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Recuerdos de Cristal

en Hetero: Infidelidad

RECUERDOS DE CRISTAL

Aquella tarde, Ernesto salió de trabajar antes de lo previsto. Casi nunca lo hacía y menos en los últimos tiempos ya que la relación de tantos años con su novia de siempre no marchaban por el mejor momento posible. Ya no recordaba porqué discutieron la primera vez, ni la segunda, ni quizás la tercera pero a partir de la cuarta, el motivo siempre fue el mismo: los celos.

Su mujer era preciosa, siempre lo fue y seguro que siempre lo sería. Su mujer… a él le gustaba llamarla así sin que mediara posesión por medio del término pero sí cierta dependencia de ella aunque nunca hubieran pasado por un altar ni siquiera por un juzgado para institucionalizar aquello que sólo el corazón tiene derecho a sellar. Cristina era alta, muy morena y llena de curvas, incluso algo gordita podrían decir algunos, pero el no podría desear follar con una amazona tan erótica y preciosa como ella. Sus labios parecían hechos a medida desde un molde fálico, sus ojos denotaban vicio a la legua, sus pechos eran grandes y con unos pezones oscuros que denotaban sabor latino, carácter mediterráneo y sabor a diosa, su vientre oscuro y algo abultado tenía la suavidad que sólo la seda más cara podía igualar, la palabra culo sonaba grosera viendo los dos trozos de carne a modo de puerta del deseo que destacaban donde se acaba la espalda de Cristina, ese trasero tenía forma redondeada, color oscuro y ese olor que sólo los gourmets del sexo más exquisito saben apreciar.

Evidentemente hablar de su sexo podría hacer enrojecer y morir de envidia a cualquiera, con esos labios carnosos que parecían decir bésame en todo momento, esos graciosos pelillos oscuros que se situaban a modo de flequillo para ofrecernos una cara sexual totalmente afeitada debajo, ese sabor amargo a mar, a miel, a ambrosía tan inconfundible y sobre todo esas palabras a modo de humedad que surgían cada vez que lo acariciabas hacían del sexo de Cristina la más bella y perfecta máquina que alguien, ser o cosa, pudiera haber diseñado y construido antes de sólo imaginar en crear el mundo. No, el coño de Cristina se creó primero y después, desde ese molde empezó Dios a crear las cosas más bellas del mundo.

Está claro que esta definición no era actual, pero Ernesto no podía quitársela de la cabeza cada vez que Cristina decía "No" y esto le iba consumiendo por dentro. Quería volver a gozar de ella como antes, retornar a ser la envidia del mundo porque sólo él follaba con la más perfecta reencarnación de Afrodita. Con los años la pasión inicial había tornado en cierta rutina y la verdad es que el cambio, lógico por otro lado, de follar a hacer el amor cada vez hacia que la relación fuera más anodina, fría y matemática. Es cierto que seguía adorando acariciar los voluptuosos pechos de Cristina, trazar una línea imaginaria con su lengua entre ellos y la depilada sonrisa vertical que, cada vez parecía sonreírle menos pese a todo, beberse todo su cuerpo como si del néctar más exquisito se tratase y tratar de tocar su corazón de fuera hacia dentro sin necesidad de utilizar las manos.

Ella, con el tiempo, había dejado de gemir paulatinamente, de actuar como esa puta que todos hombres quieren tener sólo en su cama y de pedirle que no cesara en usar su lengua, manos y pene violentamente contra su cuerpo. Supongo que en el tránsito entre follar y hacer el amor se pierde la vergüenza pero también el deseo y aparece la inhibición, el desagrado ante ciertas actitudes y las ganas de disfrutar sin pensar en que la moral adulta a veces es la cadena más gruesa que existe. También había perdido las ganas por hacerle disfrutar, simplemente se dejaba hacer sin utilizar su boca para más menester que decir "sigue, cariño" y frases rutinarias sin glamour ni componente erótico ninguno. El significado de la palabra felación había perdido toda la incidencia en su relación y el término Kamasutra sonaba más a extraña palabra oriental que nunca. Supongo que estos cambios son normales en toda pareja pero no podía entender como de la hembra más viciosa su Cristina había pasado a ser una novia corriente, cada encuentro sexual un polvo más y cada corrida una simple expresión momentánea de placer.

Al principio, Ernesto pensó que se trataba de una racha, de esa etapa en toda pareja en la que el sexo deja de ser esencial para convertirse simplemente en algo accesorio junto con muchas otras facetas de la vida en pareja cómo fregar los platos, ir a un museo los domingos por la mañana o ver una película en el sofá de casa sin ni siquiera pensar en no conocer el final sino mejor el principio de un polvo. La monotonía, la falta de originalidad, el tener que hacer el amor en vez de fornicar por sistema y sobre todo que esto se hubiera convertido en habitual acabaron por afectar a su relación a sus nervios y a su confianza en Cristina. Poco a poco, empezó a pensar en que quizás ella comiera postre fuera de casa y por eso después sólo necesitaba una ensalada de lechuga para sentirse satisfecha… y digo lechuga porque esa era la cara que se le quedaba a Ernesto cuando recibía la misma respuesta antes de irse a dormir: "déjame tranquila, siempre estás igual, mañana hay que levantarse pronto, vamos a dormir". No lo entendía y cada vez le iba consumiendo más.

