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Burlando a la muerte

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  BURLANDO A LA MUERTE.

  En una de las antiguas paredes de la estancia varios ventanales permiten pasar la alegre luz de aquella mañana del mes de abril, que ilumina al quieto y dolorido cuerpo de la  hechicera yaciendo en su lecho

Aun sabiendo que el cuerpo que ocupa está en sus últimos momentos de vida, ella se siente tranquila y segura de sí misma. Años de trabajo y experiencia le garantizan que con esta muerte no se concluye su existencia en el mundo.

Está convencida de no haber sido necesario probar el conjuro, segura de que funcionará, teniendo ya a su víctima seleccionada y bien cuidada, sumado a la gran cantidad de información y experiencia obtenida en sus largos años de vida. Rescató de la esclavitud a esa doncella cuando apenas dejó de ser niña hace ya casi siete años, y la convirtió en su sirvienta personal. La joven tan sólo debía cuidarla en sus últimos años de vida, los cuales ya se acercaban por aquel entonces,  y no le pediría nada más, teniendo garantizada la libertad y buena parte de la herencia, pero nunca le confesó que lo único que le interesaba de ella era su cuerpo para cuando la vida del de la hechicera terminara.

La anciana, meditabunda, piensa sobre  los escasos días más que posiblemente le queda de espera en esa situación intentando alejar la ansiedad de hacer el cambio antes y experimentar por fin los resultados del conjuro, pero le supone un gran riesgo precipitarse pues aún debe atar algunos cabos en lo que concierne a su futura vida.

Como era habitual, todas las mañanas, distintos pajarillos se posan en los ventanales y cantan dulcemente alegrando largos momentos en la meditación de la anciana; a veces eran simples canarios, pero en otras ocasiones llegaban hasta allí bonitos jilgueros, como el que se encuentra ese día adornando la tranquilidad de la zona.

La puerta se abre interrumpiendo el momento de placer auditivo de la hechicera, sin que el ave cese en su cante. La sirvienta entra en la habitación cargando distintas cosas que acostumbra a llevar rutinariamente a la hora del almuerzo. La vieja, observando la juventud de la chica en silencio, asiente complacida, pensando que esa bonita figura llena de vitalidad seguro le permitirá conseguir importantes cosas en esa nueva vida aumentando aún más su poder y su sabiduría.

Una vez terminado el escueto almuerzo que su desgastado cuerpo le permite ingerir, la doncella se retira dejando la sala en perfecto orden y nuevamente con la tranquilidad que reinaba antes de su interrupción, sin que el canto del pajarillo se haya ausentado en ningún momento.

Una sensación interna aflora manifestando que algo no termina de estar bien, un inquieto y extraño malestar se hace sentir en el cuerpo de la anciana notando algo que nunca había experimentado en su larga vida.

—No puede ser la muerte esto –susurra preocupada intentando encontrar respuestas.

  Razona síntomas y situación y, por fin, averigua lo que acontece en su interior...

—¡Veneno! —exclama con la voz ronca al tener claro los hechos, notando que los síntomas se aceleran por momentos.

Con gran esfuerzo consigue alcanzar la campanilla que siempre utiliza para llamar a la sirvienta, quedándose más incrédula al no conseguir hacerla sonar por la ausencia del badajo, confirmándole la traición.

Ve entonces  en segundos, cómo años de estudio, preparación y dedicación se le esfuman de las manos, la ansiedad que siempre controlaba sin problema en este momento le desborda a causa del malestar del veneno que le colapsa el cerebro.

Trata de gritar, atravesándosele el grito en la garganta, apreciándose tan solo un silbido agudo y estremecedor intentando tomar aire. Los dedos de la muerte se le aferran entorno al cuello.

Se da cuenta que tiene que ser ya, no habrá otra ocasión, siendo en ese instante, cuando debe de usar el conjuro que tanto había estudiado y perfeccionado; se maldice a ella misma y a la sirvienta por no estar allí en ese momento. Se va muriendo y no tiene al alcance ningún cuerpo donde trasladarse.

