miprimita.com

Soy exhibicionista

en Otros Textos

               Soy una mujer de 41 años. Morena, atractiva, delgada y muy deportista. Tengo un maravilloso hijo con el mejor de los maridos. Llevo 14 años casada y seis años de noviazgo. Siempre hemos tenido un romance perenne. Gran parte de culpa la tiene la gran sinceridad y confianza que tenemos el uno en el otro. Y sobre todo, creo que tenemos una vida sexual sana, divertida, variada y bastante activa. Cada uno dice lo que piensa, siente, lo que desea, lo que fantasea, y si a los dos nos apetece, pues lo probamos…

               Lo que vengo a contar es cómo descubrimos el mundo de la exhibición, y el modo en que ello nos condujo a nuevas prácticas sexuales muy satisfactorias. Todo empezó un buen día de hace cinco años. Recuerdo perfectamente que era el mes de septiembre. Acabábamos de regresar de unas fantásticas vacaciones en Ibiza. Nos reunimos con un grupo de parejas y matrimonios de amigos. Aquella noche me puse un vestido nuevo que había comprado en Ibiza. Un precioso, fino y blanco vestido corto de tirantes y generoso escote tipo moda ibicenca. Tarde un poco en decidir que sujetador ponerme. Unos se transparentaban demasiado y no quedaba nada bien. Otros asomaban bajo el vestido y quedaban peor. Por lo que al final mi marido me sugirió que fuera sin sujetador. La verdad es que tengo la suerte de tener un pecho bonito y bastante firme, por lo que lo hice. Al principio me sentía algo extraña al salir de casa sin sujetador y con un escote tan generoso. Pero al poco se me olvidó. En nuestra reunión causé sensación con ese vestido y mi piel tan morena. Descubrí las miradas furtivas, tentadoras y creí que de cuando en cuando de deseo de algunos de nuestros amigos. Lejos de preocuparme descubrí que me daba morbo. No es que me excitara; pero me daba mucho morbo sentir sus miradas.

Cuando volvíamos para casa lo comenté con mi marido. Él también se había dado cuenta y me confesó que le había excitado ver las miradas de deseo de nuestros amigos. Me sorprendió su respuesta, tanto que en el mismo coche mi morbo se transformó en excitación. Aquella noche no hicimos el amor. Aquella noche follamos como dos posesos locos rememorando y fantaseando con las miradas de nuestros amigos.

Eso nos dio la idea. A partir de esa noche empezamos a practicar nuevos juegos de exhibición y sexo en público. Cada vez éramos más atrevidos, y nuestros juegos eran cada vez más excitantes. Empezamos jugando cada vez que íbamos los de compras. Cada vez que pasaba a un probador y había desconocidos cerca dejaba un poco descorrida la cortina (como algo casual). Al principio lo hacía con sujetador y tanga. Luego cuando no me ponía sujetador. Pero como al tiempo empecé a vestir ciertos días faldas más cortas y a no ponerme ropa interior. Me lucía en los probadores completamente desnuda. Hasta que nos cansamos de esos juegos. Juegos que iban acompañados de lucir mis piernas y mi coño desnudo en terracitas de verano, restaurantes o similares. A veces nos excitábamos tanto que sin llegar a casa, parábamos en cualquier sitio discreto y nos consolábamos con sexo oral.

Después con mi costumbre de no llevar ropa interior, empezamos a tener sexo manual en cines, bajo la mesa de un restaurante con manteles largos, en algún rincón de un bar de copas atestado de gente, parques… Etc.

Naturalmente que no nos olvidamos de las reuniones con nuestros amigos. Todos ellos conocían mis tetas, y mi coño perfectamente afeitado. Esto hizo que poco a poco nos fueran olvidando a la hora de organizar reuniones. Supongo que no les hacía ninguna gracia a nuestras amigas mi descaro y que sus maridos conocieran mi coño casi tan bien como el suyo.