Esa tarde decidió que no perdería más el tiempo en la oficina para no tener que enfrentarse al hecho de que su novia no quisiera dedicarle el tiempo, los mimos y el sexo animal que necesitaba desde hacía ya demasiado tiempo. Hoy volvería a casa antes y volvería a hacer gemir a Cristina como nunca… o como antes, con eso se conformaba… y recordando tantas y tantas proezas sexuales juntos se dio cuenta de que con eso era más que suficiente para estar satisfecho por el momento. Volvería a esconder una fresa en su sexo y buscarla desesperadamente hasta que Cristina la sacara directamente a base de jugos de miel, volvería a hacer suyos esos pechos y esos pezones esquivos debajo de la ropa en tantas ocasiones, intentaría desentrañar el eterno misterio de los orificios de entrada y salida de todo cuerpo de mujer… ¿o serían dos orificios de entrada?, por supuesto que iba a conseguir acariciar el corazón de su mujer sin manos de nuevo. y otra vez volvería a regar el cuerpo de su novia con la semilla de la vida cómo hacía tanto tiempo que no hacía por placer sino sólo por obligación casi marital y como adusto final a un acto que nunca debió convertirse en mecánico.

Pensando todo esto y muchas cosas más, mezclando recuerdos con deseos aún insatisfechos e intentando comprender la razón por la que, quizás, Cristina compartía su cuerpo con otros, llegó a la puerta de su casa. Abrió despacio la puerta y observó a su alrededor sin saber muy bien porqué, puso un pie dentro y enseguida escuchó el ruido de la ducha del baño de su habitación. Cristina tenía que estar allí, desnuda, relajada y con ganas de sexo. Hay pocas cosas más eróticas que la visión de una diosa desnuda en la ducha, lavándose y acariciándose ajena a quien pueda estar mirando, un cuerpo bello y mojado mostrándose en su pleno esplendor y esbeltez era todo lo que en ese momento podía desear para comenzar a dar rienda suelta a todos los instintos que llevaban tanto tiempo enjaulados en esa invisible prisión que existe donde las rejas las pone uno mismo.

Avanzó decidido hacia el cuerpo de baño y abrió muy despacio la puerta para observar a Cristina disfrutando de su plácida ducha solitaria. Tanto por los movimientos de ella como por los sonidos que se adivinaban dentro de la ducha, adivinó rápidamente que se estaba masturbando. Su erección y ansiedad sexual era incontenible en ese momento pero prefirió esperar unos minutos más y deleitarse con la visión de su mujer disfrutando en soledad. Pudo ver como se acariciaba los pechos primero con ternura y luego con violencia, cómo estiraba sus pezones a la par que los tocaba suavemente con la punta de sus dedos, de que modo acercaba la ducha a su sexo y movía la cabeza hacia atrás y adelante disfrutando de un contacto tibio, fuerte y directo que nosotros quizás nunca podamos disfrutar con la misma intensidad, también me sorprendió verle esconder entre sus nalgas un pequeño bote de gel que perfectamente podría pasar por un consolador de pequeño tamaño.

Paulatinamente iba cambiando de movimientos y sus gemidos, suaves en un principio, iban convirtiéndose en violentas expresiones de placer mientras, seguro, la humedad que sentía Cristina en su interior cada vez era más intensa que la que le proporcionaba el mero placer del agua caliente cayendo sobre tu cuerpo. De repente y en un movimiento que casi no recordaba, tiró al suelo el consolador improvisado, dejó caer la ducha por su propio peso y se colocó en una posición de cuclillas para dedicarse por completo a acariciar su clítoris con una mano mientras con la otra agarraba el plafón de la ducha y comenzaba a chuparlo por los lados como solía hacer conmigo cuando éramos sólo unos novios corrientes que preferíamos el sexo a cualquier otra actividad lúdica que se nos pudiera ocurrir.

Sobre aclarar que Ernesto también se estaba masturbando viendo a su novia en esa postura y con esa actitud que ya sólo encontraba en sueños y en algún video furtivo que llegaron a grabar en algún momento de máxima excitación. Cuando Cristina estaba a punto de terminar el proceso que, posiblemente, comenzó como una tranquila ducha relajante, se sentó en el suelo en una postura un tanto difícil pero que le permitía ver a Ernesto sus piernas abiertas con total nitidez por esa pequeña abertura que siempre queda entre la parte derecha e izquierda de las mamparas de una ducha amplia pero corriente al fin y al cabo... Lo que ocurrió entonces cambió para siempre la relación porque empezó a acariciarse el clítoris violentamente mientras un nombre que no era Ernesto surgía de sus garganta entrecortadamente para romper en pedazos la magia del momento, la sonrisa de su cara y todas las intenciones, expresiones de amor, recuerdos y confianza que, desde que entró en casa habían vuelto a su cabeza como antaño.

Salió de allí llorando, sin poder gritar pero con la misma erección dolorosa que ella ya nunca sería capaz de calmar. Se dio cuenta entonces de que sólo él mismo se sería fiel toda la vida y que, cómo el mismo no iba a satisfacerle nadie nunca, ya fuera con o sin la ayuda de un simple cuerpo de mujer anónimo. Con esa idea acudió a su antigua agenda de teléfonos de la universidad en busca de esa vieja amiga que siempre había rechazado pero que ahora iba a ejercer de erótico y terapéutico baño de lágrimas...

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