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Chicago Blues (2)

en Hetero: Primera vez

2

Alzó su rostro para mirarme, por inercia yo incliné mi cabeza, rozando con mis labios el puente de su nariz, me separé con levedad de su rostro porque notaba cómo estaba empezando a perder el control de la situación. De seguir así, terminaría por tumbarla contra el sofá, arrancarle la ropa a mordiscos y follármela hasta quedar exhaustos.

— ¿Por qué nunca me cuentas cosas de ti?...

Arqueé ligeramente las cejas, la verdad fuese dicha, apenas le había contando nada de mi vida, lo que sería mi vida normal de cara a los humanos.

— ¿Qué quieres saber preciosa?...

—Pues no sé Angelo, únicamente sé que provienes de Italia y que te has pasado toda tu vida viajando de estado ha estado viviendo tu vida junto a tus nómadas padres y tus cuatro hermanos.

— ¿No tienes novia? ¿Alguna chica que te esté esperando en algún sitio?

Sonreí pillastre.

—Hummm… No, no tengo novia, nunca la he tenido.

Solarys frunció el ceño.

— ¿Nunca, nunca?...

—Jamás.

— ¿Por qué?...

—Porque no me gusta complicarme la vida, prefiero ir a mi aire.

Y después de lo que había ocurrido con Hillary y con el capullo de mi mellizo cuando contábamos con quince años, menos aun.

—Entiendo…

Se quedó muy callada, volviendo a inclinar su rostro hacia mi pecho, quedando sus fragantes y húmedos cabellos por la ducha —porque no se había secado el pelo, tan sólo se había quitado el exceso de humedad—, expuestos a mi nariz que hundí sobre su coronilla, inspirado con sutileza esa sobrecarga intensa de su fragancia natural.

Deliciosa.

— ¿Y tú Sol, has tenido alguna vez un novio?

Ya que me había preguntado hice lo propio, de todas las trivialidades que manteníamos en nuestras ocasionales charlas, nunca habíamos hablado de esta cuestión, en ese aspecto lo desconocía todo de Solarys, aunque, mi instinto de lince, me decía claramente que no era una chica dada a socializar con el género masculino.

Se separó levemente, clavando sus tostados ojos en los míos del color de la dulce miel. Su expresión, normalmente risueña, se había vuelto seria, demasiado quizá. Yo no sabía a qué se debía ese cambio tan radical.

—Nunca he tenido novio… —musitó desviando acto seguido su mirada hacia el cojín que hacía de parapeto sobre mi polla inflamada, a reventar.

Fingí estar sorprendido.

—Vaya Sol, ¿quién lo diría? Apostaba a que habías tenido una extensa lista de admiradores rendidos a tus pies, preciosa.

Se sonrojó. Evitando mi mirada, ese detalle de sus mejillas coloradas me puso aún más cachondo.

Estiré mi brazo, mi mano fue a parar a su barbilla alzando lentamente su rostro para que me mirara, acercándome peligrosamente a su boca, pero antes de lanzarme a la piscina, quise asegurarme.

—No entiendo… —empecé a decir en un murmullo enronquecido—, cómo es posible que siendo tan bonita ningún chico se haya fijado en ti…

Fue su mirada, cargada en deseo, sus ojos velados por esa marea de sentidos que empezaba a manifestarse en Solarys, por la que yo supe que iba por buen camino, me lancé de lleno a por su boca.

Mis labios se posaron con suavidad sobre los suyos, esperando unos instantes a su reacción, aún a pesar de notar el ansia recorriéndola por entero, temía que reaccionase mal y empezara a ostiarme, cuál fue mi sorpresa al sentir cómo seguía mi beso, como sus brazos pasaban por encima de mis hombros y como sus enormes tetas buscaban pegarse a mi pecho.

La razón de ser, de estar y parecer, se había fugado de mi cerebro que ya no podía discurrir, salvo para sentir cada impulso excitado que aceleraba mi respiración, mi tensión, la sangre de mis venas, mi corazón.

