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Marta (05: Por la puerta trasera)

en Autosatisfacción

   Hace ya bastante tiempo que descubrí los placeres que, mi hasta entonces agujero prohibido, podía darme. De hecho, siempre que tengo tiempo para una sesión de masturbación larga, de esas de dos o tres horas, incluyo mi ano en el juego. Recuerdo cuando introducirme un dedo me producía dolor, me parecía increíble que otras chicas pudieran ser penetradas por ahí y que, además, lo disfrutaran. Eso fue lo que me llevó a seguir intentándolo: si ellas podían, yo también.

   Hoy en día ya no tengo problema en introducir cualquier objeto para mejorar la masturbación o sentir el pene de un chico moviéndose dentro de mi recto en pleno acto sexual. En cualquier caso, nunca será tan sencillo como penetrarse la vagina, el ano tiene que estar preparado y ha de ser lubricado. Para la lubricación a mí me basta con la saliva, propia o ajena, pero sé por experiencia que la crema de manos o pies viene perfecta para su uso anal. Más importante aún es preparar el interior, a nadie le gusta encontrarse en plena faena con restos de... caca. Por ello, las horas previas al acto, conviene pasarse por el servicio a desalojar por completo la zona y después darse una buena ducha para terminar la limpieza. Durante esta ducha, lo ideal es introducirse la manguera de la ducha en el ano y dejar correr el agua hasta que salga con fuerza de nuestro interior, llevándose consigo cualquier resto que quedara dentro. Yo suelo repetir esa operación al menos tres o cuatro veces y nunca tengo problemas en mis sesiones de sexo anal.

   Tendría unos 18 años cuando empecé a masturbarme con un par de dedos en mi ano, ya sin ningún tipo de dolor y quizá un año más tarde cuando al fin lo incluí en mis relaciones sexuales con chicos, descubriendo un nuevo tipo de placer que no dejaría de practicar por nada del mundo. Desde que tuve un pene por primera vez en mi esfínter no dejo de soñar con la fantasía de que dos chicos me penetren al mismo tiempo, uno por cada orificio. Estoy segura que debe ser la bomba, insuperable, pero aunque alguno no se lo crea, de momento me siento demasiado vergonzosa como para intentarlo.

   Hasta el día de hoy, han sido muchísimos los objetos que han jugueteado con mi ano. Desde mis propios dedos y las "tradicionales" frutas como el pepino o el plátano, han echado un vistazo al interior de mi trasero todo tipo de botes, frascos, útiles de cocina e incluso una bola de billar. La bola me encanta porque una vez que la introduces por completo no puede salir de allí sin ayuda, por lo que puedes pasearte con ella dentro de ti y sentir ese estupendo cosquilleo que se produce en tu cuerpo. Sin embargo, cuando lo que una quiere es sentir como si estuviera siendo penetrada por un hombre, mi mejor amiga es la colonia Saphir: un cilindro de 16 centímetros de largo y 4 ó 5 de ancho con hendiduras como las de las pelotas de golf y un tapón que hace las veces de asa para poder meterlo y sacarlo más rápido. Nunca he conseguido que los 16 centímetros se introduzcan en mi ano, pero normalmente ando muy cerca y la sensación de estar llena es genial, especialmente si se combina con rápidos escarceos de la otra mano en la vagina y el clítoris. Al final, el bote entra y sale a toda velocidad y el orgasmo que se produce es, generalmente, muy superior a una simple masturbación de clítoris.

   Otro objeto que me gusta mucho para el ano es un frasco también de colonia (Yves Rocher) mucho más corto pero algo más ancho que el anterior, porque éste sí que puedo meterlo por completo dejando a la vista solamente el tapón. También es válido, como la bola de billar, para darse un paseo con él bien introducido en mis entrañas. Pero hay objetos más pequeños, no tan gruesos, que permiten ser insertados en el ano al mismo tiempo que también tienes algo metido en la vagina, soñando así con esa fantasía que os contaba de ser penetrada por dos hombres a la vez.

