miprimita.com

Reflexiones de un hombre cercano a los 40 (2)

en Gays

Hoy debo confesarles que, desde hace algún tiempo, he optado por el recurso de pagar por tener encuentros personales con chicos. Uno se podría preguntar dónde quedaron el amor eterno, el compromiso y la fidelidad. Seguramente en otra parte: pagarle a un chico para que tenga una sesión de masaje erótico, cachondeo o sexo conmigo es una situación transparente. No hay engaños, mentiras ni malentendidos; yo estoy allí para satisfacer una necesidad y pasar un rato agradable. Él, por su parte, busca realizar su trabajo y cobrar su paga. Siempre he disfrutado los juegos donde las reglas son completamente claras.

La emoción comienza cuando, sentado en el escritorio de mi oficina, me cruza por la cabeza la idea de visitar mi casa de masajes favorita. Me vienen a la mente momentos increíblemente calientes que he vivido en el pasado, cachondeando con uno, a veces con dos, muchachos jóvenes de excelentes figuras y mejor voluntad de ayudarme en mi objetivo de satisfacer mis más bajas pasiones.

Recuerdo la última vez que visité aquel lugar. Después de manejar unos veinte minutos, llegué al lugar en cuestión. Cómo de costumbre los chicos disponibles estaban sentados en la recepción, esperando a ser requeridos. Héktor es mi favorito. Es un muchacho simple, cachondo hasta morir, y aunque es un verdadero cabrón, siempre está sonriente y dispuesto a complacer. Tiene 23 años, mide alrededor de 1.70 y es moreno, con ojos y cabello negros. A través del tiempo lo he visto lucir una infinidad de cortes que van desde el rapado hasta mechudo. Últimamente mantiene un estilo bastante corto, casi militar, lo cual hace juego con sus facciones toscas y varoniles. Tiene un piercing en la ceja que, sin ser mi favorito, también le va bien al estilo de su cara. Su nariz aguileña es perfecto complemento de una boca con labios carnosos, de lo más apetecible, siempre sonrientes y dispuestos a complacer. Tiene un cuerpo muy trabajado, que rápidamente mejora con el paso del tiempo.

A pesar de que mi siempre querido Héktor se encontraba presente y disponible, en esa ocasión opté por la variedad, eligiendo a un chico joven, de no más de 20 años con quien nunca había estado. Increíblemente alto y guapo, si bien un poco serio y reservado, su actitud rayaba un poco en lo engreído. "Ésa pose" - pensé - "seguramente tendremos que trabajar un rato en ablandarlo". Independientemente de la actitud, el tipo valía la pena de los pies a la cabeza. Además, siempre me ha parecido que parte del encanto de contratar a un chico guapo consiste en lograr que se relaje, y disfrute del encuentro tanto como si fuera él quien estuviera pagando por el servicio. Frecuentemente no es tarea sencilla para mí, teniendo en cuenta que aunque soy un individuo bien parecido para mis casi cuarenta, disto mucho de ser el fulano con el que cualquiera de estos jóvenes optaría por revolcarse, si tuviera libertad de elegir. Con esta perspectiva en mente, mi elección del día resultaba, sin duda, todo un reto.

No quisiera caer en la típica descripción del hombre perfecto, musculoso y bien dotado que constantemente se lee en este tipo de relatos. Sin embargo, debo confesar que este chico era uno de los especimenes de la raza humana más hermosos que he visto en mi vida. Sin duda la envidia del Olimpo y sus alrededores, y él lo sabía. Realmente el sí era el hombre perfecto, musculoso y bien dotado del que constantemente se lee en este tipo de relatos. Su cara era un tanto dura, cómo la de los modelos actuales de televisión, que parece que se han olvidado de sonreír. Era de tez blanca con pelo negro, relativamente corto, y barba de candado impecablemente bien arreglada; extraño para un joven de su edad. Sus perfectos ojos negros estaban adornados por grandes pestañas rizadas, que le daban cierto aire de ternura, y gruesas cejas, negras como el azabache. Seguramente mediría cerca de un metro noventa centímetros. Mientras nos quitábamos la ropa, empecé a apreciar su cuerpo, alto, delgado, musculoso...

