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Besos y versos

en Fantasías Eróticas

Besos y versos

Decía que tenía el corazón alicatado hasta el techo, pero también que quería pasar la noche en mi agujero, en tu agujero, en algún agujero… ¿En cualquiera?, bueno, eso está por decidir, pero seguramente... En fin, el Ying y el Yang de la seducción, supongo, esa dualidad que tienen los hombres, casi todos, y también la mayoría de las mujeres aunque de manera más sutil, para decir las cosas, de expresar lo que piensan, de pedir lo que quieren. Te digo una cosa y quiero otra, “deseo besarte pero también que te arrodilles y me mires mientras desabrochas mi cinturón”, “te comento lo bien que te queda esa camiseta mientras mis ojos no dejan de fijarse en la redondez de tus pechos”, “te digo que has adelgazado pero pienso que eso sólo acentúa el tamaño de tu entrepierna”, por comparación... que las chicas también saben jugar. Cosas de poetas de contenedor, de los que dicen grandezas pero comen migajas, de los que van descalzos pero quieren que tú vayas desnuda.

Así somos, o así son, eso dicen, que yo no quiero estar en ninguna categoría ya que casi siempre me dan igual los palacios que los mojones, o hacerlo entre hormigones o entre sus pezones tiesos. Prefiero oscuridad sin ropa pero con besos y versos que levantar la persiana y ver que llevas puesto el pijama de felpa de doble borreguito y con cuello vuelto. Calentito, sí, pero esos pijamas no saben de libido, ya sea puestos o quitados. Además, en la oscuridad me puedo inventar cómo son esos ojos, de serpiente como a mí me gustan, marrones como la miel (la de granja, por supuesto, que es un color miel diferente, más dulce, más auténtico, menos químico en definitiva) o verdes como las olivas de Camporreal, que son las que más me gustan y también como me imagino tu mirada en la oscuridad: intensa, de sabor suave y dulce pero con poderío, que no sea el primero que las prueba, ni el último, pero que esa mirada, en ese justo momento, sea el mejor aperitivo que te comerás nunca. ¿Y una mirada se puede comer?, seguro que te lo estás preguntando… Pues no lo sé, pero seguro que sí saborear y desear, y eso despierta muchos sentidos, y el gusto sin duda es uno de ellos, tal vez el más importante. Otra opción es mirarte justo antes de comerte, directamente a los ojos, sin decir nada ni emitir un solo sonido, pero con una seguridad e intensidad que sepas perfectamente qué viene a continuación… y que tu mirada diga “sí” totalmente entregada y casi suplicante.

Soy incoherente y poco romántico, puede ser, tal vez sea la herencia de escuchar MAREA de más, que aprendes a usar palabras con doble sentido, engalanadas hasta la profusión, elegantes pero a la vez toscas y rudas, con clase, a su manera y en su estilo, pero de las que despeinan sonrisas y te ponen en contra de los vientos. A ver, que me salgo por peteneras y me olvido de lo importante: de desnudarte y mirarte, aunque sea en la oscuridad, o en mi fantasía, que así me lo puedo imaginar y que las guarrerías de mi mente tomen forma en tu cuerpo, en tus movimientos, en la dureza progresiva de tus pezones y en el grado de mojahúra, que diría el Kutxi, que encuentre (o provoque, según se mire) entre tus piernas. Da igual como sea o cómo estés, ya te lo he dicho, que entras de sobra en la categoría de “cualquier agujero” que a veces intoxica mi mente. Pero no, más bien estás en el saco de agujero ibérico, de calidad, de los del deseo especial e importante, de los que es hasta sucio pensar en tocarse contigo de fondo… y aún así lo haces tras esquivar la moralidad que te invade por un segundo.

Del amor a querer hacer el amor en un tris-tras, pasando de puntillas y de soslayo por la caballerosidad y la niebla que te nubla de inmediato la lujuria. Así, te miraría con respeto pero con güevos, que dirían los castizos, los de Madrid o los de Pamplona, que para el caso lo mismo da. Curioso cuando te dicen que esa canción recuerda a aquello de “necesito droga y amor” cuando en realidad cada saeta de corazón de mimbre está basada en juegos ocultos, juegos de locos, y en los que de fondo somos animales calientes, rojos o verdes, pero que lo vemos todo tan fácil. Yo te deseo sin conocerte, sin verte, sin haberte tocado y sólo habiendo soñado, y fantaseado, con esa sonrisa morbosa de medio lado.

Es un juego, y tienes cualquier nombre y casi cualquier cuerpo, pero me encantaría decirte aquello de “duerme conmigo”. Eso sí, el pijama de felpa lo dejas en el arcón, por favor, y me da lo mismo que sea ahora o luego, en el presente o en el futuro para después acordarme de cuando no estabas, de las canciones que nunca cantabas y de los besos que nunca me dabas. Y es que de todos modos soy más de versos que de besos, tipo raro supongo, que siempre me ha gustado recitarle a tu coño que buscar el camino hacia él. A veces lo primero lleva a lo segundo, es cierto, pero otras te pierdes durante la travesía y el final acabas siendo osito de peluche pero cada uno en su cama.

