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Infiel con el consentimiento de mi marido...

en Hetero: Infidelidad

En mi anterior relato os conté la noche en que cometí mi imprudente infidelidad. Y el modo, para mi sorpresa, en que mi marido se excitó al saberlo. Así como el mundo nuevo que se abrió ante nuestros ojos, sexualmente hablando. 

Naturalmente pasamos meses rememorando aquella fantástica noche. Mi marido me hizo relatarle cientos de veces el modo en que lo hice con mi antigüo compañero de trabajo. Durante ese tiempo mi marido sé que mantuvo la esperanza en que volviera a tener sexo clandestinamente y luego se lo contase. Pero soy de ese grupo de mujeres que no tienen sexo sin motivos. Y aunque realmente sabía que una nueva aventura aportaría morbo y lujuria a mi vida conyugal. Aunque realmente me lo planteé seriamente, incluso lo intenté en algún momento... No fui capaz de repetirlo. Tal vez simplemente no me crucé con el hombre adecuado.

Un día mi amiga Mónica me presentó a un conocido suyo. Ese conocido con el paso de las semanas se convirtió en conocido mío. Pues nos cruzamos en varias ocasiones. Era un hombre agradable, simpático, afable. Pero sobre todo, era un hombre sinceramente atractivo. Cercano a los cuarenta años. Deportista. Alto. Moreno. Empecé a fijarme más en él desde el momento en que descubrí sus miradas furtivas. Desde el momento en que me di cuenta el deseo en sus ojos cuando me miraba sutilmente la cintura, o el escote, o las piernas si llevaba vestido o faldas. Al principio, como muchas mujeres, me sentí simplemente adulada. Pero cuando los encuentros fueron más frecuentes y sus miradas más intensas, comencé a sentirme realmente deseada por él. Eso no sólo comenzó a gustarme. También comenzó a despertar en mí cierta atracción hacia él. Para nada romántica. Yo seguía enamorada de mi marido.

La casualidad quiso que un sábado mi marido me anunciase que tendría que ir a su oficina por la tarde. Anunciándome que no sabía a que hora regresaría a casa. Por lo que decidí salir a ver tiendas y dar una vuelta. Y sí, la casualidad hizo que coincidiera con mi admirador en un centro comercial. Admirador al que llamaré Rober. 

No sé el motivo, pero me alegré muchísimo al verle solo. Y en cierto rincón de mi mente, me arrepentí de no haberme vestido algo más sexy. No iba mal. Tal vez demasiado formal. LLevaba simplemente unos vaqueros, ajustados, eso sí. Y una camiseta blanca, también ajustada. Tomamos unas cervezas. Charlamos. Reímos. Y no sé que se pasó por mi mente cuando acepté su invitación a tomar otra cerveza en su casa. En parte, simplemente pensé: "¿por qué no, qué hay de malo en eso, sólo es una cerveza?". Pero sé que en el fondo también pense: "Tal vez vuelva a suceder... Tal vez acabemos retozando en su cama y follando como locos..."

En cuanto llegamos a su casa Rober no se andó por la ramas. Sin duda dedujo que si una mujer casada, con los cuarenta años cumplidos, aceptaba ir a su casa era porque quería algo más que una cerveza. En cuanto nos sentamos en el salón, en el mismo sofá, aunque ligeramente separados, con su habitual aplomo y afabilidad me soltó:

-Desde el día que nos presentó Mónica, me he sentido muy atraído por tí.

Creo que llegué a sonrojarme, aunque era algo que yo intuía.

-Cada vez que te veo no puedo evitar pensar la suerte que tiene tu marido por dormir cada noche a tu lado -continuó Rober. -Ni puedo evitar pensar lo dulces que tienen que saber tus labios.

En ese momento supe que acabaríamos follando. Me disculpé y fui al servicio. No tenía ganas. Simplemente lo hice para llamar por teléfono a mi marido. Aún seguía en su oficina. Le anuncié que llegaría tarde. Que no me esperase para cenar. Que cuando llegase ya le contaría.