Me recliné sobre su cuerpo, apartando el cojín que tapaba mis verdaderas intenciones, colocándome entre sus piernas, tumbándola contra el sofá, sin dejar de beber de su boca, clavaba mi polla más tiesa que la rama de un árbol sobre su coño cubierto por la tela y que yo, en esos momentos, quería arrancar de cuajo.

Mis manos ya iban a su puta bola recorriendo los costados de su curvilíneo cuerpo, de las prietas y rollizas carnes de sus muslos, una de ellas se perdió entre el sofá y su cuerpo, apretando su nalga contra mis caderas, estaba a punto de reventar si no desataba la bragueta de mis pantalones.

Dejé de morder su boca, de lamer sus labios, de mecer mis caderas, frotándome sin pudor alguno, jadeando por cómo estaba, me incorporé de su cuerpo para quitarme la camiseta que llevaba puesta, después, solté con premura los botones de mi bragueta, dejando escapar un reverberante jadeo mezclado con un tenue rugido, por sentirme liberado, con los párpados apretados por estar enardecido en todos los sentidos habidos y por haber.

Al entornar los ojos para ver la expresión de Solarys, me dejó más expuesto de lo que estaba, su mirada, sus pardos ojos miraban mi polla con un impropio deseo tal que pensé, que nunca había visto una o lo más probable que, hacía mucho que ningún tipo hacía saltar los resortes de cada punto erógeno de su cuerpo.

—Angelo… —gimió al cruzarse nuestras miradas—. ¡Fóllame! Métemela hasta el fondo…

Me sorprendió, durante una fracción de segundo creí que mi pecho iba a estallar ante su petición, al reaccionar, no me demoré en darle lo que quería, lo que ansiaba igual que si fuese una gatita en celo.

Esbozando una malévola sonrisa me incliné sobre su cuerpo que me esperaba ansioso, sus piernas se enroscaron como serpientes a mis caderas, atrayéndome hacia su cuerpo, sus manos se aferraban con fuerza a mis hombros, mientras yo, le comía la boca, la barbilla, el cuello, el lóbulo de una de sus orejas.

Sus talones me asían con vehemencia por el trasero, mis caderas se rozaban con ímpetu, y mis manos, masajeaban esas prodigiosas montañas por encima de la camiseta que en un arrebato, le arranqué sin pensármelo dos veces, descubriendo solamente para mí esos tentadores senos desnudos, esas maravillosas cimas de sus tetas. Se le pusieron duros como rocas en cuanto la punta de mi lengua, tensa y juguetona lamía uno de sus pezones erguidos, también los mordisqueaba, los chupaba, aprisionaba con mis manos sus senos para juntarlos y poder comerme a la vez sus cumbres erectas.

Solarys suspiraba de placer, gemía y a ratos rezongaba cuando le mordisqueaba las jugosas aureolas.

—Me estás matando… —me decía cuando empecé a descender por la curva de su vientre, al tiempo que mis inquietas manos retiraban cuanta tela me impidiera frotarme plenamente contra el cuerpo desnudo de Solarys.

Durante interminables segundos, me quedé admirando cada curvatura de su exuberante y natural belleza, nada artificial os lo puedo asegurar.

Se sonrojó más si cabe al verme observando con deleite cada recóndito valle.

—Me gustan tus tetas… —mascullé al ir al encuentro de esa ansiada textura que era el roce de nuestras pieles.

Mi polla deslizándose por la marea de su coño regado en fluidos excitados, en ese aroma que destacaba por encima de los demás y que a mí, y a mi instinto, volvía loco.

Sus manos se colaron por la cinturilla suelta de mis vaqueros, atrapando mi trasero, me asía con fiereza, profundizando el gesto de mis caderas que bailaban sobre las suyas, bebiendo de sus ubres igual que si estuviese mamando.

Yo jadeaba, bronco mi pecho desbocado. Ella gemía, agudos grititos incontrolados que dejaba escapar por su garganta.

—Clávamela ya… —me rogó combando su espalda para hacer más intensa la embestida de la fricción de mi verga contra sus ardientes labios vaginales y su clítoris.

