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Mi primera experiencia... desagradable

en Hetero: General

Tendría yo entonces unos veintitrés o veinticuatro años, o sea, que de esto ya hace bastantes años, cuando una tarde de domingo, como otras tantas me fui a bailar, pues entonces era, junto con el cine o ir de bares, una de las formas de diversión los domingos por la tarde.

Era verano, y el baile era en uno de los barrios periféricos de la ciudad. Se trataba de una antigua pista de patinaje que habían habilitado y colocado un gran entoldado para evitar los rigores del verano.

Había sacado a bailar a tres o cuatro chavalas, pero no conseguí que repitieran, cuando me acerqué a una que estaba sentada.

-          ¿Bailas?

Ella no dijo nada, simplemente se puso en pie, y nos acercamos hacia la pista. Nos cogimos de forma normal, es decir mi brazo por su cintura y el suyo por mi hombro y las otras manos juntas. Empezamos a bailar.

-          ¿Te gusta esta música? le pregunté

-          Si me gusta

-          ¿Sueles venir a bailar aquí?

-          Si, vengo de vez en cuando

En fin, con preguntas y respuestas de este estilo, se acabó la pieza, pero ella no hizo mención de ir a sentarse, así que le dije que si no le importaba bailar otra pieza, a lo que no hizo falta que contestase porque ya se había iniciado la música, por lo que hizo el gesto de cogerme para bailar.

-          A mi esta música lenta me gusta más.

-          A mí también, respondió, pero también la otra.

Nos preguntamos por nuestros respectivos nombres y si vivíamos en ese barrio. Le dije que bailaba muy bien, ella dijo que no era para tanto.

-          Bailas muy bien, porque hasta ahora no te he pisado.

-          ¡Ja, ja!, o sea que porque no me has pisado, bailo bien.

-          Procuro no pisar.

Seguimos hablando sin dejar de bailar. La conversación era banal, pero la aproximación física entre ambos iba en aumento, pues yo me la apretaba contra mí y ella cedía, nos juntábamos las caras, e incluso llegué a darle un beso en la mejilla. Me estaba poniendo caliente.

Una de las esquinas de la pista de baile, estaba muy poco iluminada, casi a oscuras, a donde iban algunas parejas para evitar miradas. Bailando, bailando acabamos en ese rincón. Ella dejo de cogerme por la espalda, y me echó ambos brazos por el hombro, lo que significaba que quería bailar apretado. Le pasé ambos brazos por la cintura y me la apreté contra el cuerpo, lo que parece que ella estaba esperando.

Ya casi no hablábamos, solamente nos dedicábamos a bailar sin apenas movernos, allí en la semioscuridad. Sus pechos apretados contra mi pecho. Mis manos ya prácticamente las tenía puestas en su trasero. Como llevábamos ropa muy ligera el contacto era muy libidinoso. Yo, al avanzar la pierna procuraba ponérsela entre las suyas y ella parecía que las separaba un poco para facilitar la faena.

En fin, que nos compenetrábamos muy bien. Ya mi miembro viril había reaccionado adecuadamente y no hubo manera de disimularlo. Dos o tres veces le rocé entre las piernas, yo iba a disculparme, pero sin embargo la reacción de ella fue la de apretarse más. Parecía que se la quería apretar contra su sexo.

Yo ya no podía más. De seguir así, la mancha que se me iba a hacer en el pantalón sería enorme.

-          Hace mucho calor ¿te apetece tomar algo fresco?

-          Si, vamos, yo también tengo mucho calor.

Está claro que ambos estábamos a tope. Nos tomamos una cerveza sentados en una mesa. El calentamiento se disipó un poco. Fue ella la que dijo de seguir bailando, así que de la mano fuimos directamente al rincón oscuro. Procuré no rozarle con la pija, pero ella lo impedía y hasta parece que se movía para que le diese gustito. Tan apretados como estábamos, le di un pequeño mordisquito en el cuello.

-          Ten cuidado, no me vayas a hacer un moratón, dijo a la vez que me separaba un poco la cabeza.

Sin embargo en un movimiento casual nos rozamos los labios. Nos sonreímos los dos mirándonos cara a cara. Si pensar en más la besé en la boca, a lo que no se opuso, pero es que la segunda vez que lo intenté, no es que no se opusiera, sino que su lengua la puso en medio de mis labios. Los abrí y ella siguió. Ya a continuación, lisa y llanamente nos dimos un besazo con lengua.

Nuevamente estábamos calientes, ya anochecía. Le propuse salir del baile y ella accedió. Cogidos de la cintura paseamos por varias calles alrededor del baile. Sin darnos cuenta llegamos a una especie de parque y nos internamos en el. Estaba muy poco iluminado. Yo le tocaba las tetas y nos parábamos de vez en cuando para besarnos y pegarnos el lote.

De pronto pasamos al lado de una tapia; apenas había luz ni había personas. La apreté contra la tapia. Ella no puso oposición, sino todo lo contrario. Nos besábamos, las lenguas se entrecruzaban, unas veces en mi boca, otras en la suya. Los cuerpos totalmente pegados.  Aunque vestidos, hacíamos movimientos como si estuviéramos follando. Ya no podíamos más. Tomé una decisión. Me saqué la polla del pantalón.

-          Mira como me estoy poniendo, le dije cogiendo su mano y poniéndola sobre mi erecto miembro.

-          ¡Madre mía, como estás!

Se la aproximé por encima del vestido.

-          Ten cuidado, que me vas a manchar.

-          No mujer, ya tengo cuidado.

Inesperadamente, dijo:

-          Espera un momento que me bajo la braga

No recuerdo bien si solo se la bajó o se la quitó del todo. Se subió el vestido hasta la cintura.

-          Sobre todo, no te corras dentro

-          No, no te preocupes, que la sacaré antes.

-          En serio ¡eh! prométeme que la sacarás antes.

-          Que sí que te lo prometo, dije ya totalmente nervioso

Separó un poco las piernas e intenté metérsela. No acertaba (es que nunca lo había hecho de pie).

-          No la pones en su sitio, dijo, cogiéndomela y apuntándosela en mitad del coño.

Empecé a darle, ella también colaboraba (quizá más que yo). Creo que le daba gusto por los movimientos y los ayes y suspiros que daba y sobre todo por los chupetones que me daba en el cuello, que hasta me dejaron señal. Yo ya no podía más, me iba a correr. Me parece que ella se dio cuenta.

-          Sácala, sácala ya, que te vas a correr.

Hizo un moviendo hacia atrás a la vez que me la cogía con la mano. Movimiento que coincidió con una gran eyaculación mía.

-          ¿Ves?, casi me lo dejas todo dentro, y si no es por mí me lo echas todo en el vestido.

-          No mujer, que controlaba.

Se puso en cuclillas, cogió la braga y con ella se limpió el coño.

-          ¿Nos vamos?

Salimos del parque y al poco rato nos fuimos cada uno por nuestro lado. Le pregunté si iría el próximo domingo y me dijo que no lo sabía.

Sin duda había sido una buena tarde, había ligado y había conseguido follar con ella. Sin embargo…

Sin embargo dos días después empecé a tener picores en la entrepierna y cierto escozor al orinar. No le di mucha importancia, pero al levantarme al día siguiente al sacármela para orinar eché para atrás el pellejo y apareció el glande, el capullo con una flor en medio, quiero decir que me había salido un grano justo en medio, pero un grano amarillento, con pus. Me alarmé. ¿Qué me podía haber pasado? ¿Serían unas purgaciones? Recordé que alguna vez había oído que ese era uno de los síntomas.

