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Marta (09: Un sábado cualquiera)

en Hetero: General

   Salí del cuarto de baño sin nada más sobre mi cuerpo que la toalla con la que me secaba el pelo. Era una de las ventajas de vivir sola, no tenía que esconderme de nadie. Me había pegado una buena ducha, me había hidratado bien todo el cuerpo y también me había depilado, así que me sentía limpia y suave. Iba dirección al salón, donde recordaba haber dejado el móvil, ya que me había parecido oírlo mientras me terminaba de duchar.

   Efectivamente, tenía un mensaje de Sara que me invitaba a que me conectara al Messenger del ordenador con ella. Ya hacía cosa de quince minutos que me lo había enviado, así que no estaba segura de que aún me estuviera esperando.

   Como tenía el portátil allí mismo sobre la mesita baja del salón, lo encendí y mientras arrancaba terminé de secarme el pelo con la toalla y dejé esta sobre el sofá. En cuanto apareció el escritorio inicié el Messenger y comprobé que Sara estaba conectada. Antes de poder saludarla ya me escribió ella:

“¡Hola guarra!” Bonito piropo el de mi amiga, y eso que no sabía que iba totalmente desnuda.

“Hola puta” fue mi contestación. “¿Qué tal?”

   Entonces me contó que estaba escribiéndose con un chico que conoció un par de días antes en un chat y que ahora por Messenger le veía a través de la cámara web y estaba buenísimo. Por lo visto no dejaban de decirse guarradas y Sara andaba un poco acalorada con aquella conversación. Le pedí entonces que me mantuviera al corriente de todos los detalles y que me mandara alguna foto del chico, para hacerme una idea. En cuestión de segundos apareció ante mí la imagen del muchacho. Lo cierto es que al verle en aquella pose, con el torso desnudo y todos esos músculos bien marcados sentí cierta envidia por mi amiga: el chico estaba para mojar pan. No fue lo único que sentí, rápidamente mis pezones se habían endurecido en señal de alerta ante posibles y placenteros tocamientos.

   Siguió contándome que hacían cibersexo y que él se estaba masturbando mientras charlaban y ella podía verlo a través de la cámara, pero que ella no tenía posibilidad de hacer lo mismo porque no estaba sola en casa y no quería arriesgarse a que la pillaran en tan vergonzosa escena. En cualquier caso, se las ingeniaba para frotarse como podía por encima de la ropa.

   Lo cierto es que a mí la situación me estaba empezando a subir la temperatura y se me hacía eterna la espera entre frase y frase que me llegaba de Sara. Sin casi darme cuenta, estaba mirando la foto del chico mientras uno de mis dedos frotaba muy lentamente los alrededores de mi clítoris.

   Aquello no podía ser, así que me entretuve mirando el correo electrónico mientras Sara seguía con sus quehaceres. Leí las últimas palabras de mi amiga en las que me contaba que se había desabrochado el vaquero y que se tocaba como podía su empapado sexo viendo al chico masturbar su enorme pene. En fin, si no podía verlo ni sentirlo, era mejor olvidarlo. De aquel modo, me despedí de ella deseándole lo mejor y excusándome en cosas pendientes que hacer que obviamente no eran ciertas.

   Lo increíble de todo aquello es que estaba ocurriendo un sábado de buena mañana, no eran aún las diez y la gente ya estaba excitada perdida. Yo solamente tenía que hacer algunas compras para preparar la comida de ese día y del siguiente, por lo que no me era necesario arreglarme más que lo imprescindible. De hecho, tenía pensado ponerme ropa deportiva para andar más cómoda durante el día. Después de echarme un vistazo en el espejo y comprobar que mi cuerpo seguía siendo el mismo de siempre, con sus pechos firmes y su culito respingón, empecé a buscar en el armario un conjunto de sport negro y morado. Se trataba de un top negro muy ajustado, de forma que no hacía necesario el uso de sujetador y un pantalón negro con unas líneas moradas que casi me llegaba hasta los tobillos, también ajustado a mi anatomía femenina. Me puse primero el top, acomodando mis senos en su interior y comprobando que por culpa de Sara, aún se marcaba la dureza de mis pezones hacia el exterior. Estaba mona de aquella guisa, siempre me había resultado más atractivo el cuerpo femenino cuando mostraba sus partes bajas que cuando enseñaba su pecho. De cualquier forma, por muy bien que me viera, había que ponerse algo para cubrir mis zonas más íntimas, no fuera a coger un resfriado. La idea era usar tanga bajo el pantalón, pero primero quise ver cómo me sentaba aquella prenda sin nada debajo, simplemente por darme ese gusto. Después de unos segundos de esfuerzo conseguí ceñirme tan ajustada tela a mi cuerpo, de forma que más parecía una segunda piel que un pantalón para hacer ejercicio. De hecho, ya me imaginaba qué tipo de ejercicio le sugeriría a cuantos hombres se cruzaran en mi camino esa mañana. Era estupendo comprobar que no me marcaba ningún michelín y al mismo tiempo ver cómo realzaba mi trasero y lo pegado que quedaba a mi vulva. No pude evitar pasar mi mano por mi sexo para percibir como mis labios vaginales se insinuaban de manera evidente empujando aquella tela que les oprimía.

