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Sexo y amor a los sesenta

en Erotismo y Amor

Aquella mañana de marzo apareció soleada después de los fríos días que habíamos tenido. Apetecía pasear tras las frescas mañanitas anteriores, por lo que decidí aprovechar para darme un largo paseo para hacer una pequeña gestión que perfectamente podía haber hecho por teléfono. La gestión era bien simple, ir al dentista (mejor dicho a la dentista) para pedir cita a fin de realizar la revisión y limpieza que periódicamente me hacía.

La dentista, que era hija de unos amigos, había instalado su consulta en uno de los nuevos barrios que habían surgido en la periferia de la ciudad, por eso el paseo que me iba a dar era un poco largo, y lo que apetecía esa mañanita era andar.

Desde que había regresado a la ciudad hacía poco menos de un año, me trató siempre la doctora, que era joven, simpática, muy agradable en el trato, y sobre todo muy profesional, pese a que hacia poco que se había instalado por su cuenta y había abierto una pequeña consulta en el propio domicilio familiar. Recientemente se había trasladado a ese barrio, que yo, además todavía no conocía.

El paseo era agradable, apetecía tomar el sol, pese a que la mañana era algo fresquita. Llegué a la dirección que ya me había facilitado la última vez que acudí a su antigua consulta. El local no parecía grande, pero el edificio, como todos los que había por allí era nuevo y bonito, y en la parte superior de la entrada al consultorio, había un gran cartel "Clínica Odontológica".

Entré, y ya no me recibió ella sino una auxiliar, a la que pregunté si estaba y me dijo: "La doctora no puede atenderle en este momento. Dígame en que puedo servirle". Estuve por contestarle que me podía servir para muchas cosas, pero especialmente para alguna que necesariamente requiere que haya dos personas. Pero como yo iba a lo que iba, me limité a decirle que venía a pedir cita para una limpieza y revisión dental. Tras decirle que era cliente anteriormente de la doctora, me pidió el nombre y consultando el ordenador, me dijo, efectivamente, aquí esta usted, ¿para cuándo le viene bien? ¿Puede ser mañana a las once? Yo dije que mejor otro día, porque mañana tengo cosas que hacer. ¿Le parece bien el viernes a las diez? Perfectamente, le contesté, y me dio una tarjetita con la cita anotada. Casi sin mirarla, me la metí al bolsillo y me fui. Mejor dicho, no me fui, porque en el momento de abrir la puerta para salir me di casi de frente con una mujer que pretendía entrar.

-¡Oh, perdone señora, es que no la había visto, disculpe!

- ¡Pero mira quien está aquí, que casi me atropella!, exclamó la señora. ¿Es que ya no me conoces o qué?

Claro que la conocí, nada mas verla.

¡Caramba Elvira, que sorpresa tan agradable, que guapa estás!

¿Y tú que haces por aquí, -me contestó ella- vives en este barrio? Tú tampoco estás mal.

Naturalmente al reconocernos nos dimos los dos besitos de rigor en la mejilla.

Oye, que estamos molestando aquí en la puerta. ¿tienes prisa?

No, no tengo prisa, he venido paseando.

Pues entonces, si quieres, espérame, que es solo un momento.

Te espero aunque te vayan a sacar cuatro muelas.

¡Ja, ja, tú tan chistoso como siempre.

Y tú tan hermosa como siempre. Bueno entra, que te espero.

Ella entró y la esperé cuestión de unos minutos. Cuando salió, nos volvimos a dar los besos, pero esta vez acompañados de sendos abrazos, como correspondía a quienes hacía años que no se veían. Eran ya bastantes años. Más de veinticinco, quizá, treinta. Bueno no importa la cifra exacta.

Oye, que lo de que estás hermosa, no era un chiste, es que es la realidad.

Y lo de que tú no estás nada mal tampoco era de broma.

Después de la consabida conversación de cuantos años sin vernos, de que tal te va, que haces por aquí, etc. pero con contestaciones muy por encima, sin dar muchas explicaciones el uno al otro, le propuse ir a tomar algo a una cafetería.

Encantada – me dijo- porque si te digo la verdad, me he levantado temprano y apenas he desayunado.

Pues yo también tengo algo de hambre, porque he venido andando desde casa, aprovechando el día tan soleado que ha salido.

¡Ah, ¿pero vives aquí?. Yo creía que vivías en Madrid.

No, hace poco menos de un año que vivo ya aquí. ¿a que no sabes dónde? Al lado de donde vivías tú cuando éramos jóvenes. ¿Te acuerdas de aquellos tiempos?