El jilguero sigue con su hermoso cante, ajeno a la presencia de la muerte que espera impasible para llevarse el alma de la hechicera.

—¡Aaagh, maldición!, no puede ser –agoniza incrédula de cómo va a concluir su existencia.

De buena gana se reiría a carcajada de su triste final si tuviera al menos la oportunidad de aspirar aire, pero su última aspiración de tan importante elemento ya hacía varios segundos que la tomó.

—Al menos moriré en un ambiente tranquilo y agradable –piensa observando al bonito jilguero que sigue alegre con su cante dando pequeños saltitos en el alféizar de la ventana.

Lo observa, lo ojea y estudia, sigue observándolo, atenta intentando fijar la mirada en los diminutos ojos del ave, y lo mira, y lo mira, mientras su cara ya muestra un tono azulado por la falta de oxígeno. La observación de la anciana hechicera atraviesa el plumaje del pequeño pajarillo, produciéndole espasmos y haciéndole cesar en su cante. Y de estar observando al jilguero pasa a observarse a sí misma, desde la ventana, tumbada sobre su lecho, con la piel azulada, con la boca y los ojos abiertos sin vida.

Se siente pequeña e insignificante, pero libre, ágil y llena de vida. Una oleada de alegría y entusiasmo sale de su pequeño interior. No puede evitar de examinar aceleradamente todo lo que le rodea como si fuera eso un nuevo mundo para ella, siendo apreciado ahora desde su nuevo cuerpo.

  Observa una vez más aquello que fue durante tantos años, sintiendo pena de verse en lo que se había convertido y de cómo ha concluido todo. Piensa entonces en esperar a que acudiera su sirvienta para volverse a cambiar de cuerpo, pero eso bien podría suponer horas de espera, pudiéndolo hacer en cualquier otro momento. En este instante le apremia la ansiedad de descubrir su nuevo mundo desde un punto de vista que nunca se hubiera imaginado. Determinada por un impulso natural desconocido para ella, alza el vuelo enérgicamente saltando hacia el cielo.

Se eleva como si lo hubiera hecho toda su vida, subiendo y subiendo, visualizando todo más pequeño, aumentando su campo de visión en los distintos horizontes que le rodea.

Dejando atrás la ciudad más rápido de lo que nunca hubiera pensado que podría hacer, consigue alcanzar en pocos instantes el bosque: vegetación y vida, tranquilidad y bienestar. Una montaña y un río, otro bosque y otra montaña; volando libre y disfrutando de su nuevo cuerpo.

Sin saber si habían pasado minutos u horas, sintiéndose algo cansada, no puede ni quiere evitar la necesidad curiosa de exprimir al máximo las nuevas habilidades que ha adquirido, disfrutando de todo aquello.

  Decide entonces descender para tomar tierra firme posándose sobre una roca bañada por las cristalinas aguas de un riachuelo.

Se siente feliz, libre y viva como en su infancia, en soledad pero al mismo tiempo rodeada de vida como no lo había estado jamás, escuchando el sonido de la naturaleza, el murmullo del correr del agua en el arroyo, las aves en los árboles, el aire entre las ramas... y las zarpas de aquel gato montés que no había sido capaz de advertir, encontrándose incrédula  en el interior de la boca del felino con su ahora diminuto cuerpo de jilguero.

  Inútilmente patalea con sus pequeñas patitas, rasgando el aire fuera de las fauces del gato, siendo el resto del cuerpo salvajemente aprisionado por los músculos de la oscura boca de su depredador.

Adivinando nuevamente la inutilidad de resistirse a la muerte en su estado actual y, aprovechando la experiencia ganada en el anterior proceso, esta vez sí consigue reaccionar con más celeridad ejecutando el hechizo mentalmente sobre el gato.