Y si era así, ¿Cómo las había cogido?. Mi respuesta íntima fue rápida: me las había contagiado la chica del baile del domingo.

No sabía que hacer. Me daba vergüenza ir al médico de cabecera, pues me conocía, tampoco se lo pensaba decir a mis padres. Con ese problema me fui a trabajar, aunque ya notaba que el roce con el pantalón me producía un ligero dolor.

Ya en el trabajo, con el movimiento el roce era mayor así que procuraba andar con las piernas un poco abiertas. Algo se me debía notar porque un compañero, más mayor que yo, me preguntó si me pasaba algo. Le dije que no, que estaba bien. El insistió y me dijo que se me notaba mucho al andar, hasta que finalmente me preguntó: ¿no te dolerá la minga? Me sinceré con él.

-          Si, me duele la minga

-          ¿Y que te ha pasado?

-          Me ha salido un grano.

-          Eso no es nada, ya se te pasará.

-          Es que el grano es amarillo.

-          A ver si te han contagiado algo ¿me dejas que lo vea?

-          No, no, no hace falta, ya se me pasará.

-          Mira que con estas cosas hay que tener mucho cuidado ¿no tendrás vergüenza conmigo, verdad?

-          No, no, no es eso…

-          Mira, vamos al servicio y lo miramos.

Fuimos, saqué el pene, descapullé y el grano se había hecho algo más grande y más amarillo.

-          Me parece que eso son purgaciones ¿has ido de putas hace poco?

-          No. Hace mucho que no he ido.

-          Entonces, ¿Qué has hecho?

-          Este domingo ligué con una chavala

-          Y follaste con ella, ¿no?

-          Sí

-          Pues me parece que te las pegó ella. Lo mejor es que vayas al médico.

-          Es que me da vergüenza ir a mi médico.

-          ¿Sabes a donde puedes ir? cerca del barrio de las putas hay un médico especialista en venéreas que dicen que es muy bueno. Pero sobre todo ve al médico.

Le hice caso. Me recibió una enfermera y le dije que si me podía ver el doctor. Me dijo que esperase un momento. En la salita de espera había dos mujeres guardando turno, claramente prostitutas, que me lanzaron unas miradas picaronas, pero de ahí no pasó la cosa.

Finalmente, la enfermera me hizo pasar. El doctor era un señor ya mayor, con el pelo blanco y muy campechano. Me trataba de tú.

-          Vamos a ver, ¿que le pasa a este muchacho?

-          Me ha salido un grano

-          ¿Dónde?

No dije nada, simplemente me señalé la bragueta.

-          Vamos a ver, quítate el pantalón y el calzoncillo y ponte en la camilla.

Me daba un poco de apuro, y más estando la enfermera delante.

-          ¿No tendrás vergüenza? Si es porque hay una mujer delante, no te preocupes, que ella ha visto muchas pichinas ¿verdad Laura?

-          Si, y de todos los colores y tamaños, dijo acompañando una carcajada.

Me desnudé y me tumbé en la camilla. Me la cogió y miró con detenimiento. Me hizo la misma pregunta que mi compañero.

-          ¿Has estado con alguna chica del barrio?

-          ¿De qué barrio?, pregunté ingenuamente.

-          Quiero decir si has estado con alguna putilla del barrio chino.

-          No, no.

-          Pero has tenido relación sexual con alguna mujer ¿no?

-          Si el domingo pasado.

-          ¿Lo hicisteis con preservativo?

-          No.

-          ¿La conocías, era alguna amiga?

-          No, la conocí en el baile.

-          Pues seguramente te contagió esta infección. Esto es una blenorragia, o sea, unas purgaciones. No tiene mucha importancia pero hay que tratarlo rápidamente.

-          ¿Este contagio solo se produce en las relaciones sexuales?

-          Casi siempre. Raramente puede contagiarse por contacto en sitios de muy poca higiene, por ejemplo en retretes muy sucios, ropas infectadas y cosas parecidas. La chica con la que estuviste ¿era limpia?

-          Si, si muy limpia.

-          ¿Se quejó de escozor o picor en sus partes?

-          No, no.

-          Bueno, pues no se que decir, porque en las mujeres este tipo de contagio a veces no tiene unos síntomas tan claros como en el hombre. Lo que vamos a hacer es ponerte en tratamiento. Y lo que te recomiendo de verdad, es que lleves siempre un preservativo a mano, para estos casos.

Me recetó unas inyecciones que me pondría en la misma consulta.

Al salir, veía las cosas claras: “esta tía me ha pegado unas purgaciones de caballo” pensaba, pero al rato pensaba lo contrario “¿y si resulta que no, que las cogí en otro sitio?”

Finalmente decidí que me las había pegado ella, así que iría y se lo diría sobre todo para que no contagiase a nadie más. “Me va a oír la tía guarra ésa”, pensaba para mí.

El tratamiento iba muy bien. Al domingo siguiente ya casi se me había pasado el dolor totalmente, así que me fui al baile del domingo, con la intención de ponerla de vuelta y media. “Se va a enterar” me decía, con mala leche, a mi mismo. Pero a continuación cambiaba de pensamiento: “¿Y si resulta que ella me echa las culpas a mi y dice que yo la contagié a ella?”

Pero ella no apareció por el baile, ni al siguiente domingo, ni al otro. Ya me iba a dar por vencido, cuando al cuarto día que fui, nada más entrar la vi que estaba bailando. Ella también me vio y me hizo una señal como diciéndome que la esperara, que me sentara en una mesa vacía que había allí al lado.

Pensé: “Ya está, me va a decir que he sido yo el que le ha pegado purgaciones a ella”.

Acabó la pieza que estaban tocando y vino hacia la mesa donde ya la esperaba sentado. Me levanté, me dio dos besos en la mejilla.

-          ¡Hola!, me dijo, ¿que tal estás?

-          Muy bien ¿y tú, que tal?

-          Perfectamente.

-          He venido todos los domingos y no te he visto por aquí.

-          No he podido, he tenido que cuidar a mi madre que estaba algo delicada.

-          Lo siento ¿Te apetece bailar o prefieres que tomemos algo?

-          Nos quedamos sentados. Me tomaría una cervecita fresca.

Pedimos dos cervezas. Hablamos de cosas banales. No salía a relucir lo de aquel domingo. Todo iba muy bien, como si no hubiera pasado nada ¿y si no pasó nada realmente?, pensaba yo. Para que le voy a decir nada, si ya se me ha pasado, si estoy dispuesto para echarle un buen polvo, si viene al caso.

Acabamos las cervezas y salimos a bailar. Como la vez anterior nos fuimos al lado oscuro de la pista.

-          Estaba muy preocupado, le dije.

-          ¿Por qué?

-          No sé, por lo de la otra vez

-          ¿No te gustó?

-          Si, si, pero me parece que tú no gozaste, porque con las prisas…

-          Si que disfruté, no te preocupes.

-          También pensaba que a lo mejor se quedó algo dentro y…

-          ¿Quieres decir de leche, que te corriste dentro?.

