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Ley de vida

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Varios ventanales ocupaban gran parte de una de las antiguas paredes de la estancia dejando entrar la alegre luz matutina de esa mañana del mes de abril y dando luz al quieto y dolorido cuerpo de la hechicera que yacía en su lecho

Aún sabiendo que el cuerpo que ocupaba estaba en sus últimos momentos de actividad, ella se sentía tranquila y segura de sí misma. Años de trabajo le garantizaban que con esta muerte no se concluía su existencia en el mundo.

No lo había probado pero no lo necesitó, pues creía a ciencia cierta que iba a funcionar, y además ya tenía a su víctima seleccionada y bien cuidada. Rescató de la esclavitud a esa doncella cuando apenas había dejado de ser niña hacía ya casi 4 años, y la convirtió en su sirvienta personal. La joven tan sólo debía de cuidarla en sus últimos años de vida y no le pediría nada más, después de eso le garantizó que quedaría libre y con buena parte de la herencia, pero en ningún momento le dijo que lo único que quería de ella era su cuerpo para cuando la vida del de la hechicera terminara.

Calculaba que le quedaban varios días para el momento esperado e intentaba alejar la ansiedad de hacer el cambio antes y ver los resultados del conjuro, pero no podía correr riesgos precipitándose pues aún debía atar algunos cabos en lo que concernía a su futura vida.

Como cada mañana, algunos pajarillos se posaban en los ventanales y cantaban dulcemente alegrando largos momentos en la meditación de la anciana, a veces eran simples canarios, pero en otras ocasiones llegaban hasta allí bonitos jilgueros, como el que se encontraba ese día rompiendo el silencio de la zona.

La puerta se abrió interrumpiendo el momento de placer auditivo de la hechicera, sin que el ave cesara en su cante. La sirvienta entró en la habitación cargando distintas cosas que habitualmente llevaba previo a la hora del almuerzo. La vieja, observando la juventud de la chica en silencio, asentía complacida, pensando que con ese cuerpo y esa vitalidad seguiría haciendo grandes cosas en la vida y aumentaría aún más su poder y su sabiduría.

Terminado el almuerzo, la doncella se retira dejando la sala en perfecto orden y nuevamente con la tranquilidad que había antes de su interrupción, sin que el canto del pajarillo se hubiera ausentado en ningún momento. Pero había algo que no terminaba de estar bien, un inquieto y extraño malestar comenzaba a manifestarse en el viejo cuerpo de la anciana el cual sentía algo que nunca había experimentado.

- No puede ser la muerte esto. – se repetía constantemente intentando encontrar respuestas. Escasos minutos le supuso analizar la situación y averiguar la clave de lo que estaba aconteciendo en su interior.

- ¡Veneno! - los ojos se le abrieron de par en par cuando descubrió lo que le ocurría, notando que los síntomas se aceleraban por momentos.

El envenenamiento le fue confirmado en el momento en el que intentó hacer sonar la campanilla que siempre utilizaba cuando necesitaba a la muchacha, pero esta no hacía sonido alguno, ya que extrañamente le había desaparecido el badajo.

Veía en segundos como años de estudio, preparación y dedicación se le esfumaban de las manos, la ansiedad que siempre controlaba sin problema en ese momento le desbordaba porque el malestar del veneno le colapsaba el cerebro.

Trató de gritar, pero el grito se le atravesó en la garganta. Se apreció un silbido agudo y estremecedor cuando intentó tomar aire. Los dedos de la muerte se le aferraban entorno al cuello.

Tenía que ser ya, ese era el preciso momento , y sólo en ese instante, cuando debía de usar el conjuro que tanto había estudiado y perfeccionado, pero la chica no se encontraba allí. Se moría y no tenía ningún cuerpo donde trasladarse.

El jilguero seguía con su hermoso cante ajeno a la presencia de la muerte que esperaba impasible para llevarse el alma de la hechicera.

- Me muero, me muero. – se repetía una y otra vez incrédula de cómo iba a terminar sus días en el mundo. De buena gana se hubiera reído a carcajada de su triste final si tuviera al menos la oportunidad de aspirar aire, pero su última aspiración de tan importante elemento ya la tomó hacía varios segundos.

- Al menos moriré en un ambiente tranquilo y agradable – pensó observando al bonito jilguero que seguía alegre con su cante dando pequeños saltitos en el alféizar de la ventana. Y siguió mirándolo, y lo miraba atentamente intentando fijar la mirada en los ojos del ave, y lo miraba, y lo miraba, mientras su cara ya tenía un tono azulado por la falta de aire. La mirada de la anciana hechicera atravesó el plumaje del pequeño pajarillo y un espasmo lo sacudió haciéndole cesar en su cante. Y de estar viendo al jilguero pasó a estarse viendo así misma, desde la ventana, tumbada sobre su lecho, con la piel azulada y la boca y los ojos abiertos sin vida.

Se sentía pequeña e insignificante, pero libre, ágil y llena de vida. Una oleada de alegría y entusiasmo salía de su pequeño interior. No paraba de mirar hacia todas partes como si fuera eso un nuevo mundo para ella, el cual sí lo era por lo menos visto desde su nuevo cuerpo.

