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Orgía en clase (5)

en Hetero: General

Para la señorita Tinckey no fue difícil encontrarla. Sabía que la pequeña golfa tenía instalado su "negocio" al final del patio del colegio, en un discreto rincón, rodeado de setos y matorrales, donde todo aquel dispuesto a pagar, podía acudir allí y la dulce Inma lo satisfacía. Sus honorarios no eran excesivos, pero podían parecer todo un capital para su edad. A tres euros la paja, por cinco una mamada y por diez se dejaba meter mano. Nunca faltaban chicos dispuestos a quedarse en ayunas por el cautivador cuerpo de Inma. A la chica le gustaban sobretodo los jovencitos. Encontraba encantadora su inocente inexperiencia. Además, con ellos no tenía problemas. Le bastaban unos pocos meneos de su mano experta para hacerlos correrse en cuestión de minutos. No eran más que dinero rápido. Tampoco tenía inconveniente en dejarse follar si ese día caía entre sus manos un apetitoso ejemplar. Simplemente disfrutaba de su rentable negocio. Tampoco era extraño ver a profesores, o trabajadores de mantenimiento, rondar la zona a la espera de un momento discreto de poca clientela para darse un respiro entre las jóvenes piernas de Inma. Las notas de la chica eran excepcionalmente altas en ciertas asignaturas impartidas por calenturientos profesores.

Al lugar acudió la señorita Tinckey durante el recreo. No le resultó difícil encontrarla. Un apartado rincón, discreto y confortable. En ese momento, la lengua de Inma se paseaba por la tiesa polla de un muchacho de doce años que, sin lugar a dudas, era la primera vez que le hacían un trabajito de ese tipo. Tenía los ojos cerrados y apretaba mucho los puños. Su cuerpo estaba tan rígido como su polla. A la señorita Tinckey le pareció encantador. Detrás, como guardando cola, dos niños más, de unos diez años, parecían esperar su turno sacudiéndose las diminutas pollas con verdadero deleite frente a la escena.

Absortos como estaban, no escucharon llegar a la señorita Tinckey que se acercó por detrás en silencio. Cuando la sombra de la tremenda profesora los cubrió, éstos se giraron mirando al cielo y ahogaron un grito de terror cuando se vieron sorprendidos.

- ¿Cuánto me dais a mi por tocárosla? – les interrogó severa la señorita Tinckey.

Los muchachos apenas si podían articular palabra. Tampoco parecían haber entendido lo que les acababa de decir la profesora, pues cualquier cosa que dijera, sin duda, se trataría de una reprimenda. La más dura que iban a sufrir en su corta existencia. Y lo peor de todo es que iban a recibir su castigo con los pantalones bajados!

La señorita Tinckey sonrió con malicia. No podía dejar de admirar el poder que ejercía sobre los hombres, con independencia de su edad. Los dos muchachos no atinaban a separar las manos de sus tiesas pollitas. Como no disponía de más tiempo que perder en una pueril reprimenda, la señorita Tinckey se subió la minifalda hasta la altura de la cintura, dejando sus generosas caderas y su tanga de licra negro a la vista de los muchachos que seguían pasmados todos los movimientos de la mujer.

En un rápido giro, la joven profesora de agachó frente a ellos y los atrajo hacia si cogiéndolos por las nalgas. En segundos tenía las dos pequeñas pollas de los muchachos en la boca succionándolas con fuerza. Los dos niños dejaron caer sin fuerzas los billetes de cinco euros que llevaban preparados para Inma y, sin tiempo a dar crédito sobre lo que les estaba pasando, se corrieron a los pocos segundos.

Entonces, la señorita Tinckey se incorporó colocándose bien la minifalda y limpiándose la boca.

- Una palabra de esto y os la corto, ¿entendido? – les recriminó la profesora a los asustados niños que echaron a correr inmediatamente.