—Quiero comerte el coño Sol… déjame probar tu conejito… —farfulle desenterrando mi rostro de sus bamboleantes pechos.

Mi rostro contraído por el extremo placer, anclando mi mirada en la de Solarys que también estaba a punto de caramelo.

—Aaahhh…

— ¿Es eso un sí?… —pregunté canalla buscando su boca y fundirme en ella.

—Mmmm… —gimió mientras nos besábamos, al separarnos me dijo absolutamente cachonda—: Cómemelo Ángel mío…

Mis labios se curvaron en una ufana sonrisa, sin dejar de mirar sus glotones ojos nublados, me estaban rogando, suplicando que hiciese el favor de apaciguar el fuego que ardía en su palpitante y húmedo coño.

Rezumaba un delicioso juguillo que me dispuse a saborear plenamente.

De rodillas entre sus piernas abiertas de par en par, una descasaba por la pantorrilla apoyada sobre el respaldo, la otra estaba apoyado el talón sobre el asiento, posé con delicadeza mis manos sobre sus rodillas, acariciando el interior de sus muslos iban descendiendo las yemas de mis dedos por la suave piel hasta encajarlas en las ingles, con los pulgares, fui separando sus labios al tiempo que acercaba mi rostro a esa jugosa almeja dispuesta a que me la comiera enterita.

Haciéndola sufrir, me recreé en acariciar con mi aliento la entrada de su coño, sus tensos labios, su clítoris que asomaba igual que el capullo de una rosa, las caderas de Solarys se alzaban instintivamente, provocando que mi boca rozara un instante la ardiente piel que necesitaba, suscitaba imperiosa que empezase a trabajármela para hacerle estallar de placer.

Gemía desatada mientras mi lengua, mis labios, mis suaves dientes recorrían esa raja enrojecida y chorreante, por mi saliva, por sus fluidos, chapoteaban mis labios en sus labios, picoteando con mi lengua la entrada de su coño, bajaba hasta lamer el delicioso agujero de su culo, esa aromática cueva que quise cabalgar como un poseso, en cambio, me entretenía con exasperante lentitud en pasar mi lengua de abajo arriba y de arriba abajo por toda su vulva inflamada. Hasta que me concentré en ese emocionado botón que se había hinchado hasta alcanzar el tamaño de un garbanzo. Lo chupeteaba al ritmo de sus manos crispadas en torno a mis cabellos, se restregaba sibarita sobre mi afanada boca, a la vez que instigaba con la punta de mi lengua aquella pequeña perla, la aprisionaba con mis labios y vuelta a empezar hasta que Solarys empezó agitarse alcanzando un maravilloso estado orgásmico que le dejó durante un rato como muerta.

Contemplando el cuerpo desmadejado de Solarys, me dispuse a sacar un profiláctico de mi cazadora, donde siempre llevaba un par de condones por si acaso, uno nunca sabe cómo va a terminar el día y por supuesto, que no pensaba ir dejando un reguero de cachorros por el mundo, y menos, con humanas.

Me coloqué la capucha y fui directo a metérsela, estaba tan cachondo que era en lo único que pensaba, en penetrarla hasta el fondo de una sola embestida.

—Espera Angelo… —me dijo Solarys al ver mis intenciones.

No supe qué pensar porque su expresión era la de una persona que está, aterrorizada.

— ¿Qué pasa preciosa?...

Se ruborizó hasta límites insostenibles, yo no sabía qué cojones le estaba pasando. Hasta hacía un momento parecía estar dispuesta a todo, cachondísima, y en ese instante, pareciera estar muerta de miedo.

—Yo… —dijo en un inteligible —que no para mí— gemido.

— ¿He hecho algo que te ha disgustado? —le pregunté sorprendido, de rodillas entre sus piernas, me incliné hacia su torso de sirena, soportando el peso de mi cuerpo con uno de mis brazos estirado a un lado sobre el sofá y el cuerpo de Solarys. La otra mano fue a parar a su enrojecida mejilla.

—No… no es eso Angelo…

—Entonces… Solarys si no quieres hacer el amor conmigo no me importa… —no sé ni por qué le dije eso, tal vez, al ser amigos, se lo estaba replanteando todo.