   Una cosa muy divertida, como os comentaba anteriormente, es jugar en la ducha, ya sea introduciendo agua para limpiarme o directamente masturbarme con la propia alcachofa de la ducha. En mi caso no es especialmente grande y puedo introducirla por completo tanto en mi vagina como en mi ano, siendo así algo más que el paso previo para la masturbación anal, convirtiéndose en el paso final. Es un juego muy entretenido y ayuda a tener el ano en forma para lo que le pueda venir más tarde.

   Siguiendo con mi orificio trasero, os quiero contar una estupenda experiencia que tuve hace un par de años con otro de mis más queridos objetos. No os he hablado de él antes para no desvelar el secreto, pero es un invento buenísimo para chicas como yo. Os dejo con el relato.

   Para el cumpleaños de Patri, unas amigas y yo habíamos pensado en regalarle algo erótico, ya que ella tenía fama de no cortarse con nada y a buen seguro lo aceptaría con alegría. Quedamos una tarde Sara y yo para elegirlo en un sex-shop de la calle Atocha. Yo nunca había entrado a un sitio de esos y probablemente mi amiga tampoco, así que íbamos un poco avergonzadas porque nos vieran entrar allí. Estuvimos viendo penes de goma, de diferentes longitudes y grosores, con vibración, clitorianos, bragas vibratorias, bolas chinas... en fin, que dimos un buen repaso a la tienda. A mí me daba curiosidad saber cómo se sentiría una utilizando todos aquellos objetos, realmente me excitaba la idea, tanto que ya estaba de nuevo fantaseando y por consiguiente, humedeciéndome. Nos impresionó la cantidad de aparatos que había para darse placer sexual, especialmente los más grandes y los que se podían utilizar fuera de casa.

   Nos decidimos al final por un vibrador con forma de mazorca de maíz bien grande para que nuestra amiga Patri se diera buenas sesiones de sexo con él, a solas o en pareja. Al resto de las amigas les encantó cuando se lo enseñamos y una de ellas, no recuerdo quién, dijo que si lo habíamos probado. Nos echamos unas risas por la pregunta, estaba claro que no nos habíamos masturbado con el regalo de Patri. Sin embargo, se refería a probar las pilas y comprobar que, en efecto, vibraba. Así que Sara lo sacó de la caja, le puso las pilas y lo encendió. Tenía una rueda de regulación en la base y lo puso al máximo. Aquello vibraba tanto que sonaba más de lo que yo esperaba, pero a buen seguro que daba buen resultado. Entonces Sara hizo la gracia de metérselo, lo que pudo, en la boca, como si fuera un pene y hacer como que lo chupaba. "Terminarás probándolo de verdad" le dije yo, y todas reímos por el comentario, pero después se hizo un extraño silencio hasta que alguna dijo: "¿Y quién lo guarda hasta mañana?" En el fondo, todas queríamos estar a solas con aquel aparato para comprobar sus virtudes, así que no nos poníamos de acuerdo en quién se lo llevaría esa noche.

   Después de mucho debatir y de jugarlo a suertes, fue Elena la agraciada. Lo metió en la caja y se fue tan contenta a su casa. Todas sabíamos, o creíamos saber, que terminaría por estrenarlo antes que su dueña verdadera. Sara comentó que podríamos decirle a Patri que nos lo fuera pasando, pero se echó a reír y no le hicimos mucho caso a su idea.

