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Evocando a Mariluz II

en Hetero: General

JUVENTUD

No nos volvimos a ver Mariluz y yo hasta pasados unos diez años o algo así. Me acuerdo perfectamente, no solo del día, sino del momento exacto. Fue justamente en el portal de mi casa, cuando salía para acudir al examen de la última asignatura que me quedaba para terminar la carrera de perito industrial.

-          ¡Coño!, pero si eres Mariluz, ¿qué haces por aquí? Cuanto tiempo sin vernos.

-          Mucho, mucho.

-          Estás muy guapa.

-          Gracias.

-          ¿Dónde vas?

-          Voy al taller de una modista que vive aquí, para ver si me coge para trabajar una temporada. ¿y tú?

-          Yo vivo aquí y la modista es mi tía.

Le dije que tenía mucha prisa, que seguro que mi tía la admitiría y que cuando volviese nos veríamos.

Cuando nos quedamos solos en casa mi madre y yo, porque mi padre había fallecido y mis hermanos se habían casado, alquiló dos habitaciones a una prima suya, mi tía Carmina, que era modista y hacía poco que se había separado de su marido, e instaló en el salón su taller de modistería.

El examen me fue muy bien, y al regreso, efectivamente mi tía había admitido a Mariluz. Cuando terminó su trabajo bajé con ella a la calle y charlamos un poco. Le invité a tomar algo en la cafetería de al lado.

-          Entonces, ¿eres modista?, le pregunté

-          Sí, hace unos años hice unos cursos de corte y confección. Hasta tengo el diploma.

-          ¿Y cómo es que te dio por hacer corte y confección?.

-          En realidad, me obligaron a hacerlo en el Reformatorio.

-          ¿Has estado en el Reformatorio? ¿Por qué?

-          Pues no lo se muy bien, pero fue porque me encontraron con mi hermana donde trabajaba ella.

-          Pero, hombre, no creo que por eso haya que meter a nadie en un Reformatorio.

-          Es que mi hermana trabajaba en una casa de putas.

-          ¡No jodas! ¿y qué hacía allí?

-          Pareces tonto, o es que no lo sabes. Mi hermana es puta.

-          ¡Oye! Que yo no se nada.

-          Ya me extraña. Seguro que cuando vivías en Santa Casilda te la follaste, como todos los chavales del barrio.

-          Te lo juro que no, ni lo sabía. Y ahora, ¿dónde vas? ¿aún vives en “las casillas”?

-          No, hace tiempo que nos fuimos.

-          ¿Quieres que te lleve a algún sitio?

-          ¿Tienes coche?

-          Si, ese SEAT 1430.

-          Vaya coche bonito y grande

-          Lo compré de segunda mano, muy barato.

-          Llévame a da una vuelta.

Dimos vueltas por la ciudad.

-          ¿Sabes a donde me gustaría ir? A los pinares. Hay una vista preciosa de la ciudad.

-          Pues vamos hacia allí.

Durante el camino me explicó que quería dedicarse a la costura, pero a lo grande, a la “alta costura” y por eso quería trabajar con mi tía, que le habían dicho que era muy buena modista y mejor maestra.

-          Yo no quiero acabar como mi hermana, me dijo.

-          No me acabo de creer lo que me has dicho de tu hermana.

-          Pues si, es puta, pero de las baratas, metida en un bar de putas y follando por cuatro perras.

Le dije que lo sentía mucho, que todavía no me lo acababa de creer. Llegamos a la parte superior del pinar. Pare el motor y nos quedamos contemplando la ciudad. Inevitablemente, teníamos que hablar de nuestros recuerdos.

-          ¿Te acuerdas de cuando éramos chavales?, me dijo.

-          Claro, lo pasábamos muy bien jugando.

-          Sobre todo, jugando a ciertas cosas, dijo Mariluz.

-          Tienes buena memoria.

-          ¿Recuerdas el susto que nos llevamos aquel día?

-          ¿Qué día?

-          No disimules, el día de la paja. El día que te corriste.

-          Si que nos asustamos, si. Era la primera eyaculación que tuve… y todo, gracias a ti, añadí, con retintín.

-          Ya lo se, ya lo se, es verdad, te masturbé, te hice una paja.

-          ¿Y de las demás, no te acuerdas?

-          Si que me acuerdo, y de más cosas.

-          ¿Cómo cuando hacíamos como que follábamos?