Cambiando de tema, siempre he sido poco metrosexual, ¿qué le vamos a hacer? Me van los pelos, gustos decimonónicos que dice una amiga, bien depilada ella a lo barbie del año 2010, por ejemplo, que para algo estará en el cuerpo. Unos lo llaman Dios y otros preferimos no citar el nombre del maestro en vano, de Dio hablo, pero el caso es que el creador de turno habrá puesto los pelos ahí para algo, supongo… Oye, ¿dime quién te ha colgado el mar de las pestañas? Preciosos ojos, por cierto, seguro que desnuda en la oscuridad brillan aún más, aunque no haya pasado nada, y que debajo de esa mata de pelo haya nada. Da igual, quiero descubrirlo, con mata de pelo o sin ella, con sujetador rojo de los difíciles de desabrochar o a pecho descubierto. ¿Pero qué más dan mis gustos?, que hablamos de tí, que aún no te conozco y ya te quiero… o te deseo más bien, que la línea es delgada y muchas veces no distingo ni sé si te quiero porque te follo, te follo porque te quiero o si sencillamente te quiero follar sin más. Copular haciéndote el amor, se entiende, que en ese momento eres mi amante, mi princesa, mi novia y mi valentina. Después, cada uno a su vida y ahora Paz y después Gloria, o Martín y Luis, como quieras llamar a tus siguientes amantes de turno. Pero mientras mi mirada, deseo o protuberancia esté en ti o sobre ti, eres mía y yo tuyo, y durante ese microsegundo o noche completa, o mañana intensa de batalla, serás mi único amor y durará para siempre… al menos hasta que te vayas y venga la siguiente. Porque, pensándolo bien, para siempre me parece demasiado tiempo. 

Bueno, no es amor, es deseo, pero tú ya me entiendes, lo de decir cualquier cosa para verte sin pijama de felpa y con un pie a cada lado de mi cama, llenando la habitación de olor a deseo y tu entrepierna de agua salada, de mar y que se joda el viento y que me pisoteen el corazón hasta que se desangre. Me la suda, mientras tú te sigues excitando paulatinamente mientras mis palabras te van acariciando según avanza el juego. Y será en el presente o en el futuro, que el pasado no me gusta y no quiero acordarme ni de las cicatrices de la soledad ni echarle más sal a las heridas… Si las hubiera, que nadie ha hablado aquí de sangre o dolor, sólo de carne y de deseo, real o ficticio, que el dolor lo dejamos para la ficción, para las películas extremas y para los otros, como la lotería o la sarna, que le toque siempre a los demás, que yo prefiero sólo las caricias mientras, sumisa, dejas volar tu cabellera a su antojo.

Sea como sea, yo quiero empezar a lamer ya tu no pelambrera, que me da lo mismo que de calor en invierno y color en las fotos, lo apartaré para comer, que igual que no me gustan los pelos en la sopa tampoco me gusta el vello en el mar, dulce o salado… eso ya lo descubriré y valoraré yo. Y quiero que tu sol rezume como si fuera espuma…, entre los muslos y/o entre las nalgas, pero conseguirlo, que me moje la barba, que me huela a ti, que me inunden tanto los gemidos como el líquido de amor que siempre surge a los postres, al menos si la comida ha sido satisfactoria.

¿Soez?, puede ser, nadie dijo que fuera perfecto ni un ídem caballero, que a quien le gusten así es libre de buscarlo y utlizarlo a su antojo como desee… Como desees decían en La Princesa Prometida, aquella película que nos marcó a tantos de niños, de jóvenes y de mayores, y que nos hacía pensar en los besos de amor verdadero que, en principio, eran inocentes y no acababan en la cama con las hendiduras y atributos correspondientes manchados de líquidos de amor. Y está bien, cariño y romanticismo que nunca falten, pero yo luego no quiero besos cuando empiece el tiroteo… No, es mentira, me gustan los besos durante la batalla, los mordiscos, compartir saliva, lengua con sabor a genitales, ajenos y propios, y fluidos si fuera menester. ¿Asco?, ¿remilgos?, lo siento, no hablo ese idioma, que si alguien como Woody Allen sabe bien que el sexo tiene que ser sucio para que esté bien hecho, ¿quién soy yo, pobre mortal con melenas y/o piojo con gafas a su lado, para contradecirle?

Incluso cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama, que le dijo que no volvería, que no le esperara, ¿quién iba a pensar que un día juntarías tu tripa con la mía?  Poeta de mierda de manos vacías, tal vez, pero tú dame fuerte en la entrepierna que yo prometo mientras llevarte a enseñarte el mundo conmigo. Pero no me marees, y apuesta a ganar, tira el dado y que caiga de pie, sin ruleta rusa, sin engaños ni promesas como las que te hacen enamorarte de una comercial de voz sexy cualquiera de una compañía de teléfonos cualquiera. Y del amor al odio hay un paso… pero tranquila, que no lo digo por ti ni soy un loco con alma de psicópata, es sencillamente que el mal es bien y el bien es mal… ying y yang, que todo vuelve al comienzo.

