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La mansión del placer (1)

en Dominación

Felicia estaba desesperada. No encontraba trabajo y las deudas empezaban a acumularse. El casero ya le había dicho varias veces que o pagaba o se tendría que ir. Por eso, cuando recibió la llamada de la agencia de colocación, saltó de alegría. La citaron para las nueve de la mañana del día siguiente.

Se presentó puntualmente. A las nueve y diez pasó al despacho del entrevistador, un tipo de mediana edad bien vestido.

-Bien, Felicia, según veo en su expediente, ha trabajado vd. en muchas cosas diferentes.

-Sí, señor.

-Incluso como servicio doméstico.

-Sí. Necesito trabajar, señor. No me importa en lo que sea.

-Bueno, Felicia. Tenemos una solicitud para una chica de servicio. Es para una señora de la alta sociedad. Ha sido muy explícita sobre las características de la chica. Vd. encaja perfectamente. Y el sueldo es muy alto para el tipo de trabajo. Además viviría vd. en la casa.

Cuando le dijo lo que cobraría, Felicia no se lo creía. Y sin tener que pagar alquiler. No quiso parecer ansiosa, pero por dentro estaba temblando. Un trabajo así sería perfecto. El final de todos sus pesares.

-Como comprenderás, hay varias candidatas posibles para el puesto, y siendo éste tan atractivo, entenderás que me cueste decidirme entre todas.

La miró a los ojos. Felicia era una chica preciosa. Cabello rubio. Muy guapa de cara. Alta. Un bomboncito de mujer. Se levantó, rodeó la mesa y se puso delante de ella, sentándose en el borde de su mesa.

-¿Cómo podrías convencerme de que eres la más adecuada, Felicia?

-Bueno, señor. Creo que podría realizar perfectamente el trabajo.

-Eso ya lo sé. ¿Por qué tendría que escogerte a ti y no a una de las otras?

El hombre se miró la entrepierna y luego a los ojos de Felicia, mostrando una lasciva sonrisa. Felicia comprendió sus intenciones. No era la primera vez que alguno de esos asquerosos tipos intentabas aprovecharse de ella. Hasta ahora siempre había pasado de ellos, pero esta vez estaba desesperada, y el trabajo era demasiado bueno como para perderlo.

Se levantó y se arrodilló delante de él. La polla se le empezó a poner dura, formando un bulto en el pantalón. Felicia esperaba que al menos estuviese limpio.

-Sabía que entenderías tu posición, Felicia. Sácame la polla.

Le bajó la cremallera, metió la mano y sacó una polla muy dura, pero pequeña. Él parecía estar orgulloso de su pequeño rabito. La cogió por la cabeza y se la acercó a la polla.

No le costó nada metérsela entera en la boca. Estaba limpia, menos mal. Además de tenerla pequeña, el asqueroso no tenía aguante. En menos de un minuto empezó a bufar y a gruñir como un cerdo. Se corrió entre temblores de placer. Lo que le faltaba de tamaño lo compensaba con cantidad de semen. Fue una corrida impresionante que le llenó rápidamente la boca. Se la sacó y un último chorro se estrelló contra su cara. Él la miraba con cara de bobo, casi babeando.

-Joder, vaya mamada, Felicia. Me has hecho correr enseguida

Felicia tenía la boca llena de leche. Miraba alrededor buscando donde escupirlo.

-Si quieres el trabajo, trágatelo todo.

Lo miró con rabia, pero se tragó todo lo que tenía en la boca. Luego se limpió la cara con la mano.

Se levantó, sin mirarlo a la cara. Cogió los papeles y se marchó. Lo había conseguido. El trabajo era suyo. Cuando salía por la puerta, el hombre le dijo que estuviera al día siguiente a las nueve de la mañana en la dirección indicada.

Regresando a su casa, se dio cuenta de que tenía el coño mojado. Chuparle la polla a ese asqueroso la había puesto cachonda. Era por culpa de Juan, su ex novio. Fue su primer hombre. El hombre que le enseñó los placeres del sexo. El hombre que la compartió con sus amigos. El hombre que la trató como a una zorra.

Ahora se había, por fin, librado de él. Había habido después más novios 'normales'. Sentía placer con ellos, pero siempre le faltaba algo. Ese algo que Juan había despertado en ella. O ese algo que siempre tuvo dentro y que él simplemente despertó. A veces, lo añoraba. No a Juan, que era un cabrón. Añoraba la sensación de estar sometida, de ser usada para el placer de otros.

Al día siguiente, a las nueve en punto estaba tocando la puerta de la casa que indicaba la dirección. Era una impresionante mansión de dos pisos, con amplios jardines. Estaba rodeada por un alto muro de piedra, y en la parte de atrás había una gran piscina y más jardines.