   Esa noche no podía dormir, pensaba en aquella mazorca y los grandes placeres que podría darme, estaba muy húmeda y lista para el sexo. Completamente desnuda y ansiando disfrutar de buen sexo me levanté y me dirigí a la cocina, dispuesta a buscar una mazorca que saciara mi apetito. Después de mucho buscar no encontré ninguna, por lo que con la decepción marcada en el rostro cerré el frigorífico y me acerqué a la ventana. Veía los coches pasar por la calle y algunas luces en el edificio de enfrente, intenté divisar a alguna persona a través de aquellos cristales pero no pude descubrir ninguna silueta. Di media vuelta y fui al baño a orinar, con la mente puesta en encontrar algún sustituto de la ansiada mazorca. Mientras veía salir la orina de mi cuerpo, me frotaba un poco el clítoris y me calentaba sobremanera, vi el bote de espuma de afeitar frente a mí, en una balda y no me lo pensé. Me lo pasé por mi húmedo sexo para lubricarlo bien y empecé a introducirlo en mi vagina, de pie, mirando mi cuerpo desnudo reflejado en el espejo retorciéndose de placer.

   Una vez que ya entraba y salía sin mucha dificultad, bajé la tapa del inodoro y apoyé la base del bote en ella para hacer fuerza hacia abajo y lograr que me entrara más adentro. Era increíble como el bote desaparecía casi por completo en mi interior quedando yo sentada en el retrete. Repetí el mete-saca varias veces hasta que mi calenturienta mente me pidió algo más. Me puse en pie aguantando el bote dentro de mí con una mano y me observé en el espejo de nuevo, tenía las mejillas coloradas y los pezones en pie de guerra. Cogí un bote de quitaesmalte con mi mano libre y me fui de nuevo a la habitación.

   Nada más entrar, me tumbé en la cama boca arriba con las piernas flexionadas hacia mi pecho. Acerqué el bote de quitaesmalte a mi boca y lo lamí hasta dejarlo bien embadurnado de saliva para después posicionarlo a la entrada de mi ano. Empujé con firmeza pero no conseguí introducirlo, volví a lamerlo, esta vez dejando mucha más saliva en el bote y volví a intentarlo. Entonces sí que se fue colando poco a poco en mi interior produciéndome a su paso un placer increíble. Ya había llegado al punto de excitación máxima y solo me restaba disfrutarlo. Mi mano izquierda manejaba el bote de espuma de afeitar dentro y fuera de mi vagina y al mismo tiempo la derecha introducía el bote de quitaesmalte en mi ano. Las sensaciones se agolpaban en mi cabeza, de nuevo imaginaba a aquellos dos hombres haciéndome el amor al unísono, uno por cada orificio, dándome un placer incontrolable que me hacía gemir y suspirar de gozo. Con un poco más de fuerza, empujé el quitaesmalte hasta el fondo y logré introducirlo en mi ano completamente, desapareciendo en mi interior. Me penetré entonces la vagina con violencia, casi consiguiendo perder de vista el bote de espuma de afeitar dentro de mi sexo, produciéndome aquello un extraordinario orgasmo, cuyas contracciones empujaban el quitaesmalte contra las paredes de mi recto, duplicando así la increíble sensación de gusto que experimentaba. Plena de felicidad, desalojé mi cuerpo de aquellos objetos y me quedé profundamente dormida.

   A la mañana siguiente desperté con una idea muy clara en mi cabeza: tenía que volver al sex-shop. Cómo no sabía si esos locales abrían por las mañanas, decidí pasarme por allí antes de ir a la fiesta de cumpleaños de Patri, ya por la tarde. Durante todo el día me mantuve en estado de pre excitación, nerviosa por ver todos los juguetes de la tienda erótica que tanta curiosidad habían despertado en mi interior. Como no tenía pensado pasar por casa entre ir al sex-shop y a la fiesta de Patri, me arreglé antes de salir ya para toda la noche: blusa roja con cuello de pico, vaqueros ceñidos y zapatos de tacón también rojos. Me hice una coleta baja y me pinté los labios de rojo intenso, muy a juego con la blusa, los zapatos y el bolso. Bajo todo ello, conjunto de sujetador y tanga negros muy sencillos.