Como todo esto era ya algo repetitivo; aunque confieso que seguía despertando nuestro deseo y nuestra excitación, empezamos a plantearnos algo nuevo. Dimos muchas vueltas y al final, mi marido me propuso un juego que me inquietó. No tenía claro que me fuera a atrever a hacerlo. Pensarlo me excitaba. Pero…, hacerlo…, me tenía que ver en el momento. Habíamos dejado a nuestro hijo con los abuelos y habíamos hecho una escapada veraniega de cuatro días los dos solos a la costa. Cenamos con un par de tintos de verano cargados y nos fuimos a un bar de copas de moda lleno de gente. Nos tomamos una copa y dejamos que empezara a subirse un poco para deshinibirnos más. Entonces pusimos nuestro plan en marcha. Me acerqué sola a la barra, dejando a mi marido con una visión directa, pero perdido entre la gente. Yo iba con una camiseta negra de anchos tirantes que recogían mis pechos y se abrochaban tras la nuca con un más que generosos escote y la espalada al aire; una minifalda vaquera; y naturalmente sin nada debajo. Al poco se me fueron acercando los hombres, intentando invitarme algunos, queriendo ligar todos ellos, e invitándome a bailar otros. Finalmente apareció uno que me gustó lo suficiente. Puede que no fuera el más guapo de todos; pero era el más agradable. Charlamos un buen rato. Reímos. Y dejé que de vez en cuando su mano tocara mis brazos mientras gesticulaba. Finalmente me sacó a bailar. Intenté siempre bailar muy cerca de él. Sin ser demasiado descarada. De vez en cuando él cogía mis manos y hacía que girase a su ritmo. Después de un rato bailando me quiso invitar a tomar algo. Nos quedamos en un rincón, junto a una mesa, cerca de la barra. Localicé a mi marido con la mirada. Seguía con una sonrisa cuanto hacía. El chico estaba pegado a mí. Una de sus manos siempre estaba en mi cintura o cogiendo una de mis manos. Una de las veces que se acercó a hablarme al oído, acabó su última frase con un tibio beso en el cuello. En principio no me gustó. Pero vi la mirada pausada y serena de mi marido y una sonrisa de aprobación. Por lo que me dejé llevar. Después de volver a decirme algo, el chico empezó a besarme por el cuello. Encadenó varios besos. Yo miraba a mi marido. Descubrí esa sonrisa de satisfacción, y empecé a sentir deseo, excitación. No por los besos. Sino por saber que mi marido estaba mirando y lo aprobaba. Embutida en esos pensamientos sentí los labios del chico sobre los míos. Por un instante me quedé paralizada, con los brazos caídos. Sentí los brazos del chico rodeándome la cintura y quedándose justo encima por encima de mi culo. Su lengua peleó por separar mis labios y entrar en mi boca. Justo cuando accedí, y su lengua se encontró con la mía, sentí que una de sus manos descendía y se posaba en mi culo, mientras con la otra me atrajo hacia él, quedando muy pegados. Por un momento abrí como pude los ojos y vi una amplia sonrisa en el rostro de mi marido. Los cerré y me entregué a aquel beso. No era muy hábil, pero sí apasionado. En ese momento me percaté que su miembro había crecido y su erección estaba en mi bajo vientre. Como estábamos pegados a la pared, el beso continuó más y más, y la mano que te tenía en mi culo descendió y se metió bajo la falda, subiendo por uno de mis muslos se posó en mi culo. Lo masajeó, apretó y sobó a su gusto. Volví a abrir los ojos. Mi marido seguía mirando. El chico se dio cuenta de la ausencia de ropa interior y me susurró que le encantaba y que si nos íbamos a algún lugar más íntimo. Me negué. Le dije que no había ido sola. Y me despedí cortésmente. Salí fuera y mi marido detrás. Volvimos a follar como unos animales salvajes aquella noche y la siguiente, haciendo mi marido que le repitiera cada momento en que el desconocido me metió mano.

Por un largo tiempo nos olvidamos de terceras personas. Sólo las incluíamos en alguna fantasía que construíamos estado los dos muy calientes. Retomamos el follar en lugares públicos y el exhibirme. En el fondo los dos sabíamos que algún día querríamos más.

Y todo sucedió una noche. Uno de nuestros amigos se había separado tres meses atrás. Le habíamos invitado a cenar en casa. Como de costumbre, me puse un bonito vestido muy corto, entallado y de generoso escote. Y debajo sólo llevaba unas medias negras. En todo momento nuestro amigo no dejó en la mesa de mirar mi escote. Yo me incliné sobre la mesa mil veces sin ningún cuidado, sabiendo que el vestido se aguecaba y enseñaba mis tetas. Recogiendo la cena, dejamos a nuestro amigo sentado en un sofá, y en la cocina comentamos divertidos y excitados las miradas de lujuria y deseo de nuestro invitado. Mi marido me propuso sentarme en una silla en frente de él y enseñarle el coño. Aquella propuesta me llenó de obscenidad, sentí que mi coño se lubricó súbitamente. Mi marido me cogió allí y me besó apasionada y lascivamente, metiendo una mano entre mis piernas, bajo el vestido, penetrando mi mojado sexo con dos dedos. Gemí en silencio, mordiéndome un labio, deseando que me follara allí mismo… Pero paró y me dejó caliente y hambrienta.

Al sentarme en una silla frente a nuestro amigo el corto vestido se subió tanto que casi yo misma podía verme el coño rasurado. Al principio intenté disimular metiendo una mano entre los muslos. Pero cada vez que cruzaba o descruzaba las piernas para coger el vaso y beber, sabía perfectamente que se me veía el coño. La cara de nuestro invitado era todo un poema. Intentaba no mirar; pero cuanto más lo pretendía; más sus ojos se posaban en mis tetas y sobre todo en mi coño. Naturalmente mi marido estaba disfrutando de la situación y de mi exhibición. Su cara era directamente de una bestia en celo. El alcohol estaba jugando su papel. Mi marido tenía esa mirada, esa mueca que tanto conocía yo. Tenía esa cara de no poder más, esa cara de haber perdido el autocontrol.

Al servir una nueva copa, me incliné delante de nuestro amigo, sabiendo que mi vestido no taparía mi desnudez. Sabía que mi culo y mi sexo estaban completamente expuestos a excasos centímetros de él. Sin duda tuvo que ver que tenía el coño completamente empapado.