Claro que me acuerdo, pero hace mucho que no voy por allí. Yo vivo aquí al lado, me compré un pisito.

¿Cómo un pisito, vives sola? Yo pensaba que estabas casada.

No. Me casé pero hace ya bastantes años que me divorcié. ¿Y tú?. Tú si que estarás casado.

Pues no. La verdad es que nunca llegué a casarme.

Pues la última vez que nos vimos, que ya hace unos cuantos años, quizá cerca de treinta, tú ibas bien acompañado.

Sí era una compañera de trabajo. Bueno no solo era compañera de trabajo, vivíamos juntos. Pero aquello terminó

La conversación, como es natural, discurría por estos cauces, por otra parte lógicos. En tanto, vino el camarero que nos sirvió dos buenos desayunos, que fuimos apurando mientras nos hacíamos preguntas sin parar del uno al otro. Que sí te acuerdas de fulanito, que tal estaba menganita, que si tal que si cual.

Hago un paréntesis, para decir que Elvira y yo, de niños, e incluso de jóvenes vivíamos en el mismo barrio de la ciudad, teníamos aproximadamente la misma edad e incluso habíamos ido a la misma escuela, eso sí en clases separadas, pues entonces las escuelas no eran mixtas como ahora. Nos llevábamos muy bien, éramos muy buenos amigos. A veces íbamos de excursión con una agrupación cultural que había en la parroquia del barrio.

Salimos de la cafetería y ella me dijo que vivía al otro lado de un pequeño parquecillo que allí había. Caminamos por el parquecillo siguiendo contándonos cosas, pero sin profundizar mucho en nuestras vidas desde que no nos veíamos, hasta que en un momento, le pregunté.

- ¿Te acuerdas de cuando te pedí que salieras conmigo?.

Yo creo, que la pregunta no le sorprendió, incluso parecía que la estaba esperando.

Claro que me acuerdo Aurelio.

Nunca llegaste a contestarme con claridad. ¿te acuerdas exactamente de lo que me contestaste?.

¿Tú crees que me acuerdo o que no me acuerdo?

Yo creo que si te acuerdas.

Pues sí. Te dije que lo tenía que consultar con mi director espiritual.

Pero ya no me volviste a decir nada.

Ni tampoco insististe en ello.

No insistí, porque sabía que me ibas a decir que no. Cuando te lo pregunté, estaba convencido de que me ibas a decir que si. Pero cuando me dijiste aquello, se me cayó el alma a los pies. Nunca había pensado que tu decisión dependiera de otra persona. Porque, ¿el cura te aconsejaría que me dijeras que no, no es así?

Claro, así fue.

Por eso, si te hubiera aconsejado lo contrario, seguro que me lo hubieras dicho tú a mí, ¿o no?

Ten por seguro que si me hubiera aconsejado de otra forma, así lo habría hecho, no hubiera hecho falta que me dijeses nada.

¿Te penó después el que hubiera sido así?

Bueno, déjalo, ya hablaremos de ello en otro momento.

Caminando despacio, parándonos en algún momento, se nos hizo el mediodía. Yo le dije que si tenía algo que hacer, que nos podíamos ir a comer juntos a un restaurante. Ella dijo que por allí no había muchos restaurantes, pero que si me parecía bien, podíamos comer en su casa, así de paso, me enseñaba el pisito donde vivía. Yo acepté encantado de semejante invitación.

Me gusta cocinar, me dijo mientras ya nos encaminábamos a su casa. Yo le dije que no era muy buen cocinero, pero que me las apañaba muy bien. Entretanto, y casi sin darnos cuenta, nos habíamos cogido de la mano, y el tiempo iba pasando lenta, pero muy agradablemente recordando nuestra juventud, e incluso nuestra niñez.

Llegamos a su casa, me la enseñó. Era un pisito pequeño, casi un apartamento, pero muy bien arreglado con una decoración con mucho gusto. En definitiva tenía una sensación muy agradable. Se notaba el toque femenino de Elvira.

Me voy a cambiar un poco y hacemos la comida, ¿Porque me ayudarás, no?

Naturalmente.

Comenzó a hacer la comida. Una cosa sencilla –dijo- porque no hay mucho tiempo. Una verdurita, un pescadito a la plancha, y una macedonia de postre. ¿Te parece bien?. Estupendo menú, le contesté.

Mira, saca unas frutas del frigorífico y vete cortándolas en trocitos para hacer la macedonia.