   Pasé dos veces por delante del sex-shop antes de atreverme a entrar, pero una vez dentro, fuera del alcance de las miradas de los viandantes, olvidé tanta vergüenza y me deleité con todo el material que había en el local. Tenía debilidad por la mazorca de Patri, pero muchos otros objetos me daban curiosidad también. Sin decidirme aún por ninguno, llegué a la sección de películas y, aunque el porno no me atraía casi nada, eché un vistazo a algunas carátulas en las que la chica disfrutaba de una doble penetración. Parecía que me perseguía aquella fantasía, de nuevo se aparecía por mi mente, aumentando la humedad de mi ropa interior y la temperatura de todo mi cuerpo. Sinceramente, la idea de excitarme de aquella manera en ese lugar no me gustaba demasiado, ya que en ese estado podría salir de allí con cualquier cosa. De hecho, opté por coger una de aquellas películas (la primera y última que he comprado hasta la fecha) y volver a la sección de consoladores, donde vi algo que me llamó la atención. Se trataba de un cono de plástico negro con un asa en la base, no era muy grande y su envase indicaba que era de inserción anal. Por detrás, en un dibujo esquemático se mostraba cómo una vez introducido quedaba atrapado dejando solo la base a la vista a modo de asa para tirar de ella y poder sacar el objeto del recto. Mientras mil traviesas ideas pasaban por mi cabeza, ya me dirigía hacia la caja para comprar aquello. El cajero me comentó que si la película tenía algún defecto podría devolverla en los próximos siete días y yo, ni corta ni perezosa, le pregunté lo siguiente: "¿Y el juguete también puedo devolverlo si no funciona correctamente?" Me decía a mí misma que me controlara, que dejara de comportarme como una salida. "Una vez abierto solo puedes devolverlo si viniera roto de fábrica, los daños que le puedas causar con el uso no te permiten hacer una devolución" me dijo el cajero. Tras debatir un momento cómo podría diferenciar él un daño por uso de un defecto de fábrica decidimos abrirlo allí mismo y comprobar in situ que venía en perfecto estado. "También puedes probarlo si quieres" me soltó de pronto, parecía que le estaba gustando la situación, así que mientras le guiñaba un ojo y salía de la tienda con el consolador en las manos le mentí: “Ahora no puede ser, ya tengo su lugar ocupado”

   Fue pisar la calle y volverme el pudor, rápidamente metí la película y el juguete en el bolso (el envase lo dejé en el sex-shop) y me puse en marcha hacia la casa de Patri, lugar de la fiesta. Mi amiga vivía sola en un pequeño piso del centro, una sola habitación, un baño y un salón-comedor-cocina todo junto. En total íbamos a ser ocho chicas, incluida la anfitriona, y por la cantidad de alcohol que había allí, todas saldríamos perjudicadas. Pusimos música y mientras bebíamos, charlamos haciendo bastante ruido; bajábamos el tono solo cuando Patri se alejaba a buscar algo a la cocina para interrogar a Elena sobre si había estrenado el regalo de la homenajeada, pero nos prometió una y mil veces que aún estaba intacto.

   A medida que pasaba el tiempo, nos fuimos desinhibiendo por el alcohol y comenzamos a hablar abiertamente de sexo. De hecho, Sara sacó papel y lápiz y escribió un pequeño cuestionario para Patri. "Tienes que contestar a cinco preguntas por ser tu cumple" le dijo, pero ésta le contestó que solo si las demás también lo hacíamos, así que al instante empezó el concurso pero con una condición: las respuestas serían anónimas, con unos papelitos que decían "Sí" o "No", a excepción de Patri, de quien todas sabríamos sus secretos.

   1ª Pregunta: ¿Te masturbas 3 o más veces a la semana? - Hubo dos respuestas positivas, una de ellas mía, cinco negativas y otra más positiva, la de Patri. Nos reímos y le dijimos que era una salida y una ninfómana y cosas por el estilo.