-          Si, pero siempre con la braga puesta.

-          Lo dejamos de hacer por culpa de aquellos curas que nos metieron tanto miedo.

-          Es verdad, me acojonaron. Creí que me moriría por lo que habíamos hecho. Tardé en superarlo.

No estaba yo muy seguro que ella aceptase si le hacía alguna proposición, digamos, libidinosa. Pero no hizo falta.

-          ¿Quieres que te haga una paja como aquella vez?

-          Por mí, encantado.

Sentados dentro del coche, me baje el pantalón y el calzoncillo. Me la empezó a menear suavemente. La tenía totalmente dura, subía y bajaba la mano de ella acompañando el pellejo de mi miembro. El glande aparecía y desaparecía rítmicamente.

-          Ahora si que la tienes grande, no como entonces, dijo Mariluz. Ahora, añadió, tardarás más en correrte, supongo.

-          Con lo bien que me lo haces, no creo que tarde mucho. Espera, que saco papel higiénico que llevo en la guantera.

Saqué el papel, ella siguió dándole hasta que me vino la gran corrida. Una eyaculación enorme, que ella recogió con el papel higiénico.

-          No se me ha olvidado ¿eh?

-          Ven, le dije, te mereces un premio.

Me la acerque y le di un gran beso en la boca, que ella correspondió metiéndome toda la lengua dentro. Estuvimos mucho tiempo sobándonos, metiéndonos mano por todos los sitios. Me atreví a preguntarle.

-          ¿Has follado alguna vez dentro de un coche?

No dijo ni si ni no, simplemente contestó

-          ¿Te apetece que lo hagamos?

-          Si te apetece a ti también, si.

-          Si, vamos a hacerlo, ya veo que la tienes dura otra vez, dijo poniéndome la mano encima de la polla.

Se quitó la falda y la braga, yo el pantalón y el calzoncillo, pero antes de nada, preguntó si llevaba condones. Saqué uno de la guantera. Abatí del todo los asientos. Ella se tumbó.

-          Qué dura la tienes, dijo cuando la empecé a penetrar.

Al segundo o tercer movimiento de mete y saca, se me ocurrió decirle:

-          ¡Ay, mamita mía, ¿te hago mal?

-          ¡Si!, me contestó riéndose

-          Pues aún te la meto más

-          ¡Todavía te acuerdas!. Lo dijo, no como pregunta, sino como admiración.

-          Nunca lo he podido olvidar.

-          Lo haces muy bien. Me estás dando mucho gusto.

Lentamente fuimos follando hasta que nuestros corazones empezaron a latir más deprisa.

-          Me voy a correr, me voy a correr, que gusto, sigue, sigue.

-          Aguanta un poco, ya verás que bien.

-          Que no, que no aguanto más, ayyyyy, ya, ya me viene, ya.

Retorcía todo su cuerpo, apretaba todo su cuerpo contra mí, especialmente la zona púbica.

-          Me corro, me corro ay, ay, …. Ya está, ya he llegado.

-          Yo también.

-          Mira como me late el corazón

Le puse la mano en el pecho izquierdo y ella me la puso a mí.

-          Vaya polvo que nos hemos echado.

-          Ha sido fantástico.

Finalmente la llevé a su casa, con la esperanza de volver a hacerlo nuevamente, y así fue. Incluso volvimos al mismo sitio, porque resultó ser muy discreto y tranquilo. Y así dos o tres días más. Hablábamos de otras cosas. Yo le dije que ya había aprobado todo, que ya era Perito Industrial, que ahora tendría que buscar trabajo y hacer el proyecto de fin de carrera. Ella dijo que quería aprender mucho de mi tía, que montaría un taller de alta costura, y me repitió otra vez, que no quería acabar como su hermana.

No todos los días salíamos, y algunos que salimos, no llegamos a hacer nada de sexo.

-          ¿Sabes que aún tenemos la “casilla” en Santa Casilda”?, me dijo otro día.

-          ¿No la vendió tu madre?

-          No, compramos el piso en la ciudad, pero no vendimos la casilla. Está algo desordenada, pero bastante bien. Si quieres podemos ir un día.

-          Si quieres tú vamos ahora. ¿todavía habrá electricidad y todo eso?

-          Si, si, está bien. Por mí vale, vamos. Tenemos hasta cama. Lo digo por si te interesa saberlo.

-          ¿Y la alfombra, aún está?