Y cuando llegué a casa, mi marido me esperaba despierto en la cama. Estaba completamente desnudo. Supongo que imaginaba que aquel sábado sí había vuelto a serle infiel. Por lo que no necesitó más que sus suposiciones para esperarme muerto de excitación y curiosidad. Me metí a su lado en la cama, completamente desnuda. Le besé apasionadamente. Y mientras comenzábamos a acariciarnos, le relaté lo que había sucedido aquella tarde desde el momento en que salí del servicio, y que fue lo siguiente:

Volví al salón para sentarme en sofá. Al pasar delante de Rober me cogió por la cintura y tiró de mí, haciendo que me sentase encima de él. 

-Si no te has ido -comenzó a decir, él. -¿Debo entender que a ti también te apetece besarme?

No contesté con palabras. Simplemente esgrimí una sonrisa nerviosa y una mirada fija.

Rober dejó uno de sus brazos rodeando mi cintura. El otro lo subió por mi espalda. Su mano llegó a mi nuca. Sus dedos se enredaron con mi melena. De un modo lento pero con firmeza, su mano acercó mi cara a la suya. Y nuestros labios se juntaron. Comenzó siendo un beso suave, lento, tibio... Algo muy sensual.

Fue como si el tiempo se detuviera súbitamente. Sin separar sus labios de los míos, encadenó un beso tras otro. Cada uno iba siendo más cálido, más largo. Sus labios jugaban con los míos, sin llegar a aparecer su lengua. Tal vez no durase más de dos o tres minutos. Pero aquella cadena de besos me pareció durar una eternidad. Habían sido tan tiernos, tan dulces, tan lentos... Y mi cuerpo comenzó a despertar a esa sensualidad tan diestra.

Cuando al fin sus labios se abrieron un poco más y su lengua comenzó a acariciar la mía, su mano descendió de mi cabeza y se metió bajo mi camiseta. Sus caricias eran igualmente lentas y prolongadas, recorriendo la totalidad de mi espalda. 

Como el cuello empezaba a molestarme por estar sentada de lado sobre sus rodillas, decidí sentarme igualmente sobre sus piernas, pero de frente a él. Entonces nuestros besos comenzaron a ser más y más profundos y apasionados. Ahora eran sus dos manos las que buceaban bajo mi camiseta y llenaban mi espalda de mil recorridos sutiles y sensuales. Con una habilidad que me sorprendió, con sólo dos dedos desabrochó mi sujetador.

En ese momento una de sus manos rodeó mi cintura, recorrió a cámara lenta mi vientre y fue ascendiendo hacia mis pechos. Cuando su lengua envolvía la mía en mil sensaciones, su mano levantó ligeramente el sujetador, liberando mis tetas. Pero su mano no rozó mis senos. Pasó de largo y acarició mi escote. Eso me hizo excitarme, desear sus caricias...

Apartó sus labios de los míos. Comenzó a lamer y acariciar mi cuello con su boca, llegando hasta la parte trasera de mis orejas. Sentía y escuchaba el calor de su respiración. Y al fin su mano comenzó a acariciar mis tetas. Primero fue un simple roce. Que poco a poco fue ganando en firmeza. Continuando por coger cada una de mis tetas en cada una de sus manos. Acabó por hacerme una pinza con dos dedos en cada pezón justo en el momento en que su boca volvía a poseer la mía.

Todo estaba sucediendo muy despacio. Todo era tan sensual... Hacía minutos que mis ojos permanecían cerrados. En parte me estaba calentando y disfrutando por lo que Rober me hacía. Pero la verdadera excitación me la daba imaginar lo que mi marido sentiría cuando le contase todo lo que estaba haciendo. De ese modo fue como comencé a suspirar más fuerte, comencé a gemir...

Rober me pidió que me pusiera de pie. El permaneció sentado. Me desabrochó el pantalón. Con parsimonia me lo bajó y me ayudó a sacarlo por los pies. Del mismo modo me sacó la camiseta por la cabeza y dejó caer al suelo el sujetador. Por unos segundos se quedó mirando mi cuerpo, ahora cubierto simplemente por un diminuto tanga negro. Llenó mis oídos con bonitas palabras admirando la belleza de mi desnudez. Me confesó que le resultaba mucho más bonita y sexy cuanta menos ropa llevaba puesta. Todo esto sin dejar de recorrer todo mi cuerpo con sus manos. Todo esto sin dejar, entre palabra y palabra, de besar mi vientre y mis senos.