   2ª Pregunta: ¿Te gusta chupar pollas? - Esta vez fueron cuatro los síes y tres los noes, además del sí de Patri. Mi respuesta volvió a ser positiva

   3ª Pregunta: ¿Haces sexo anal? - Solo dos contestamos que sí, lo que me dio curiosidad por saber quién sería la otra que lo practicaba. Incluso Patri respondió que no.

   4ª Pregunta: ¿Te tragas el semen? - Tres respuestas positivas y cinco negativas, incluyendo a Patri.

   5ª Pregunta: ¿Alguna de las presentes te ha visto masturbarte? - El sí se llevó dos votos y el no los otros seis. Hubo mucho alboroto al saberse el resultado, todas preguntaban quiénes eran esas dos. A mí me había visto Sara, y yo a ella también, por lo que si no había mentido, nosotras éramos las susodichas. "Si esas dos quieren, pueden irse a mi habitación a seguir con sus juegos" dijo Patri entre risas generalizadas y mucho cachondeo. Yo me había quedado dándole vueltas a algo, mis respuestas habían sido todas positivas y me daba vergüenza de mí misma pensar que era un poco guarrilla. Al tiempo, alguien estaba comentando que podríamos jugar a verdad o prenda, como cuando éramos más crías, pero no hubo acuerdo y pasamos al momento de darle el regalo especial a Patri.

   El revuelo que se armó cuando Elena mostró la mazorca fue monumental, Patri estaba colorada como un tomate diciéndonos que éramos unas cabronas y unas salidas, que qué iba a hacer ella con eso. Mientras todas le daban ideas de lo que podría hacer, yo pensaba en mi propio juguete y en las ganas que tenía de estrenarlo de una vez. Patri había encendido el aparato y se recreaba en lo fuerte que vibraba mientras las demás le pedíamos que lo usara a ver si era de su agrado. Entonces ella, en broma se lo acercó a su sexo y lo frotó por encima del pantalón, retirándolo rápidamente y diciendo que podría correrse incluso con la ropa puesta. Otra vez el griterío fue máximo y entre risas y más alcohol la mazorca fue pasando de mano en mano para que todas comprobáramos la fuerza con la que vibraba y nos imagináramos lo que podría hacernos sentir en contacto con nuestros sexos. Entonces Sara nos hizo callar un momento y dijo que había una nueva pregunta, nos reunimos a su alrededor y dijo:

   6ª Pregunta: ¿Vas a usar un juguete sexual en cuanto te quedes sola? - La pregunta iba dirigida a que Patri dijera que sí, cosa que hizo, pero nadie esperaba que hubiera otra respuesta afirmativa: la mía. Todas intentaron sonsacar quién era esa chica, pero disimulé lo mejor que pude y no consiguieron descubrirme.

