miprimita.com

Mi marido, un amigo y yo...

en Confesiones

Lo que voy a contar ni es una verdadera olimpiada sexual, ni tal vez una noche loca de sexo. Pero sí es lo más emocionante y morboso que me ha sucedido. Llevo casada 12 años, novia de mi marido otros 8 años; por lo que llevo con la misma persona 20 años; y tengo 39 años actualmente. Como alguien ya habrá imaginado, jamás en mi vida he estado con otro hombre que no sea él (a quien llamaremos "V").

Todo sucedió de un modo espontáneo. Ni lo planeamos. Ni siquiera lo habíamos imaginado. Pues de haber sido así. De haberlo planificado con anterioridad, en frío, estoy convencida que lo habríamos desechado.

El pasado mes de julio, el segundo sábado de mes, como cada año, salimos a cenar por Madrid para celebrar nuestro 12 aniversario. Cada año repetimos el mismo ritual. Cena romántica en algún bonito restaurante. Intercambio de regalos. Un poquito de vino en la cena. Desinhibirse gracias al alcohol. Buscar un local de moda para tomar una copita y bailar un poco. Y cuando la madrugada no ha hecho más que empezar, retirarnos a casa para intentar prolongar la fiesta y la noche en la intimidad de nuestra habitación.

Este año, el destino nos jugó una pequeña travesura. Mientras bailábamos y disfrutábamos de nuestra 1ª copa, descubrimos en el local a un viejo amigo de nuestra juventud. Era "M". No le veíamos desde hacía más de 16 años. "M" había terminado sus estudios y se había marchado a trabajar a no sé qué ciudad de Andalucía. Donde se había casado y formado su familia. Pero aquel fin de semana se encontraba en Madrid por motivos laborales. "M", a pesar de los años seguía siendo un hombre muy atractivo. Era el único hombre al que yo había besado, a parte de mi marido, claro está. Con él había mantenido una especie de mini-romance de dos semanas de duración, justo antes de comenzar a salir seriamente con mi marido.

Tomamos con él una segunda copa; pero ya en un local más tranquilo. Hablamos durante largo rato. Vino una tercera copa antes de decidir despedirnos. Como "M" no tenía coche y se alojaba en un hotel, mi marido se ofreció a llevarle hasta el mismo. Justo en el momento de pagar y salir del local, la conversación se había tornado algo morbosilla. Comentarios entre jocosos y confesiones sexuales de adolescentes hechos adultos. Caminando hacia el coche, me agarré a mi marido al darme cuenta que el alcohol había hecho un efecto superior al que me gustaría. Cierto es que al beber un poco, no sé por qué, me siento muy predispuesta al sexo… Pero sabía que si bebía un poco más, lo que conseguiría sería quedarme dormida, y de sexo, nada de nada. Y no era la noche apropiada para dormirme ni en el coche, ni al llegar a casa.

Circulando ya con el coche por las calles de Madrid, con la conversación subida de tono, mi marido manifestó mi, llamémosla queja, respecto a que en mi vida, sólo había tenido sexo con él. Y que ni siquiera había besado a otro hombre.

Ante mi sorpresa, "M" soltó que durante dos semanas, él y yo habíamos estado saliendo juntos. Y que siendo cierto que no habíamos hecho el amor; pero sí que había habido besos y alguna cosita más.

En ese momento, mi marido aminoró la velocidad y me miró fijamente. No supe si su mirada era de reproche por una mentira de juventud, de reproche por haber tenido algo parecido a un romance con "M"… O simplemente fue una mirada de grata y morbosa sorpresa. El caso fue que "V" cambió de dirección y fuimos a parar a los aledaños de un parque, al final de una calle sin salida que moría en el parque. Ante la penumbra de las farolas y la soledad de la madrugada, paró el motor del coche.

-Y yo pensando toda la vida que era el único –dijo sonriendo mi marido.

-Tampoco tuvo la mayor importancia. Fueron dos semanas… Y… No sé… Las cosas normales de la medio adolescencia, medio juventud. –intentó justificar "M", casi tartamudeando. –Tampoco llegamos a hacerlo… Ya me entiendes… No follamos.

"M" no conocía a mi marido como yo le conocía. En su cara no vi reproche. Intuí una cierta sonrisita nerviosa más típica de un principio de excitación. Algo así como que a mi marido le daba morbo esa parte desconocida de mí pasado.

-Bueno, pues contármelo. ¿Qué fue lo que hicisteis esas semanas? ¿Hasta dónde llegasteis?

Entre los dos hicimos un pequeño esfuerzo por recordar aquellos lejanos días. Le resumimos nuestras escapadas al parque. Nuestras tardes sentados en un banco escondido donde nos besamos, donde dejé que metiera su mano bajo mi ropa y me acariciara las tetas, donde él me ayudó a tocar, bueno a rozar levemente su polla…

Al recordar, al contar aquellos días a mi marido, delante de "M", al ver la cara de morbo de mi marido, me invadió una repentina carga de lujuria traducida en una cascada húmeda en mi entrepierna que llegó a mojar mi tanga.

-¡Vaya! –exclamó mi marido. –No sabía que me fuera a excitar tanto imaginarme a mi mujer besándose y metiéndose mano con otro…

El silencio se podía cortar con un cuchillo. Yo estaba un poco girada en el asiento delantero derecho del coche, casi de frente a mi marido y de lado a nuestro amigo, sentado detrás. Mi marido, sin palabras, con una simple sonrisa, Me subió el vestido, dejando a la vista suya y de "M" mis piernas desnudas. Tanto lo subió, que yo misma veía mi tanga negro transparente.