Sus músculos lucían increíblemente marcados para lo delgado del conjunto. Su pecho, sus brazos y piernas parecían hechos de acero, increíblemente fuertes y correosos, consecuencia sin duda de fuertes sacrificios y horas de gimnasio. Era completamente lampiño, o estaba perfectamente depilado, a excepción del casquete corto, la barba de candado y una pequeña mancha de vello púbico que realzaba maravillosamente su paquete. Sus nalgas eran verdaderas rocas: firmes, perfectamente trabajadas y cuidadas, con esa gracia del culito apretado, típico de los latinos que tanto me calienta en las películas gringas. Podría morir por esas piernas y nalgas tan perfectas, tan impecablemente lampiñas.

Superando mis expectativas, el tipo cargaba una herramienta de proporciones verdaderamente descomunales. Impecablemente recta, lampiña y perfumada, no tardé en descubrir tan impresionante premio escondido en su entrepierna. Entendí por su actitud reservada que sería difícil que participara en otro tipo de cachondeos, por lo que decidí olvidarme del mundo y dedicarle toda mi atención a tan apetecible pedazo de carne. Le pedí que se recostara en el piso, recostándome yo mismo más abajo, colocando mi cabeza a la altura de su pubis, y me dedique a chupárselo como si no hubiera más en esta vida. Nunca había tenido una verga tan magnífica en la boca: conforme se le iba parando más y más, se iba transformando en un verdadero monumento a la virilidad. Cada vez más gruesa, más grande, más sabrosa...

Comencé por lamerle la cabeza, disfrutando como un niño saborea su helado de premio. Fui recorriendo con a lengua todo el tronco de tan hermosa verga, hasta rematar con una suave lamida a los huevos maravillosos. Mientras exploraba mi presa, me preguntaba si lograría comérmela completa, ya que nunca había tratado con un pedazo semejante. Finalmente decidí poner manos a la obra, y regresé a la cabeza, metiéndome inicialmente el capullo a la boca. Poco a poco fui dejando que este hermoso botón llegara más lejos en el interior de mi boca, hasta que a la mitad del tronco tuve que tomar una decisión. Si decidía seguir engullendo tan fabuloso pedazo de carne, no habría vuelta atrás. Llevado por el fortísimo deseo de tenerlo todo dentro de mi boca, acepté mentalmente mi propio reto y me lancé al ruedo.

Mientras aguantaba la respiración, quité las manos que hasta ahora sostenían el tronco de la verga de mi forzado amante, y comencé a tratar que su capullo pasara de mis amígdalas, con lo cual lograría el espacio necesario para lograr meterme todo su falo a la boca. La primera vez, su verga chocó contra el fondo de mi cavidad bucal, por lo que tuve que girar un par de veces la cabeza y aplicar cierta presión hasta que, cómo por arte de magia, su verga traspasó la barrera y pude llegar con mis labios hasta acariciar sus huevos y la incipiente mata de pelos que la adornaban. Una vez que logré controlar las ganas de vomitar, la sensación fue indescriptible. Cómo recompensa, sentí aquella maravillosa serpiente colarse en mi interior. Buscaba hacer movimientos con la garganta para masajear su cabeza, mientras que mis labios y mi lengua apenas alcanzaban a acariciar la base de su verga y sus huevos. Sin duda aquel pedazo de carne estaba vivo: sentía como pulsaba en el interior de mi garganta, mientras que alcanzaba a oír algunos gemidos de placer por parte de su orgullosos dueño.

Aguanté la respiración lo más posible, sintiendo como mi garganta se aferraba a este magnífico visitante, hasta que no pude más. Saque un poco su miembro, solamente lo suficiente para abrir una vía de aire que me permitiera respirar. Tomé una gran bocanada de aire, y volví a introducir su verga, de un solo golpe hasta el fondo una vez más. Nuevamente contuve el reflejo de vómito, y me di gusto con el exquisito visitante, alegrándome de que la introducción hubiera sido notablemente más fácil que la vez anterior. La disfruté como un loco, masajeándola y chupándola tanto como el limitado espacio me permitía, disfrutando un sentimiento de triunfo por haber cumplido con tan excitante misión.

Nuevamente sentí la necesidad de respirar un poco de aire, por lo que no me quedó más remedio que sacármela de la boca. Decidí hacer una breve pausa, y levantar la cabeza para ver a mi hermoso rival. El tipo se esforzaba por mantener una imagen fría y seria, aunque no podía ocultar ciertos visos de calentura y agrado por el tratamiento que estaba recibiendo.