-          No, no, pero quizá…

-          ¿Qué piensas, que me pudiste dejar embarazada? Pues estate tranquilo que no, hace unos días tuve la regla, así es que…

No encontraba forma de entrar en el asunto que llevaba pensado, o mejor dicho, no me atrevía, no sabía como plantearlo, así es que seguimos bailando toda la tarde, y como la vez anterior se me apretaba y yo hacía lo posible para que notara entre sus piernas mi polla, cada vez más dura. Nos tomarnos otra cerveza.

-          Tengo que salir, me dijo, ¿me esperas o te vienes conmigo?

-          Te acompaño, ¿ya te vas a casa?

-          No, no. Salir un momento es lo que quiero.

Salimos los dos del baile.

-          ¿A dónde vamos?, le pregunté

-          Pues la verdad, nos vamos a apartar un poco, porque lo que yo quiero es orinar.

-          ¿Y no podías hacerlo en los servicios del baile?

-          Si, pero están muy guarros.

-          Pero, bueno, para echar una meada, tampoco es para tanto.

-          Pues mira, una amiga mía cogió una infección precisamente aquí.

-          ¿Una infección, de qué?

-          De que va a ser, en sus partes, en el chichi.

Me arriesgué

-          Pero a ti, ¿te ha pasado alguna vez?

-          No a mi no, que soy muy limpia y cuidadosa con esas cosas.

-          Bueno, ¿hacia donde nos vamos?

-          Vamos a la orilla del río, que está aquí al lado.

Allí nos dirigimos. Ahora ya dudaba si fue ella o no quien me pegó las purgaciones, porque la verdad es que los servicios eran sencillamente guarros y apestosos. Hablando de ello, llegamos a la orilla del río. Buscó un lugar recogido, se ocultó de mi vista y se puso a mear.

Cuando terminó, nos sentamos en la hierba. Le eché el brazo por encima del hombro acercándomela hasta darle un beso en la boca. Ella respondió metiéndome la lengua, yo aproveché y le metí la mano por debajo del vestido. Le sobé las piernas y llegué a la braga. Ella se dejaba hacer. Puse la mano debajo de la braga tocando su vulva, parece que se estremecía con mis caricias.

-          ¿Hacemos como la otra vez?

-          ¿Y si me dejas embarazada?, dijo con un tono humorístico, a modo de burla de lo yo le había dicho.

-          Llevo preservativos.

-          Bueno, si es así, vale. Vamos a buscar un sitio bueno.

-          Que se pueda estar tumbado, añadí.

Buscamos y lo encontramos. Nos sobamos un poco, aunque ya estábamos cachondos los dos. Se tumbó y se levantó el vestido hasta la cintura. Yo le quité la braga. Saqué uno de los preservativos que llevaba y se lo enseñé

-          Ves como ahora podemos hacerlo sin preocupaciones.

-          ¿Me dejas que te lo ponga yo?

Me cogió la polla con una mano y puso el condón en la punta, luego con los dedos fue desenrollándolo a lo largo de todo el pene.

-          Ahora, hazme feliz.

-          Y tú a mí.

Se la metí despacito, ella estaba quieta, empecé a moverme, ella me abrazaba, yo seguía, ella se animaba y también empezó a moverse. Le metía la lengua en la boca y ella hizo lo mismo, así que entre las lenguas que entraban y salían y el cipote que hacía lo mismo, estábamos gozando de lo lindo.

-          ¿Te hago feliz? ¿te gusta como lo hago?

-          Me encanta, lo haces muy bien, tienes una buena pija.

-          Y tú un coñito muy delicado.

-          Sigue, sigue, más, más, así, así, ay, ay que bien que lo haces

Dejamos de hablar porque ya casi no podíamos más.

-          Ya me llega el gusto, ya me llega, dijo con voz entrecortada y con la piernas casi temblando, a la vez que me apretaba con sus brazos

-          Aguanta, aguanta un poco más.

-          No, puedo ya llego, ya llego, córrete ya.

-          Vale, allá va.

Nos quedamos en silencio, mirándonos. Habíamos tenido suerte, no solo por el gran polvo que nos habíamos echado, sino porque no pasó nadie que nos pudiera molestar.

-          ¡Ay! como me he quedado

-          ¿Satisfecha?

-          Si, satisfecha pero agotada. ¿Te ha gustado, verdad? porque te has corrido a gusto.

-          Tú también me parece que te has pegado buena corrida.

-          Dicen que hay mujeres que se corren como los hombres. Yo solo tengo mucha humedad, casi me mojo, pero de verdad, he tenido un buen orgasmo.

Nos fumamos un cigarrillo, despacio y finalmente nos levantamos, nos sacudimos la hierba que se nos había pegado y cogidos de la cintura nos fuimos. Quedamos para el domingo siguiente en la puerta del baile. Nos despedimos con un gran beso.

De regreso a casa pensaba que estaba equivocado con lo de culparle a ella de las purgaciones que había agarrado. En fin, lo pasado, pasado. Yo ya estaba curado y la vida sigue.

Los dos domingos siguientes, básicamente hicimos lo mismo, bailoteo, sobeo y folleteo. Sin embargo al siguiente hubo un ligero cambio.  Se dieron las dos primeras fases, pero al pasar a la siguiente, dijo que no, que no podía ser, que no tenía ganas y eso que ya estábamos en la orilla del río

-          ¿Te ocurre algo? ¿Por qué no quieres? Lo pasaremos muy bien.

-          Estoy con la regla

-          ¡Ah, bueno! Oye, nunca he visto a una mujer con la regla.

-          Pues ahora me estás viendo a mí.

-          Quiero decir que nunca he visto a una mujer, por ejemplo, cambiándose la compresa.

-          Pues vaya tontería. ¿y qué interés tienes por verlo? Es una cosa un poco asquerosa.

-          No es interés, es solo curiosidad.

-          Entonces quieres ver como saco la compresa.

-          Si, por favor.

-          Vale, me la voy a cambiar.

Sacó una compresa del bolso, se levantó la falda, se bajó la braga, se quitó la compresa y me la enseñó.

-          Ves que cosa más asquerosa, toda llena de sangre. Menuda lata es esto de la regla. Que suerte tenéis los hombres.

Se cambió de compresa, y nos quedamos sentados en la hierba. Nos besamos, nos sobamos y nos pusimos calentorros. Me saqué la polla.

-          Mira como la tengo. ¿no podríamos follar un poco?

-          No, que es una guarrada y además no tengo ganas.

-          Tócamela un poco para calmarla.

-          Tu lo que quieres es que te haga una pajita. Ven anda, ven que te la voy a menear.

Dicho y hecho, me la cogió y me masturbó estupendamente.

-          Te da gusto ¿eh?. ¿Así te la meneas tú? Porque te haces pajas ¿no?.

-          Si, y desde hace tiempo, pensando solo en ti.

-          Hombre, esto es agradable de oír.

-          Me voy a correr ya, le dije mientras ella seguía dándole con la mano arriba y abajo.

El disparo de semen fue enorme.

-          Madre mía que cantidad de leche que te sale.

Para el domingo siguiente, tenía yo otro plan, que le expuse cuando ya nos íbamos.

-          Te parece bien que el domingo vayamos al cine.

-          No estaría mal. Me gusta la idea.

Quedamos citados y acudimos a la cita.

-          Mira, he sacado entradas para el cine nuevo que han inaugurado hace poco. Ese que anuncian como el mejor cine de España.

-          ¡Ah! Muy bien, muy bien. A ver si la película es buena.