“Estás tremenda, Martita” me dije a mí misma al tiempo que palmeaba mi nalga derecha.

   Una vez de vuelta al mundo real, con el tanga puesto bajo el pantalón, las deportivas y una chaquetilla de chándal que me llegaba hasta la cintura, me recogí el pelo en una coleta dejando libertad al flequillo. Antes de salir de casa, como no había apagado el ordenador, volví a comprobar si Sara aún seguía conectada. Después de todo, estaba intrigada por saber cómo habría terminado su asunto mañanero, si es que había acabado ya. Algo decepcionada pude ver que ya no estaba en el Messenger, por lo que, ahora sí, apagué el ordenador y me fui a la calle a comprar algo para comer.

   Aunque el tanga era minúsculo, en el espejo del ascensor podía ver claramente como se marcaba a través de la tela del pantalón deportivo. Y no era algo que me gustara, pero haber salido sin ropa interior me parecía excesivo para ese conjunto. Quizá más tarde, si quedaba con las amigas para salir de noche pudiera resarcirme y olvidarme de usar braguitas, ya vería si se daba el caso. También cabía la posibilidad de salir con ellas puestas y volver con ellas en el bolso, algo que me sucedía relativamente a menudo, dependiendo en gran medida de qué tipo de especímenes humanos masculinos se me acercaran durante la noche. O pudiera ser que esa noche me ligara a alguno de aquellos y no volviera a casa sola, o que no volviera a casa hasta el día siguiente. O que volviera sola pero más caliente que un horno, otra opción más que probable y que a buen seguro acabaría con alguna locura solitaria muy, pero que muy placentera.

   Justo al salir del ascensor me crucé con un vecino que subía, dejando claro con su mirada que le gustaba mi look tanto como a mí. A buen seguro que se había regalado una instantánea de mis nalgas bamboleándose al caminar hasta el exterior del edificio, pero eso es algo de lo que no pude estar segura al cien por cien. Al pisar la calle me maldije a mí misma por no haber cogido las gafas de sol, ya que aunque hacía bastante frío, el sol pegaba de lleno a esa hora y en aquella calle. Puse rumbo al Mercadona de dos manzanas más arriba manteniendo mis manos en los bolsillos de la chaqueta, ocupados en parte por la cartera y el móvil, para evitar perder los dedos por congelación. Al menos, el hecho de que fuera cuesta arriba mantenía mi organismo en marcha y el frío, en general, era soportable. Mientras ascendía, mi magnético pecho atraía con sus dos poderosos pezones a todos los hombres que quedaban embobados al verme pasar. Y es que la baja temperatura había provocado tal aumento en el volumen de mis “botones” que hasta yo misma no pude reprimir dirigirme un:

“Joder, qué barbaridad…” al cerciorarme del enorme tamaño que habían alcanzado. Desde luego era una forma muy ingeniosa de quitarle protagonismo a mi ajustado pantalón.

   No es que me disgustara lo más mínimo que mis pechos atrajeran todas las miradas, pero por culpa del frío tuve que subir la cremallera de la chaqueta, dando por terminado el espectáculo. Entonces sí que mi culete se convertiría en actor principal de la función. En un momento dado, dos chicos vestidos con ropa deportiva pasaron haciendo footing a mi lado, volviendo la mirada al adelantarme. Pensaba que seguirían a lo suyo, pero pararon la marcha y uno de ellos se animó a entablar conversación:

“Buenos días, ¿qué, al parque a correr un poco?” Con aquel frío no era el mejor día para correr, pensé yo.

“No, hoy descanso” Dicho así pareciera que corría a diario, pero más bien todo lo contrario, solía salir a correr una o dos veces a la semana como mucho.

“¿Y dónde vas tan… deportiva?” insistió el mismo chico. ¿Deportiva? Por la tardanza en decir la palabra ya me imaginaba yo que no había sido la primera en venírsele a la boca. El otro andaba callado, pero no me quitaba ojo de encima mientras su amigo intentaba llevarme al huerto.

“Ahí mismo, al Mercadona” le dije indicando con la cabeza la fachada del supermercado que ya estaba muy cerca.

“¿En serio no te apetece un poco de footing después de la compra?” La verdad era que no, prefería el calorcito del hogar. Lo que no dejaba de llamar mi atención era el amigo mudo, quizá tuviera voz de pito de esa que cuando abrían la boca espantaban a las chicas. El caso es que estaba de muy buen ver y no me hubiera importado que me entrara como lo estaba haciendo su colega el parlanchín. Me estaba empezando a apetecer hacer ejercicio, pero no del que me estaban sugiriendo.

“No, gracias. Hoy hace demasiado frío para mí” Algo había que contestarle al chico hablador.

“Pues es una pena, siempre es más ameno correr en compañía. De todas formas, si cambias de idea ya sabes, estamos en el parque” Sí, ya lo sabía. Quizá fuera más tarde a buscar a su amigo a ver si era realmente mudo o solamente tímido.

“Ok, chicos. Que vaya bien” Al despedirse y echar de nuevo a correr, solo obtuve de él un gesto con la mano, por lo que me quedé sin oírle decir nada. Ni siquiera un:

“¿En tu casa o en la mía?” que tanto me hubiera gustado.