Me fui al sofá en que estaba sentado mi marido y me senté a su lado. Pero al poco me fui dejando caer y acabé tumbada. La cabeza apoyada en las piernas de mi marido. Las piernas mirando hacia nuestro amigo. Naturalmente que me tumbé intentando que el vestido se subiera lo máximo posible. Ahora yo misma veía que el vestido justo me tapaba a mi mirada el coño. Por lo que deduje, y sé que acertadamente, que lo lucía en todo su explendor a los ojos del invitado y a penas a medio metros o menos de distancia. Ya que ambos sofás estaban en L y con los brazos pegados.

De repente mi marido habló dirigiéndose al invitado:

-¿Por qué estás tan nervioso?

-No estoy nervioso –respondió casi tartamudeando.

-Ya sé que Maite no lleva nunca ropa interior –se hizo un silencio que pareció durar una eternidad-. Mira sin reparo –añadió.

Se quedó petrificado. Nos miró a los dos. Primero a uno y luego al otro. No sé qué vio en nuestras caras. Pero clavó por primera vez su mirada en mi coño de un modo fijo y directo. Casi lascivo.

-¿Cuánto tiempo llevas sin follar? –preguntó mi marido.

-Ni me acuerdo –respondió el invitado volviendo a mirar mi coño.

-Pero…, ¿habrás tonteado, tocado o algo así con alguna mujer?

Negó con la cabeza, mirándonos a los dos y luego volviendo sobre mis piernas y mi desnudez.

-¿Por qué no le acaricias la pierna a Maite? –le indicó mi marido.

Miró nervioso a todas partes. Finalmente buscó mi mirada. Me pareció que buscaba mi aprobación. Mi corazón me dio un vuelco. Me puse tan nerviosa que casi me levanto y salgo corriendo. Sólo habíamos hablado de exhibirme. Nada de tocarme. Respiré hondo varias veces. Intenté relajarme. Pero volví a sentir una oleada de excitación y nuevamente mi sexo se hinundó. Terminé, con más nervios que otra cosa, asintiendo lentamente con la mirada fija en nuestro visitante.

Puso su mano sobre mi tobillo. Empezó torpemente a subirla sin dejar de mirarme. Se acercó al borde de su sofá y al fin su mano ascendió por el interior de mi muslo derecho. Llegó justo hasta rozar con algún dedo el exterior de uno de los labios de mi excitado coño. Volvió a bajarla despacio sin dejar de mirarme.

-¿No te apetece acariciarla el coño? –preguntó mi marido.- Ella lo está deseando.

Esas palabras acabaron por sacarme de mis casillas. Solté un ligero suspiro, seguido de un pequeño gemido. Nuestro amigo no dudó. Se sentó en el brazo del sillón y empezó a acariciar mis muslos con ambas manos. Mi marido tiró de mi vestido hacia arriba, dejándolo por encima de la cintura. Justo cuando los dedos de nuestro invitado llegaron a mi coño, mi marido me sacó las tetas del vestido y empezó también a masagearlas. Cerré los ojos y me dejé llevar.  Mi marido magreaba una teta mientras me pellizcaba el pezón de la otra. Nuestro amigo tenía dos dedos dentro de mi coño y me follaba cada vez más deprisa.

-Cómela el coño si te apetece, te lo agradecerá… -indicó mi marido.

Cogió mis piernas entre sus brazos, se sentó en el suelo, me giró un poco y metió su cabeza entre mis muslos. Mi marido no dejaba de jugar con mis pechos. Me vi loca de pasión. Gemía. Gritaba de placer. Y me corrí. Tuve uno de los orgasmos más calientes que recuerdo. Sin dejarme descansar, mi marido se levanto, y me quitó el vestido. Me dejó sentada en el sillón, con nuestro amigo comiéndome las tetas, mi marido metió su cabeza entre mis piernas y me practico un desesperado, caliente y fructífero sexo oral que me llevó a tener dos nuevos orgasmos. Al fin me dejaron unos segundos de relax. Pero al poco, mi marido dijo:

-¡No pretenderás que nosotros nos quedemos así!

 Creí entender lo que decía. Me arrodillé entre las piernas del invitado, le ayudé a bajarse los pantalones y la ropa interior. Ante mis ojos apareció un pedazo de nabo gordo y grande.

-¡Arrea…, qué pedazo de polla!

Aquello debió poner a mil a mi marido que al momento estaba sentado al lado de nuestro amigo y me llevó una mano a su polla, mientras le hacía una mamada a nuestro amigo… Acabé masturbando y mamando las pollas de los dos hasta que se corrieron…

Aunque la noche no acabó allí, porque en cuanto nos quedamos solos volvimos a follar como unos animales desesperados. Una y otra vez recordamos lo que acabábamos de hacer. Y llegamos a la conclusión que a mi marido, aunque le daba celos, pero a la vez le excitaba que algún día nuestro amigo me follara con su descomunal polla. No tengo que decir que estando caliente yo lo deseaba profundamente, sentir aquella verga tan grande dentro….