrutar también del sexo o de una pareja, mejor le iría si cobraba en vez de ser violada en el acto por su padrastro. Se fue a la ciudad más grande de la región, le dijeron unas amigas que sus primas conocían de un gallo que pagaba bien.

Arriesgándose a todo, dejo a su madre y sus tres hermanos pequeñitos, sin que ellos supieran que este viaje era para convertirse en una puta. Pero tan bien pagada que podría estudiar en la universidad y salir de ese laberinto de mierda que los políticos en períodos de elecciones utilizan tanto: la pobreza.

 

continuará

(…)