   Justo al entrar a la cálida atmósfera del supermercado sentí vibrar el móvil en el bolsillo de la chaqueta. Era un mensaje de Sara, que al parecer ya había terminado de jugar con el ordenador.

“Tía, no te imaginas cómo me lo he pasado. Al final se ha corrido en su propio pecho, no veas que chorros echaba el tío. Me ha puesto tanto verlo que me he corrido yo también en décimas de segundo, casi sin tocarme. Con las bragas por las rodillas me tenía ya el muy cabrón, si me llegan a pillar me muero. Ciao Martita, nos vemos esta noche” Evidentemente el mensaje estaba escrito de una forma mucho más informal, ilegible para gran parte de la ciudadanía. La muy zorra había pasado una mañana de escándalo y encima me lo contaba, dando envidia al personal.

“Estás hecha una puta. Esta noche me cuentas los detalles. Ciao” Bueno, al menos ya tenía plan para esa noche. Y visto lo visto, me iba a poner un conjunto con el que ligaría hasta en un bar de gays. Desde luego, unas medias negras y una minifalda no iban a faltar, dejando a la vista la parte media de mis muslos. Y lo de las braguitas, seguro que puestas no acababan la noche. Me moriría de frío, pero ya encontraría algo de calor humano por ahí. Aquel pensamiento me hizo recordar al chico mudo de hacía un rato, y a su culo también. La verdad es que estaba muy bien hecho, tanto que no dejé de mirarle mientras se alejaba corriendo calle arriba. Ya me lo imaginaba como al amigo de Sara, masturbándose para mí hasta el final. ¡Uf! Qué calor repentino. Había llegado el momento de que mi pecho volviera a ver la luz, bajando el telón de la chaqueta y a lo mejor subiendo alguna que otra cosa.

“Mira quién fue a hablar…” Sara respondió mi mensaje.

   Mientras hacía la compra notaba como mi sexo había comenzado a humedecerse, en ese momento di gracias por haberme puesto el tanga, porque de lo contrario ya tendría el pantalón mojado por la excitación. Al pasar por la sección de droguería, donde venden los productos de belleza y de higiene corporal, estuve haciendo un repaso a los envases de los productos. A excepción de mi consolador anal, todos mis juguetes sexuales habían salido de aquel sex-shop encubierto. Cualquiera que viera mi cuarto de baño pensaría que me duchaba cada día con un gel y un champú diferentes, ya que pareciera que los coleccionara, cuando la realidad es que los compraba solamente por descubrir qué tal se adaptaban a mis orificios del placer. Me vino a la mente en ese momento una colonia que compré exclusivamente por la forma de su envase, de hecho, no me gustó su olor y lo vacié al poco de adquirirla. Pero tras aquello, tuve que encumbrarla a lo más alto del ranking del placer sexual. Aquel cilindro de cristal tenía el ancho ideal para jugar a los médicos con mi vagina, entraba y salía produciendo exquisitas oleadas de placer sin llegar a ser demasiado grueso y crearme molestias por ello. Ya hacía tiempo, además, que había colonizado también mi ano, aunque en este caso con algo de molestia y un poco de lubricación.

“Me ha entrado un tío yendo al Mercadona. ¿Qué te parece?” Me hice un poco la interesante yo también.

“Joder tía, ya has vuelto a salir vestida de pilingui, ¿no?”

“¡Pero si voy de sport!”

“No me lo creo, mándame una foto que yo lo vea” Acto seguido, me hice una foto aún en el supermercado, desde arriba para que Sara pudiese comprobar el efecto de mi escote y se lo mandé.

“Pero serás puta… ¡Si vas toda empitonada!”

“Es que hace frío, malpensada”

“Oye, tengo que dejarte. Esta noche nos contamos todo, ¿ok? Besitos”

“Ok. Ciao guapa”

   Frío hacía, pero no era el único culpable de aquello. Empezaba a rondarme por la mente la idea de saciar mis más bajos instintos en cuanto llegara a casa. Ya que lo había rememorado, podría utilizar el frasco de colonia. O sentarme en el bidé y darme un masajito con agua caliente para combatir el frío. Bien pensado, lo suyo sería aguantar hasta la noche y darlo todo en algún garito. También podía subir al parque a buscar a mi amado mudito y bajármelo a casa a descansar de tanto ejercicio. O que al verme no se aguantara las ganas y me asaltara allí mismo, en el parque. Me lamería los pezones con pasión mientras introduciría sus manos bajo mi pantalón, agarrando con fuerza mis nalgas. Yo buscaría desesperada su miembro bajo su ropa deportiva y comenzaría a masturbarle provocando aún más excitación en él. Entonces él me arrancaría la ropa y me penetraría salvajemente tanto la vagina como el ano hasta hacerme gemir de gozo y alcanzar los dos el orgasmo al unísono, bajo la atenta mirada de su amigo el hablador. Que en ese caso se habría quedado mudo.