-          ¡Joder macho!, que memoria. Claro que está. ¡Vamos ya! Que nos echaremos un polvo en la alfombra.

-          Y si hace falta, otro en la cama.

La casa estaba bastante limpia, para no vivir habitualmente. Me la enseñó. Nos quedamos desnudos.

-          ¡Venga, túmbate en la alfombra!, le dije y añadí, aunque si quieres podemos hacerlo en el cobertizo.

-          No puedo creer que te acuerdes con tanto detalle.

-          Algunas cosas las recuerdo perfectamente, otras las tengo algo borrosas.

-          A mí me pasa algo parecido, dijo tumbándose en la alfombra.

-          ¿Lo hacemos como aquella vez?

-          No podemos, faltan Toñín y Marta.

-          Bueno, todo lo demás, igual ¿eh?

Empezamos a follar, repetí lo de “mamita mía”. Nos reíamos los dos, de tal forma que tardamos mucho más tiempo de lo habitual en terminar el polvo.

-          ¡Qué gusto que me has dado! Me la has metido como a mí me gusta.

-          A propósito, siempre he tenido una duda de aquella vez, ¿de verdad te metí la colilla?

-          No, hombre, como me la ibas a meter.

-          Pero luego, veníais las dos a preguntarme que a quien se la había metido más.

-          Era solo para asustarte a ti.

-          Pues yo creo que a Marta si que se la metí.

-          Que no, hombre, que no. ¿Como iba a entrar? Además tanto Marta como yo perdimos la virginidad casi a la vez. ¿Qué te creías que nos desvirgasteis aquél día?

-          No, eso no, pero…

-          Además, cuando lo de las pajas y todo aquello, yo estaba virgen y lo estuve hasta casi los dieciséis años ¿A que no sabes con quien me desvirgué?

-          No me interesa saberlo.

-          Me da igual, me desvirgué con Toñín, ¿te acuerdas de él?

-          ¡No me jodas! ¿Con Toñin?

-          Sí, si, con Toñin. También jugaba con él cuanto tú te fuiste. Un día, vino con un condón, me lo enseñó, y solo me dijo ¿”sabes que es esto?”, “Claro que lo se, es un condón”.  Pero fui yo la que le dijo que lo podíamos usar. Dicho y hecho. Lo hicimos en el cobertizo.

-          ¿Y qué tal te fue?

-          Bien, no era para tanto el miedo que nos metían.

-          ¿Y Toñin?

-          Toñin era un cabrón. Lo hicimos varias veces más, pero un día, va y me dice que también se había follado a mi hermana. Le pegué una hostia que le dejé los dedos marcados en la cara.

Con estas conversaciones, la llevé a su casa. En el camino me preguntó si me gustaba estar con ella, yo le dije la verdad, que me gustaba muchísimo.

-          Si quieres nos podemos venir el domingo aquí, y pasamos todo el día.

-          ¿Todo el día follando?

-          Lo que tú quieras. Yo traeré bocadillos para comer, tú trae algo para beber.

Así lo hicimos. Fuimos a la “casilla”. Por lo menos nos echamos cuatro o cinco polvos, pero en vez de los bocadillos, la invité a comer a un restaurante cercano. Fue un día extraordinario. Era muy buena folladora. No le quise preguntar por su vida, aunque de todas formas ella me la contaba. En el restaurante parece que manteníamos una conversación más seria, sobre planes de futuro, pero todavía no me había hecho una pregunta que yo esperaba, pese a los días que llevábamos acostándonos

-          ¿Tienes novia?, pregunto finalmente.

-          No. ¿Y tú, tienes novio?

-          Si… bueno no.

-          ¿En que quedamos, tienes o no tienes novio?

-          Estaba saliendo con un chico, pero ya no salgo, no me gustaba, solo iba a lo suyo.

-          ¿Y qué es ir a lo suyo?

-          Pues que va a ser, a lo suyo, al tacataca, al  folleteo.

-          ¿Cómo yo?

-          Contigo no es lo mismo, tú eres diferente. ¿Es verdad que no tienes novia? Seguro que antes has tenido más de una. Yo he tenido varios novios.

-          No, de verdad. Es que en el fondo soy muy tímido.

De regreso a la casilla, volvimos a lo nuestro. Lo hicimos de todas las formas y posturas.

Al anochecer, la llevé a su casa, nos despedimos hasta el día siguiente, y reanudamos la cosa.