—Quiero hacerlo, pero es que… es que… —su voz temblaba, al igual que toda su piel.

No sé cómo fue, pero se me encendió la bombilla de golpe y porrazo, un mazazo directo a los sentidos.

— ¿Eres virgen?...

Por sus sentidos ojos retirando mi fija mirada, supe que había hecho un pleno a la diana.

Sonreí con ternura, queriendo calmar ese nervio que había aparecido y que le hacía estar más yerta que una tabla. Me recosté sobre su torso de sirena, mi mano incesante no había dejado de acariciar su mejilla con las yemas de mis dedos, rozando sus labios a los que fui buscando con mi boca, la besé con cariño, tierno y delicado.

—No voy hacerte daño… —murmuré sobre su boca dejando un nuevo beso, esta vez más profundo, más apasionado, se había enfriado por completo, reseca, lo noté en cuanto mi polla quiso otra vez pulir su coño—. Confía en mí…

Baje en busca de su pezones, volviendo a estimularla, Solarys en seguida se abandonó a mis caricias, a los mordisquitos que le dedicaba a esas ricas protuberancias que una vez más empezaron a endurecerse entre mis labios, también empezó a mojarse entre sus muslos, pues la fricción se hizo altamente estimulante, pese al condón que impedía un roce más directo.

Después de permanecer un buen rato excitándola, me preparé para atravesar la natural barrera de su inexplorado coño, sujetando con firmeza el endurecido tallo, observaba el capullo de mi polla color malva intenso transparentándose a través de la goma, instalándose en la abertura de su raja, separaba los labios con los dedos de una mano y empujé suavemente, con excesivo cuidado, introduje la punta de mi polla.

Lentamente me recostaba sobre el agarrotado cuerpo de Solarys, sus pardos ojos mirándome con cierta angustia mezclada con la expectación del momento, de su primera vez.

—Relájate preciosa… no lo pienses, siéntelo y disfruta…

Esperé a que me hiciera caso, notando como la tensión de sus músculos iban perdiendo la rigidez, aprovechando el gesto empujé un poco más mis caderas, notando esa fina muralla que me cortaba el paso.

—Me duele… —gimoteó Solarys.

No dije nada, salí de su interior reclinándome hacia atrás me quedé sentado sobre mis pantorrillas.

—Date la vuelta…

Solarys me miró extrañada.

— ¿Qué vas hacer?...

Sonreí con picardía, mordiéndome luego el labio inferior.

—Ponerte cachonda… —murmuré libidinoso.

No supo qué decirme, mis manos instaban a sus caderas a que se giraran, y Solarys con cierta reticencia terminó claudicando. Se tumbo boca abajo a lo largo del sofá y yo, Angelo Montironi Berisso, me recosté sobre su cuerpo, sin llegar a apoyar mi pecho sobre su espalda, clavé mi falo entre sus prodigiosas nalgas sin penetrarla, me refrotaba contra la raja de su culo a la vez que mi lengua, pincelaba su nuca y después uno de sus hombros.

En un momento dado, que mi boca iba recorriendo la longitud de su espalda, Solarys arqueó sus caderas, exponiendo su trasero que se alzaba como bandera, hasta terminar quedando en una encantadora postura, a cuatro patas.

Mi rostro enterrado en su culo, inspirando con goce ese áspero olor que me incitaba, que me dejaba seriamente comprometido porque quería catarlo descubriendo sus más íntimos secretos, me contenté con lamer su palpitante ano, picando con mi lengua el singular agujero que se estremecía gustoso con cada acometida.

Solarys jadeaba sin contenerse.

Varios hilillos de saliva resbalaban por su periné hasta morir, como si fuesen lágrimas, entre sus labios.

— ¿Te gusta?... —le pregunté lascivo empezando atacar su dispuesto coño.

— ¡Oooh!... S-ssiii…

Chupaba sin descanso su clítoris, queriendo llevarla al límite sin dejar que se corriera para así preparar su conejito para que devorase mi polla hambrienta. Cuando noté que estaba a punto de culminar en un potente clímax, me incorporé, desconcertándola y dejándola con unas ganas tremendas.

