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Mi vicio (2)

en Amor filial

"EL imbécil de Julio nos vio en el baño"

Esa frase detuvo el tiempo, sino de qué otra forma toda la disco, de un momento a otro, se habría quedado silenciosa, porqué todo parecía estar estático, incluso mi corazón.

Mi nombre es Ana, y para cuando escuché que mi primo Julio nos había visto a su hermano Alberto y a mí teniendo relaciones en el baño de su casa, me encontraba de vacaciones en Barranquilla; en una discoteca con todos mis demás primos hermanos, bailando con Alberto, bueno más bien temblando del susto en los brazos de Alberto.

Vivo en Quito, tengo 19 años, trigueña de metro sesenta, cabello castaño ondulado. Mis senos son bastante generosos y aunque mi trasero no quita el aliento, esa parte de mi cuerpo se ve favorecida por el ancho de mis caderas; siendo una latina más, no soy de aquellas mujeres que todos voltean a ver, al menos que dedique horas a mi arreglo y quizás ni así, quién sabe. Parte de mi familia está en Argentina y parte en Colombia. Tradición familiar: reunirnos una vez al año, ya sea en un país o en el otro, nunca hemos acordado realizar un encuentro en Ecuador, tal vez porque mi familia nuclear es la única que vive ahí y nuestro apartamento es muy pequeño.

Siendo la niña buena y estudiosa de la familia, mis relaciones con el sexo opuesto, a mi edad, ha sido muy escasa. Nunca me he sentido especialmente atractiva para los hombres, por lo que para poder tener contacto con alguno, el chico en cuestión tendría que acercarse y mostrarse realmente interesado. En esta época, esa actitud de mi parte es simplemente patética. Tuve alguna vez un disfraz de novio; un muchacho de mi edad, fuertezote pero estúpido, con el que perdí la virginidad, y del que me aburrí rápidamente.

Actualmente, quien ha despertado todo lo erótico en mí, ha sido mi primo Alberto, el segundo hombre que ha estado dentro de mí y quien hace tan solo horas me ha regalado el orgasmo de mi vida, durante una sesión corta y bastante caliente de sexo, en el baño de su casa. Beto, como le decimos, es un moreno de más o menos 1.8 metros, ojos de color chocolate, pecho amplio y fuerte, aunque sus músculos no están marcados, ya que su cuerpo es de alguien que alguna vez hizo ejercicio. Con su incipiente barba y su aire de despreocupación, era el hombre más sexual que había conocido.

Día 13. 11.30pm:

Alberto me sostenía por la cintura, en medio de la pista con un reggaeton de fondo musical, me llevó a una esquina bastante oscura, apretando su cuerpo contra el mío. Bajó su rostro para decirme al oído "tranquila chiquita". Entonces mi subconsciente regresó a la discoteca, la música volvió a sonar estridente y sentí una presión en el pecho que amenazaba con no dejarme respirar. Finalmente procese el asunto de que Julio me había visto teniendo sexo con su hermano, en su casa, Dios, por eso me ha tratado así toda la noche.

¿Qué vamos hacer? – alcancé a preguntar, o más bien a suplicar. Beto pegó sus labios una vez más a mi oreja derecha y con su mano tomó mi rostro por el lado izquierdo, para mantener esa posición mientras hablábamos.

No quiero asustarte pequeña, pero el imbécil resultó no ser un caballero.

Oh no, por favor no – ¿Nos va a delatar? – tuve que preguntar

No creo, me pidió mi moto, por eso salí a buscarla. – No dije nada, simplemente la situación era grave; mi locura de verano se había descubierto, la única locura que he cometido y la más reprochable que ha cometido alguien de la familia. Sin mencionar el hecho de que culparían de todo a Beto. Él volvió a hablar

Me dijo que no va abrir la boca. Tranquila – más silencio de mi parte – Ana di algo por Dios.