Entonces se levantó él. Me cogió de la mano. Me besó con toda la pasión del mundo y me llevó a su habitación. Me senté al borde de la cama, esperando que fuera él quien siguiera tomando la iniciativa. Rober se quedó de pie y comenzó a desnudarse. Lo hizo de un modo tan natural que casi me pareció erótico. Era la primera vez que le veía desnudo, lo cual ayudó a mis pensamientos lujuriosos. Eso y que realmente tenía un cuderpo agradable, casi atlético. Sin barriguita cervecera. Pectorales algo marcados. Y cuando al fin se quitó la ropa interior, me quedé completamente absorta en su miembro. En alguna escena de película porno había visto algo tan grande. Pero jamás al natural. Y lo admito, me encantó y me excitó ver una polla tan grande al natural. Es obvio que no perdí el tiempo midiendo; pero puedo asegurar que aquella maravilla medía más de 20 cms y que tenía un grosor que me impuso bastante respeto. Incluso llegué a exclamar algo así: "-¡Arrea..., qué grande! Me la vas a tener que meter con cuidado para no hacerme daño."

Rober simplemente sonrió y se acercó. Me dijo que me tumbase boca abajo en la cama. Nunca antes habían prestado tantísima atención a mi cuerpo. Recorrió toda mi espalda y mis muslos con manos, dedos, uñas, lengua y labios. Finalmente se centró en mi culo. Primero con lo glúteos. Después apartó la tira del tanga y metió su lengua en mi culo. Lo lamió, y penetró con lengua u y algún dedo. Suave y lentamente. Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron.

Tras esto me hizo darme la vuelta. Repitió el recorrido con manos y boca por todo mi escote, bajando por los pechos y el vientre y saltando a los muslos. Luego subió y su boca se centró en mi vientre. Sus manos lentamente fueron bajando el tanga por mis piernas hasta sacarlo por los pies. Entonces de nuevo detuvo el tiempo con su mirada posada en mi sexo desnudo y rasurado. Arrancó con caricias de sus manos en el interior de mis muslos. Fue subiendo tan lento que me desesperaba y al fin alcanzó mi coño. Eran simples roces. Caricias muy suaves. Al fin algún dedo separó los labios vaginales y dejó mi coño empapado y completamente abierto a pocos centímetros de sus ojos. Los dedos que permanecían libres comenzaron a recorrer diestramente el interior de la vulva. Dejó para el último momento mi clítoris. Con dos dedos los cogió a modo de pinza e intentó retirar la cápsula que lo recubre. Se humedeció otro dedo y comenzó a rozar muy lentamente el clítoris fuera de la cápsula. Lo que arrancó cascadas de placer recorriendo el interior de mi ser. Mis gemidos eran más prolongados y placenteros. Mis caderas intentaban levantarse para que la presión de sus manos sobre mi sexo fuera mayor. Estaba comenzando a sentir tanto placer que temí perder el control.

Apartando sus manos se tumbó encima de mí y paso unos segundos o tal vez minutos besándome apasionadamente en la boca. Sentí la presión de su enorme polla sobre mi sexo. Al contacto de mi piel parecía aterradoramente más grande. Sus labios fueron descendiendo por mi cuerpo, apartandose de mí. Cuando llegó a mi pubis, con ambas manos separó los labios vaginales y su lengua degustó mi sexo. Al principio fue algo muy suave, sin ninguna prisa. Poco a poco la presión y los movimientos fueron aumentando. Y con ello mi placer.

Con ambos labios cogió el clítoris y lo metió en su boca, acariciándolo con la punta de la lengua. Uno de sus dedos buceó bajo mis piernas y me penetró por el culo. En cuanto me consiguió meter el segundo dedo por completo, sus labios soltaron mi clítoris. Entonces su lengua comenzó una danza frenética en mi coño empapado, con la presión justa para hacerme gozar felizmente. Un par de dedos de la otra mano se metieron en mi coño. Estaba penetrada por dedos tanto por delante como por detrás, y con una lengua que presionaba, acariciaba y lamía el resto del coño. Yo, moviendo mi cuerpo cada vez más, dando casi saltos en la cama con mis caderas y gritando loca de placer, alcancé un prolongado orgasmo.