Colocándome en posición, atrapaba sus nalgas con mis manos, separándolas con dilación encajé la punta de mi verga entre sus labios, la penetré hasta el capullo, estaba lubricada, dilatada y tremendamente excitada, asegurándome de que no volviese a envararse, una de mis manos reptó por su contorno hasta apresar uno de sus enhiestos pezones, pellizcándolo con suavidad le arrancaba un gemido.

— ¡Híncamela!... —me rogó excitadísima.

No quise hacerle sufrir con una penetración lenta y que haría más doloroso el instante que mi polla la desvirgase. De una estocada mortal la penetré con una sola embestida, notando durante un segundo o más como el himen cedió dolorosamente para Solarys que emitió un lastimero gemido, apretando su culo, igual que las paredes de su vagina que apresaron con fuerza mi tensa polla.

No me moví en absoluto aunque mis caderas eran lo único que me requerían, el corazón se había enloquecido dentro del pecho, al notar el calor abrasador que envolvía mi falo. No quería dejar en Solarys un recuerdo amargo de ese momento, queriendo hacerle gozar, que sintiera la plenitud que se alcanzaba con este acto ancestral, me dediqué a estimular su piel, su cuerpo, su mente e inclusive, su alma expectante por lo que se estaba sucediendo en unos instantes únicos para mi amiga, ahora amante.

Mis manos terminaron entre sus piernas, con mi pecho pegado a su espalda, acariciaba con las yemas de mis dedos sus labios, poniendo especial cuidado en mis gestos, humedeciendo mi piel con los fluidos que calaban la abertura de su coño y que rodeaban mi polla succionada por ese estrecho conejito del cual, estaba empezando a notar cómo se dilataba al relajarse, en cuanto posé el dedo índice de mi zurda sobre la cúspide, sobre el bribón guisante que se agitaba. La diestra ya había subido en su anterior recorrido hasta descansar en una de sus colgantes tetas que aprisionaba y entre mi dedo índice y corazón, se deslizaba el acerado pezón.

Mi boca sobre su hombro, mordisqueándolo al tiempo que reptaba por su cuello, acariciando la estremecida piel con mi aliento entrecortado, excitado.

Solarys empezó agitarse, sus caderas empezaron a contonearse, tallaban mi falo apenas perceptible, pero lo suficiente como para saber que su coño, necesitaba de la atávica fricción.

—Tienes un culo delicioso nena —le dije al incorporarme, despegando mi pecho de su espalda y recrearme con las vistas.

Veía como mi polla cubierta por la goma ensangrentada, entraba y salía de su ardiente raja con una facilidad pasmosa, realmente cachonda, y yo, a punto de correrme en cuatro embestidas más.

Gruñí cuando derramé todo mi esperma, y a pesar de que el placer era tan intenso como insoportable, no cesé de mover mis caderas porque Solarys no había alcanzado el sumun de nuestro acto. Sin dejar de estimular a la vez con mis manos, sus tetas y su chorreante pepita.

Al cabo de unos infernales minutos que creía que se me iba a caer la polla a cachos, por sentir que iba a explotar, Solarys entre gemidos y jadeos enronquecidos, tuvo un esplendido orgasmo haciendo que volviese a correrme sin llegar a tener una erección total, los espasmos de su elástica y musculosa vagina me arrancaron toda la cordura de cuajo, como si me hubiese exprimido. La sensación fue tan aguda que me derrumbe sin fuerza sobre su cuerpo, lo mismo que Solarys que se dejó caer sin potencia alguna, ni control, sobre su tembloroso cuerpo.

No sé ni cuánto tiempo permanecimos así, yo tumbado sobre su espalda, con los pantalones arremangados por debajo de las rodillas, respirando entrecortadamente por la sobrecarga de sentidos. Inspiré con fricción su perfume, en esos deliciosos momentos, se había mezclado con el aroma de su sexo, de su trasero, de mi saliva marcando cada trazo de piel, de mi sudor, de mi natural olor empapando y mezclándose con el suyo propio y característico.