Abrió la puerta una señora muy bien vestida, bella, de unos 40 años, quizás más. La mujer la miró de arriba a abajo.

-Buenos días, señora. Me manda la agencia.

Le dio los papales. La señora les echó un vistazo y la hizo pasar. La llevó a un salón que era más grande que su casa. Le mujer se sentó e indicó a Felicia que se sentara también.

-¿Felicia, no?

-Sí, señora.

-Mi nombre es Almudena. Como ves, las casa es...grande. Tu  trabajo principalmente es mantenerla en orden. Sólo vivimos mi marido y yo, así que no se ensucia micho. También algunos días me prepararás el desayuno. De las comidas y las cenas no te preocupes. Casi nunca comemos aquí, y si lo hacemos, pedimos la comida.

-Entendido.

-Estarás en periodo de pruebas, por supuesto.

-Sí.

-Sígueme. Te enseñaré la casa.

Era impresionante. Decorada con mucho gusto. Muchas habitaciones, y un salón principal enorme. En el piso de arriba había gimnasio, varios baños, habitaciones de invitados y el dormitorio principal. Abajo, al lado de la inmensa cocina, estaba el cuarto en donde viviría Felicia. Una preciosa habitación, con baño privado y una gran televisión. Felicia quedó encantada.

-¿Cuando desea la señora que empiece?

-Hoy mismo.

-Oh..de acuerdo. Permítame ir a mi casa a por mis cosas.

-Por supuesto.

Toda su vida cupo en dos maletas. Le echó un último vistazo a lo que había sido su hogar los dos últimos años. Cuando cerró la puerta, no sintió ninguna pena.

Devuelta en la mansión, se fue a su cuarto a instalarse. Sobre la cama había un uniforme. El clásico negro, con volantes y hasta con una cofia blanca. Después de guardar sus cosas se lo puso. Le quedaba, quizás, un poco corto.

Salió y buscó a la señora para presentarse al trabajo. La encontró en una acogedora salita. Junto a ella había un hombre. Sobre los 50, atractivo. Con unas pocas canas en las sienes que le daban un aspecto muy distinguido.

-Querido, esta es Felicia, la nueva sirvienta.

-Buenos días, Felicia.

-Buenos días, señor.

La voz del señor de la casa la hizo estremecer. Una voz varonil, preciosa, atrayente.

Ese primer día no tuvo que hacer mucho, sólo familiarizarse con la casa.

Por la noche, acostada en su nueva cama, miraba la televisión. Esperaba que su nueva vida fuese mejor que la anterior. Ese trabajo parecía muy bueno. Un buen sueldo que le permitiría ahorrar mucho.

Al día siguiente se levantó temprano. Fue a desayunar y luego empezó con sus tareas. Al rato apareció la señora.

-Felicia, arriba, en la habitación del fondo, se ha caído algo al suelo y hay una mancha. Creo que tendrás que frotar para que salga.

-En seguida voy, señora.

Fue a buscar productos de limpieza y luego subió. Encontró la habitación. La mancha era claramente visible. Se arrodilló y empezó a limpiar. Le iba a costar. Fuera lo que fuera, estaba bien pegado.

-Buenos días, Felicia

Se sobresaltó. Era el señor, que la miraba desde la puerta.

-Buenos días, señor.

Él se acercó lentamente a ella, hasta quedar a escasos centímetros de su cara. Felicia sintió el poderoso magnetismo que aquel hombre desprendía. Su corazón latía con fuerza. Pero casi se le paró cuando el se bajó la bragueta. Ella se quedó como paralizada. No podía moverse. Sólo podía mirar. Mira como él metió la mano en la bragueta y sacó una hermosa polla, dura, larga y gruesa. La dejó apuntando a su cara. Tenía una extraña sonrisa en los labios.

El hombre se cogió la dura estaca con una mano y empezó a masturbarse. Debía de estar muy excitado, pues de la punta de su polla goteaba transparente líquido pre seminal. La otra mano la llevó a la cara de Felicia y la acarició.

-Qué piel más suave tienes.

Esa voz la hacía vibrar. Sus ojos iba de la polla a los ojos de él. Durante varios minutos todo fue igual. Su coño se mojaba cada vez más. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración. Notó que él empezaba a tensarse.

-Será mejor que cierres los ojos.

Le hizo caso. En cuanto los cerró, sintió como su cara era golpeada por algo caliente, viscoso. Varios chorros de espeso semen cubrieron su cara. El cuerpo le temblaba. Deseaba tocarse. Si lo hacía sabía que se correría en el acto.

