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El inesperado atracón de Monseñor Platti

en Textos de risa

EL INESPERADO ATRACÓN DE MONSEÑOR PLATTI

Este hecho que paso a relatar lo descubrí estudiando los fondos documentales del convento Real de Granada. Era yo por aquel entonces estudiante de la Universidad de Historia de Granada en la rama de Historia Moderna y Contemporánea . Me encontraba cursando el último año y estaba preparando mi trabajo de final de carrera. Para ello había escogido este antiguo convento que poseía un abundante e importante fondo documental y artístico. Además al residir en la capital, mis visitas al convento podían ser más frecuentes y por supuesto mucho más provechosas. Para poder acceder a los fondos sin ningún tipo de restricción, cursé la petición para la consulta de los mismos a través de la Universidad. Mi profesora de Historia, una ninfómana de mucho cuidado, ejerció sobre mí además de otras funciones no demasiado académicas, la tutoría de mis investigaciones. Era una mujer de prestigio reconocido y además natural de Granada lo cual facilitó que la petición fuese debidamente atendida y por supuesto aceptada. Estaba tan interesado en mi trabajo, que pasaba imnumerables horas absorto en la biblioteca del convento. Allí tenía a mi disposición numerosos documentos interesantísimos sobre el pasado reciente de la ciudad. Cartas, libros contables, censos, etc...

Estaba convirtiéndome en un ratón de biblioteca, cada vez pasaba más tiempo entre esas cuatro paredes. Un día cansado de revisar tanto libro y manuscrito, me incorporé y di un pequeño paseo por la estancia. Me acerqué a la llamativa biblioteca, era de madera barnizada y llegaba desde el suelo hasta un altura de unos seis metros, y me puse a fijarme en los incontables libros que allí había. Algunos eran muy antiguos y otros más recientes. En uno de los estantes aparecían numerosos legajos enrollados que llamaron poderosamente mi atención. La mayoría tenían la textura de los pergaminos, atados con lo que en su día fueron hermosos lazos de seda en colores y además lacrados. Subí a la escalera que facilitaba el acceso a las estanterías altas, y cogí algunos aleatoriamente para mirarlos por pura curiosidad. Entre ellos y sería quizás el más reciente, estaba fechado en el año 1981, había uno muy interesante, en el que el vigente Papa se interesaba por el estado de salud del Cardenal Platti. Platti, según puede comprobar más tarde, era el Cardenal de confianza del Papa en aquellos años. Había venido de incógnito a España, y más concretamente a Granada, para preparar la posterior visita del Papa a la ciudad. Algo le debía haber sucedido pues el Papa se mostraba preocupado por la salud de su ministro y rogaba que se hiciese todo cuanto fuese posible por lograr su plena recuperación. Me quedé intrigado con este asunto totalmente desconocido para mí. Si recordé, que por esas fechas el Papa realizó una visita a la ciudad que fue muy celebrada y recordada durante mucho tiempo. Posponiendo mi investigación, me hice del diario del convento, no sin dificultades, y retrocedí en el día a día de la vida de la institución hasta que llegué a las fechas que correspondían con la visita de Monseñor Platti al convento.

Según constaba en el diario, el día esperado Monseñor Platti llegó a Granada. El Obispado de Granada organizó una discreta recepción en la estación ferroviaria y fue llevado en coche hasta la sede del Obispado para saludar protocolariamente al Obispo y a las autoridades locales y militares.

Mientras tanto en el convento había una actividad frenética para que todo quedara al gusto del ilustre visitante. Todo estaba preparado con la suficiente antelación, por lo que todos los esfuerzos se centraban en la organización de la comida y en el funcionamiento correcto de la cocina. La madre superiora Sor Perfecta, haciendo gala de su nombre, lo tenía todo previsto y muy bien organizado.

Era una mujer decidida, inteligente y con buenas dotes para el mando. A veces sus subordinadas se quejaban de que era implacable y rígida en el mantenimiento de sus ideas. A la hora fijada, la plana Mayor del Obispado junto a las fuerzas vivas de la ciudad se presentaron en el comedor del convento. Antes, la Madre Superiora, muy nerviosa por el deseo de que todo saliera a la perfección, los recibió en la magnífica entrada del convento. Pasaron directamente al comedor que lucía en esos momentos sus mejores galas. El banquete estaba previsto para doscientas personas, y según reflejaba el diario las previsiones se habían desbordado, llegando el número de comensales a la cifra de trescientos veinte asistentes. Sor Perfecta lo había previsto, por lo que rápidamente se le puso solución a lo que podía haber sido un enorme problema. El soberbio comedor tenía capacidad para esas personas e incluso para muchas más. Respecto a la comida, la despensa del convento andaba muy sobrada de todo tipo de suministros.