Suena hipócrita, pero me siento avergonzada

Mierda – dijo con un tono de frustración. Pasé mis brazos por su cintura y me abracé a él, reflexionando que me estaba arriesgando a que otro de mis primos nos viera; sin embargo necesitaba el abrazo.

Tenemos que volver con los demás – dije

No quiero

Por favor – casi lloro de lo asustada que estaba

Volvimos a nuestra gran mesa, gracias a Dios sólo estaban Laura y Adriana con otras cinco personas, quizás amigos. Beto se sentó a mi lado y me sirvió un whisky, estuvimos un poco más de media hora y nadie más se acercó a la mesa. Al cabo de un rato preguntamos por el resto del grupo y nos enteramos de que Julio se había marchado, probablemente para probar su nueva adquisición.

Cuando el alcohol estaba logrando que me calmara, sonó una canción de Juan Luis Guerra. Alberto me tomó de la mano para llevarme a la pista una vez más.

No quiero que sientas vergüenza. – me dijo mientras bailábamos

Si bueno, es que tampoco quiero lastimar a nadie y mucho menos dañar la relación familiar.

Confía en mí, yo me encargaré de que eso no pase.

Beto se detuvo y me llevó a la misma esquina donde estábamos una hora atrás. Era más de la media noche y el sitio estaba a reventar, por lo que fue una casualidad encontrar esa esquina oscura otra vez. Beto me empujó suavemente contra la pared, se apoyó en la pared con su mano derecha y agarró mi muñeca con su otra mano, se la llevó a la boca y la besó. Pegó mi brazo a la pared, dejando mi mano por encima de mi cabeza, y sujetada por su mano izquierda; con un movimiento de su cabeza, apartó la mía, haciéndose espacio para lamer mi cuello. Oh Dios, recorrió el largo de mi garganta con la lengua besándola al final, antes de llegar al lóbulo de mi oreja.

Relájate mi dulce Ana

Sus palabras aumentaron el escalofrío que recorrió mi espalda, y estoy segura de que percibió perfectamente mi estremecimiento. Mi primo bajó su mano derecha hasta tomar con ella parte de mi muslo izquierdo, justo debajo de los glúteos y empezó a depositar en mi garganta pequeños besos que se extendieron por debajo de mi barbilla, para subir a mi rostro y finalmente tomar mi boca. Me invadió con su lengua. Simplemente delicioso.

Momentos atrás estaba asustada, ahora estaba caliente. Moví mi boca, desesperada por devorarlo deslicé mis dedos por su cabello y lo sujeté con fuerza para evitar que se escapara de mi lengua. Perdí mi aliento y aún así seguía besándolo con lujuria. De repente su mano derecha se apoderó salvajemente de mi nalga, y con un gemido por parte de ambos, me sujetó, a la vez que con uno de sus muslos separaba mis piernas para ubicarse entre ellas. Sentí su erección en mi vientre y la humedad en mi sexo. Su cuerpo me dominaba y yo me dejaba hacer.

Con las piernas abiertas, pegada a la pared y mi brazo derecho por encima de la cabeza, me sentía en la posición más sexual del mundo. Separamos nuestros labios por un breve instante, en el que sólo pude gemir, Dios, estaba demasiado excitada. Mi pecho subía y bajaba salvajemente por lo agitado de mi respiración.

Beto volvió a mi oreja, besándola y chupándola mientras me decía con palabras entrecortadas y agitadas "hueles rico". Su voz temblorosa me excitaba todavía más. Sus besos bajaron otra vez por mi cuello, pasaron por la clavícula y descendieron a través de mi escote. Con mi mano libre volví a sujetarlo por el cabello, él levantó la vista y nos besamos una vez más, desesperadamente, separándonos por pequeños espacios de tiempo para poder respirar, desesperadamente también. Entonces, sentí que la pierna que estaba entre las mías se movía; alzó levemente su muslo para rozarlo contra mi entrepierna, y empezó a moverlo. La presión iba desde el inicio de mi raja, hasta los glúteos, y después recorría el mismo camino de vuelta, lenta y vehementemente.