   En un momento de la fiesta, cuando ya nos íbamos a retirar, tuve que ir al baño, cogí mi bolso y me encerré en el aseo. Estaba sentada orinando cuando me di cuenta de que el rollo de papel higiénico estaba gastado, por lo que fui a sacar un kleenex de mi bolso y me encontré de pronto con mi nueva adquisición. Lo cogí y lo toqué, me gustaba el tacto que tenía, era muy suave. Lo dejé de nuevo para limpiarme por fin, pero antes de volver a subirme el tanga me recordé a mí misma la sexta pregunta y me dije: "Ya estás a solas, Marta" Así que agarré el cono y sin pensarlo mucho lo introduje lentamente en mi vagina, lubricando por completo su superficie. Lo saqué de ahí, me incorporé y cerré la tapa del inodoro, coloqué el juguete encima y me dispuse a sentarme sobre él. Dejé caer mi cuerpo y la punta empezó a hundirse en mi cuerpo, poco a poco fue desapareciendo dentro de mí hasta que mi ano se cerró y dejó solo la base fuera de mi recto. Esa sensación de tener la parte trasera ocupada que tanto me gustaba me hacía excitarme muchísimo, mojando la tapa del retrete de mi amiga, así que me puse en pie y descubrí lo placentero que era moverse con aquello insertado en mi ano. Me paseé como pude por el baño con los pantalones en los tobillos disfrutando de mi juguete, mirando de reojo al espejo para ver cómo quedaba mi trasero con aquello allí metido y acariciando suavemente mi clítoris con una de mis manos. Tiré del juguete para hacer salir la parte más ancha y sentir cómo mi esfínter se dilataba, volviendo a introducirlo para que de nuevo el ano se cerrara atrapándolo dentro. Lo repetí varias veces mientras me masturbaba con la otra mano, generando oleadas de placer que apretaban más mi cuerpo al objeto y me producían un placer aún mayor. Verdaderamente lo estaba disfrutando, pero decidí cambiar de postura, sujetando el consolador con ambas manos apoyado en el borde del lavabo. De espaldas a él, acerqué mi cuerpo al juguete y lo posicioné a la entrada de mi orificio trasero. Así podía hacerlo entrar y salir como si me estuvieran penetrando, moviendo mis nalgas hacia adelante y hacia atrás. Me estaba excitando tanto que tuve que parar y pensar un poco, ya que estaba en casa de Patri, sería mejor dejarlo para más tarde en casa. Pero primero quise ver cómo quedaba mi nuevo amigo bien metido en mi interior con los pantalones subidos, así que me los abroché y me miré en el espejo a ver si se notaba. A simple vista era imperceptible, solo se adivinaba al pasar la mano por entre las nalgas, lo que me encantó, ya que de esa manera podría darle más uso del que había pensado.

   Entonces sonó la puerta y oí la voz de Elena decir: "¿Marta, estás bien? Llevas mucho tiempo ahí dentro" Sin poder pensarlo mucho, le respondí: "Es que me ha sentado mal la bebida, creo que voy a vomitar". "No jodas Marta" me dijo, seguido de: "Voy a pasar" Mi cabeza dio un vuelco y en menos de un segundo me maldije por no haber echado el pestillo y me arrodillé ante el inodoro y subí de nuevo la tapa. Apareció entonces ante mí la figura de Elena, con cara de preocupación, posando su mano en mi espalda. Me levanté y le dije que ya me sentía mejor, pero ella insistía en que estaba súper caliente y con la cara colorada, por lo que me mojé un poco el rostro antes de salir del baño. Empezar a caminar con el cono dentro de mí me producía mucho morbo y excitación, además era divertido ver las caras de preocupación de todas las chicas mientras en mi interior lo único que sentía eran unas terribles ganas de masturbarme.

   Elena insistió en llevarme a casa en su coche y no me dio opción a negarme. El momento de subir al coche fue genial, al dejar caer mi cuerpo en el asiento, el juguete se apretó al máximo en mi ano y di un respingo acompañado de un “¡Ay!” Rápidamente, Elena me miró preocupada y me sugirió ir a urgencias, lo que me provocaba una risa que a duras penas conseguía ocultar. La convencí para ir directamente a casa y a regañadientes aceptó, poniendo rumbo a mi ansiado hogar. Era estupendo sentir aquello metido dentro de mi cuando subía los escalones del portal, por primera vez en mi vida maldije el hecho de que el ascensor funcionara correctamente, de buena gana hubiera subido hasta casa por las escaleras. Elena me acompañó hasta la misma puerta de entrada y no se fue hasta que le prometí que la llamaría si me ponía peor. Peor me iba a poner, de eso estaba segura, pero de excitación y placer.