Al rato me incorporé para quedarme sentado sobre el sofá, con movimientos algo lentos, desganados, como los de Sol que también se sentó a mi lado mirándome con los ojos brillantes, y algo, tímidos.

Me estaba quitando el preservativo cuando me preguntó.

— ¿Es siempre así?...

Sonreí con ternura, alzando mi rostro de mi fláccida polla para mirarla fijamente.

—No, depende de la persona, del momento, del lugar, del grado de excitación, del morbo, del juego de seducción…

«…del cortejo, de la hembra, de su olor, de su conejito… hay tantas cosas…»

— ¿Has estado con muchas?...

Me mordí el labio, por pura inercia mi ceño se contrajo.

— ¿De veras quieres saberlo preciosa? —pregunté volviendo a mi polla, cogiendo una servilleta sin usar de la bandeja que estaba sobre la mesa, me limpiaba y después envolvía el profiláctico en el papel de seda.

Solarys no me respondió, se quedó mirando fascinada mis gestos, hasta que me subí los tejanos aunque no abotoné la bragueta.

— ¿Te arrepientes? —le pregunté mirándole curioso, apoyando ambos brazos a lo largo del borde del respaldo.

—En realidad no me arrepiento, me ha gustado, no creí que mi primera vez iba a ser tan… —se quedó callada, enrojeció y apartó su mirada hacia la mesita, donde había dejado el burujo de servilleta y el condón con los restos de mi leche, sus fluidos y su virginidad.

—Tan… ¿qué?

—Tan placentera, tan excitante, quería sentirte muy dentro de mí y ha habido un momento que pensé que me iba a desmayar por el subidón…

Sonreí con autosuficiencia volviendo mi rostro hacia donde Solarys miraba.

—Si no me llegas a decir que eres virgen no hubiese puesto tanto empeño, y seguramente hubiese sido muy diferente…

Las velas estaban prácticamente consumidas, la iluminación era tan pobre que sabía que Solarys apenas podría vislumbrar los detalles.

— ¿Quieres quedarte a dormir?...

Aquella pregunta no me la esperaba para nada, no supe que contestarle en una primera instancia, aquello podía suponer muchísimas cosas y yo no estaba dispuesto a enrolarme en un compromiso de ese calibre. Dudé y mucho, tanto que Solarys, que no era tonta, se percató.

—No quiero que te sientas en la obligación… —empezó a decir con su voz dulzona—. Ni que pienses que eso significaría algo, sólo quiero sentirme igual de bien que ahora, simplemente estando juntos, sin compromisos, mañana todo volverá a ser lo de siempre y nosotros los mismos de ayer…

—No sé si es buena idea Sol…

La decepción que vi en su expresión fue más que reveladora. Me mordí el labio inferior y me recliné hacia Solarys, en el gesto mi mano fue a su barbilla para alzar su consternado rostro.

—Sin compromisos ¿de acuerdo? —le dije.

—De acuerdo —musitó.

Empezó a moverse, con extrema timidez recogió su ropa desperdigada, tapándose las tetas al cruzar sus brazos sobre su pecho con la ropa colgando de una mano —incluida la camiseta que le arranqué y había quedado inservible— y de la otra un plato con las velas prácticamente consumidas, sus pasos acelerados fueron directos a su dormitorio, cogió algo de ropa de un armario y de ahí al baño propio que tenía la habitación.

Cerró la puerta del baño, la atrancó, provocando que mi ceño se contrajera justamente al entrar a su habitación, con mi ropa en una mano, sacaba de la cazadora el móvil para ver la hora: 22:37

Era temprano para mí como para meterme en la cama a dormir, aunque pensé que por otro lado, podría vaguear y quizá retozar con Solarys en la cama, tampoco podía hacer más, sin el suministro de electricidad ningún aparato funcionaba. Sin más dilaciones mentales, me desvestí del todo, dejando mi ropa sobre una silla que había en una esquina al lado del armario y mi calzado debajo. Me acerqué a la cama y retiré la colcha, la manta y las sábanas, me acosté cubriendo mi desnudez hasta la cintura me quedé tumbado boca arriba con los brazos cruzados por debajo de mi cabeza, miraba el blanco techo sin pensar en nada.