Mi humedad se pegaba a mi ropa interior y mi clítoris se rozaba con la tela presionada por el muslo de mi primo. Gemí, no pude hacer otra cosa que me ayudara, estaba extremadamente excitada. Dejó de besarme y me miró a los ojos, aumentando la velocidad de su pierna. Bajé un instante la mirada, para observar su muslo y después volví a mirar sus ojos chocolate llenos de excitación. Ambos con la respiración totalmente agitada, mi corazón bombeando salvajemente, mi orgasmo a punto de llegar. Y dejó de mover su pierna. Haciéndome esperar, como siempre.

Alberto liberó al fin mi mano derecha, metió su mano izquierda entre mi cintura y la pared y se pegó a mí, reposando su cabeza sobre la mía. Mis senos se apretaron contra su pecho y sentí claramente sus pulsaciones aceleradas. Su sexo reclamando bajo su pantalón, su mano derecha buscando la cremallera de mi capri…

Por Dios, Alberto – dije en medio de un jadeo y deteniendo su mano; recordándole a él y a mi misma que nos encontramos en un sitio público. – Nos estamos pasando. – eché una mirada alrededor y había entre varias personas bailando, una pareja viéndonos con cierta picardía y otras mujeres que parecían disgustadas por tener que presenciar una escena impropia.

¿Nos están viendo? – preguntó Beto sin separarse de mi

Sólo dos pares de personas.

Déjalas que vean – me dijo al oído y tomó mi mano izquierda, para colocarla sobre su hombro. – que nos envidien. – mi corazón volvió a palpitar violentamente.

Beto…

Shhh.

Su mano derecha volvió hacia la cremallera de mi capri, y sin ninguna dificultad la abrió. Oh, no lo puedo creer. Mi primo se abrazó a mi para buscar con su boca, la mía. Nos besamos muy lento pero con intensidad, su mano se deslizó por debajo de la liga de mi tanga y yo me agité. Beto me empujó fuertemente hacia la esquina de manera que nadie me viera, aunque seguramente se podía adivinar qué ocurría allí. Necesité respirar, necesitaba su boca. Y me penetró con su lengua y con su dedo. Y los dos gemidos no se escucharon por el alto volumen de la música.

Jesús, Beto… - no podía ver más que su pecho, no lograba respirar bien tampoco. En un corto arranque de cordura, tomé su mano para retirarla, y él se aproximó para decirme palabras que me excitarían aún más.

No te preocupes si te ven, – me dijo con voz entrecortada – que las mujeres quieran ser deseadas como yo te deseo. Y que los hombres quieran tener una mujer en sus manos como la que yo tengo. – terminó de decir con cierta dificultad.

Su dedo corazón se encontraba dentro de mí, y lo sacó para recorrer con él toda mi raja. Dios, me iba a correr en la discoteca. Luego me introdujo dos dedos, y aunque la posición le era incomoda; cuando su dedo índice y corazón entraban y salían de mi interior, el pulgar hacía círculos alrededor de mi clítoris. Mi pecho se volvió agitar, moví mis caderas al ritmo de su penetración; cerré los ojos y me concentré en sus movimientos acompasados con los míos, y en tratar de respirar, esperando la llegada de mi orgasmo. Entonces con mi mano derecha agarré su nalga y la apreté con todas mis fuerzas, él aceleró el ritmo de sus dedos para bombearme con más ímpetu; abrí mi boca para respirar, me la mordí para no gritar, pero la sensación que me invadió fue tan intensa que eché un gran gemido, y quizás algunos que estuvieran cerca lo habrían escuchado. Sentí el orgasmo en todo mi cuerpo, anulando mis sentidos por un momento y dejándome temblorosa; me aferré a mi primo y él me sostuvo con su mano izquierda, pues su derecha estaba todavía sobre mi sexo. Mi respiración se volvía más pesada y de vez en cuando mi pelvis se contraía con las replicas de mi orgasmo, y en todas esas veces sentí como estrechaba los dedos de Beto.