En resumen, acabó de hacerse la comida, mientras charlábamos de cosas sin trascendencia, tales como ¿te acuerdas de aquel día que fuimos de excursión a los lagos?. ¿Recuerdas a fulanito? Pues se metió cura, y menganito le preguntaba yo. Pues no sé, no tengo noticias de él. Pues es inspector de policía, me lo encontré en Madrid una vez.

Puso la mesa, con una botellita de vino y empezamos a comer. Por cierto, la había preparado de una forma exquisita. Mientras comíamos seguíamos la conversación.

Alguna preguntilla un tanto picarona, como si sabías que aquel chico que vivía en la esquina era homosexual. Y alguna pregunta sobre como nos había ido la vida, etc. En fin, una buena conversación recordando viejos tiempos.

¿Por qué no te vas al saloncito, te sientas en el sofá, y mientras tanto preparo el café?

Vale, te espero.

Si quieres puedes poner la tele.

Bien, me senté en el sofá, vino con el café, se sentó a mi lado y nos íbamos tomando el café, pero, eso sí, nos mirábamos el uno al otro, como intentando adivinar los pensamientos de cada uno. Obviamente, nos cogimos de las manos, y así permanecimos un rato, hasta que en momento dado, cuando ella se reclinó un poco sobre mí, nos dimos un besito. Digo un besito, porque no fue un beso apasionado, como alguien podría pensar. Simplemente, un beso en la boca, y un pequeño roce de nuestras lenguas.

Pero aquello fue suficiente. Como un resorte nos levantamos los dos del sofá. Ella me cogió de la mano y fuimos al dormitorio. Ni siquiera tuvimos que hablar.

Nada más entrar nos desnudamos. Ella estaba estupenda, y así se lo dije. Me sobran cuatro o cinco quilos. Tú si que estás bastante bien, de verdad, me contestó. Bueno, le dije también a mí me parece que me sobran unos quilitos.

Puesta de pié, se le veía la forma triangular del bello púbico. Era rubio, escaso, rizado formando como dos pequeñas hileras algo más oscuras a cada uno de los lados de su sexo. La rajita parecía haber sido dibujada con un pincel. El trazo de arriba abajo era una pincelada de un color ligeramente más oscuro que la piel.

Sin decirnos palabra, ella echó la colcha para atrás y nos tumbamos en la sábana, pero sin cubrirnos. Al acostarse, abrió ligeramente sus piernas. La pincelada de su sexo se abrió ligeramente, dejando adivinar el color sonrosado de su interior.

Mi pene estaba en plena forma. Tumbada como estaba, le acaricié con la punta del mismo, con el glande, la ranurita que antes he descrito. No hizo falta mucho prolegómeno. A la segunda o tercera pasada de mi capullo, sin ni siquiera haberme detenido en su clítoris, ella arqueó ligeramente el cuerpo, dando un pequeño impulso de su pubis hacia arriba, y ¡oh maravilla! todo el glande se introdujo en su vagina.

Estaba claro, que no hacía falta más. Suavemente y despacio fui introduciendo el miembro, hasta tenerlo todo él dentro de aquella vagina calentita. Una vez con el miembro metido a tope, empecé unos pequeños movimientos, pero sin apenas moverlo, quiero decir, que no se la metía y se la sacaba, sino que le daba pequeños golpecitos.

Ella no es que respondiera a mis pequeños empujoncitos, sino que los simultaneábamos, como si fueran dos cronómetros acompasados. Cuando yo le daba hacía abajo, simultáneamente ella daba un ligero empujoncito hacia arriba. De esta manera, íbamos alargando esos minutos placenteros. Pero sobre todo, nos mirábamos a los ojos, viendo como el uno disfrutaba con lo que el otro hacía.

El acoplamiento era perfecto, los movimientos exactos y rítmicos. Cada cierto tiempo, parábamos de movernos, pero solo escasos segundos, los suficientes para tomar un respiro y seguir, pero siempre con el miembro metido en la vagina en toda su profundidad. En ocasiones ella, a la par que yo hacíamos una especie de pequeño giro de caderas, lo que nos daba una sensación muy agradable.

Yo la miraba. No hacían falta palabras. Una sonrisa permanente, pequeños suspiros y algún que otro jadeo. También a veces cerraba ligeramente los ojos por un instante, pero sobre todo, para mí la evidencia de que estaba disfrutando, eran los pequeños mordisquitos, que ella se daba en el labio inferior.

Así estuvimos durante bastante tiempo hasta finalizar de una forma rotunda. Cualquiera se limitaría a decir que llegamos simultáneamente al orgasmo, lo cual fisiológicamente era así. Los dos coincidimos. Pero esto no es suficiente para describirlo. Aquello fue una explosión de goce, un arrebato, un estallido de sensualidad, una culminación perfecta de la entrega mutua.