Monseñor Platti junto al señor Obispo, el Alcalde y los gobernadores civil y militar, presidieron la cena. Por el inventario de las compras realizadas en fechas anteriores a la visita, pude deducir que el banquete debió ser pantagruélico. Carnes de caza, aves, legumbres, bacalao, exquisitos vinos y licores, etc... Además todo ello aderezado con los exquisitos postres y dulces, que las monjas del convento realizaban a diario y que eran famosos en toda la región.

La comida transcurrió con normalidad, en el diario se destaca la capacidad exagerada de engullir de la que hicieron gala tanto Monseñor Platti como el Señor Obispo. A la hora de beber vino, además de ellos dos, parece ser que no les fue a la zaga el señor Alcalde. Todos comieron y bebieron amigablemente, hasta que llegó la hora de los postres. Se menciona que Monseñor Platti, los quiso probar todos, y conforme los degustaba lanzaba exclamaciones de placer tan exageradas, que el Señor Obispo se sintió incomodado, aquello rayaba ya en la gula más descarada. Y entonces fue cuando surgió el problema. Las monjitas para agasajar al Cardenal Platti, se les ocurrió con el visto bueno de la Madre Superiora, hacer un exquisito arroz con leche para tomarlo al finalizar la comida. El arroz con leche del Convento tenía merecida fama en toda la región. Prepararon un buen perol lleno de leche de vaca y medio saco de arroz, y se pusieron a cocinar tan suculento plato. Una vez terminado, se distribuyó en pequeños boles y se les añadió por encima agradecidas dosis de canela molida.

Finalizada la comida, que duró más de dos horas, y degustados los postres caseros de las monjas, se sacó el exquisito arroz con leche. Muchos comensales renunciaron, con todo el dolor de su alma, probar tan exquisito plato, pero sus estómagos no daban para más. Monseñor Platti, a pesar de estar lleno de más, no pudo renunciar a probar tan apetitoso manjar. El señor Obispo no daba crédito a lo que sus ojos veían. Monseñor dio cuenta de varios boles de arroz y solícitamente, mandó traer a su presencia a Sor Amelia, que era quien había dirigido la confección de tan valorado plato. Cuando Sor Amelia se presentó ante él, fue sinceramente felicitada y como la rolliza hermana vio lo mucho que Monseñor, celebraba su obra, ésta le comentó que en la olla habían quedado unos restos de arroz con leche tostados que estaban de auténtica locura. Monseñor le suplicó que le sacara un buen plato de ese arroz requemado, pues suponía que le encantaría. El Señor Obispo con el gesto torcido, miraba a la Madre Superiora que no comprendía a qué podía deberse el evidente malestar de Su Señoría. Mientras tanto, la hermana Amelia se había dirigido a la cocina y ya volvía con un enorme plato de tostado de azúcar y arroz con leche. Monseñor degustaba el plato y parecía que a cada cucharada que tomaba más se acercaba al éxtasis. Todos se quedaban embobados, observando las exclamaciones y los gestos, que su Santidad dejaba escapar a cada cucharada que engullía. Cuando hubo terminado y con gran satisfacción por parte de la cocinera sor Amelia y de la Madre Superiora, Monseñor muy agradecido por el ilustre recibimiento que se le había otorgado, se despidió de los presentes y se fue a su aposento a echar una merecida siesta. Se encontraba muy cansado del viaje y de todo el ajetreo del recibimiento. Todos se despidieron y abandonaron tranquilamente el convento. El Señor Obispo quedó con Monseñor Platti a la hora convenida en el Palacio Episcopal y se marchó, no parecía muy contento, observó la Madre Superiora que quedó un poco intrigada.

