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Esa Casa

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Abrió los ojos de repente, ojeando lo que le alcanzaba el campo de visión sin mover la cabeza, pero suficiente como para cerciorarse que estaba solo.

La escasa iluminación del amanecer que entraba por la ventana era más que suficiente para ver la mayoría de los detalles de su cuarto. Nunca bajaba la persiana del todo, le daba miedo la plena oscuridad, si no veía le faltaba el aire.

Todo allí seguía igual que cuando cerró los ojos antes de dormirse, nada se movió de lugar: los soldaditos de plomo sobre la estantería, el portátil encima del escritorio, la mochila con los libros del colegio encima de la silla… ciertamente estaba en su casa y a salvo, tan solo había sido otro sueño más.

Llevaba meses obsesionado con aquella casa que se veía desde su ventana, le aterraba y al mismo tiempo le hacía crecer su curiosidad por momentos, le atraía como un imán, un enorme imán.

Reconocía que el aspecto de su fachada era terrorífico, pero estaba abandonada y nunca tenía apariencia de haber movimiento en su interior, tan solo eran ladrillos muertos, pero las historias que se contaban de ella contradecían su opinión sobre el edificio en ruinas.

-Tan sólo es una casa vieja.- se decía constantemente.- Pero soy un niño, tengo derecho a tenerle miedo, creo.

Algunos de los niños de su colegio siempre tenían alguna historia nueva que contar sobre ella, de otros niños incautos que desaparecían, de sonidos que se oían dentro, de sombras en sus ventanas. Y otros aseguraban que habían entrado y habían visto cosas terroríficas, esqueletos, instrumentos de tortura, sangre por las paredes. Pero él nunca había podido presenciar nada de eso, no podía ser que fuera el único que nunca había visto nada de lo que todo el mundo hablaba.

Subió la persiana por completo, quería verla otra vez, aún sabiendo que eso no le beneficiaba en nada, luego venían los sueños y le asustaba. Y de repente lo tubo claro y decidió.

Entraría en la casa ese mismo día, tenía que ver con sus propios ojos todo aquello que los demás ya conocían y él todavía no. Pero le daba miedo, mucho miedo.

Una hora más tarde salió a la calle al acecho de la casa abandonada. No tenía muy claro que era lo que le empujaba, pues sentía que tenía decisión, pero el tembleque de sus piernas no decía lo mismo.

A mitad de camino, en sentido contrario, venía una niña que conocía de vista del colegio, la cual estaría pensando en sus cosas, pues no parecía que mirase a nada en concreto.

Estuvo tentado de darse media vuelta, el miedo aumentó y le asaltaron las dudas si esa niña se daría cuenta de su miedo y de a donde se dirigía. Sería terrible si le contaba a los otros niños el miedo que tenía en ese momento, pero la niña pasó por su lado sin ni siquiera mirarle.

Por fin llegó a la entrada de la casa ruinosa, así de cerca era más horrible si podía ser.

Estuvo varios minutos observándola frente a frente, su imaginación le decía que la casa intentaba comunicarse con él, y eso le paralizó, pero enseguida reaccionó y se convenció así mismo que no tenía sentido, y si permanecía mucho tiempo allí fuera corría el riesgo que alguien le viera.

Había oído en varias ocasiones cómo entraban los niños en la casa, y era un buen momento para averiguar la veracidad de todo aquello.

Rodeó el edificio hasta llegar a la parte trasera y encontró allí los bidones que tanto hablaban y por donde subían los demás a una ventana destrozada de la planta de arriba.

Así lo hizo, era un niño poco pesado y atlético, lo cual no le supuso gran esfuerzo tal aventura el trepar, hasta que llegó a la ventana y metió la cabeza para analizar su interior.

La luz entraba sin problema por el orificio de la ventana, y lo que allí dentro se veía era precisamente lo que debía de haber teniendo en cuenta el estado del edificio: maderas rotas por el suelo y apoyadas en alguna pared, astillas por el suelo, mucho polvo por todas partes y una puerta destrozada en la pared opuesta a la ventana. Una escena totalmente inofensiva, así que decidió colarse.

Una vez dentro la cosa no parecía tan acogedora como desde fuera. Enormes telarañas adornaban el techo, una fea lagartija le miraba desde lo alto de una de las paredes, el olor era ligeramente extraño y multitud de polvo se levantaba a cada paso que daba.

Intentó escuchar algo, pero tan solo oía el sonido de los pájaros del exterior, totalmente ajenos a lo que él estaba haciendo, en el interior de la casa todo era silencio, lo cual le tranquilizaba, pensó que si hay silencio no hay movimiento, y si no hay movimiento puede que no haya vida, y si no hay vida no hay peligro inmediato.

Tomándose esa regla como algo infalible y certero, tomó la decisión de explorar algo más la casa saliendo por la puerta y encontrándose en un ancho pasillo al cual daban 4 puertas y una escalera que descendía.

Asomó ligeramente la cabeza por otras 2 puertas rotas que habían, encontrándose con idénticas escenas a la de la estancia por donde había entrado por la ventana, mucho polvo, muchas maderas rotas, muchas telarañas, las paredes desconchadas por el paso del tiempo, los techos altos y siniestros y los suelos polvorientos. Allí no había nada de lo que hablaban los otros niños: ni cadáveres, ni tortura, ni sangre por las paredes, ni nada macabro, ciertamente todo aquello le parecía lo que él siempre había pensado que era, tan solo ladrillos muertos.

Se dio cuenta entonces de la cuarta puerta que daba al ancho pasillo, aquella puerta era vieja, pero estaba entera y cerrada, contrastando notablemente con el resto de puertas, pero, a pesar que sí la había visto desde el primer momento, no se había dado cuenta del detalle de que esa puerta estuviera intacta.

Los temblores de las piernas se hicieron notar nuevamente, quería irse, pero todavía le quedaba mucho por ver. Miró un par de veces más a su alrededor volviendo a analizar nuevamente la ruina que le rodeaba, e intentaba convencerse así mismo que no había nada que temer, y le animaba el hecho de que no se hubiera interrumpido el silencio en ningún momento.

Ya que estaba allí tenía que verlo todo, y ello conllevaba a ver también lo que había detrás de esa puerta, algo le decía que se iba a encontrar con mas de lo mismo de lo que había visto hasta entonces, y eso le animó ligeramente.

Acercó la mano temblorosa hacia la manivela de hierro de la puerta vieja pero intacta. Notó que el hierro estaba demasiado frío, y ese frío se le extendió al resto del cuerpo, soltó entonces la manivela y dudó.

Intentó escuchar algo en el interior de la estancia cerrada, pero igualmente el silencio reinaba como en el resto de la vivienda, y eso le volvió a animar.

Decididamente volvió a coger la fría manivela y abrió la puerta chirriante hasta la mitad. Allí no entraba la luz exterior, todo estaba oscuro, esa oscuridad tan penetrante que tanto miedo le daba.

En apenas 2 segundos después de haber visto esa oscuridad tenía muy claro que allí no iba a entrar, decidió entonces cerrar la puerta y olvidarse de esa estancia.

Un fuerte brazo salió velozmente de las tinieblas cogiéndole de la pechera y arrastrándolo hacia el interior. La puerta se cerró de golpe levantando parte del polvo que había en el suelo.

Ningún grito y ninguna alteración del silencio, tan sólo los pajaritos del exterior, totalmente ajenos a esa casa, cada uno con su vida, cada uno con su supervivencia.