Así estuvimos como seis meses. Pese a que yo no le preguntaba nada sobre su vida íntima, ella siempre me quería contar cosas, le rogaba que no lo hiciera, pero como si no.

-          Tuve un novio que tenía eyaculación precoz.

-          Y a mí que me importa.

-          Lo digo porque tú eres diferente, Tú aguantas mucho. Se nota que has tenido buena maestra.

-          Estas cosas se aprenden solas.

-          Seguro que te ha enseñado tu tía Carmina.

Esto si que era asombroso. Era cierto fue mi tía la que me inició en el sexo, pero no creo que se le hubiese ocurrido decir algo al respecto.

-          Te has quedado mudo.

-          Es que es mentira.

-          ¡Anda ya!, si se nota que lo habéis hecho a menudo. No hace falta decir nada. Menuda psicóloga soy yo para esto. ¿Es verdad o no, que te ha enseñado a follar?

-          Si, me rindo. Ella me enseñó a follar.

-          Pues has aprendido muy bien. Por cierto, vete despidiendo de follar con ella.

-          ¿Por qué?

-          Porque se ha echado novio.

¡Caramba con Mariluz! No solo lo había adivinado, sino que me anuncia que se me iba a acabar el chollo de hacerlo con mi tía. Y era verdad, desde hacía un par de meses, apenas lo hicimos. Solo cuando yo se lo insinuaba, no como antes que era ella la que normalmente lo pedía.

-          ¿Tu tía te la chupaba?, me preguntó un día.

-          No, mi tía no me la chupaba.

-          ¿Ni te hacía cositas? ¿No te la chupaba?

-          No, no me la chupaba

-          Pues ahora te la voy a chupar yo.

Dicho y hecho, me la cogió me la meneó un poquito, y sin haberse puesto dura del todo, se la metió en la boca. Al principio solo se metió el capullo y me pasaba la lengua alrededor del glande, pero cuando se puso dura del todo, se la tragó toda y movía la cabeza metiéndosela y sacándola de la boca.

-          Me voy a correr, dije.

-          Vale, córrete.

Se la sacó, me cogió la polla y todo el semen cayó en sus manos.

-          ¿Te acuerdas de aquella vez?, me preguntó

-          Si, ya lo creo, pero de lo que más me acuerdo de cuando hacíamos como que follábamos, cuando tú te quedabas solo con la braga.

-          Si quieres lo hacemos otro día.

Lo hicimos al día siguiente. Ella solo con la braga, yo en pelotas. Me puse encima de ella y empecé el movimiento. No pude contenerme y me corrí encima de su braga. No se molestó, ni me lo echó en cara.

-          Me voy a lavar un poco la braga, dijo mientras se la quitaba.

Pero todo se acaba, aunque para decir verdad, ya me cansaba un poco de Mariluz.

Me salió un trabajo muy interesante como Perito Industrial en Barcelona y allí me fui, casi a la vez que ella dejó de trabajar para mi tía.

Nos volvimos a ver ya en la madurez, aproximadamente, cuando teníamos unos cuarenta y cinco años.

MADUREZ

A los cuarenta y cinco años, yo ya no estaba en Barcelona, sino en Madrid. En Barcelona seguí estudiando y me hice Ingeniero Superior. La empresa donde trabajaba fue absorbida por una gran multinacional y yo acabé como alto ejecutivo en la misma.

Un día se celebraba una convención de grandes clientes en un lujoso hotel de Madrid. Yo había leído una ponencia sobre nuevas tecnologías y esperando la hora de la comida, estaba en la barra del bar tomándome una cerveza.

Ví entrar a una señora imponente, elegantemente vestida y cubierta con un abrigo de visón, pero no le di ninguna importancia, porque no desentonaba con el entorno. Mi sorpresa fue enorme, cuando se acercó a mí casi gritando.

-          ¡¡Aurelio!!

-          ¡Caramba, si eres Mariluz! ¿Qué tal, como te va, qué haces por aquí? Cuantos años sin vernos.

-          Muchos, muchos, y tú, ¿qué haces aquí?

Bueno, pues nos dimos una somera explicación de que hacíamos allí los dos, aunque yo al principio no entendí muy bien el porqué de su presencia en ese lujoso hotel. No obstante, algo sospeché cuando me preguntó si conocía a Don Arturo.