Cuando dejó de sentir los golpes de la corrida del señor, abrió lo ojos despacio. Y casi de la un síncope. En la puerta, mirándola, estaba la señora. Ya se veía de patitas en la calle, de una patada de la mujer. Seguía temblando, pero ahora de miedo.

-Vaya, parece que le has gustado a mi marido. Hacía tiempo que no tenía una corrida tan abundante.

Lo que pasó a continuación la dejó estupefacta. La señora se acercó a ella y se arrodilló a su lado. De la polla colgaba un hilillo de semen. De un lametón lo limpió. Luego miró a Felicia. Y empezó a lamerle la cara, tomándose a lengüetazos el semen que su marido le había echado. Incluso lamió sus labios. Felicia estaba completamente paralizada.

Cuando le dejó la cara limpia, se levantó y besó a su marido. Felicia, arrodillada aún, los miraba.

-Felicia, como ves, somos un matrimonio...especial. Si quieres marcharte, estás en tu derecho. Se te pagará la semana completa. Y si caes en la tentación de contar algo de lo que ha pasado, te prevengo. Nadie te creerá. Si, por el contrario, decides quedarte, tu sueldo será el doble de lo estipulado. Tu trabajo será lo que ya de he dicho, y algunas cosillas...más. Ahora, termina de limpiar esa mancha.

El matrimonio se fue, dejando a una sorprendida, y excitada, Felicia. Terminó de limpiar el suelo y después fue al baño y se lavó la cara. A pesar de las lamidas de la señora, la notaba tirante.

Sentía un cosquilleo en el coño. Lo tenía empapado. Llevó una de sus manos bajo la corta falda y se frotó la vulva sobre las bragas. Hacía días que no tenía un buen orgasmo y ahora lo necesitaba. Metió la mano por debajo de la braga y se empezó a masturbar, mirándose en el espejo.


En placer que se daba a si misma la hacía gemir, entornando los ojos. Se pasaba la lengua por los labios para humedecerlos, mientras sus dedos recorrían la raja de su coñito una y otra vez. Cuando sintió que su orgasmo estallaba, se metió dos dedos lo más profundo que pudo en su vagina. El orgasmo fue maravilloso. Se apoyó contra el lavamanos para no caerse.

Se sentó en el water. La señora le había dicho que se podría irse si así lo deseaba, pero que si se quedaba el sueldo sería el doble. No tenía a donde ir. Había dejado su piso. Todo lo que tenía en la vida estaba ahora en la habitación de la mansión.

Decidió quedarse. Si las cosas se ponía feas, siempre podría marcharse.

Los señores se fueron a comer fuera, dejándola sola en la inmensa casa. Terminó sus labores, luego se preparó algo de comida y después....fisgó. Recorrió la casa de arriba a bajo. Nada estaba cerrado con llave.


El vestidor de los señores era más grande que su antiguo salón. Estaba lleno de ropas caras, zapatos, y toda serie de complementos. No le pareció correcto mirar en las gavetas de la ropa interior ni dentro de los armarios.

Por la noche, los señores regresaron. Felicia estaba en la cocina y fue a saludarlos.

-Buenas noches, señores.

-Veo que sigues aquí. - dijo la señora - ¿Te quedarás?

-Sí.

-Bien...¿Verdad Paco?

-Sí, muy bien

Lo dijo mirándola fijamente. Con esa penetrante mirada que la hacía estremecer.

-Felicia, ya por hoy no te necesitaremos más. Puedes irte a tu cuarto si lo deseas.

-Como guste, señora. Señor. Buenas noches

-Buenas noches.

Sintió la mirada de él clavada en ella mientras se iba.

La cama era cómoda. Las sábanas frescas y suaves. Se puso a ver la tele pero al poco estaba dormida.

...

El despertador sonó a las siete de la mañana. Se levantó, se ducho y se vistió. Después de dirigió a la cocina a prepararse el desayuno. Al poco rato, apareció la señora, con una preciosa bata. Se sentó en una de las sillas de la cocina.

-¿Desea que le prepare algo de desayuno?

-Sólo un zumo de naranja, gracias.

Se lo preparó y luego se lo dio.

-Felicia, mi marido tiene algo para mi. Ve a buscarlo y traémelo.

-En seguida, señora. ¿Dónde está el señor?

-En la cama.

Dio un pequeño respingo, que a penas se notó. La señora hizo como que no se dio cuenta. Salió de la cocina y subió las escaleras. No era normal que una empleada del hogar entrase en la habitación del dueño de la casa mientras el estaba, pero tampoco era normal que el señor se corriera en su cara el primer día, y menos que luego la señora le lamiera el semen de la cara., Así que, con decisión, tocó la puerta.