Paseamos hasta la hora de comienzo de la sesión. Entramos. El cine era estupendo, muy cómodo. Antes de sentarnos, ella tuvo necesidad de ir al baño. Al regreso, nos sentamos y en cuanto se apagaron las luces empezamos a besarnos a sobarnos. Yo llegué a meterle la mano por debajo de la braga y ella para disimular se ponía el bolso encima.

La película no le debía gustar mucho, o eso es lo que yo pensé, porque a mitad de la misma, me pidió que saliera con ella. Salimos.

-          ¿No te gusta la película?

-          Es un rollo, pero lo que he visto, me ha llamado mucho la atención.

-          ¿Y qué es lo que has visto?

-          Los baños están muy limpios.

-          Bueno y ¿qué?

-          Que podríamos ir a hacerlo en ellos.

-          ¿Quieres decir follar? No fastidies, y ¿cómo lo hacemos?

-          Ya verás. Entraremos en el de señoras. Yo entro primero y veo si hay gente, que no creo, porque está con la película. Tú esperas en el pasillo y si no hay nadie, te hago una señal y entras.

-          ¡Jo! Que decidida que eres.

-          Ya verás como sale bien. Ahora bien, lo tendremos que hacer en silencio, y si entra alguien pararnos.

Fuimos y todo salió como lo había previsto. Se asomó y con la mano me dijo que entrara. Fuimos al water más alejado de la puerta. Cerramos con el pestillo.

-          ¿Nos desnudamos?, le pregunté al oído.

-          No seas exagerado, me dijo en un susurro.

Se quitó la falda y la braga y yo el pantalón y el calzoncillo.

-          Siéntate en la tapa del inodoro. Estás nervioso, no la tienes dura del todo.

Me senté, me la cogió y me la meneó hasta ponerse dura del todo. Me puso el condón que le entregué. Sentado como estaba, ella se puso a horcajadas sobre mí, con la mano me la cogió y se la puso en medio de la rajita.

-          No hables, silencio absoluto. No te muevas mucho, no vayamos a hacer ruido. Ya me moveré yo.

Era fantástico, nunca había hecho nada igual. Desde luego era atrevida para estás cosas, más que yo, desde luego, y sobre todo lo buena folladora que era. Cuando ya estábamos casi al borde del orgasmo, se oyó la puerta de entrada. Con el dedo vertical sobre la boca me indicó silencio. Se abrió la puerta de un water y tras un momento se oyó el agua de la cisterna, y finalmente el ruido de la puerta de entrada, señal de que ya no había nadie.

-          Sigue, sigue, le dije.

Reiniciamos en silencio el polvo, hasta que ella, poniéndome la boca en el oído, y en un susurro me dijo:

-          No puedo más, no aguanto, me corro.

-          Yo también.

-          ¡Calla, calla!

Me corrí casi a la vez que ella, quizá un poco más tarde que ella, porque dejó de moverse unos segundos antes. En silencio nos vestimos. Ella salió y como no había problema alguno, se asomó a la puerta.

-          ¡Corre, sal ahora!

Ya fuera, nos echamos a reír.

-          Ha sido fantástico, le dije, ¿lo habías hecho antes alguna vez?

-          No, nunca. Pero como lo vi todo tan limpio e higiénico tuve esa idea.

Salimos del cine, nos fuimos a tomar algo por los bares y quedamos para el siguiente domingo en la puerta del baile. Llegado el momento allí nos encontramos. Me dio un besazo en la boca un tanto apasionado, cosa que no esperaba yo.

-          ¿Te apetece ir a pasear o entramos a bailar?

-          Vamos a pasear tomando el fresco por la orilla del río, que aquí hace mucho calor.

-          Bueno por la orillita del río no se estará mal.

-          Es que hace tanto calor, y llevo un sofoco…

-          Si, te veo un tanto colorada.

-          Te voy a decir la verdad, hace calor pero el sofoco que llevo es que estoy muy caliente, muy cachonda…

-          Vamos, que tienes ganas de hacerlo.

-          Si, vámonos  que no aguanto.

Rápidamente llegamos al mismo lugar de la otra vez. Antes de que me diera cuenta ya estaba ella tumbada con el coño al aire. Le di un condón de los varios que llevaba y lo sacó del envoltorio.

-          Venga, date prisa, que no me aguanto. Fóllame bien que estoy salida, dijo mientras rápidamente me colocaba el condón.

Se la introduje de un golpe, empujando fuerte y apretando para que le entrara hasta el fondo.

-          Así, así, métemela bien, fóllame, fóllame.

-          Que mojada que vas, dije mientras ponía la mano entre su coño y mi pija.

-          Venga, venga, dale que me voy a correr enseguida

Se la metía y sacaba con rapidez y hasta con rudeza. Ella se movía salvajemente, se me agarraba con una fuerza enorme. Empezó a gritar de tal manera que yo estaba preocupado de que nos oyeran.

-          ¡Ahhhh, que gusto, que gusto me estás dando!. Me voy a correr.

-          Aguanta, aguanta un poco, que yo no llego, le dije relantizando el movimiento.

-          No te pares, no te pares, aprieta, aprieta, métemela más, más.

Tuve que darle con fuerza y acelerar, porque ella se corrió como no se había corrido nunca (según me dijo). Menos mal que no hizo nada para separarse, así que tuve unos segundos para seguir y eyacular.

-          ¿Ya estás más tranquila? le dije cuando ya nos calmamos un poco.

-          Si un poco.

-          ¿Has llegado bien al final? ¿Te has corrido a gusto?

-          Como nunca. Jamás me había corrido así. Hasta yo notaba que tenía un flujo o algo parecido que nunca me había notado. Mira, hasta se me escurre por las piernas.

-          ¿Nos fumamos un cigarrillo?

-          Casi nunca fumo, pero la ocasión se lo merece.

Nos fuimos paseando por la ribera del río.

-          ¿Qué te ha pasado para estar tan ardiente y con tantas ganas?

-          He visto follar a una pareja.

-          ¡No jodas! ¿dónde?

-          En una casa al lado del baile, era una casa de planta baja y tenían la ventana algo abierta. Me he parado, creo que no me veían o no se han dado cuenta, o si se han dado cuenta, les daba igual.

-          ¿Y los has visto mucho rato?

-          Se han echado dos polvos, me parece.

-          ¿Eran jóvenes?

-          No, que va, tendrían unos cincuenta años, además parece que era un matrimonio, pero ¡madre mía como follaban!.

-          ¿Lo hacían mejor que nosotros?

-          Hombre, a nosotros nos ha salido muy bien. Pero ellos estaban en la cama.

-          Pues mira, eso si, a ti ¿te gustaría follar en pelotas en una buena cama?

-          Ya lo creo, pero ¿dónde, cómo?. En mi casa nada, y en la tuya, me supongo que tampoco.

-          Si quieres, intento conseguir algo para el domingo que viene.

-          Por mí, vale, pero que sea algo decente, no vayas a buscar por el barrio de las putas o cosas por el estilo, que entonces no iré.

Seguimos paseando y metiéndonos mano durante mucho tiempo, nos acercamos a un velador que había por allí, nos sentamos un buen rato, tomándonos unas cervezas y comiéndonos unos bocadillos.

-          Que hambre que tenía, dijo.

-          Es por el esfuerzo, lo has hecho a lo bestia, pero muy bien. Me ha gustado muchísimo.

-          Pues a lo mejor, es eso, que el follar da hambre.