Arturo era un compañero del departamento de relaciones públicas, del que se decía que era el encargado de proporcionar mujeres a los grandes clientes y a algún funcionario importante, con cargo a la empresa, naturalmente.

Comimos juntos y nos contamos nuestras peripecias en la vida. La mía era corta, pero ella, como siempre, se empeñaba en contarme toda su vida hasta con lujo de detalles.

Su madre había muerto víctima de un accidente, al caerle encima material en una obra cuando ella, casualmente pasaba por debajo. Les indemnizaron a ella y a su hermana con una cantidad sustanciosa. Vendieron el piso y la “casilla” ambas vinieron juntas a Madrid. Tuvieron suerte al comprar un apartamento. Montaron un taller de alta costura en las proximidades dela GranVía.

-          Asi, que finalmente, te has dedicado a la alta costura, como decías cuando trabajabas con mi tía.

-          Si, y además mi hermana me ayuda en el negocio. Por fin la saqué de donde estaba.

-          ¿Y qué tal te va el negocio?

-          Muy bien, muy bien, ganamos mucho dinero. Tenemos muy buena clientela. Si quieres venir te enseñaré el taller. No está muy lejos de aquí. ¿Tienes algo que hacer esta tarde?

-          No, yo ya he acabado aquí por hoy.

Hago un inciso para decir que el tal Don Arturo, cuando me vio con ella, me saludó de forma un poco sarcástica y preguntó si nos conocíamos.

-          Desde niños, contestamos casi al unísono, fuimos juntos a la escuela y vivíamos en el mismo barrio.

Parece que no se lo creía, incluso, en un aparte,  me dijo que “Doña Mariluz tiene muy buen género, si te interesa te lo puedo proporcionar yo a cargo de la empresa”.

O sea, que lo de la “alta costura” era una tapadera. Pero accedí a que me enseñara el taller, que ya me adelantó que era un tanto especial.

Estaba en un edificio medianamente lujoso. En el portal, había un letrero: “MARILUZ Alta Costura”. Al entrar en el piso, a la derecha había un salón que recordaba ligeramente un taller de modista. Allí estaba su hermana, que por cierto estaba muy guapa, se ve que se cuidaba, tanto o más que Mariluz.

-          Mira a quien me he encontrado, le dijo a su hermana ¿Te acuerdas de él?

-          Me parece que no… o sí, calla, ¡es Aurelio!

Junto a su hermana había dos señoritas muy jóvenes, guapísimas y solamente un poco maquilladas. No cabía ya ninguna duda.

-          ¿Te sorprende el taller de “alta costura”?

-          No, ya me imaginaba algo parecido, cuando me dijiste que era algo especial. También Arturo me dijo algo.

-          Pues si, cuando me pide alguna chica para vuestros “grandes clientes” se la facilito.

-          O sea, que tienes montada una casa de putas.

-          No, esto es un negocio como otro cualquiera. Un negocio necesario, por cierto. Siempre han existido y seguirán existiendo.

-          Bien, bien.

-          ¿Te gustaría ver el piso?

No me dejó ni contestar. Me llevó a una habitación, que llamaba “la suite”. Bastante elegantemente amueblada, muy bonita, con una decoración que invitaba al sexo. Al lado había otra más pequeña. Me habló de los clientes que tenía. Era gente de mucho dinero. Hombres que no se atrevían a hacer con sus mujeres lo que de verdad les gustaba hacer.

-          No te creas que son muy exigentes. La mayoría se conforman con una felación y un polvo. Los mejores son los que no preguntan por el precio, que es algo alto.

-          Pero tú ¿follas con ellos?

-          No, yo ahora solo lo hago con quien me apetece. La gente viene por las chicas, que son muy jóvenes, la mayor tiene veintiocho años. Espera un momento que voy a preguntarle una cosa a mi hermana.

Cuando volvió, me dijo que podíamos quedarnos en la suite, que todas las chicas tenían clientes de hotel, precisamente en el que estábamos por la mañana.

-          Estarás pensando que soy puta.

-          Hombre…

-          No, no soy puta. Puta es la que no tiene más remedio que hacerlo con cualquiera que se lo propone. Yo no. Si follo, no es por dinero, que ya tengo bastante con lo que tengo.

-          Ya, ya, pero…

-          No hay pero que valga. Por cierto, ¿te acuerdas de cuando éramos niños?