Sin hablar para nada, nos quedamos tumbados en la cama, de lado, uno enfrente del otro, solo nos sonreíamos y nos mirábamos. Algún que otro besito como el que nos habíamos dado al principio en el sofá, y nada más, porque nada más teníamos que decirnos.

Cuando ya el latido de nuestros corazones había recobrado el ritmo normal, aun permanecimos unos momentos en silencio, que Elvira rompió para decir:

Ha sido maravilloso.

A mí me parecía estar flotando en las nubes.

Pues, estábamos en la gloria.

Hemos follado como los ángeles, dije yo.

Oye, que dicen que los ángeles no tienen sexo.

Bueno, pero si existen y además tienen sexo, seguro que hacen el amor como lo acabamos de hacer nosotros.

Todavía desnudos en la cama, ella me pregunta:

Oye, Aurelio, ¿para que has venido al dentista, no tienes bien la dentadura o qué?

No, solo he venido para pedir cita para revisión y limpieza que me hago todos los años. ¿y tú, para que ibas?

Pues mira que casualidad, para lo mismo que tú.

Esto es el destino que nos une –dije bromeando- después de tantos años.

¿Cuántos hace que nos vimos?

Fue una vez que vine de Madrid con mi compañera y me enteré que se celebraba, creo que el cincuenta aniversario del colegio. Decidí ir con ella para que conociese mi barrio.

No se si será el destino –contestó- pero de verdad, que me he alegrado mucho de verte.

Bueno así estábamos, ya nos habíamos empezado a tocarnos el uno al otro, acariciándonos el cuerpo, pero sin decidirnos a pedirnos el uno al otro la repetición, pese a que por mi parte, todavía estaba en buena forma, y a ella creo que no le hubiera importado. Bueno, el caso es que no seguimos. Nos vestimos y salimos de la habitación.

¿Y para cuando te han dado cita en el dentista?, -me preguntó-

Para el viernes a las diez ¿y a ti?

También para el viernes a las diez y media.

Entonces nos volveremos a ver.

Total, que quedamos para el viernes. Yo le propuse que después del dentista, nos iríamos a comer a algún restaurante, pues ahora me tocaba invitar a mí.

Cuando ya atardecía me fui, no sin antes darnos un fuerte beso, esta vez ya apasionado y con lengua. (Estoy por decir, que casi nos ponemos a follar de nuevo, pero bueno, seguro que el viernes seguiríamos).

Me volví a casa andando, reflexionando sobre lo ocurrido. Era evidente que ambos lo habíamos pasado extraordinariamente bien. Habíamos gozado como hacía tiempo que no gozábamos (al menos yo, y ella, por lo que decía e insinuaba, también). Con toda seguridad el viernes íbamos a echar otro buen polvo.

Pero no era solo en la jodienda en lo que pensaba. Realmente me había sorprendido la reacción de Elvira. Yo que no esperaba verla ya, y en todo caso, hubiera pensado verla ya con hijos mayores e incluso nietos, me la encontré soltera, todavía hermosa, y sobre todo apetecible. El primer encuentro sexual había sido todo un éxito. ¿Habría más? ¿Serían igual? En fin, daremos tiempo al tiempo.

Llegó el viernes, esta vez como pensaba llevarla a comer a algún restaurante de las afueras de la ciudad, fui con el coche. Como no habíamos quedado exactamente donde juntarnos, fui directo al dentista. A la hora prevista, me atendió la doctora, que me conoció, pese a que nos habíamos visto solo alguna vez, cuando vivía con sus padres. En cuestión de veinte minutos acabó la visita, pero Elvira no había llegado, por lo que decidí esperarla en la calle. En ese momento llegaba ella. Iba, a mi gusto, guapísima, se le notaba que había ido a la peluquería y que se había puesto la ropa de lo más elegante que debía tener. No iba maquillada, sino como yo la recordaba que iba de joven (parece ser que seguía igual en esa cuestión), los ojos ligerísimamente pintados con un color azul bordeando las pestañas, y quizá una pequeñísima sombra de ojos con un tono ligeramente más oscuro.

¡Hola Aurelio! ¿Ya has pasado por la doctora?. Ya veo que sí, porque tienes una sonrisa muy bonita.

Pues tú, sin pasar todavía, estás guapísima.

Eso se lo dirás a todas

Tú sabes que no, porque en realidad soy muy tímido con las mujeres. Te lo digo porque es la verdad.

Bueno, paso a ver que me hacen a mí, a ver si me dejan la misma sonrisa que a ti.