Mientras seguía temblando tras placentero orgasmo, Rober volvió a introducir un par de dedos en mi coño. Empezó a penetrarme con ellos del modo más rápido que podáis imaginar. En todo momento intentaba frotar la parte superior del interior de mi chcochete. Imaginé que buscaba el famoso punto G. En cuanto volví a reaccionar y a gemir y a entregarme a tan frenética masturbación, Rober comenzó a la vez a frotarme el clítoris con la otra mano. En breves segundos alcancé un segundo orgasmo, más breve, pero igualmente placentero.

En cuanto conseguí dejar de temblar, creí que había llegado el momento de devolver a Rober tanto placer, que había llegado el momento de poder tocar y saborear aquella maravilla de la naturaleza que era su enorme polla. Pero él no me dejó. Alegó que aún no había disfrutado lo suficiente. Se arrodilló entre mis piernas. Me las cogió con las manos y me las abrió un poco más. Apuntó. Acercó el capullo a la entrada de mi coño. Y comenzó a penetrarme del modo más dulce y cuidadoso que supo. Empezar a sentir su polla abriéndose camino en mi coño es algo que jamás olvidaré. Fue una sensación indescriptible. Cada milímetro que avanzaba era como sentirme completamente llena... Su polla iba abriendo mi interior y a la vez lo iba llenando con algo tan gordo, tan grande y tan duro que el placer y la sensación encharcaron mi sexo por completo. Y cuando creí que no me entraría toda, me sorprendí a ver que poco a poco mi sediento coño se tragó por completo la polla de Rober. Al tenerla toda dentro, él se detuvo unos segundos. Se quedó inmóvil. ¡Dios, que placer más maravilloso! ¡Qué sensación de plena felicidad al sentirme tan abierta y tan llena! Al empezar a moverse, le tuve que pedir que fuera despacio, pues me hacía algo de daño. Pero al poco fui yo quien le pidió que se moviera con más alegría.

Jamás habría imaginado que podría sentir tanto placer con una polla tan grande. Rober me follaba con vigor. Yo gritaba y le alentaba. Entonces me sacó la polla y me pidió que me pusiera a gatas. Desde atrás volvió a penetrarme. De cuando en cuando me daba un cachete en el culo que me llenaba de una tonta excitación. Por un momento cerré los ojos e imaginé lo maravilloso que sería poder tener a mi marido allí, sentado delante de mí, desnudo, contemplando todo lo que estaba pasando y regalarle una felación en ese mismo momento. La fantasía alcanzó tal grado de veracidad en mi mente que sin darme cuenta me excité más  y más hasta alcanzar un nuevo orgasmo.

En cuanto me recuperé fue cuando Rober se tumbó a mi lado y me pidió que tomase yo la iniciativa. Me senté encima de su erección. Le cabalgué. Bailé sobre su polla. Disfruté y le hice suspirar y jadear. Después me puse a gatas a su lado y le hice la mamada más apasionada que fui capaz y dejé que se corriera en mi boca para después podérselo contar a mi marido.

Luego me fui a la ducha. Al poco se metió Rober. Parecía que estaba dispuesto a que yo no olvidase aquel días. Con el chorro de agua caliente sobre mi vientre, resbalando hacia mi coño el agua, y con sus manos llenas de gel frotó mi coño hasta hacerme alcanzar un nuevo orgasmo. Cuando intenté devolverle la paja, Rober declinó mi oferta. Nos secamos el uno al otro entre besos. Y tras una cerveza y unos frutos secos, me fui a mi casa.

Cuando acabé este relato a mi marido, ambos habíamos follado como dos salvajes. Yo acabé con mi sexo dolorido después de tanto sexo en un solo día. Dormí plácida y satisfecha. Y mi marido al despertar me pidió que le volviera a contar lo que había hecho con Rober mientras él me lamía y besaba el coño.