A media tarde Monseñor Platti se sintió indispuesto, un fuerte dolor de vientre y una fiebre alta se le habían presentado de repente. La madre Superiora fue avisada y acompañada de varias hermanas se personó en los aposentos de tan Ilustre Personaje. Al comprobar el estado de su insigne visitante, como es natural, con preocupación llamó al Obispado. El señor Obispo le dijo que fuese discreta, que la visita era secreta y que nadie debía saber de su visita por ahora. Que le prestaran los primeros auxilios necesarios. La tranquilizó diciéndole que pensaba que podía deberse a un atracón, que no le dieran nada de comer y que esperaran a que él encontrara un médico de confianza que, con la debida reserva, les ayudara en tan engorroso trance. Le suplicó que mientras tanto, ella personalmente, se encargara del asunto y que le notificase cualquier incidencia. Sor Perfecta mandó llamar a dos jóvenes hermanas que habían servido durante su noviciado en el Hospital Provincial de Granada, para ver si ellas podían hacer algo mientras llegaba el médico. Las dos hermanas llegaron hasta el aposento de su Señoría y se quedaron a solas con el enfermo en presencia de la Madre Superiora. Le comunicaron a Sor Perfecta que las dejaran a solas con él y que durante un rato nadie las molestase. Que dejara a una hermana en el pasillo por si tenían que avisarle sobre algún cambio en la situación del paciente. La Madre Superiora se mostró de acuerdo y tal como habían acordado, hizo. Las dos hermanas, desnudaron a Monseñor para ver si se le bajaba la fiebre, le pusieron paños fríos en la frente y comenzaron a practicarle un suave masaje abdominal a dos manos. Se iban alternando en la aplicación del masaje. De pronto notaron como una cosita que colgaba entre las piernas de Monseñor iba adquiriendo volumen y además, desafiando las leyes básicas de gravedad, se elevaba desafiante apuntando al techo de la estancia. Ellas pensaron, que si existe inflamación es porque hay complicación. Decidieron aplicarse a masajear la parte inflamada. Primero con ambas manos y muy suavemente recorrían el apéndice inflamado de arriba a abajo y viceversa. Como vieran que la cosa iba cogiendo más dureza, aceleraron el movimiento y le dieron más consistencia a las manos en el agarre. Se iban alternando, primero una y después la otra. Los movimientos se iban haciendo más decididos e insistentes pues pensaron que habían localizado la solución del problema. La menor de ellas, Sor Cristina, mientras con una mano, agitaba con ganas el cuerpo hinchado, se sonreía recordando tiempos pasados en los que manejaba con destreza sin igual la zambomba navideña en el coro de su pueblo. Pasaron unos cuarenta minutos hasta que pidieron que se personase en la estancia la Madre Superiora. Cuando ésta llegó, les preguntó como iba la cosa y ellas le respondieron que creían saber donde estaba el problema. Pensaban que el problema había sido que su Santidad se había dado un atracón de arroz con leche. La Madre Superiora al ver a Monseñor Platti tan relajado y tranquilo les preguntó intrigada, ¿qué le habéis hecho?. Las dos monjitas le dijeron muy orgullosas que habían procedido y que la leche se la habían sacado toda, pero muy preocupadas a la vez, le dijeron que del arroz no habían obtenido ni un grano.

Cuando más tarde llegó el doctor y pudo observar al relajado pero deteriorado cuerpo del enfermo, emitió su diagnóstico. Monseñor Platti había sido víctima de un tremendo atracón, pero lo que más le preocupó fue el penoso estado de deshidratación en que el paciente se encontraba. Su tratamiento fue que descansara y que bebiese muchísimo líquido pues no era el atracón el que se lo podía llevar al otro mundo. A él lo que realmente le preocupaba era, esa inexplicable y extrema falta de líquidos que observaba en el enfermo, y el extrañísimo tono morado oscuro del que hacía gala el pene del mismo.

Finalmente, tras unos días de reposo y tras la ingestión de enormes cantidades de líquido, Monseñor Platti se recobró y pudo volver sano y salvo a Roma. Ni que decir tiene, que cuando posteriormente el Padre Santo de Roma, procedió a la visita a Granada; en la comida de bienvenida al convento, no quiso probar, de ninguna de las maneras, el famoso arroz con leche de la casa. La madre Superiora, como era tan previsora, ya había avisado a las dos novicias que le habían dado el masaje salvador a Monseñor Platti, para que estuvieran preparadas por si se hacía necesario practicarlo de nuevo, ahora a su Santidad. Fin

Salud y suerte. Opus 2010