-          Ya veras cuando podamos hacerlo en una cama. Por cierto ¿te pone cahonda el ver follar?

-          No lo había visto nunca, quiero decir de verdad, a personas reales. En el cine si.

Total que cuando ya anochecía y ya completamente recuperados, otra vez estábamos en buena disposición.

-          ¿Nos echamos otro antes de irnos a casa? me sugirió ella.

-          No faltaba más.

Regresamos al sitio de antes y follamos nuevamente, aunque no con la intensidad de hacía unas horas.

No sabía como conseguir una habitación para irnos a follar tranquilos el domingo. En la fábrica pregunté a un compañero más mayor que yo, precisamente el que me miró la picha con el grano.

-          ¿Tu sabes de algún sitio que alquilen habitaciones o algo parecido?

-          ¿Qué te pasa, que tienes algún ligue o qué?

-          Si, algo así.

-          Lo que quieres es ir a follar con alguna amiga, ¿No?

-          Si, algo así.

Me dijo que el conocía de una señora mayor que alquilaba una habitación a las parejas, que era una señora muy maja, y con ello se sacaba unos dineros para poder vivir y sobre todo, que era muy limpia. Me dio el número de teléfono, y la dirección, pero me dijo que la primera vez, lo mejor era ir personalmente.

-          Tú llamas al timbre y dices que vas a ver al Sr. Anselmo. Te preguntará que quien eres. Le contestas que eres su sobrino y que vienes con tu novia. Subes y le dices lo que quieras.

Así que fui un día por la tarde. No hubo problema con la contraseña. Me abrió una señora ya algo mayor, con el pelo casi blanco. Me preguntó directamente para qué día y hora quería ir. Le dije que el domingo por la tarde. Cogió una libreta, la miró y me dijo que podría estar solamente una hora, entre las siete y las ocho, me dijo lo que me costaría, precio que consideré razonable, y le di mi conformidad.

-          Te voy a enseñar la habitación, para ver si te gusta.

Ya me imaginaba que sería limpia y ordenada, porque era lo que se respiraba en la casa.

-          Me gusta, está muy bien.

-          Me imagino que tu amiga sabrá a lo que viene, porque alguna vez ha ocurrido alguna cosa desagradable, y no quiero líos.

-          No entiendo bien lo que me quiere decir.

-          Pues claramente, que si tu amiga sabe que vendrá a acostarse contigo, porque no hace mucho vino una chica engañada por su novio, y me armó un follón.

-          No se preocupe, lo sabe y quiere venir. No tendrá problemas por nuestra parte.

-          ¿La chica no será menor de edad?

-          No, no, en absoluto.

-          Espera que lo apunto en la libreta para no olvidarme. Domingo de siete a ocho, ¿cómo te llamas?. Bueno no me lo digas si no quieres, pero dame cualquier otro.

-          Nicanor ¿le parece bien?.

-          ¡Ah!, y sobre todo ser puntuales.

Hecha la reserva y llegado el domingo, nos juntamos y le comenté lo de la habitación.

-          ¿No me irás a llevar a una casa de putas o algo parecido?

-          No, no te preocupes es una cosa muy discreta, ya verás como te gusta. Sobre todo es muy limpia y la señora es muy agradable de trato.

-          Mira que como no me guste…

Llegamos pregunté por el Sr. Anselmo y dije que era Nicanor.

-          ¿Por qué dices que eres Nicanor, si no te llamas así?.

-          Es una especie de contraseña.

Nos abrió la puerta y entramos. Nos llevó a la habitación

-          ¿Os gusta? No hace falta siquiera que salgáis al baño. Ahí tenéis de todo. ¿Os apetece algo fresco, una cervecita, una limonada…?

Nos trajo dos cervezas al momento en una bandeja con dos vasos, Sacó del bolsillo  dos preservativos que dejó en la misma bandeja y en voz alta y clara y mirándonos dijo:

-          Por si os hacen falta. La bolsita de plástico es para echarlos una vez usados. Si necesitáis algo, avisarme. Echar la colcha hacia atrás para que no se ensucie.

-          Muchas gracias.

-          Disfrutar, disfrutar ahora que sois jóvenes, dijo despidiéndose.

-          Ves como está muy bien y muy limpia, y la señora es muy simpática.

-          Si, si, me gusta. Parece simpática

Cerramos bien la puerta. La ventana estaba cerrada, pero dejaba entrar unos pequeños rayos de luz. Una cama grande, una mesilla a cada lado, dos sillas y un comodín era todo el mueble de la habitación. En el comodín había dejado dos palanganas con agua y una jarra grande llena también de agua. Sobre cada una de las sillas una toalla.

-          Me gusta que esté tan limpio.

-          ¿Para que habrá dejado el agua? Dije.

-          Que tonto que eres. Una para lavarme el chichi y otra para tu pichina. ¿No ves que también hay toallas? Eso es higiene, por eso me gusta.

Nos desnudamos rápidamente, y sin más nos echamos sobre la cama.

-          ¡Qué guapa estás desnuda!

-          Tú también. Me gusta tu cuerpo.

Nos abrazamos, nos dimos muchos besos, le lamí los pezones, me cogió el miembro, le acaricié por los pelitos que rodeaban su sexo. En fin, nos sobamos a base de bien y me ayudó a ponerme el condón.

-          Lo haremos despacito, que hasta ahora no hemos podido.

Le pasé suavemente la punta del capullo a lo largo de la rajita, de arriba a abajo de abajo a arriba.

-          ¿Te gusta?

-          Si, pero deja que lo haga yo, y procura que no me entre de momento, me dijo cogiéndome la polla y pasándosela a lo largo ya ancho del chochete. Si me haces caso, ya verás como disfrutamos.

No se cual sería la razón, pero ninguno de los dos estábamos nerviosos como las otras veces.

-          Empuja, métemela ya, pero despacio.

Suavemente le fui introduciendo el pene hasta que quedó totalmente clavado en su coño.

-          Muévete despacio, pero no la saques.

-          Ya, ya, que sé como se hace.

-          Ya lo sé, pero me gusta decirlo.

-          Vale, te haré caso. ¿qué hago ahora?

-          Lo mismo que yo, moverte despacio.

-          Pero ¿te la he metido bien, hasta el fondo?

-          Si, me la has metido muy bien, muy bien. Tú haz lo que yo te diga.

Estaba visto que ella quería llevar la voz cantante, la iniciativa. La verdad es, y me di cuenta entonces, es que realmente, desde el primer polvo que nos echamos, había sido siempre así. Ella era la que tomaba la decisión, y lo cierto es que no me iba tan mal. Para decirlo de una forma clara y contundente: era mejor folladora que yo.

-          Sigue, sigue despacio. Todavía no te entra el gusto ¿verdad?

-          Ya, ya. ¿Quieres decir que si ya me corro?

-          Bueno, algo así. Yo cuando me voy a correr, siempre digo que me llega el gusto, es lo mismo

Me sorprendió que estuviéramos hablando tranquilamente mientras follábamos, pero daba resultado. El pene estaba totalmente duro, no se bajaba, aguantaba el movimiento lento, pero rítmico. Me daba mucho gusto y a ella también, porque no solo lo notaba yo por sus pequeños movimientos de cadera, sino porque lo iba diciendo (se ve que ahora, con la comodidad de una buena cama, se había vuelto muy habladora)

-          Así, así, despacito, despacito. ¿Aguantas bien? ¿no te correrás pronto, verdad?