“Joder, qué mal estoy…” me dije a mí misma. Aquel día no quería masturbarme, quería sexo, sexo duro. Volví a visualizar en mi mente la imagen del amigo de Sara con todo su semen cayendo por sus pectorales, imaginando que se trataba del chico mudo y de mí misma recogiendo sus fluidos con la lengua, saboreando lentamente aquellos chorros de esperma resultado de una intensa sesión de sexo salvaje vivida por ambos.

   Definitivamente, aquella noche la ropa interior no haría acto de presencia.

   Finalmente, después de una llamada de Patri, habíamos quedado aquella noche junto con Sara en un local conocido por todas donde Patri nos presentaría a un primo suyo que venía de visita por Madrid. Sinceramente, me cortaba muchísimo el hecho de tener un chico en el grupo, ya que no podríamos charlar tan abiertamente de los tíos que se nos pusieran a tiro. Yo, de todos modos, había hablado con Sara para quedar en un punto intermedio y llegar al local las dos juntas, y así poder escuchar cuanto quisiera contarme de su sesión mañanera de cibersexo.

   Un par de horas antes de salir de casa comencé a seleccionar qué iba a ponerme finalmente para la noche. Después de comer me había quedado dormida en el sofá del salón y aún estaba un poco adormilada, por lo que la excitación de la mañana se había relajado bastante, pero no lo suficiente como para conseguir que me volviera algo más cauta a la hora de elegir modelito. Como casi siempre, empecé a vestirme desde arriba, así que me coloqué un sujetador negro que mantuviera bien apretados mis senos. Dudaba si usar dos piezas, camisa y falda, o utilizar una sola prenda para cubrir mi cuerpo. Me probé ambas opciones, primero camisa de botones blanca entallada a la cintura y minifalda negra. Di un par de vueltas delante del espejo y me vi estupenda, aunque tendría que usar pantys finos negros porque los tupidos se me verían por encima de la minifalda y por desgracia solo tenía un par y no en muy buenas condiciones. Probé entonces la segunda opción, un vestido rojo con escote de pico, media manga y falda con vuelo. Me hacía un escote precioso, pero me quedaba tan corto que al moverme podía ver mi trasero reflejado en el espejo. Entonces decidí acompañarlo de los pantys tupidos negros y así, aunque se volara el vestido más de la cuenta, técnicamente no se veía nada; aunque se intuyera todo. Esta opción me gustó porque podía ir tranquilamente sin braguitas y que no se notara a simple vista.

   Elegida la tela, había que seleccionar los complementos. No llevaba nada al cuello, ya que me gustaba verlo libre de collares y cadenas. En la muñeca derecha me puse una pulsera roja de madera y en los pies, zapatos rojos de tacón. Para completar el look, opté por dejarme suelta la melena, con flequillo hacia un lado; contorno de ojos, rímel y pintalabios rojo pasión. Ya estaba lista, cogí el bolso, me puse el abrigo y salí de casa dispuesta a todo.

   Iba caminando, ya que el punto de encuentro en el que había quedado con Sara estaba bastante cerca de casa. Mientras caminaba rememoraba en mi mente la foto del torso de aquel muchacho que había hecho enloquecer a mi amiga por la mañana, estaba ansiosa por oír todo lo sucedido. De pronto, divisé dos chicos al otro lado de la calle. Estaban en su punto, cachas pero no demasiado y pelito corto, como a mí me gustaba. Hablaban apoyados en el respaldo de un banco sin saberse espiados por mis pintados ojos. De buena gana me hubiera cambiado de acera para verles más de cerca, pero sería demasiado obvio y no quería parecer desesperada, así que seguí mi marcha hasta alcanzar la plaza en la que debía encontrarme con Sara.

“Cambio de planes. Estoy sola en casa y el chico de esta mañana vuelve a conectarse, así que imagínate… Dale besos a Patri. Te llamo mañana” Decía el mensaje de Sara. La muy puta había preferido masturbarse otra vez delante de la pantalla del ordenador que salir de marcha con sus amigas, ya le valía.

“Cuidado no te deje preñada por Wi-Fi” Fue lo único que se me ocurrió contestarle. Al menos si estaba sola podría hacérselo a sus anchas e incluso encenderle la cámara al muchacho, que debía estar ansioso por verla. Si se hubiera buscado a uno que viviera cerca, podrían montárselo un poco más real, pero como el susodicho era de Cádiz pues a darle al internet.

   Era aún temprano para ir al local donde conocería al primo de Patri, así que decidí meterme en un bar en aquella misma plaza para hacer tiempo y entrar un poco en calor. Era un típico bar de copas, con barricas a modo de mesa con taburetes altos y tres camareros danzando sin parar sirviendo casi exclusivamente cerveza entre los clientes. Me senté en una de esas barricas que quedaba junto a la cristalera del local y en el taburete que sobraba dejé el abrigo, ya que allí dentro no lo necesitaba. Rápidamente apareció uno de los camareros, al que le pedí una caña y en menos de medio minuto ya la tenía servida… y cobrada.