-Adelante

Entró. El señor, Don Francisco, estaba recostado en la cama. La sábana dejaba al descubierto un hermoso pecho, no demasiado velludo.

-Disculpe que le moleste, señor, pero la señora me envía a por algo que vd. tiene para ella.

-¿Te dijo el qué?

-No, señor.

-Típico.

Él tiró de la sábana que lo cubría. Estaba desnudo. Y su polla dura como una piedra, apuntaba hacia arriba.

-¿Imaginas ya lo que quiere mi esposa?

-No..no señor- respondió Felicia, sin poder quitar los ojos de aquella hermosa polla.

-Semen.

-¿Qué?

-Quiere que le lleves mi semen.

Felicia se quedó  anonadada.

-Pero..¿Cómo?

-Bueno, podría hacerme una paja y correrme en tu boca, pero preferiría una mamada.

Ella volvió a mirarle le polla. El coño se le encharcó casi en el acto. Pero no se movió. Sus piernas no le respondían. Vio como el señor se levantó y se acercó a ella. Cuando estuvo a su lado, puso las manos en sus hombros y la hizo arrodillar. La polla quedó a la altura de su boca.

Sin más, la abrió. Él se acercó y metió media polla en su boca. Felicia cerró los ojos y empezó a mamar. Aquella polla le encantaba. Del tamaño justo. Las manos del señor fueron a su cabeza e imprimieron el ritmo que él deseaba.

-Veo que eres una buena...zorrita. Vas a encajar muy bien aquí.

Su voz, y que la llamara zorrita, la hicieron estremecer. Llevó una manos a los huevos y los acarició mientras la polla seguía entrando y saliendo de su boca.

Estaba muy cachonda, así que llevó su otra mano a su coño. Él la vio.

-Jamás te toques delante de mi esposa. Se enfadaría mucho.

Felicia sacó su ya mojada mano de entre las piernas.

-A mi no me importa. Puede seguir tocándote, zorrita.

Volvió a meter la mano. Recorrió su raja y cuando encontró su clítoris se empezó a frotar. A medida que el señor gemía más fuerte, ella se frotaba con más fuerza.

-Agggg eres una gran mamona. No voy a tardar en correrme. Recuerda, no te tragues nada. Toda mi corrida debe ser para mi mujer.

Felicia asintió. Notó como el hombre empezaba a tensarse, como apretaba su cabeza. Y como de un gruñido de placer empezaba a correrse en su boca. Felicia lo acompaño en su orgasmo. No se dio cuenta,pero el primer chorro se lo tragó. Con placer. Cuando comprendió que no debía tragar, abrió los ojos y retuvo los siguientes chorros en la boca.

El señor le sacó la polla lentamente, para que nada de sus semen se escapara.

-Bueno, llévaselo rápido. No le gusta que la hagan esperar. Ah, no le diré que te has tragado un poco.

Elle le sonrió a modo de agradecimiento y salió corriendo hacia la cocina. Allí lo esperaba la señora.

-¿Me traes lo mío?

-Umm hummm

-Dámelo.

Felicia ahora no sabía que hacer, pero cuando la señora abrió la boca, se acercó a ella, puso su boca sobre la de ella y la abrió.

El espeso semen, mezclado con su saliva, fue saliendo y cayendo sobre la lengua de la señora. Cuando todo había salido, la señora cerró la boca y tragó despacito, saboreando la mezcla con placer.

Luego, sin dejar que Felicia se retirara, la besó, metiendo la lengua en la boca de la muchacha, buscando cualquier rastro de semen que le quedase. La mantuvo contra ella con una mano. Cuando estuvo satisfecha, la soltó.

-Ummm, gracias Felicia.

-De nada, señora.

-Ya sabes lo que me tienes que traer cada mañana.

-Sí.

Ese día los señores comieron en casa. Apareció un furgón que trajo una maravillosa comida. Felicia se la sirvió. Ellos comían y hablaban. Parecían una pareja normal, compartiendo el almuerzo. Después se fueron al salón mientras Felicia comía en la cocina. Comió lo mismo que ellos. Habían pedido para ella también.

Después de comer, sea acercó a donde estaban los señores para ver si deseaban algo. Cuando estaba junto a la puerta, oyó la mujer gemir. Con sigilo, se acercó a la puerta y  miró.

La señora estaba sobre el sofá, con las piernas abiertas. Arrodillado en el suelo, el señor tenía su cabeza entre las piernas de ella. Le estaba comiendo el coño, y por los gemidos de ella, muy bien. Se quedó mirando la caliente escena.