-          No te preocupes que aguanto.

Fue ella la que me metió la lengua en la boca. Ya no me abrazaba con los brazos por la espalda. Me los puso directamente sobre el trasero, y era ella la que apretaba con fuerza, acompañando mi movimiento.

-          ¿No te la meto lo suficiente? Le pregunté

-          Si, si, me la tienes metida hasta las entrañas, pero, déjate llevar, por favor. Ahora no te muevas un ratito, pero procura que no se te baje.

Estuvimos unos segundos quietos.

-          Parece que se te quiere aflojar. Dale, dale de nuevo, fóllame ahora bien.

-          O sea, ahora ya si parar hasta terminar ¿no?

-          Si, si.

Empezamos despacio y fuimos ganando velocidad. Ella ya se ponía nerviosa, ya temblaba y se movía más rápida. Señal de que llegaba al punto culminante.

-          Así, así, muy bien, muy bien, sigue, sigue. Más aprisa, más aprisa. ¡Aggg! Que gusto, que gusto, más, más.

Yo también estaba llegando, pero aguantaba hasta que viera que ella se corría. Yo en silencio, ella hablando o balbuceando entrecortadamente.

-          Dale, dale, muévete más, más. Me vas a matar de gusto. Métemela toda.

-          Está toda dentro, me atreví a decir.

-          Es igual, empuja, empuja, métela hasta el fondo, hasta las entrañas. ¡¡¡Ay, ayyyy! más, más. Me estás jodiendo del gusto que me das.

-          ¿Te hago daño o qué? .

-          Da igual, tu sigue, sigue, sigue más, más.

Llegó un momento que ninguno de los dos aguantábamos más.

-          Dale aprisa, más aprisa, ¡Aggg! Ya llego, ya llego, que, gusto. Me corro, me corro ya. ¡Me corroooooo!

Dejó de moverse, en el preciso instante que de mi miembro salía disparado el semen, que se quedó embolsado en el condón.

-          No me la saques todavía, que se está muy bien así.

-          Cuando me digas, la saco.

-          Cuando se te ponga floja, pero avísame antes.

Sólo dos o tres minutos pude permanecer con la polla dentro del chocho.

-          ¿La saco ya?

-          Sí, pero espera que te ayude, no se vaya a salir la leche.

Me separé un poquito, ella metió la mano y me cogió el pene junto con el preservativo. Empujó hacia arriba para que me separase del todo.

-          ¡Joder, que cantidad de leche que te sale! Si casi llenas el condón, decía mientras lo miraba al trasluz.

-          Y pensar que ahí hay millones y millones de espermatozoides.

-          No creo que haya tantos.

-          Que sí, que lo he leído.

-          Pues con una pequeña gota que se quede dentro, una se puede quedar embarazada.

Total que parece que nos había dado por hablar de estas cosas, o estas tonterías.

-          Dicen que una chica de mi barrio se quedó preñada porque se bañó en la misma bañera y con la misma agua que se había bañado su hermano.

-          Eso es imposible.

-          Que sí, que su hermano se había hecho una paja y el semen se quedó en el agua y se le metería alguna gota o algún espermatozoide.

-          No te creas eso. Es mentira. Lo que pasa es que se habría echado unos buenos polvos con su novio, sin condón, ni  precaución.

-          Yo creo que puede ser.

-          No mujer, que no entran en la vagina tan fácilmente y siguen el recorrido solos. Por eso hay que introducirlos con la pija.

-          No, se. Por si acaso, hay que tener cuidado.

-          Pues la primera vez que lo hicimos, tuvimos poco cuidado.

-          Es que yo no podía más, estaba muy caliente. Pero, bueno ¿qué te ha parecido? Yo me he corrido como nunca me había corrido.

-          En mi vida lo había hecho como contigo, Casi me muero de gusto.

-          Estamos sudando.

-          ¿Nos tomamos las cervezas? Dije cuando ya la estaba abriendo.

-          Si y nos fumamos un cigarrillo, dijo ella.

Los dos en pelotas, fumando y tomándonos una cerveza. Nos calmamos, nos sentamos al borde de la cama.

-          ¿Qué hora es? Preguntó ella.

-          Aún nos queda un poco más de media hora.

-          Echaremos otro ¿no?.

-          Claro, y los que hagan falta.

-          Pues la minga se te ha bajado un poco.

-          Es que está esperando tus caricias.

-          Ven, túmbate que te la voy a enderezar.

-          Pero con suavidad, ¿eh?

Empezó a meneármela muy despacio. No hizo falta mucho, para ponerse en forma.

-          Que pronto que se te ha enderezado. No, no te muevas, quédate tumbado, dijo al pretender yo incorporarme para que ella se tumbara.

-          ¿No empezamos ya?

-          Sí, pero ahora déjame hacer a mí. Primero el condón, dijo mientras me lo ponía.

Como si antes no lo hubieras hecho tú todo, pensé para mis adentros.

Se sentó encima de mí. Me cogió la polla.

-          Deja que me la meta yo sola, dijo mientras se la pasaba a lo largo de la raja. Tú estate quieto.

Estuvo todo el rato que quiso haciendo ese juego.

-          Se acabó de jugar, dijo, todo para adentro. Se sentó totalmente sobre mí.

-          ¡Qué bien que lo haces!. Está metida hasta el fondo.

-          Déjame, déjame, yo sola. Ya te avisaré.

¡Cómo se movía! Era algo delicioso. Nunca jamás pensaba que sería tan fantástico. Se movía para arriba, se dejaba caer con suavidad, se inclinaba, me metía la lengua en la boca… hasta que

-          Te vas correr, ¿verdad? Me dijo.

-          Si.

Aceleró el movimiento.

-          Yo si que me corro, ya me llega el gusto, ya me llega, ¡aggg!, pero que bien que me lo estás haciendo, ya, ya,  ¡agggg! un poco más.

Se paró, yo me corrí.

-          ¡Cómo me has dejado, me la has metido como nadie me la ha metido jamás!

-          Pero si te la has metido tú sola.

-          Bueno, pero me has dado mucho gusto.

Faltaban todavía diez o doce minutos. Nos quedamos en la cama.

-          ¿Nos podremos echar otro, pregunté yo?

-          No creo, se te ha puesto muy floja. Pero nos podemos besar y sobar.

Empezó a tocarme los testículos y el cipote. Me cogió la mano y me la puso encima de su chochete.

-          Acaríciame. No te de asco.

-          No me da asco, todo lo contrario.

Le metí el dedo un poquito y me dijo que podía seguir. Se lo metí todo lo que pude y empecé a moverlo. Le daba gusto y me lo dijo. Ella seguía acariciándome los testículos y a besarme por todo el cuerpo.

-          Puedes meterme dos dedos, me dijo.

-          ¿Te gusta?

-          Sí, si.

-          Igual te corres.

-          No creo, pero sigue, por favor.

Se hizo la hora de irnos. Efectivamente no llegó a correrse. Nos vestimos y mientras lo hacíamos le pregunté:

-          ¿Te ha gustado este sitio?

-          Si, mucho. Es muy limpio.

-          ¿Le preguntamos si podemos volver el domingo?

-          Vale, pero a ver si podemos estar más rato.

-          ¿Toda la tarde?

-          Hombre, por lo menos dos o tres horas.