   Con la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, jugaba a sacar y meter el talón en el zapato mientras miraba distraída por la cristalera hacia la plaza. De fondo se oía el sonido de las conversaciones y algo de música que no identificaba. En algún momento en que el ruido del ambiente era menor, alcancé a oír un:

“Joder, como está la de rojo”

   Evidentemente, la de rojo era yo, y el dueño de aquéllas palabras era un niñato que nunca conseguiría nada conmigo, pero que podría entretenerme un rato. Descrucé las piernas y volví a cruzarlas en orden inverso cuando sabía que él me miraba, dejando que el vestido subiera hasta el punto límite en que las piernas se convertían en culo. Un culo precioso, por cierto. Fingí colocarme el sujetador para sobarme descaradamente los senos y en un momento de descuido suyo, me giré y le lancé una mirada directa a los ojos. Él, al darse cuenta, se volvió rápidamente hacia sus amigos en señal de vergüenza. Con una sonrisa malvada en mi rostro iluminé la pantalla del móvil para leer un mensaje que acababa de recibir, era de Patri:

“Lo siento chicas, pero mi primo ha llegado vomitando del viaje y nos quedamos en casa a ver si mejora. ¡Pasadlo bien y no liguéis mucho! Besitos” Aquello no podía ser posible, me habían dado plantón las dos. ¡Y las dos por mensaje! Cogí el abrigo y salí del bar mientras me lo ponía, con prisas y con cara de pocos amigos, de vuelta a casa. Después de prepararme para salir, al final todo quedaba en nada.

   Salía por la puerta del bar hecha un lío con el abrigo a medio poner y el bolso, de manera que di un pequeño traspiés y, aunque no caí al suelo, sí lo hizo mi maravilloso bolso rojo que iba a juego con los zapatos de tacón. Rápidamente, una sombra se abalanzó sobre él y me lo entregó en mano. Cuando enfoqué mis ojos en la sombra, pude comprobar que se trataba de uno de los chicos que anteriormente había visto hablar en la calle. Tenía los ojos azules y el pelo rubio, parecía guiri, pero su voz me demostró que no lo era:

“Ten cuidado, mujer. No vayas a caerte y tengamos un disgusto”

“Pues ha estado en nada. Muchas gracias” Me daba la sensación de que era más joven que yo, pero estaba para mojar pan el muy canalla.

“Parece que salgas huyendo del bar, como si hubieras hecho un sinpa” Acompañó el comentario con una leve risita contagiosa que me hizo sonreír.

“Qué va. Yo no soy de esas, ¿eh?” Fue lo que le dije, pero el hecho es que estaba ensimismada en su cara, sus músculos y su graciosa risita. Por increíble que pareciera, mi sexo comenzó a enviarme señales en aquel momento.

“¿No? Entonces… ¿De cuáles eres?”

“Oye, ¿estás ligando conmigo?”

“Creo que sí, lo siento” Y volvió a reír.

“Bueno, pues invítame a una caña, ¿no?” Me lancé. Visto lo visto, si quería que la noche tuviera algo de historia, tendría que ser yo la que lo buscara.

“Eso está hecho. ¿El bar del que huías te vale?”

“Me vale”

“Pues vamos” Nos sentamos en la misma mesa en la que había estado yo minutos antes, solo que ahora el abrigo descansaba sobre mis piernas, ya que no quedaba ningún taburete vacío. A pesar de que aparentaba estar muy segura de mí misma, estaba nerviosa por la situación. El chico, Carlos, hablaba por los codos y yo no hacía más que recrearme en su anatomía y reírle las gracias con las que intentaba llamar mi atención. Me encantaba que cada dos frases no pudiera evitar lanzarme una mirada al escote y que de seguido se relamiera, como si fuera un acto reflejo. Yo miraba sus manos y me imaginaba rodeada por ellas, acariciándome y sobándome con pasión. Las tenía grandes y arregladas, sin uñas comidas, pero muy masculinas. Llevaba un jersey azul que le marcaba en parte los pectorales y asomaba una camisa blanca por el cuello del muchacho. En aquella posición no podía verle las partes bajas, pero a primera vista me pareció que portaba un buen culito bajo los vaqueros.

   Después de las presentaciones y un sinfín de banalidades, Carlos empezó a interesarse:

“Bueno, y ¿qué haces tan sola un sábado por la noche?”

“No estoy sola, estoy contigo”

“Cierto. ¿Qué hacías tan sola antes de quedar prendada de mi belleza?”

“Ja, ja. Bueno, la verdad es que me han dado plantón las amigas”

“Enemigas, querrás decir. Así que, ¿sola en la ciudad?”

“Hoy sí, qué le vamos a hacer”

“Pues lo que tú quieras, Marta, haremos lo que tú quieras… Si tú quieres, claro” Y de nuevo su risita abandonó sus labios y estalló en mi cabeza provocándome un sentimiento de alegría, amor, excitación y sabía Dios qué más. La humedad de mi sexo ya había dado su opinión sobre qué hacer esa noche, pero me pareció excesivamente temprano como para compartirlo con mi nuevo amigo. De todas formas, estaba dispuesta a pincharle desde el principio, de manera que él mismo se animara a desinhibirse y pensara que llevaba la voz cantante.

“Si me invitas a otra caña, puede que alguna locura”

“¡Camarero, otra ronda!” gritó Carlos nada más oírme decir aquello.

“Pero serás canalla… Te hacía una buena persona” le dije fingiendo sorpresa y poniendo cara de niña buena.

“Si es que cuando se me pone una chica guapa delante no me controlo”

“¿Ah, no?” me hice la intrigada.