Te dejará guapísima, te lo aseguro. Aquí te estaré esperando.

Durante la espera pensé en lo que estaba sucediendo. Yo estaba ansioso por verla desde el pasado día. También me había arreglado bastante más de lo normal. Incluso me había puesto de traje y corbata. Desde luego, ella había ido a la peluquería, y se había vestido elegantemente, pensando también en mí, quiero decir, que los dos debimos pensar lo mismo.

Salió, y como la vez anterior nos fuimos a tomar unos cafés a la misma cafetería. No dejaba yo de admirarme lo guapa que se había puesto, hasta parecía que se había echado un perfume especial. Se lo repetí lo guapa que estaba, porque era la pura verdad. Seguimos hablando de nuestros tiempos jóvenes, paseamos un poco por el parque hasta que sobre el mediodía cogimos el coche y nos fuimos a comer al restaurante en las afueras de la ciudad.

Comimos muy bien. Durante la comida ya empezamos a hablar sobre nuestra situación, pues no nos habíamos dicho nada al respecto. Le dije que me había jubilado anticipadamente hacía unos meses, justo al cumplir los sesenta años, que la empresa multinacional en la que trabajaba en un puesto muy importante, había dado un gran cambio, y precisamente en el puesto mío era seguro que colocaban a un sobrino del presidente, así que por ello, y otras cosas y sobre todo que ya echaba de menos vivir en mi ciudad natal, decidí marcharme, eso sí con una más que buena indemnización, así como una pensión importante y sobre todo un plan de pensiones que nos pagaba la empresa a todos los ejecutivos y personal directivo, como era mi caso.

Ella me contó que su situación era parecida, aunque no le habían concedido la pensión de jubilación anticipada, pues la había solicitado hacía solo unos días. Su situación económica era buena, pues hacía años había tenido una charcutería, y le fue muy bien, pero su hermano, que era carnicero montó una carnicería por todo lo grande en el centro de la ciudad y le insistió tanto en que se fuera con él que traspasó la tienda y le ayudó a su hermano a montarla, y ella se quedó como encargada de la sección de charcutería. El negocio les iba muy bien, pero los hijos del hermano se hicieron mayores y fueron a trabajar con ellos, y ahora sobraba gente, por lo que ella misma decidió jubilarse.

Obviamente todo el rato que habíamos estado paseando y estado juntos, nos cogíamos de la mano, nos dábamos algún besito, nos íbamos dando cuenta de nuestras respectivas vidas. Al salir del restaurante pregunté que a donde podíamos ir, y ella, titubeando un poco y con cierta picardía que yo advertí en su cara dijo:

Podríamos ir a mi casa y echar… la siesta

No me parece mala idea, yo también tengo ganas de… dormir.

Durante el camino yo de vez en cuando le acariciaba por las piernas o por donde podía, ella se dejaba hacer e incluso también me pasaba la mano por las piernas. Incluso creí advertir una vez que me puso la mano sobre la bragueta, aunque no se seguro si fue un movimiento casual o intencionado. Llegamos a casa, cogimos el ascensor y ya dentro de el nos dimos un gran beso y nos apretamos fuertemente. Pudo advertir esa vez, que yo iba totalmente empalmado, incluso al advertir lo dura que la tenía, se movió frotando su sexo contra el mío.

Entramos en el piso y sin decir palabra fuimos directamente al dormitorio. Sin llegar a desnudarnos del todo nos tumbamos en la cama, se abrió ligeramente de piernas y le metí todo el miembro suave, pero profundamente.

Que suavecita que entra, le dije al oído.

Es que yo no podía aguantar más.

Yo si que no podía más ¿lo habrás notado, verdad?

Pues claro, menudo paquete que llevabas. Pero sigue, sigue, decía abrazándome fuertemente, y moviéndose al compás mío.

Follamos intensamente, no tan despacio como la vez anterior, pero haciendo paraditas para que durase más. Nos decíamos cosas referentes a lo que estábamos haciendo pero cariñosamente.

¿Te gusta lo que estamos haciendo? Me preguntó

Me encanta. ¿Te da gustito?

Mucho, pero sigue, sigue que me parece que me voy a correr pronto.

No tardamos mucho en corrernos los dos. Fue un orgasmo fantástico, pero la escena final fue que como nos dimos tanta prisa en ir a la cama, como dije, sin desnudarnos del todo, era de antología. Ella todavía llevaba el sujetador aunque con un pecho fuera, las medias puestas pero bajadas hasta las rodillas, la braga solo se la había bajado de una pierna y la llevaba como enrollada en la otra. Los zapatos estaban encima de la cama. Yo con los calzoncillos en los tobillos, los calcetines puestos, así como la camiseta y la camisa medio puesta y medio quitada.