Salimos de la habitación. La señora parece que nos estuviera esperando y dijo casi de corrido:

-          ¿Lo habéis pasado bien, os ha gustado la habitación, estaba limpia, faltaba algo…?

-          Si, si, todo muy bien, gracias, le dije.

-          Ya sabéis pues, si queréis volver…

-          ¿Sería posible venir el próximo domingo?

-          Si, seguro que sí. Voy a mirar la libreta. ¿Queréis estar mucho rato?

-          Si fuera posible, si.

-          Si venís a las cinco podréis estar hasta las ocho.

-          De acuerdo. ¿Le pago ahora?

-          No, el domingo

La señora, dirigiéndose a mi amiga, pero acercándose como si fuera algo muy personal le preguntó:

-          ¿Se ha portado bien tu novio?

-          Sí, si, se porta muy bien.

-          Pero, ¿te ha hecho disfrutar?

-          Que cosas tiene, señora, le dijo ella.

Nos despedimos de ella hasta el próximo domingo. Como teníamos hambre, nos fuimos a una cafetería cercana donde nos sentamos y tomamos un bocadillo con unas cervezas.

-          Es una señora muy agradable, dijo ella, pero algo curiosa. Mira que preguntarme eso.

-          Si, pero lo hace de una forma tan simpática. Por qué no le has dicho que sí.

-          Porque no le importaba. Pero tú ya sabes que he gozado mucho. Por cierto, ¿cuánto te ha cobrado?

-          Que importa lo que cobre, ya lo he pagado.

-          Es que quiero saberlo.

-          ¿Para qué?

-          Para pagar yo la mitad.

-          No mujer, ya lo pago yo, que no es tanto.

-          Es igual, quiero pagar la mitad, porque si no parece que sea una puta.

-          ¡Por favor! No digas disparates. No repitas eso.

-          Ya lo sé. Yo no soy una putilla, pero me siento mal, como si lo hiciese por interés. Creo que las putas hacen eso ¿no?

-          ¿Qué hacen, qué?

-          Que entran a la casa, paga la cama el hombre y se ponen a follar.

-          ¡Pero no vayas a comparar eso con esto! Por favor, deja de decir tonterías.

-          Vale, pero ¿cuánto te ha costado?

Se lo dije. Me daba la mitad. Yo no se lo cogía, lo rechazaba.

-          Si no me lo coges, no venimos más.

Tuve que acceder. Quedamos para el domingo siguiente en un lugar cercano a la casa.

-          En tres horas, podemos hacer muchas cosas, dijo ella.

-          ¿Qué cosas? Dije yo picarón

-          Pues cosas

-          ¿Posturitas?

-          Por ejemplo, pero no esperes cosas raras. Yo tampoco te las voy a pedir.

-          ¿Y que cosas raras me podrías pedir tú, dímelo, por favor?

-          Yo ninguna, pero una amiga mía me dijo que le encanta que su novio se lo haga con la lengua.

-          ¿Y no te gustaría que te lamiese ese chichi tan hermoso que tienes?

-          No, no, ni lo pienses. Bajando la voz dijo: bueno, de momento.

Nos fuimos cada uno a nuestra casa. Al domingo siguiente reanudamos la sesión. La señora nos atendió muy bien.

-          Os he puesto unas cervezas y algo para ir picando, que yo se que estas cosas, dan hambre. ¿Llevas preservativos?

-          No se preocupe, gracias.

-          Que atenta que es esta señora, dijo ella.

-          Mira, ha puesto tacos de embutido y jamón, ¡qué bien!

Como teníamos mucho tiempo, no nos dimos prisa en desnudarnos. Hablamos, mas bien de tonterías y nos abrazábamos y besábamos. Finalmente nos desnudamos.

-          ¿Empezamos como terminamos el otro día? Dijo ella.

-          ¿Qué quieres decir?

-          Tú abajo, yo arriba.

-          Perfecto.

Tan bueno o mejor que el anterior nos supo este polvo. No voy a pormenorizar, pero nos echamos cuatro y medio (medio porque el último no pudimos acabar).

El segundo fue haciendo los perritos, ella a cuatro patas. Solo me dijo: ¡Ojo y no la quieras meter por donde no es!.

Desde luego no se la metí por ahí, sino por el lugar adecuado.

El tercero, no se como describirlo, de las vueltas y vueltas que nos dimos, medio sentados en la cama, de lado, no sé, de muchas maneras. Nos duró mucho tiempo. Tuvimos que descansar un buen rato hasta echar el cuarto, que ya fue normal, ella abajo y yo arriba, vamos, la postura del misionero.

-          Ya no puedo más, dijo ella, creo que en el tiempo que nos queda no llegaría al final.

-          Todavía tenemos casi media hora. Descansamos un rato y lo intentamos ¿te parece bien?

-          Vale, vale.

-          Bebimos la cerveza que quedaba y nos comimos el embutido.

Nos manipulamos bien ella a mí y yo a ella. Faltaban diez minutos.

-          Oye, se te esta poniendo dura. Dijo mientras se tumbaba en el canto de la cama.

-          ¿Lo intentamos?

-          Si, si, así. Tu de pie y yo así.

Empezamos a darle. Costaba un poco, pero la polla se la metía hasta el fondo. Dijo que le venía el gusto, que siguiera, pero…

Unos golpecitos se oyeron en la puerta.

-          Daos prisa, salir ya, rápido, que ya es la hora.

No pudimos seguir por la interrupción, que si no creo que nos corremos otra vez.

Todos los domingos hacíamos lo mismo, aunque cada vez nos atrevíamos a más. Fue ella la que inició.

-          ¿Te la han chupado alguna vez?

-          No, nunca.

-          Yo tampoco la he chupado.

-          Inténtalo conmigo.

-          Bueno, pero solo un poquito.

Se metió en la boca solo la punta del capullo y le dio unos cuantos chupetazos. Se la sacó de la boca y empezó a meneármela.

-          Alcánzame la toalla, que te vas a correr.

Me corrí en la toalla que ella misma sujetaba.

Así pasamos doce o catorce domingos. Ya se había hecho norma el pagar a medias.

Solamente un domingo no pudimos porque la señora nos dijo que tenía toda la tarde ocupada.

-          ¿Adónde vamos?, pregunté.

-          Vamos al cine. Al de la otra vez.

-          ¿Haremos lo mismo?

-          O mejor. Depende de la película que echen.

Hicimos lo mismo. En el baño de señoras pantalón y calzoncillo, braga y falda quitados. Yo sentado en la tapa del inodoro.

-          Vamos a probar al revés, dijo ella sentándose encima pero dándome la espalda.

-          ¿Quieres que te la meta por el culo?

-          No, animal. Déjate llevar.

Me la cogió, y se la metió por el lugar natural. Yo le metía las manos por debajo de la blusa y el sujetador y le sobaba los pechos. Todo ello en silencio, como es natural.

-          Mira que eres traviesa para esto, y sobre todo decidida.

-          Que va, esto lo deben de hacer muchos.

Pero llegó un día, es decir otro domingo. Teníamos mucho tiempo para estar encamados. Hicimos de todo. Desde el principio, me pareció que ella estaba algo inquieta o nerviosa. El folleteo fue muy bien, incluso yo diría que ella estaba más apasionada, como si hiciera mucho tiempo que no follaba.

Salimos de la habitación y le dije:

-          Vamos a decirle a la señora que vendremos el domingo ¿no?