“No hasta que consigo enamorarla”

“Ja, ja” no pude evitar reírme de aquello. “Vale, entonces mal vas conmigo” sentencié.

“Vaya, ¿entonces nuestra relación se basará solamente en el sexo?” Joder, qué poco me había costado que sacara el tema del sexo. Al final iba a ser más lanzado de lo que esperaba.

“Pues por mí encantada” Esto lo pensé, pero no se lo dije. En cualquier caso, me estaban entrando unas ganas locas de que ese chico se me echara encima y experimentase conmigo lo que él quisiera.

   La conversación siguió por los mismos derroteros, lanzándonos indirectas mutuamente y manteniendo una gran tensión sexual entre ambos. Yo estaba segura que al más mínimo gesto por mi parte, Carlos me haría el amor allí mismo, pero me gustaba calentar un poco antes de jugar la gran final. De hecho, una parte de mi cuerpo estaba tan caliente que tuve que ir un momento al baño para limpiar un poco de flujo de mi sexo, ya que al ir sin ropa interior, se estaban humedeciendo los pantys más de lo aconsejable. En el baño aproveché para retocarme los labios y abrir un poco el escote del vestido para darle la mejor visión a mi flamante amigo.

“Oye, ¿qué te parece si vamos a otro garito?” propuso cuando volví del baño.

“Como quieras, pero no muy lejos que mira qué tacones llevo” le dije mientras le mostraba mis estupendos zapatos rojos de tacón.

“Muy bonitos. No te preocupes, son dos calles”

“Pues no se hable más” le dije mientras me enfundaba el abrigo y me tomaba un último trago. Acto seguido, salimos del bar y cogimos una calle estrecha y bastante mal iluminada en dirección centro.

“Oye, ¿y cómo es que tus amigas no salen hoy?” preguntó.

“Uy, si te contara… Una porque tiene un pariente en casa y enfermo, pero la otra…”

“La otra ¿qué?”

“Nada, que está enchochada con un tío de Cádiz”

“¿Y se ha ido para allá?”

“¡Qué va! Si solo se ven por internet, y desde hace nada”

“Vaya… Entonces quedan para verse las caritas y hablar un poco, ¿no?”

“Ja, ja. Las caritas y lo demás, que son unos pervertidos” Esta vez fue mi risa la que contagió la suya y de esa manera volvió a enloquecerme. Se me erizó el vello, se endurecieron mis pezones y se humedeció de nuevo la parte interior de mis pantys.

“Joder con el cibersexo, voy a tener que probarlo” dijo Carlos sorprendido.

“Pues yo prefiero lo real, sinceramente. No es lo mismo ver un buen abdominal que tocarlo”

“Supongo… Yo como puedo tocar el mío siempre que quiero…” Y mientras lo decía se tocaba el vientre por encima de la ropa, llamando deliberadamente mi atención.

“Sí, pero no puedes tocar unas buenas tetas o un culito respingón a través del ordenador” La verdad es que la frase me quedó un poco obscena, pero tampoco tenía intención de esconderme mucho más en metáforas.

“Muy cierto. Pero vamos, que ahora no estamos en internet, así que si tú me dejas… Yo toco todo lo que pueda” Carlos lanzó su ataque.

“El que no se arriesga no gana, ya sabes” le dejé bien clarito que tenía vía libre conmigo. Entonces se paró frente a mí, cara a cara, y acarició una de mis mejillas con el dorso de su mano. Era el primer roce entre nuestras pieles, y ello me provocó un pequeño sobresalto. Apartó el pelo de mi cara, posándolo tras mi oído y muy lentamente acercó sus labios hasta besarme en el pómulo. Me quedé sorprendida por aquello, sinceramente, esperaba que lo hiciera en mis labios. Tras ello, inclinó con su mano mi cabeza y posó sus labios en mi cuello, dándome varios lentos y pequeños besos que despertaron el deseo en todo mi cuerpo. Sin que me diera cuenta, había posicionado su mano izquierda en mi cintura y acariciaba la zona sobre la ropa con su pulgar mientras seguía bombardeando mi cuello con breves mimos salidos de sus labios.

   Y llegó el beso. Esa vez sí, succionó mis labios, jugó con su lengua, se mostró ansioso por devorarme. Sus manos en mis caderas, las mías en su espalda, su sexo atrapado en el vaquero, el mío ahogado en sus propios fluidos. Retiró su boca de la mía para darnos un respiro y comprobar con nuestras miradas el estado de excitación que reflejaban nuestros rostros. Yo, particularmente, estaba ardiendo, las mejillas debían estar del color del vestido, los pezones empujaban el sujetador queriendo atravesarlo, mi sexo…

   Creía que iba a decirme algo cuando de pronto posó sus grandes manos en mis nalgas y me levantó del suelo, cargándome hasta el recoveco del portal más cercano. Al ser el vestido tan corto, sus manos habían palpado directamente sobre los pantys, debiendo notar, a buen seguro, el calor que se acumulaba por aquella zona. Instintivamente, yo me agarré a su cuello cuando dejé de tener contacto con el suelo y así, aún en volandas y con la espalda apoyada en la pared del portal, volvimos a fundirnos en un intenso beso apasionado como pocos que describía claramente las intenciones que ambos teníamos. Allí, en la oscuridad, dejó deslizarse mi cuerpo entre sus manos para volver a permitirme posar los pies en la tierra, quedando la falda del vestido subida por encima de mi cintura. Así, sus dedos comenzaron a jugar con la goma de los pantys, intentando colarse bajo la tela y acariciando de aquella manera directamente la piel de mis glúteos.