Seguimos largo rato tumbados en la cama,

Vaya polvo que nos hemos echado ¿eh?

Me parece que no podíamos aguantar las ganas.

Yo desde luego no se que hubiera hecho, quizá un buena paja.

Pues mira yo. Mira, toca la braga, ya la llevaba hasta mojada.

La toqué, la olí, me la pase por la cara y ella me preguntó que qué sentía. Algo muy íntimo y agradable, le respondí, huele a ti. Seguimos diciéndonos cositas, hasta que en un momento dado ella, casi con la cara sería me preguntó

¿Seguiremos viéndonos, verdad?

Pues claro que seguiremos viéndonos. ¿Cómo quedamos para mañana?

Todavía tumbados en la cama me propuso que volviera a venir a su casa a comer, que pensaba hacer un menú especial que había leído en un libro de recetas, accedí, como es natural y le propuse que yo llevaría algunos pasteles para postre, a lo que se negó, diciendo que el que ella iba a hacer me encantaría.

Nos despedimos después de un largo rato. Al día siguiente compré un ramo de flores y una botella de cava, poco antes del mediodía ya estaba en su casa.

- ¡Hola! le dije dándole un beso y entregándole el ramo de flores.

Que pronto has venido. Que bonitas flores. No tenías porque haberte molestado.

Es lo menos que te mereces. Toma la botella y métela en el frigorífico.

Como es mucho, a lo mejor hago un sorbete de limón al cava que me sale muy bien. Ya tengo casi preparada la comida, así que si quieres nos sentamos charlar.

Ella iba con una bata de estar por casa, de tejido algo fino, se le notaba que debajo no llevaba nada. Nos sentamos en el sofá y como siempre, hablamos de cuando éramos jóvenes y las excursiones que hacíamos y yo le dije que por qué el otro día me preguntó si me acordaba de la excursión a los lagos. Me dijo que ella se acordaba muy bien.

Me acuerdo que llevabas un bikini amarillo, nunca he olvidado la impresión que me causaste al verte así. Además demostrabas ser valiente, porque entonces no todas se atrevían a ir en bikini. Me quedé maravillado de ver tu cuerpo casi desnudo.

¿Y no te acuerdas de nada más, no te acuerdas de que nos tocó ir a llenar las cantimploras a un manantial? Por cierto que tú también llevabas un bañador no muy grande.

Hacíamos buena pareja ¿verdad?. De lo que no puedo olvidarme es de cómo regresamos a donde estaba el grupo. Cogidos de la mano, ¿recuerdas?

No lo he podido olvidar nunca. Sentí una sensación nueva y agradable, pero no me atrevía a más.

Eran otros tiempos, actualmente unos jóvenes en esa situación, igual se echan un polvo, o por lo menos se hubieran dado un buen lote, pero nosotros no nos atrevíamos a tanto.

¿Te molesta si te digo de que me acuerdo?

¿Cómo me va a molestar? Dímelo, no te preocupes.

¿De verdad?

De verdad.

Pues me acuerdo que el camino de regreso ibas totalmente empalmado. Se te notaba la pija que casi se te salía por debajo del bañador, y también de cómo intentabas disimularlo y no podías, aunque te ponías la mano encima. ¿Y sabes que te digo? Pues que no me pareció mal, incluso hasta me agradó verte así.

¿Cómo la tenía, como ahora? Le pregunté cogiéndole la mano y poniéndola sobre mi bragueta, a la vez que le abría la bata. Como había sospechado nada más llevaba un pequeña braguita.

Más o menos debía ser como ahora, me decía a la par que me bajaba la cremallera.

¿Sabes que podíamos hacer? Echar el polvo que no nos atrevimos a echar entonces. ¿Te parece bien? le dije mientras le metía la mano por debajo de la braguita.

Claro que me parece bien, me dijo mientras se quitaba la bata y me preguntaba si me gustaba su tipo.

Estás maravillosa tanto vestida como desnuda. Me gustas mucho.

Pues vamos a hacer lo que tenemos que hacer

Nos fuimos a la habitación, yo ya le había quitado la braguita y ella me ayudo a desnudarme, a la vez que me acariciaba con sus manos y me daba besitos por el cuerpo que eran correspondidos por mí.

Esta vez, no fuimos directamente al asunto, sino que nos acariciamos y besamos mutuamente. Le lamí los pezones, que se le ponían tiesos y duros como unas avellanas. Nos dábamos besos introduciendo las lenguas en la boca del otro. Ella me tocaba el culo y me decía que era muy hermoso, incluso llegó cogerme la polla con la mano y acariciarla a la vez que yo le pasaba mis dedos por la rajita del coño.