Tal vez es la suerte del destino, que a veces pasa… y unas veces la dejamos pasar y otras nos subimos al tren, abrimos las piernas y nos sentamos a horcajadas sonriendo mientras va entrando cada centímetro de vicio y felicidad en nuestro cuerpo. La magia siempre está en la sonrisa y en la mirada, que son las que, en el fondo, producen que la sangre se concentré en un sitio o en otro del cuerpo, las que erizan pezones, humedecen vaginas o lustran fiereza y firmeza en los penes. Lenguaje infantil o médico, no lo creo, pero puede ser que lleves razón y lo mío sólo sea palabrería barata. Vale, pero yo me quedo con el morbo de lo básico, de lo sencillo, de lo concreto, de lo que se te pone delante de los ojos y la boca, y tú ya decides si chupar, morder, apartarte, tragar o mirar hacia otro lado.

“Mañana volveré”, eso dicen todas, pero bueno, bésame y te marchas aunque yo ni siquiera me siento solo sin ti, ni solo ni acompañado de hecho. Ya te digo, pero me gusta desearte… desearte buenos días, digo. La diferencia está en decírtelo cara a cara, desnudos bajo la manta y con la felpa triste en la tienda de la esquina, que la compren y usen los solitarios y frioleros, o a su vez con “te quieros” en un papel, o sencillamente no decir nada por no conocernos. Pero vamos, cuando quieras arrancamos que en las líneas de la mano lo he leído, que mi corazón se encabrita cuando oye tu voz el muy cabrón. Da igual voz escrita o sonora, que vale dos puntos también, pero vamos, tú decides si quieres que corra el aire entre los dos o que hagamos ventosa y aquello no lo pare ni Dios… con perdón del maestro.

Yo antes que partirme me doblo, no lo dudes, y si ataco estoque en ristre es para hacer sangre, roja o transparente, pero ya me entiendes, para salarme de ti, que mojes el pelo de mi cuerpo con parte liquida de ti y que mi melena se alborote entre tus muslos. Besos y versos, ya te lo he dicho, amor y humor, entrar o salir, marea o marejada, caperucita o lobo, Indyan o Harley… pero yo quiero volver a ser el perro verde y que se me queden los ojitos rojos, y decirte cosas agradables y golfas con voz cazallera, juntando agua y aceite, que empujando se pueden mezclar. Y mientras tanto me cuelgo del jirón de un sueño, que a mí el mundo real siempre me ha quedado pequeño. Eso sí, los besos de mierda para los tristes de mierda, ¿y qué puede ofrecerte un salteador de caminos perdido como yo para que vengas conmigo? No lo sé, casi nada supongo, pero tu orgasmo es mi objetivo, tus gemidos son mi anhelo y el conseguir erizar tu piel y mojarte desde la distancia es suficiente premio por dejarme tan sólo soñar con tenerte desnuda en mi cama, perdón, en mi casa, perdón, en tu casa.

Fotografiarte, pintarte, desearte, escribirte, tocarte o follarte, lo mismo da que me da lo mismo. Si no, ya me hago yo mismo el amor, sin mirarme, a ceño fruncido, que para eso siempre hay tiempo. Y es que, te voy a confesar una cosa, no es sólo que el mundo me quede pequeño sino que a mí la luna me sabe a poco… Que ya tengo los azulejos llenos de recuerdos y, cuando pase el frío invierno, iremos a la chorvagenda llena de “ya nos veremos” y teléfonos que fueron, que son o que serán. Mientras tanto, prefiero cenefas, versos, besos y días de sol con cuerpos desnudos sobre el lecho, o sofá, que tampoco hay que ponerse exquisito, y almas en mi cabeza. Acumulando piezas de caza mayor, muescas en la pared, nuevas aventuras que contar a los amigotes mientras se vacían uno tras otro los botellines a la vez que sube el tono de la excitación y la confesión del cómo, cuándo y dónde tenía cada lunar la enésima o penúltima chica desnuda que has tenido el placer de conocer y descubrir. Y lo digo en ambos sentidos, por supuesto, que ya sabes que soy un perfecto caballero, aunque casi nunca pronuncie aquello de duerme conmigo después de los sucios amores… Sucio de facto, de hecho y por premeditación y alevosía, que durante el acto sólo ha habido amor y caricias, ya te lo dije… y nunca miento, recuerda que soy un falso pero real titiritero, tal vez tahúr y a veces incluso polichinela… 

No, también es mentira, sólo un pícaro y corsario, ni más ni menos, y que le den bien por el culo a los fantasmas de la soledad. Yo siempre me levanto, me limpio bien la barba y apunto una nueva conquista en la libreta del tiempo de mi vida. Y termino ya, que nunca se me ha dado terminar las historias porque no me gustan los finales que conozco. Dejémoslo abierto por esta vez y hasta nunca… o hasta siempre, según se mire, que es pronto para irme a dormir pero empieza a ser muy tarde para cuentos.