-          No, déjalo, porque no podré venir.

-          ¿Por qué?

-          Luego te lo cuento.

Ya en la calle, le pregunté por los motivos.

-          Es que no puedo venir. No puedo salir contigo.

-          ¿Te ocurre algo, te sientes mal, te he hecho algo?

-          No, al contrario, pero es que han licenciado a mi novio del servicio militar y regresa esta semana.

-          No me habías dicho que tenías novio.

-          Ni tú me lo has preguntado.

-          Pero, ¿no estarás enfadada conmigo?

-          No, no, al contrario. Tú ¿estás enfadado conmigo?

-          La verdad es que no me esperaba esto.

-          Tenemos que dejarlo. Yo estoy muy enamorada de mi novio, pero contigo lo he pasado muy bien, he disfrutado más que nunca. Tú, me imagino que también has disfrutado.

-          Si, si, muchísimo, pero…

-          No querrás echármelo en cara, ni reprocharme nada.

-          No, no, no te reprocho nada, pero yo creí que sentías algo hacia mí.

-          Algo de afecto si que siento hacia ti, pero no estoy enamorada de ti sino de otro hombre. La verdad es que lo que hacíamos era una necesidad física ¿o no era lo que tú sentías también?

-          Si, quizá fuera solo eso, la necesidad de contacto físico, de sexo, de follar, que teníamos.

-          Eso era precisamente, pero se acabó. Lo siento, si te he molestado u ofendido. Nunca olvidaré lo bien que lo hemos pasado.

-          Ni yo. No te preocupes, tienes razón. Teníamos una necesidad los dos y la hemos cubierto recíprocamente.

-          Entonces, nos despedimos para siempre.

-          Mujer, podríamos vernos.

-          Para hacer estas cosas desde luego que no. Pero te repito que nunca podré olvidarlo.

-          ¿Nos damos, pues, un beso de despedida?

-          No, un beso no. Simplemente nos damos la mano como dos amigos.

Nos dimos la mano y nos dijimos adiós. De regreso a mi casa iba pensando en lo sucedido desde que nos conocimos aquel día en el baile. Realmente éramos unos desconocidos el uno para el otro. Jamás hablamos de nuestras cosas, ni de nuestras familias, ni siquiera sabía ella a que me dedicaba, donde trabajaba. Ni aún la edad nos preguntamos. A ella le sucedía lo mismo.

Es más, yo no sabía donde vivía ella, ni ella donde vivía yo. Tenía razón, follábamos por una necesidad física de ambos. Siempre hablamos de cosas banales y del sexo.

Pero habían sido unos meses intensos, de una actividad sexual extraordinaria, de unos polvos únicos. Pensaba: ¡Qué buena folladora que era, nunca encontraré algo parecido!

EPÍLOGO

Habían pasado cinco o seis meses desde el final. Yo ya tenía novia formal (no habíamos tenido sexo todavía). También salíamos los domingos al cine, al baile, a tomar algo por los bares, pasear…

Un domingo nos fuimos al mismo baile al que me he referido. Estábamos buscando alguna mesa donde sentarnos para tomar algo, pero no encontrábamos, cuando un compañero de trabajo, que precisamente también había regresado del servicio militar hacía unos meses, me vio y me hizo una señal, como diciendo que allí había sitio libre y que fuésemos.

-          Mira, le dije a mi novia, ahí está un amigo, compañero de trabajo que dice que hay sitio.

-          Mira, que está acompañado. A lo mejor no le sabe bien.

-          Que sí mujer, que vayamos, además es muy amigo mío.

Fuimos. Efectivamente estaba acompañado. Y qué compañía. La compañera de sexo. La folladora. Con la que durante varios meses había disfrutado de las delicias de su cuerpo y de su sexo. Y a la recíproca.

Nos miramos, aparentado no conocernos. Mi amigo hizo las presentaciones.

-          Aquí mi novia, dijo.

-          Este es un compañero de trabajo, le dijo a ella.

-          Encantado, dije dándole la mano.

-          Igualmente, dijo ella y señalando a mi novia, ¿sois novios?

-          Si, dije secamente.

Así pues nos sentamos, nos trajeron las bebidas solicitadas al camarero. Fue ella la que inició el tema.

-          Oye, tú por casualidad, ¿no vivirás en Santa Tecla.

-          No, ¿por qué?

-          Porque tu cara se me hace conocida.

Evidentemente, estaba disimulando. Era imposible que no se acordara. Seguimos los cuatro en animada conversación. Ella volvió al tema.

-          Pues yo juraría que te conozco.

-          A mí también me parece que se me hace familiar tu cara, contesté.

-          Pues estoy segura que nos conocemos de algo.

-          A lo mejor de venir a bailar, yo venía bastante a este baile y puede que nos viésemos alguna vez.

Intervino su novio.

-          Si hombre, si alguna vez nos vimos en este mismo baile ¿no te acuerdas? Antes de irme yo al servicio militar.

-          ¡Ah!, si, alguna vez coincidimos en este baile. Claro tú irías con ella, seguro. Es verdad ya nos hemos debido ver otras veces, dije yo, no muy convencido, pero era un forma airosa de salir de esta situación.

Ella terminó airosa la cuestión.

-          A lo mejor, hasta hemos bailado juntos alguna vez, y no nos acordamos.

-          Bien puede ser, concluí yo.

Estuvimos charlando, contando chistes y anécdotas de la “mili”. Salíamos a bailar, nos sentábamos nuevamente. Al cabo del rato mi compañero de trabajo, dirigiéndose a mí, dijo

-          ¡Oye! ¿No te importa que baile con tu novia?

-          No hombre, no. En todo caso, pregúntaselo a ella.

La sacó a bailar, y yo, también con el permiso de él, saque a bailar a ella.

-          Así qué es posible que hayamos bailado juntos ¿no? Dije yo

-          Si, estoy segura de ello.

-          Y alguna otra cosa, creo yo.

-          Pues claro, tonto, como no me voy a acordar de lo bien que pasamos aquellas tarde de domingo.

-          Es difícil de olvidar todo el placer que me diste.

-          Tú a mí también. Nunca había follado tan a gusto como contigo, pero ya se acabó.

-          Quizá alguna en otra ocasión…

-          No, no, Estoy muy enamorada de mi novio, no puede ser.

-          Por cierto, tu novio dice que os pensáis casar pronto. ¡felicidades!

-          Pues no hemos hablado de eso hasta ahora, pero estoy deseándolo.

-          El dice que en cuanto lo asciendan a oficial de primera, se casa.

-          ¿Y será pronto?

-          No creo que tarde más de uno o dos años.

-          ¡Ojala fuera mañana!

-          Ya veo que estás verdaderamente enamorada de él.

Nos sentamos nuevamente.

-          Cariño, acuérdate que tenemos que ir a ver al señor Anselmo, que nos estará esperando, dijo ella con cierto retintín y guiñándome el ojo maliciosamente.

-          ¡Ah, si, es verdad!, dijo él.

Y dirigiéndose a todos dijo:

-          Es un tío de mi novio. Cuando lo vamos a ver los domingos por la tarde, su señora siempre nos invita a cerveza. Es una señora muy agradable y simpática. Lo pasamos muy bien en su casa.

Nuevamente me hizo una mueca picarona guiñándome de nuevo el ojo.

-          Hacen una pareja muy maja, ¿verdad? Dijo mi novia.

-          Si, muy maja.