-¿Os gustaría volver a besaros? ¿Me gustaría comprobar si me excita tanto verlo como imaginarlo?

"M" y yo nos miramos. Sentí el nerviosismo de nuestro amigo. Su cara incluso palideció ligeramente. Yo no sabía, no podía distinguir si mi marido hablaba en serio o tenía algún otro objetivo su proposición. Al ver nuestra sorpresa. Al ver que no respondíamos. Mi marido volvió a repetir su propuesta.

-¿Hablas en serio? –pregunté

-Pues claro, cariño. Tú nunca has estado con otro, bueno excepto con él. Y me ha excitado un montón imaginaros…

Mi propio marido, tras darme un besito muy tierno, comenzó a bajar el respaldo de mi asiento. Aquel gesto me excitó muchísimo. Sentí cómo mi coñito se mojaba aún más. Era como si él mismo me estuviera entregando a otro hombre.

Cuando mi respaldo estaba casi tumbado, "M" inclinó su cabeza sobre mí. Nuestros labios se fundieron en un beso. Al principio un tímido y corto beso. Pero ante la aprobación e insistencia de mi marido, nos fundimos en un segundo beso. En esta ocasión fue un beso mucho más prolongado, mucho más sensual. Al segundo le siguieron un tercero y un cuarto beso. Mientras nos besábamos sentí unas manos acariciando mis muslos. Debían ser las de mi marido; pues "M" me abrazaba. Cuando me separé de los labios de "M", mi marido me hizo incorporarme. Me desabrochó la cremallera del vestido y me bajó las hombreras. Comenzó a besarme por el cuello mientras bajaba el vestido hasta la cintura. Entonces, justo cuando terminaba de besarme, me desabrochó el sujetador y me lo quitó. Con las tetas desnudas ante los dos hombres, mi marido me lamió los pezones, y en cuanto se me endurecieron, me hizo volver a recostarme. Nos pidió que volviéramos a besarnos. Cogió una mano de "M" y la puso sobre una de mis tetas.

Mientras "M" y yo nos besábamos, ahora mucho más cálidamente, y nuestro amigo me acariciaba las tetas, mi marido apartó mi tanguita y frotó mi coñito, introduciendo de cuando en cuando un dedo en mi excitadísimo sexo.

Después de un rato de tan maravillosas sensaciones, mi marido me preguntó si me atrevía y si me gustaría mamarle la polla a nuestro amigo. ¡Qué tontería…! Habiendo llegado hasta el punto en que nos encontrábamos, yo me encontraba tan excitada que, casi cualquier cosa que me pidieran, sería capaz de hacer. En ese momento necesitaba sexo, gozar y disfrutar.

Por lo que subimos el respaldo del asiento. Yo me pasé a la parte trasera con "M". Mi marido me hizo colocarme a gatas. Dejó la puerta abierta y él se quedó de pie, fuera del coche. Durante unos segundos no hizo nada. Yo desabroché los pantalones a "M" y saqué su polla. Por un instante fue como si el tiempo se detuviese. Contemplé su polla a pocos centímetros de mi cara. Completamente erecta. Grande. Gordísima. Sentí un morbo aún mayor. Era la polla más grande que había visto en mi vida. Era como esas de las pelis xxx. Claro que yo tampoco había visto muchas. Era la segunda que tenía el placer de ver y tocar.

Al fin reaccioné. Comencé a lamerla lentamente. La fui mamando con la conciencia de que aquello era un regalo del cielo. Era la segunda polla que tenía en mis manos, en mi boca. Y tal vez fuera la primera y la última vez que tendría la oportunidad de disfrutar de otra polla. Por lo que intenté disfrutarla al máximo.

Mientras comenzaba a escuchar los jadeos de nuestro amigo, con su capullo dentro de mi boca, lamiendo su puntita, sentí a mi marido acariciándome el culo, apartando mi tanga y su polla penetrándome.

Al principio me la metió hasta el fondo, toda entera. Sin moverse. Pero al poco, mi marido comenzó a embestirme alocadamente. Sin duda estaba tan excitado como yo. Su locura me contagió. Y lo que hasta ese momento estaba siendo una lenta y diestra mamada se convirtió en una mamada llena de lujuria y desesperación.

En pocos minutos, o tal vez incluso menos, sentí llenarse mi boca con el viscoso y peculiar sabor del semen de "M". Pero no pude sacarla de mi boca por las embestidas de mi marido. Quien no tardó en llenar mi otro agujero con su semen. Después de ellos acabar, mi marido hizo que nos sentásemos los tres en la parte trasera del coche. Yo entre los dos hombres. Me hizo pasar una pierna por encima de cada uno de ellos. Y mientras me iba besando alternativamente con cada uno de los dos, ellos me seguían acariciando las tetas y masturbando. Incluso llegué en varias ocasiones a tener una mano de cada uno en mi coñito.

Una vez acabado todo, y con "M" ya en su hotel. Camino de nuestra casa, comentando la jugada, volvimos a sentirnos tan cargados de excitación que fuimos jugando y metiéndonos mano todo el camino. Por supuesto que al llegar a casa volvimos a tener sexo. Sexo cargado de morbo. Sexo casi salvaje.

En definitiva, una noche loca, inolvidable. Si bien, al día siguiente, yo no podía dejar de sentir un pequeño remordimiento. Era como si hubiera hecho algo malo. Algo en contra de mis convicciones morales. Pero pasados los días, ese remordimiento se tornó en morbillo. Actualmente sé que lo que sucedió aquella noche, seguramente no se repetirá más en mi vida, pero que lo disfruté a tope. Estoy segura que fue la noche más excitante de toda mi vida