Los espasmos de su agresor dejan de oprimirle el plumaje, e instantáneamente  pasa de la absoluta oscuridad del interior del felino al ambiente soleado del campo, viendo como un pajarillo cae al suelo tras dejar de oprimirlo con su mandíbula, alzando el vuelo torpemente a gran velocidad y notablemente asustado.

Nuevo cuerpo y nuevas sensaciones, siente sus cuatro patas nuevas sobre el terreno irregular, observa la vegetación de otra forma, percibe la información de sus sentidos desde otra perspectiva; sintiéndose poderosa y segura, arranca velozmente corriendo campo a través.

La velocidad, el dominio de las cuatro patas, la libertad, su agilidad que no sentía desde otrora… plena de orgullo corre y corre durante largos minutos hasta acabar agotada y teniendo que detenerse en un claro del bosque, sentándose sobre sus cuartos traseros.

Observando la naturaleza que le rodea, la hierba, las flores, la hermosura del vuelo de una abeja suspendida sobre una de ellas apenas a metro y medio de distancia, levanta la vista hacia el cielo contemplándolo como si nunca lo hubiera visto. Cierra los ojos para sentir con más intensidad cómo es acariciada en su pelaje por la suave brisa.

Un repentino y punzante golpe en el lomo, precedido por un leve silbido, le obliga a ponerse en alerta.

—¡Toma!, ¡le has dado! —es lo único que puede escuchar antes que una segunda piedra le roce una de las patas delanteras y otra le acierte plenamente en la cabeza dejándola aturdida y tumbada en la hierba cerca de la flor donde la abeja alza el vuelo, alertada por la ruptura de la tranquilidad.

—A ver si le doy yo —una voz distinta, su existencia nuevamente incierta.

Presuponiendo una nueva oleada de piedras, se ve obligada a dejarse llevar por la celeridad de los acontecimientos sin darle lugar a opciones trasladándose nuevamente de cuerpo, ahora con gran maestría y eficacia, capturando el de la abeja que tan solo había alzado el vuelo sin alejarse de la flor que previamente intentaba polinizar.

Ya establecido el proceso del traslado al diminuto cuerpo de la abeja, se fija que dos de las nuevas 3 piedras lanzadas por los atacantes habían impactado en el maltrecho cuerpo del ahora ya inerte gato del que se reflejan distintas heridas desagradables.

—Menuda pieza hemos cazado esta vez —3 muchachos preadolescentes inspeccionan el cadáver del animal tanteándolo con los pies.

—Está gordito el bicharraco, con él tenemos para un par de días por lo menos.

En su nueva situación, no puede evitar pensar que cualquiera de esos tres jóvenes le vendría muy bien para pasar el resto de su vida, en vuelo bajo, rodeándolos y estudiando a cada uno de ellos, atenta de que ninguno de los chicos se fijase  en ella, distraídos mientras preparaban un saco donde meter el cuerpo de su presa.

Puede apreciar claramente la clase baja de los tres jóvenes, pero bien curtidos, fuertes y campestres. Rechazando directamente al niño gordito, lleno de granos en la cara, por ser lo más feo que hubiera visto nunca, se convence que el más alto parece tener el mejor cuerpo para su propósito: con pelo castaño, ojos verdes, mandíbula redondeada y sobre todo y más importante, aparente actitud de líder.

Se acerca cautelosamente hacia el muchacho elegido aprovechando la distracción por estar este con el cuerpo del gato en sus manos mientras el tercer chico le aguanta el saco para introducirlo... ¡PLASF!

—Mierda de abeja, qué pesada —el chico gordito se restriega las manos, de gruesos y cortos dedos, en el sucio pantalón para quitarse los restos del ahora desparramado cuerpo del insecto.

—Venga, démonos prisa que todavía tenemos que buscar unas hierbas para condimentar la estupenda cena que tenemos hoy.