   Según cerré la puerta, apoyé mi espalda en ella, dejé caer el bolso al suelo y me desabotoné con rapidez y torpeza el pantalón, aparté a un lado el tanga con mi mano izquierda y empecé a frotarme salvajemente el clítoris con la derecha. Bajé entonces mi ropa interior hasta dejarla a la altura de mis rodillas y liberé mi mano izquierda para poder agarrar el asa del consolador anal y tirar de él mientras seguía masturbándome. Era genial sentir cómo mi ano se dilataba para dejar escapar la parte más ancha del cono y después de un empujón volver a engullirlo de nuevo. Repetía la operación cada vez más rápido hasta que no aguanté más y dejé escurrir mi cuerpo por la puerta chocando mis nalgas con el suelo y hundiéndose el cono al máximo en mi recto, obligándome a gemir tan fuerte que seguro que desperté a algún vecino. Después de un instante de reposo, sin levantarme, me quité los zapatos, los vaqueros y el tanga para incorporarme y pasear por la casa sin dejar de frotarme el clítoris a toda velocidad. Mi vagina no dejaba de producir fluidos, que comenzaban a deslizarse por mis piernas y embadurnaban por completo mis manos. En tal estado de excitación sexual, cuando mi mente perdió por completo el control, me comenzaron a venir algunas ideas, a cual más traviesa y morbosa. Pensé en terminar la sesión en el rellano de la escalera, en salir al balcón, en sacarme algunas fotos e incluso en grabarme en video. Mientras decidía qué hacer, me despojaba de la blusa y del sujetador, quedando al fin completamente desnuda. Dediqué algo de atención a mis prominentes pezones a base de pellizcos y caricias y sin pensarlo más, abrí la puerta del balcón.

   La primera sensación fue de frío, desde luego la noche no estaba para salir sin ropa. La segunda fue de morbo, acelerando mi pulso al máximo. Después de un par de segundos de duda, di un paso al frente y posé mis pies en el frío suelo del balcón. Me quedé inmóvil en un rincón, buscando con la mirada posibles espías nocturnos, pero sin dejar en ningún momento de masturbar mi clítoris con fuerza. No descubrí a nadie que pudiera observarme, por lo que me relajé un poco y comencé a jugar con el consolador, volviendo a sacarlo y meterlo en mi ano para disfrutar de su dilatación y contracción. Estaba a solo dos pasos de la barandilla del balcón, pero no tuve valor suficiente para ir hasta allí, por lo que opté por sentarme en el suelo. Fue mayor la sensación de frío en mis nalgas que la del cono apretando mi ano, pero no tan placentera. Apoyé mi espalda en la pared de casa y abrí mis piernas para tener un mejor acceso a mi sexo. Mostraba sin pensarlo todo mi esplendor a quien pudiera observar desde el edificio de enfrente, frotando mi botón de placer con una mano y jugando con mis pechos con la otra. El orgasmo era inminente si seguía en aquella posición, así que me dejé llevar y en cuestión de minutos comenzaron a llegar los primeros espasmos de placer que me hacían arquear la espalda y doblar mi cuello hacia atrás, manteniendo mis ojos cerrados y mi boca entreabierta. Las contracciones propias del orgasmo apretaban los músculos de mi recto contra el cono de plástico, produciendo un placer increíble muy difícil de conseguir con el sexo únicamente vaginal. Algunos gemidos escapaban de mi boca poniendo una sexual banda sonora a la oscura noche que se aliaba conmigo para ocultarme de indiscretos invitados.

   La consecuencia de tan estupendo orgasmo fue una gran relajación posterior y unas más que visibles manchas de flujo en el suelo del balcón. El cono seguía dentro de mí mientras el viento nocturno volvía a acrecentar la sensación de frío. Junté las piernas, ocultando mi sexo, y con las manos en mis rodillas apoyé la cabeza sobre ellas. Recuperaba el aliento mientras me decía a mí misma lo maravillosa que había sido aquella sesión de masturbación y se me escapaba una sonrisa que delataba el hecho de que esta no sería la última vez que hiciera algo semejante. Levanté la vista mirando al bloque vecino y por fin decidí ponerme en pie y volver a la calidez y discreción del hogar. Fui recogiendo la ropa que había dejado tirada por la casa disfrutando aún del roce de mi nuevo juguete en el ano y terminé tumbada bocabajo en la cama del dormitorio, quedando profundamente dormida de aquella manera: desnuda y con el consolador bien encajado en mi ano.