Cuando la señora empezó a correrse, se fue. No quería que la descubrieran. Los gritos de placer se oían con claridad. Dejó pasar un tiempo prudencial y regresó.

-¿Desean algo los señores?

-No Felicia. Ya te llamaremos sin queremos algo.

-A su servicio, señora.

Se dedicó a lo poco que tenía que hacer en la casa. Recogió la ropa sucia en un barreño y la llevó al cuarto de la lavadora. Se acachó para meter todas las prendas en la máquina. Al levantarse, alguien la agarró por detrás.

-Eres una chica muy hermosa.

Era el señor. Se había acercado a ella sin hacer el menor ruido, sorprendiéndola. Contra su culo sintió la dura polla del hombre. Se quedó quieta. Notó como él olía su cabello, aspirando. Sintió un beso en la cabeza. Se estremeció entera. Las manos del señor bajaron por sus brazos, lentamente. La piel se le puso de gallina.

Las manos de él llegaron a las suyas. Él las apretó, para seguidamente pasarlas hacia adelante, hasta su barriga. Y desde allí subió hasta sus tetas. Felicia se sorprendió de la dulzura con la que él las acarició. Ayudándose de la barbilla, apartó el pelo de su cuello y lo besó. Felicia gimió, cerrando los ojos. Y empezó a restregar el culito contra la dureza que se apretaba contra ella.

La mano izquierda del señor se quedó en sus pechos. La derecha volvió a bajar, sin detenerse esta vez en la barriga, sino que siguió bajando hasta corta falda. Con los dedos la levantó y metió la mano entre las piernas de ella.

-Ummmm, zorrita, pero si ya estás empapada.

-Oh..señor...

La mano se metió bajo la braga, y recorrió su húmeda rajita. Estaba babosita, y los dedos la recorrían sin dificultad.  Con el índice y el anular abrió los labios vaginales, y con el corazón frotó el clítoris, arrancando a Felicia un placentero orgasmo que le aflojó las piernas.

-¿Te vas a follar a la nueva perrita?

Era la señora, que los miraba desde la puerta. Felicia se tensó. Era la segunda vez que la señora la sorprendía en manos de su marido. Aún no se acostumbraba a sus extrañas maneras. Oyó como ella se acercaba a ellos. Cuando estuvo a su lado, el señor le dio la vuelta. Ella lo miró a los ojos. Él ahora era distinto.

La cogió y la llevó a una mesa que había en un rincón. La subió, dejando el culo en el borde. Luego le quitó las bragas y le abrió las piernas. Felicia observó como la propia señora le bajó la cremallera, le sacó la polla y la dirigió a su coño. De un sólo golpe se la clavó hasta el fondo.

-Aggggggggggggg

-Enséñale a esta zorra lo que es ser follada de verdad.

Él la cogió por las caderas y se movió con fuerza, follándola salvajemente. matándola de placer. La señora miraba con ojos brillantes como su marido se follaba a la sirvienta, dándole tremendos pollazos. Antes él le había acariciado las tetas con dulzura. Ahora las agarró y apretó con fuerza, casi haciéndole daño, pero a la vez placer.

La señora besó a su marido, metiéndole la lengua casi hasta la garganta, mientras él se follaba a Felicia, que no pudo más y se corrió. Tenía ganas de gritar, pero se contuvo. No le pareció bien gritar su placer delante de la mujer del hombre que la estaba haciendo correr.

Los fuertes espasmos que tuvo su vagina al correrse precipitaron el orgasmo del hombre, que sacó su polla casi del todo, apenas dejando 5 centímetros dentro del coño de la chica. Los ojos de la señora parecían brillar aún más al saber que su marido le estaba llenando el coño a Felicia de su caliente y espeso semen.

En cuando él le sacó la goteante polla del coño, la señora se arrodilló y se lo empezó a comer, metiendo la lengua en su vagina, buscando con ansias la leche de su marido. Lamía, chupaba, sorbía. Y Felicia gozaba. Se mordió el labio y miró al hombre que se la acababa de follar, cuya mujer le estaba comiendo el coño. Él le sonrió.

La señora sabía lo que se hacía. Sabía que si hacía correr a la chica, el orgasmo le daría los últimos restos del rico semen, así que le lamió una y otra vez el clítoris hasta que Felicia se tensó y estallo. Rápidamente puso la boca en la entrada de la vagina y recibió con placer la rica mezcla, que saboreó entes de tragársela.

La dejaron allí, casi sin fuerzas, sobre la mesa, sin bragas. Felicia vio como, abrazados, abandonaron la habitación.

CONTINUARÁ.

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