¿Quieres que te la meta ya?

Si, por favor, me gusta tenerla dentro.

¿Quieres que hagamos algo especial? No sé, tu encima y yo debajo, haciendo los perritos, o lo que tú quieras.

Si quieres que te diga la verdad me gusta follar a lo clásico, yo debajo y tú encima, pero si quieres que probemos de otra forma, lo hacemos.

No, nosotros somos clásicos para esto, le dije mientras se la clavaba en su hermoso conejito.

Si quieres en otra ocasión ya haremos alguna cosita que nos guste, pero ahora sigue que ya me está entrando el gustito. Así, así, ay, ay házmelo despacito. ¿Te gusta como lo hago, te doy gusto?

Eres divina follando. Sigue moviéndote así. Creo que no tardaré en correrme.

Estuvimos un rato gozando de nuestros cuerpos, procurando alargar el coito.

¡Ay, ay, ya llego, ya llego, no aguanto más, me corro, me corro!

Yo también ¿quieres que me corra fuera?

No por favor, dentro, dentro, ya no puedo más, ¡ay que gusto más grande!.

Seguimos un ratito en la cama. Ella me besaba por el pecho y me acariciaba, a la vez que yo le acariciaba los cabellos y le daba besos en la nuca y el cuello. Seguíamos disfrutando.

Voy a preparar la mesa, tú quédate en la cama si quieres.

No, que voy a ayudarte.

No, no, si acaso vete a ver la tele.

Así lo hice. Ella preparó la mesa de una forma exquisita, incluso había puesto unas flores del ramo que le regalé. Se diría que la mesa estaba decorada de lo bien que estaba.

La comida fue extraordinaria, mucho mejor que la de cualquier restaurante. Ya me había dicho que le gustaba mucho cocinar. No voy a decir el menú, porque esta no es la página de Arguiñano, pero nada le tenía que envidiar a los que él hace.

Durante la comida conversamos sobre nuestros recuerdos juveniles, vamos que fuimos recorriendo nuestra vida, pero sobre todo, durante la larga sobremesa después de comer, nos hablamos de nuestros gustos y aficiones e incluso de nuestras manías.

Resultó que teníamos las mismas aficiones, por ejemplo, el cine y el teatro. Ella incluso había pertenecido a un grupo de teatro aficionado. En cuanto al cine, gustábamos más de las películas antiguas que de las de ahora. A ella le gustaba pasear por el campo, pero no lo hacía casi nunca, yo en cambio me daba largas caminatas. A ambos nos gustaba tanto la playa como la montaña. Los gustos culinarios eran similares.

Y sobre todo, a ambos nos gustaba la lectura. Ella era más selectiva (novelas, best seller, etc.). Yo leía todo le caía en mis manos.

En fin que tanto los gustos como las aficiones eran idénticas o al menos se podían complementar unas con otras. Las manías eran perfectamente compatibles la del uno con las del otro.

Cuando terminamos de comer, tomamos café sentados en el sofá. Vimos un rato la tele, ojeamos unos libros de cocina que tenía, nos metimos mano el uno al otro, y como no podía ser menos, se me puso la polla dura.

No sé que tienes tú, le dije, que me pone a tope.

¿Qué quieres decir?

Mira, le dije señalando el bulto. ¿Te apetece echar otro polvo?

Si solo hace cuatro o cinco horas que hemos follado. Pero por mi encantada.

Volvimos a follar. Como las otras veces fue delicioso. Le dije que nunca lo había hecho de forma tan agradable, que no había gozado tanto desde hacía muchísimo tiempo.

Pues si quieres que te diga la verdad, yo tampoco. Es más, no se si te lo vas a creer, pero ya casi me había olvidado del sexo. Hacía más dos años que no follaba.

Pues yo no hace tanto, pero ha sido recurriendo al amor mercenario.

¿Cómo es eso del amor mercenario?

Quiero decir que he ido de putas. ¿Te molesta que te lo diga?

No, yo lo comprendo que hayas tenido que irte con alguna puta. No me molesta, creo que me lo dices porque tienes confianza conmigo.

Yo he disfrutado mucho ¿tú también?

Muchísimo ¿seguiremos viéndonos para lo mismo, verdad?

No solo para esto, es que yo estoy muy bien contigo, me agrada estar junto a ti.

Cuando ya me iba, me preguntó que a que hora volvería mañana, le dije que por la tarde nada más comer, ya que ese día por la mañana iba una señora a limpiar y arreglar la casa.