Miró una vez más lo que fue durante tantos años, y sintió pena de verse en lo que se había convertido y de cómo había acabado. Pensó entonces en esperar a que acudiera su sirvienta para volverse a cambiar de cuerpo, pero eso podría tardar horas y podía hacerlo en cualquier otro momento, en ese instante le apremiaba el descubrir el mundo que le rodeaba desde un punto de vista que nunca se hubiera imaginado, y en unas décimas de segundo tomó la decisión y saltó. Ascendió el vuelo como si lo hubiera hecho toda su vida, subía y subía y todo se hacía más pequeño aumentando su campo de visión en los distintos horizontes que le rodeaban.

Dejó atrás el pueblo más rápido de lo que nunca hubiera pensado que podría hacer, y en pocos instantes tan solo tenía bajo de si el bosque, vegetación y vida, tranquilidad y bienestar. Una montaña y un río, otro bosque y otra montaña, y seguía volando y disfrutando de la vida.

No supo si habían pasado minutos u horas, se sentía algo cansada pero quería exprimir al máximo las nuevas habilidades que había adquirido y disfrutar de todo aquello que le rodeaba, y descendió a tomar tierra firme posándose sobre una roca cerca de la orilla de un riachuelo.

Aquello era el paraíso para ella, a solas pero al mismo tiempo rodeada de vida como no lo hubiera estado nunca, escuchando el sonido de la naturaleza, el murmullo del correr del agua en el arrollo, las aves en los árboles, el aire entre las ramas... y las zarpas de aquel gato montés que no fue capaz de apreciar hasta que el felino no cerró la boca entorno a su nuevo y diminuto cuerpo de jilguero. Pataleaba con sus pequeñas patitas que todavía se encontraban fuera de las fauces del gato, pero el resto del cuerpo estaba siendo salvajemente aprisionado por los músculos de la oscura boca de su depredador.

Esta vez sí fue capaz de reaccionar con más celeridad y ejecutó el hechizo apenas se dio cuenta de que le iba a ser imposible liberarse del gato. Los espasmos de su agresor dejaron de oprimirle el plumaje, y pasó de la absoluta oscuridad del interior del felino al ambiente soleado del campo, viendo como el pajarillo caía al suelo tras dejar de oprimirlo y como, notablemente asustado, emprendía el vuelo a gran velocidad.

Nuevo cuerpo y nuevas sensaciones, sentía sus nuevas cuatro patas sobre el terreno irregular, sentía la vegetación de otra forma, percibía la información de sus sentidos de otra manera... se sentía poderosa y salió corriendo campo a través.

La velocidad, el dominio de las cuatro patas, la libertad, su agilidad que no sentía desde otrora, la hechicera era todo orgullo. Corrió y corrió durante largos minutos hasta acabar agotada y no tubo más remedio que detenerse en un claro del bosque sentándose sobre sus cuartos traseros.

Observó la naturaleza que le rodeaba, la hierba, las flores, la hermosura de una abeja sobre una de ellas apenas a metro y medio de distancia... levantó la vista hacia el cielo y lo contempló como si nunca lo hubiera visto, cerró los ojos y se dejó acariciar el pelaje por la brisa.

Un repentino y punzante golpe en el lomo, precedido por un leve silbido, le obligó a volver a la realidad.

- ¡Toma!, ¡le has dado!.- es lo único que pudo escuchar antes que una segunda piedra le rozase una de las patas delanteras y otra le diera plenamente en la cabeza dejándola aturdida y tumbada en la hierba cerca de la flor donde la abeja emprendía el vuelo alertada por la ruptura de la tranquilidad.

- A ver si le doy yo.- El peligro le acechaba de inmediato con una nueva oleada de piedras.

La celeridad de los acontecimientos no le dio lugar a opciones y se trasladó nuevamente de cuerpo, capturando el de la abeja que tan solo había alzado el vuelo sin alejarse.

Dos de las nuevas 3 piedras lanzadas por los atacantes impactaron en el moribundo cuerpo del ahora ya inerte gato del que brotaban distintas heridas desagradables.

- Menuda pieza hemos cogido esta vez.- Se trataba de 3 muchachos preadolescentes que ya se habían acercado al cadáver del animal y lo tanteaban con los pies.

Está gordito el bicharraco, con él tenemos para un par de días por lo menos.

Pensó entonces la hechicera que cualquiera de esos tres jóvenes le vendría muy bien para pasar el resto de su vida. Bajó el vuelo rodeándolos e estudiando a cada uno de ellos mientras los chicos parecía que no se fijaban en ella y preparaban un saco donde meter el cuerpo de su presa.

Los tres se les veía de clase baja, pero bien curtidos, fuertes y campestres... rechazando directamente al niño gordito y bajo, pensó entonces que el más alto parecía tener el mejor cuerpo para su propósito: con pelo castaño, ojos verdes, mandíbula redondeada y sobre todo y más importante, actitud de líder.

Se acercaba hacia el muchacho elegido mientras éste tenía el cuerpo del gato en sus manos y otro de ellos le aguantaba el saco para introducirlo... ¡PLASF!

- Mierda de abeja, que pesada.- el chico gordito aplastó con sus manos callosas de dedos cortos el diminuto cuerpo de la abeja destrozándolo desagradablemente.

- Venga démonos prisa que aún tenemos que buscar unas hierbas para condimentar la cena.