   Supuse que ese había sido el momento en que Carlos se dio cuenta de que yo no llevaba braguitas bajo los pantys, pero no hizo comentario alguno, quizá porque su lengua estaba muy ocupada jugando con mi boca. La calle estaba oscura y desierta, pero eso no quitaba para que la escena fuera extraordinariamente excitante. Sus manos estrujaban mis nalgas con fuerza, las mías se metían bajo su ropa para palpar directamente su espalda. Con el movimiento que estaba realizando Carlos, conseguía que mis pantys, poco a poco, fueran bajándose hasta quedar la goma a la altura de mis caderas. Sin sacar la mano de mi ropa, la movió hasta posicionarla al frente, justo sobre mi vulva. Sentí un placer inmenso al notar la palma de su mano impactar con mi hinchado clítoris, encantado de dar la bienvenida a aquella extremidad.

   Vencidas todas mis barreras y abandonada ya a ser víctima de cuantas penitencias quisiera imponerme mi nuevo amigo, una luz nos hizo sobresaltar. Se había iluminado el interior del portal, por lo que no tardaría en salir alguien por aquella puerta. Velozmente, me abroché el abrigo para tapar el desorden que Carlos había producido en mis pantys y disimulamos como si solamente estuviéramos hablando a la luz de la luna.

   Efectivamente, bajaba un chico joven, seguramente para irse de marcha. Al salir nos dejó un leve “hola” y puso rumbo hacia donde minutos antes nos dirigíamos nosotros. Sin embargo, había dejado que la puerta se cerrara por sí sola, algo que aprovechó Carlos para sujetarla y, tirándome del brazo, introducirnos a ambos dentro de aquel edificio.

“¿Qué haces?” le dije sorprendida.

“Seguro que por aquí hay algún cuarto”

“¿Algún cuarto?” Estaba loco, quería seguir con nuestros juegos en algún sucio cuarto de un desconocido portal. Joder, cómo me excitó esa idea.

“Ven Marta” me dijo desde debajo de la escalera. Había una puerta allí con un letrero que decía “Limpieza” Para decepción mía, se encontraba cerrada. Y para sorpresa, Carlos la abrió en segundos con una tarjera de crédito. Ese chico era un asombro continuo.

   El cuarto tenía luz, pero para no llamar la atención, decidimos no encenderla. Por ello, al cerrar la puerta quedaba totalmente a oscuras, así que optamos por dejarla entreabierta para que entrara la poca luz que daban las lámparas de emergencia. Al menos así podíamos intuirnos un poco. Me apoyó contra la pared y se desabrochó el vaquero, tiró de él hacia abajo y pude ver por primera vez su sexo, aunque tapado aún por un bóxer oscuro. Ni pude ni quise evitar alcanzarlo con una de mis manos, acariciando su miembro sobre aquella elástica tela. Supuse que era buen momento para dejarlo en libertad y darle la bienvenida que merecía, dispuesta a arrodillarme ante él y rodearlo con mis jugosos labios. Pero no fue así, repentinamente tiró de mis pantys, dejándolos casi en mis tobillos y fue él quien se arrodilló ante mi apetitoso sexo. Segundos antes de sentir su lengua en mi vulva, me deshice del abrigo, que cayó al suelo junto a mis pies. Ese primer contacto entre su músculo bucal y mis órganos del placer fue exquisito. Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral hasta el cerebro, liberando miles de millones de endorfinas que celebraron con agrado la llegada del nuevo mesías a mi monte de Venus.

   Utilizaba sus pulgares para separar mis labios vaginales y tener así mejor acceso al clítoris con la lengua. Era súper excitante cuando metía la punta en mi vagina y sorbía mis jugos porque en esa postura, su nariz rozaba directamente mi clítoris y eso me producía un gran placer. Ante la situación que estaba viviendo y lo bien que Carlos estaba realizando sus tareas, mi sexo segregaba una buena cantidad de fluido, por lo que mi amante debía estar poniéndose toda la cara perdida de flujo. Mientras tanto, yo solo podía sujetar su cabeza con mis manos y jugar con su pelo deseando que un genial orgasmo se apoderara de mí en breve. Pero no fue así, segundos más tarde de aquel pensamiento, Carlos se incorporó y posando sus manos en mis caderas, me dio un gran beso lleno de pasión y flujo. Saboreé mi propio aroma de sus labios al tiempo que con las manos tiraba de su bóxer hacia abajo y liberaba con aquel movimiento su pene. Él masajeaba mis nalgas, seguíamos fundidos en nuestro pasional beso y mis manos acariciaban su miembro que se encontraba en estado totalmente erecto, duro como la roca. Iniciaba los movimientos típicos masturbatorios, retirando la piel de su glande y volviendo a ocultarlo. Entonces, decidida a tomar las riendas, dejé de besar sus labios y le susurré al oído:

“Ahora es mi turno” Me puse en cuclillas, viendo a la altura de mis ojos su pene, sujeto aún por mis manos. Tenía la punta muy húmeda por su excitación y algo inclinada hacia arriba. Pero justo cuando fui a posar mis labios en él, Carlos se apartó un momento y me dijo:

“No”

“¿No quieres que te la chupe?” le dije yo extrañada.