Más allá, la joven Inma se maquillaba frente a un pequeño espejo. De su joven amante no había rastro.

- Me espanta los clientes, profesora – apuntó Inma – Si quiere, hay un discreto rincón en aquella esquina del patio donde puede citarse con sus alumnos.

La señorita Tinckey sonrió por la ingenuidad de la pequeña putita. Sin duda para una jovencita como Inma, los pocos euros que sacaba a sus compañeros durante el recreo debían ser todo un capital. No sabía que si se lo proponía, podía amasar una enorme fortuna con tan sólo abrirse de piernas frente a hombres maduros que apestaban a dinero y que estaban deseosos de poseer cuerpos jóvenes como el suyo.

- Tranquila. No me interesa hacerte la competencia. – dijo la señorita Tinckey, al tiempo que recogía los dos billetes de cinco euros dejados en el suelo por sus casuales amantes, y los depositaba en el generoso escote de Inma. – Además, tampoco serías competencia para mí. – concluyó la profesora giñándole un ojo.

Inma tenía que reconocer que la profesora Tinckey tenía clase. Además era evidente que ella no podría competir con el impresionante cuerpo de la maestra. Había visto como hacía correrse a los dos mocosos en pocos segundos. Si ella tuviera esa habilidad con la lengua…

- ¿Entonces? – preguntó la joven Inma.

- Simplemente quería hablar de negocios.

El resto fue sencillo. Tan sólo tuvo que disipar las dudas de la niña sobre su propuesta de tirarse al hijo del director, con un billete de cincuenta euros. No por nada, pero si el director del colegio se llegara a enterar, podía suponer el fin de su próspero negocio, aunque por ese dinero, y la promesa de la señorita Tinckey de que no había peligro, estuvo dispuesta a asumir el riesgo.

Dos días más tarde, la señorita Tinckey preparó el encuentro en secreto. No quería condicionar al pequeño Dani. Para que el efecto que buscaba diera resultado, la sorpresa debía ser total.

Y así ocurrió, pues justo cuando iba a dar comienzo una de sus habituales "clases especiales", apareció la atractiva Inma luciendo descarada su escueto traje escolar y sobando con la lengua un caramelo que chupaba con deleite.

- Hola Dani, ¿te acuerdas de mi?

Por supuesto que Daniel la recordaba. Tiempo atrás, y mientras corría tras una canica perdida, se internó entre los setos del patio y se topó de frente con la sensual Inma que, en ese momento, acababa de hacerle un trabajo a un muchacho de la clase de los mayores. Entonces el pequeño Dani se quedó absorto, mirando como la atractiva Inma se ajustaba el desaliñado traje escolar, pero antes de hacerlo, y ante la presencia del mocoso, a la joven le pareció divertido sacudirse los pechos delante del embobado niño. Dani salió corriendo en ese momento mientras a su espalda sonaba la risa descarada de Inma burlándose de él.

- Hoy aprenderás algo muy importante Daniel – anunció la señorita Tinckey.

- Pero, pero… - empezó a protestar el niño, que no atinaba a reaccionar.

- No puedes vivir a expensas mías, Daniel – lo acalló la señoritá Tinckey. – Te he enseñado todo lo que sé. Ahora debes aprender a relacionarte con otras personas más… jóvenes – la palabra se le atragantaba a la señorita Tinckey. A su pesar, tenía que reconocer que su madurez no tenía freno ante la exuberancia juvenil de las adolescentes.

Con un gesto, indicó a Inma que podía proceder tal y como habían acordado. A la pequeña golfa se le iluminó el rostro y se sentó con las piernas descaradamente abiertas en el filo de una mesa de la clase.

- Ahora escúchame atentamente, Daniel – le indicó la señorita Tinckey – quiero que le hagas exactamente lo mismo que me hacías a mi, ¿entendido?