¿Te gusta como te la mamo?

Sí, mucho.

¿Cuándo fue la última vez que te la comieron completa?

Nunca, nunca se la habían metido toda.

Halagado por el extraño cumplido, sentí un golpe de excitación que me recorrió el cuerpo entero. Llevado por el impulso, me escuché a mí mismo decir sin más:

Quiero que te vengas en mi boca, ¿Cómo ves?

Supongo que podría.

De veras quiero que lo hagas, no me importa pagar más si es necesario.

No, no es cuestión de dinero. No te preocupes si me vengo o no, el caso es que tú disfrutes.

"Naturalmente" – pensé – "si tiene toda la tarde de trabajo por delante, preferirá no hacerlo". No muy convencido por su aparente ética profesional, volví a mi labor dispuesto a lograr que él se viniera. Nuevamente me metí su gran verga por la boca, ayudándome un segundo con las manos hasta lograr que estuviera toda dentro. Subí y bajé mi cabeza, como cogiéndome yo solo por la boca con aquella tranca maravillosa. Aumenté cada vez más el ritmo, aprovechando para respirar en los pocos segundos que tenía la verga fuera de mi garganta, utilizando toda mi energía para lograr que se viniera.

A pesar de la seriedad del chico, empecé a oír cada vez más gemidos de placer, lo cual me animó a seguir con mi labor sin detenerme un segundo. Tenía que contener cada vez más frecuentemente el reflejo del vómito, y movía la cabeza sin cesar hacia arriba y abajo, furiosamente, cómo un animal peleando por su pedazo de comida entre toda la manada. La excitación del momento, y la concentración necesaria para llevar a cabo mi deliciosa misión, me transportaron a un punto de placer infinito, difícil de describir. Literalmente, el mundo se redujo a la tranca que taladraba mi garganta, los sonidos de placer que emitía su dueño, y mi esporádica necesidad de respirar.

No sé cuánto tiempo pasó, hasta que sentí que las palpitaciones de su verga se volvían cada vez mayores, y la cabeza comenzaba a hincharse, lista para explotar. Tomé una última bocanada de aire, y metí su verga hasta el fondo de mi ser, sintiendo como se descargaban dentro de mi varios trallazos de liquido. Sentí dos descargas que llegaron directamente hasta mi esófago, al tiempo que sacaba un poco la cabeza para disfrutar los siguientes embates. Varias descargas más cayeron dentro de mi boca, permitiéndome el placer inmenso de disfrutar el sabor salado, ligeramente dulzón, de su deliciosa leche. El momento de excitación me impidió saborear a fondo tan apetecible manjar, tratando de tragarlo todo de golpe y regresando a la tarea de masajear con mi boca, labios y lengua mi valiosa presa.

Poco a poco me fui relajando, mientras sentía que su verga se retraía un poco, sin perder completamente su majestuoso tamaño. En un momento, sentí que mi propio cuerpo estaba empapado con mi semen, prueba que yo también me había venido en el momento de máxima excitación.

Saqué mi delicioso premio de la boca, levanté la cabeza y me incorporé poco a poco, un poco mareado por el momento de tremenda calentura que había vivido. Mi boca y nariz escurrían un tanto, como testimonio fiel de lo que lo allí había sucedido no había sido un sueño. Conforme volví en mí, me invadió una inmensa satisfacción: había logrado dominar los sentimientos de indiferencia de mi tan deseada pareja, lo había llevado a un maravilloso y abundante orgasmo, y mi propio cuerpo se había sincronizado perfectamente a la excitación del momento. No podía pedir más.

Por mera cortesía, pregunté a mi compañero si se encontraba bien, y ante una indiferente respuesta afirmativa procedí a vestirme, aliñarme un poco y pagar. Salí del lugar sintiendo una emoción indescriptible. A pesar de que los chicos traen un gafete con su nombre, no podía recordar como se llamaba mi más reciente compañero de aventura.

A la salida alcancé a ver que Héktor, mi alegre compañía de tantas ocasiones, seguía por allí, disponible. Se despidió desde lejos con gran ánimo. Yo le correspondí, pensando que en tantos encuentros juntos nunca me había preocupado realmente por él. "Tendré que regresar y hacer justicia" me dije a mí mismo mientras me dirigía al auto.