Finalmente me pude sostener, y mirarlo a los ojos. Que hermoso y sexy es.

Beto sacó despacio su mano derecha y yo inmediatamente traté de acomodar mi capri.

Mi dulce Ana, – me dijo él cuando alce la mirada para verlo. Después se chupo los dedos que antes estaban dentro de mi – tienes un rico sabor. Cielo santo, me encanta este hombre.

Beto eso estuvo…

Increíble.

Pero tu… – dije, pensando en la erección que pulsaba sobre mi abdomen.

Yo me encargo de eso. Estás hermosa, pero igual ve al baño y ponte más bella, yo te estaré esperando.

Separarme de él fue doloroso, y vergonzoso a la vez. Todavía mis sentidos se encontraban un poco desajustados. Traté de acomodar mi cabello y de parecer lo más sobria posible, para caminar hacía el tocador de damas, aunque sentía la persistente humedad entre mis piernas, y algunas curiosas miradas.

Jesús Cristo…

La imagen que me devolvía el espejo, no era la de la chica ecuánime que siempre veo en las mañanas. Era la de una mujer con ojos brillantes, que lucía de forma muy sexy su cabello un poco desordenado, sus pezones erectos y rebelándose contra la blusa, sus labios sonrosados y algo hinchados. Simplemente sorprendente. Aunque me gustara la apariencia de esta Ana, tenía que lograr que apareciera la chica simple otra vez.

Después de lavar mi rostro, limpiar mi sexo, peinarme y esperar que los pezones dejaran de marcar mi blusa, salí al pasillo y allí estaba. Un hombre esplendido. ¿Por qué tiene que ser mi primo?.

Para evitar alguna sospecha, y quizás también para calmar su entrepierna lo más pronto posible, Alberto se retiró antes que el resto de nosotros. Cuando llegamos a la casa, procuré entrar de última al baño, pues tenía pensado ducharme a pesar de la hora. Habían ocurrido demasiadas cosas, necesitaba un tiempo a solas y definitivamente no lo iba a encontrar en la habitación. Pasé el seguro a la puerta del cuarto de baño, y estuve más de media hora bajo la relajante agua tibia. Decidí no pensar en nada, al menos de que se tratara de Beto y sus manos… si estuviera en la ducha enjabonándome, sería mucho mejor.

Día 14. 4.25am:

Hasta que por fin terminó mi ducha. Me enrollé una toalla para dirigirme completamente agotada a la habitación. Pero eso ocurriría en otro momento, porque al abrir la puerta lo primero que encontré fue a Julio.

No sabes lo bien que te queda esa toalla primita.

No por favor…- Julio – no sabía que más decir. Sentí como la sangre abandonaba mi rostro y me abracé. Ahora sabía perfectamente que Julio tenía una horrible opinión de mí. Quise salir corriendo cuando se me acercó. Estaba muy cerca y yo retrocedí.

Si, el cabello mojado te queda muy bien – dijo. Levantó la mano para tomar un mechón de mi cabello, y pude sentir un fuerte olor a whisky. En verdad quería correr. Me hice a un lado para poder caminar hacia el pasillo, directo a la puerta de mi habitación.

Eh, bueno me voy a dormir, hasta mañana.

No te vayas – me agarró fuertemente del brazo.

Por favor, tengo sueño. Hasta mañana. – el sonido de mi voz fue desagradablemente asustado. Entonces Julio me empujó al baño nuevamente, quise luchar, pero tenía miedo de quitar las manos de mi toalla; él entró y cerró la puerta. El pánico me dejó muda, desesperadamente muda.

Temblaba violentamente y sólo alcancé a mirar con incredulidad a mi primo. Quise gritar, quise hablarle duramente y exigir que me dejara salir. Pero nada de eso pasó, porque él habló primero.

Quisiera ver tu culito otra vez.

Continuará