¡Ah, pues muy bien!, dijo ella picarona, así volveremos a echar… la siesta.

Si es como la de hoy, de acuerdo.

Nos dimos un largo beso de despedida.

Como habíamos quedado, llegué al día siguiente a su casa. Ella me abrió la puerta, y para mi sorpresa, iba en pijama.

Como quedamos en que echaríamos… la siesta, te espero ya en pijama, dijo riéndose. ¿Quieres ponerte tú otro pijama o que me quite yo el mío? añadió a la vez que se lo quitaba. Ya veo que prefieres esto ¿verdad?

Vamos, vamos a echar… la siesta.

Ya en la habitación, como ella estaba desnuda, me dijo que le encantaría desnudarme a mí. Por mi parte me pareció algo fantástico. Poco a poco me fue quitando la ropa, a la vez que me sobaba y me daba besos por el cuerpo, cuando ya estaba con el calzoncillo solamente, se apretó fuertemente contra mí rozando su sexo contra la pija, que ya estaba lo suficiente en forma para penetrarla.

Ya en la cama, me quitó el calzoncillo y me dijo quería que fuese un polvo muy largo, que le gustaba como lo hicimos la primera vez. Así las cosas, se la metí con mucha suavidad, pues ella estaba ya muy húmeda.

Que suavecita que entra. Que bien que lo haces.

Tú también lo haces muy bien.

Pues no te creas que tengo tanta experiencia en esto. Pero contigo es todo muy distinto.

Para mi también es muy distinto. Contigo es algo inexplicable, maravilloso.

No dejábamos de movernos con lentitud, saboreando intensamente la acción.

¿Has follado mucho? me preguntó.

Pues no te creas que tanto.

Acabamos por fin de echar el polvo y como siempre seguimos desnudos en la cama un rato.

Tienes una polla maravillosa, me dijo y me sorprendió

Pues tú tienes un… no se como decirlo

Un coño, un conejo, una almeja.

Es que no sabía como decírtelo

¿Te parece que soy grosera hablando así?

No, no, al contrario, me gusta que hables precisamente así. No son groserías es como se llama o como se dice normalmente.

Entonces ¿no te molesta?

Ya te digo que me parece muy bien, yo también te hablo así. Vamos quiero decirte que me parece mejor ir a follar o a echar un polvo, que a practicar el coito, por ejemplo.

Vale, vale, a mi también me parece mejor que me metas la polla o la pija, que no que me penetres la vagina con el pene

Seguimos con tonterías similares.

¿Vendrás mañana por la mañana?

Si, y si quieres nos vamos a pasear.

Así lo hicimos. Dimos un largo paseo por el barrio y un bosquecillo o parque cercano. Cogidos por la cintura, por la mano, por el hombro. De cualquier manera, íbamos juntitos como dos enamorados. Confirmamos que teníamos los mismos gustos y que éramos compatibles.

Regresamos a su casa, comimos una cosa ligera que ya había preparado ella con antelación. Todavía vimos las noticias en la tele mientras tomamos café.

Vamos a follar que ya no me aguanto más, le dije señalando el paquete.

Ya veo, ya veo, me contesta echándome mano. Pues yo parece como si me meara de lo húmeda que llevo la braga.

Nos desnudamos y ella, al quitarse la braga me dijo:

Ves como es verdad que iba ya mojada

Mira como tengo yo la polla, le dije mientras descapullaba.

Es verdad, me dijo a la vez que me tocaba con la punta del dedo el capullo. ¿Esto es lo que se llama licor preseminal, no?.

Bueno, bueno, vamos a lo nuestro.

Vale, vamos a follar.

Nuevamente nos salió un polvo maravilloso.

Nos sentamos en el sofá y hablamos como siempre de nuestros recuerdos. Me preguntó si todavía era aficionado a dibujar. Le dije, que seguía con ello, pero que ahora me gustaba la pintura, que en Madrid iba al estudio de un pintor que estaba en los bajos de mi casa y que daba clases de pintura.

¿Sabes que podemos hacer mañana? Podías venir a mi casa, que todavía guardo dibujos de cuando empezaba y los cuadros que he ido pintando.

Vale, así yo aprovecharé para ir a la gestoría que me lleva las cosas y preguntar lo mi jubilación.

Entonces, ¿te vengo a buscar?

No déjalo, quedamos, si te parece en El Corte Inglés. Yo cuando bajo al centro, suelo ir a comer al restaurante, que se come bien y no es muy caro.

Quedamos, pues, para el día siguiente a las diez.