Escuché a Solarys trasteando dentro del baño, había abierto el grifo de la ducha e imaginé que estaría lavándose. Al rato se hizo el silencio y la puerta del baño se abrió, descubriendo a Sol vestida con una camiseta que le llegaba a ras de su conejito apenas peludo, estaba cubierto por una suave mata de cabellos dorados encima de su raja, en los labios que había saboreado como un buen gourmet, casi no había vello.

— ¿Estás bien preciosa? —le pregunté en un murmullo, siguiéndola con la mirada mientras dejaba el plato con un par de velas prendidas sobre la mesilla, casi extintas, hasta que se metió en la cama y se recostó sobre mi cuerpo. Apoyó su mejilla sobre mi hombro y mi brazo ya pasaba a rodearla por la cadera y atraerla hacia mi cuerpo.

—Me duele un poco… —me dijo susurrante.

—Es normal —respondí en un tono de voz muy bajo.

— ¿Sabes Angelo? Nunca imaginé mi primera vez…

— ¿De veras?

—Sí, siempre fue abstracto, la verdad que únicamente he tenido otra relación anterior, en el instituto y no pasamos jamás de los besos y que me tocase las tetas por encima de la ropa.

Sonreí al escuchar esa confidencia, mis instintos no me habían fallado.

—Espero haber superado la expectativa.

—Ha sido una locura —contestó a modo de confesión.

—La vida es una locura Sol…

Se echó a reír risueña acurrucándose un poco más contra mí cuerpo, yo hice lo propio, me giré para quedar frente a frente, estrechándola con mi abrazo sentía su cálido aliento sobre la piel de mi cuello, al tiempo que inspiraba la fragancia de sus cabellos. Sus manos acariciaban la longitud de mi espalda, ese gesto, de las yemas de sus dedos rozando los contornos de mis tatuadas alas de ángel, provocaba a mi piel, a mis pulmones que empezaron a vibrar, un tenue ronroneo reverberaba en mi interior.

«Purrrrrrr»…

—Ronroneas como los gatos —dijo Solarys asombrada inclinando su cabeza hacia atrás para mirar mis ojos, felinos e iridiscentes.

—Mmmm… —no podía decir momentáneamente nada más que el ruido que emitió mi garganta, si hubiese abierto la boca era más que probable que Solarys escuchase un rugido. Aclaré mi garganta carraspeando—. Me da gustito… —dije pillastre.

— ¿Cómo lo haces?...

— ¿El qué?... —pregunté haciéndome el loco.

—Ese ruido, ese ronroneo.

— ¿Cuál?... ¿Este?... —inmediatamente escondí mi rostro bajo su mentón, mi pecho inflamado, ronroneaba a la vez que mis labios surcaban la estremecida piel de su cuello, subiendo hasta el lóbulo de su oreja para lamerlo con la punta de mi lengua, sin cesar de reverberar el bisbiseo en mi garganta felina.

Solarys suspiró de placer y se removió inquieta entre mis brazos, aproveché el gesto para enredar mis piernas con sus piernas, introduciendo mi muslo entre los suyos, su entrepierna se acopló a mi piel, noté de inmediato la humedad, como así sus erguidos pezones que sobresalían como si quisiesen traspasar la tela de la camiseta que llevaba puesta y clavármelos en el pecho.

— ¿Angelo?... —farfulló ahogando un gemido.

— ¿Sí?... —pregunté malicioso desenterrando mi rostro de su cuello, buscando sus ojos tostados, al encontrarlos vi el reflejo del profundo anhelo que estaba minando sus sentidos.

—Deseo… yo… —se mordía el labio con una expresión adorable—. Quiero sentirte otra vez…

—Lo sé preciosa… —respondí sibilino acercando mi rostro al suyo para besar sus labios e impedirle hablar y mucho menos, darle tiempo para que se lo pensase.

Mi polla había vuelto a la carga y estaba expectante, por probar de todas sus mieles