El joven Dani no podía dejar de admirar a la descarada Inma. Con ella fue con quien descubrió por primera vez, aunque de forma casual, las sensuales curvas de una mujer, y a su recuerdo iban dirigidas muchas masturbaciones solitarias. Ahora la tenía a su disposición y no podía evitar temblar de pies a cabeza mientras se acercaba a ella.

- Vamos nene, hazme sentir en el paraíso – lo incitó Inma al tiempo que se abría por completo de piernas mostrándole su joven coñito.

Al pequeño Dani no le parecía muy diferente del que tenía su maestra. Quizás un poco más rosado, pero básicamente el mismo. Eso lo tranquilizó en parte, pues disipó su temor de encontrarse con algo totalmente diferente que no supiera manejar. Ahora sabía exactamente lo que tenía que hacer.

Se arrodilló frente a su compañera y ésta le sujetó la cabeza como indicándole dónde tenía que trabajar.

- Ahora tendrás aquello que no conseguiste en el patio aquel día. – le susurró Inma al oído.

Daniel sonrió, pero no una sonrisa de placer, sino una sonrisa de suficiencia, de quien se sabe superior.

- No, tu lo tendrás – sentenció Daniel al tiempo que incrustaba su hábil lengua en los pliegues carnosos de la entrepierna de Inma.

Al momento, la joven no pudo evitar lanzar un grito a medio camino entre la sorpresa y el placer más absoluto. Sin tiempo a recuperarse de la sorpresa inicial, la lengua del pequeño Dani siguió trabajando con habilidad en el coño jugoso de Inma, obligando a la joven a caer de espaldas sobre el pupitre mientras gritaba arrastrada por un placer que nunca antes, a pesar de su experiencia, había conocido.

Lo siguiente que vio la pequeña golfa fue el rostro complaciente de la señorita Tinckey inclinarse sobre ella.

- Bienvenida al paraíso, querida – le susurró la mujer al tiempo que las dos se fundían en un húmedo beso.

Durante eternos minutos de pasión se dedicó Daniel a desplegar todo lo que la señorita Tinckey le había enseñado en el cuerpo cadencioso de la sensual Inma, a la que muchas veces había amado en secreto, y la misma que se retorcía ahora bajo su cuerpo. Su pequeña estatura, en comparación con la de su apasionada amante, no era obstáculo para manejarla a su antojo. Inma apenas era un muñeco que se derretía mientras la penetraba con pasión. En comparación con la señorita Tinckey, a la que era más difícil de contentar, Inma se dejaba dominar fácilmente. A los pocos minutos notó como la chica explotaba de placer con un sonoro grito de éxtasis final.

Nunca como entonces se había sentido Daniel tan seguro de sí mismo. Notaba la mano sensual de la señorita Tinckey acariciarle la espalda, incitándolo a que siguiera dándole placer a una satisfecha Inma. La joven pedía más y más. Contorneaba las caderas como una culebra y se frotaba los pechos entre suspiros de placer extremo. Pero aún así, Daniel no dejó de conducirla al paraíso que le había prometido y la hizo correrse una vez y otra más, hasta que la joven quedó postrada sobre los pupitres de la clase, rendida para siempre a su joven y experto amante.

Detrás de ellos, las suaves manos de la señorita Tinckey ayudaban en una placentera masturbación a la polla del pequeño Dani a que se corriera sobre el cuerpo agotado de Inma. Chorros de líquido blanco inundaron pronto la cara angelical de la joven que lloraba de puro placer.

- Has estado extraordinario – le susurró la señorita Tinckey al oído mientras agotaba las últimas gotas que escupía su polla.

Varios días después, el director del colegio observa desde su ventana como un grupo de chicas parecen hacer recuento de unas pocas monedas y se dirigen presurosas a un apartado rincón del patio del colegio. Sabe que allí las aguarda su pequeño Daniel y sonríe complacido.

- Buen trabajo, señorita Tinckey. Muy buen trabajo – se dice para sí.

FIN