“No” repitió. La cara de tonta que se me quedó, estoy segura que no se me borró en una semana. Jamás en la vida había oído a un hombre negarse a aquello. En lugar de disfrutar de una de mis felaciones, sacó un condón de uno de sus bolsillos y me lo dio para que se lo pusiera. Así lo hice, estirándolo bien y asegurándome que no nos diera problemas.

“Ven aquí” me dijo y seguidamente me puso de cara a la pared, con el culo apuntando hacia él. Acercó su pene con una de sus manos a mi sexo y en cuanto hubo introducido una pequeña parte de él, puso sus manos sobre mis caderas y comenzó a montarme.

   Yo estaba encantada porque eso era lo que deseaba desde la mañana, pero no podía evitar que en mi mente aún estuviera presente el hecho de su negación al sexo oral, algo realmente increíble. Sus embestidas me daban un gozo precioso que me mantenía en ese estado de excitación que te aleja de la realidad y en el que solo puedes pensar en sentir placer y más placer buscando únicamente una poderosa explosión en forma de orgasmo que satisfaga tus instintos animales. Si de mí hubiera dependido, aquella sesión de sexo se hubiese prolongado durante horas, pero la extremadamente excitante situación que estaba viviendo me llevó al clímax mucho antes de lo deseado y así se lo hice saber a Carlos, suponiendo que él querría correrse a la vez que lo hiciera yo. Comenzó así a penetrarme con más fuerza, consiguiendo que me inundara un escandaloso orgasmo del que no puede callarme, produciendo grandes gemidos de placer. Él seguía con sus poderosas penetraciones, alargando mi orgasmo hasta que algunos hilos de flujo escaparon de mi sexo y mis piernas dijeron basta.

   Me había dejado caer al suelo, liberando así su pene de mi vagina. Las piernas aún me temblaban, la vagina me ardía y podía notar el pulso de la sangre pasando por mis órganos sexuales. Estaba muy acelerada, intentando coger aire suficiente para no desfallecer, con la boca abierta resoplando como un atleta después de un gran esfuerzo. Estando tirada en el suelo, vi caer cerca de mí el preservativo utilizado por Carlos, pero para mi sorpresa, estaba vacío. Le miré entonces y vi que él aún no había terminado, estaba masturbándose violentamente mientras me miraba. Pensé que quizá quisiera terminar en mi boca, aunque después del fiasco del sexo oral no lo tenía muy claro. A lo mejor prefería hacerlo sobre mis nalgas, ya que en aquella posición las tenía “a tiro” En cualquier caso, con el gusto me que había dado, no estaba en disposición de impedir que lo hiciera como él más quisiera.

   De pronto, le cambió el gesto de su cara. Era evidente que el orgasmo le invadía, así que me dispuse a recibir su semen cuando su mano izquierda se posa bajo su pene y empieza a eyacular en ella. Definitivamente, aquel chico era un poco raro. Así pude ver claramente la cantidad de líquido que salió de su miembro: cuatro grandes chorros y algunas gotas sueltas. Una cantidad más que aceptable, la verdad. Empezaba a resbalarle por la mano creando hilillos que se dirigían directamente al suelo cuando, por fin, habló:

“Ponte debajo y deja que caiga en tu boca” Esa fue la perla de frase que me dijo. Tardé un poco en reaccionar, viendo como alguna gota más terminaba en el suelo de aquel sucio cuarto de limpieza. Pero no quería negarle su fantasía, así que abrí la boca, saqué la lengua lo más que pude y coloqué mi cabeza bajo su mano, recogiendo los hilillos que caían de entre sus dedos. Entonces giró su mano y todo el contenido cayó de una vez en mi lengua, dejando mi boca inundada de esperma. Antes de que pudiera decir nada, me tragué todo su semen y le dediqué una sonrisa de niña buena, aún de rodillas en el suelo. Sabía por experiencia que todo ese ritual era sumamente placentero para las perversas mentes masculinas, así que, le obsequié con ello por el buen trabajo realizado.

   Después de recomponer nuestro vestuario y cerciorarnos que no había moros en la costa, salimos de aquel edificio de nuevo a la noche madrileña. Yo esperaba seguir la noche e incluso terminar de nuevo teniendo sexo en su piso o en el mío, pero volvió a sorprenderme diciendo que llegaba tarde a casa y salió pitando dejándome sola con un número de teléfono por si quería quedar algún otro día con él. Decidí pues volverme a casa, dándole vueltas a lo sucedido y sonriéndome a mí misma por lo raro que había resultado ser mi primer ligue del año. De todas formas, me seguía excitando pensar en lo que habíamos hecho y lo que disfrutaría al día siguiente intercambiando los detalles con mi querida amiga Sara y sus experiencias con el chico de internet.