-          Claro que me acuerdo, eso no se puede olvidar.

-          ¿Y de cuando estuvimos aquella temporada follando, después de que salí del Reformatorio?

-          Como me voy a olvidar. Es inolvidable.

-          Creo que entonces me enamoré algo de ti. ¿Te conté cosas del Reformatorio?

-          No, no me interesan.

-          Pues te voy al contar algo. Había unas monjas que nos hichaban a hostias, siempre nos vigilaban sobre todo cuando íbamos al baño. Yo creo que vigilaban a ver si nos masturbábamos. Pero había una chica algo mayor que nos hacía pajas a las demás.

-          ¡No jodas!, ¿que os hacía pajas?

-          Si, si pajas. La primera vez que se me acercó y se me insinuó, no le dije nada, aunque sabía lo que quería. Me dijo que me quería ver una cosa, me metió la mano debajo de la braga y me metió dos dedos. “Contigo si que se puede”, así que empezó a masturbarme.

-          ¿Qué te miró, si estabas virgen?

-          Claro, ya sabes que me habían desvirgado. Me hubiera gustado desvirgarme contigo. Una vez a una compañera le dieron varios días de permiso para ir al entierro de su padre. Volvió muy contenta, presumiendo de que había follado cinco veces con un primo suyo y que las cinco veces se había corrido.

-          Hay recuerdos que no se olvidan nunca, ¿verdad Mariluz?

-          Yo me he acordado muchas veces de aquellos tiempos. ¿Quieres que te haga una paja?, dijo riéndose.

-          Me gustaría.

-          Mejor nos echamos un polvo ¿no me rechazarás verdad?

-          No, pero no esperes que sea como los de cuando éramos jóvenes.

Nos echamos el polvo. No fue como de cuando éramos jóvenes: fue mejor, teníamos experiencia, y ella profesionalidad. Adivinaba cada intención o movimiento mío y se ponía en la posición adecuada para darme más gusto. Estuvimos follando mucho rato.

-          Gracias Aurelio, necesitaba tener un orgasmo así.

-          Pero, ¿de verdad no follas con tus clientes?

-          Hombre la verdad es que con algunos si, pero son muy excepcionales. ¿Te creerás que una vez vino un obispo?

-          No me lo creo.

-          Pues, si, un obispo, con su sotana y su faja colorada y gorrito.

-          Sería alguien disfrazado.

-          Que no, que un día lo vi confesando en la catedral.

-          ¿No te confesarías con él?

-          Estuve por hacerlo, pero no me atreví. Creo que no era obispo, sino un monseñor, o un canónigo o algo parecido.

-          ¿Y follaste con él?

-          Si, es que me daba mucho morbo. Sobre todo vestido de obispo. Cuando se desnudaba me ponía cachonda, debe ser como cuando los hombres ven desnudarse a una mujer.

-          ¿Y qué tal te fue?

-          Normal. El hombre se conformó con un pequeña chupada y otra pequeña follada. Cuando me pagó me dijo: “¡Ay, hija mía, que caro que me resulta esto”.

-          Y tu hermana, ¿qué tal?

-          Cuando nos vinimos aquí dejó de ser puta barata. Ella si que follaba por dinero, pero aquí siempre ha tenido una clientela muy selecta. Ahora solo hace como yo, folla por capricho, sobre todo con el comisario.

-          ¿Qué comisario?

-          Uno que nos protege cuando es necesario y nos debe algún favor. Se quedó viudo y parece que ha encaprichado de mi hermana, dice que cuando se jubile se irá a vivir con ella.

-          ¿Y qué favores te debe?

-          Pues por ejemplo cuando su esposa estaba enferma le dejé un chalet que tengo en la sierra para que pasara una temporada.

-          ¿Tienes un chalet en la sierra?

-          Si, es de mi hermana y mío. Lo arrendamos generalmente para fines de semanas o días sueltos. Viene gente conocida, quiero decir famosillos y famosillas con sus ligues. Pagan muy bien. Con un fin de semana que lo alquile pago la hipoteca y los gastos. Es muy discreto.

-          ¿Y no tienes problemas?

-          Me lo cuida la mujer del sargento dela GuardiaCivil.Cuando va a ir alguien la llamó y lo deja todo arreglado y limpio. La tengo asalariada, poco trabajo, pero cotizando ala SeguridadSocial, que es lo que le preocupaba a ella, poder jubilarse decentemente.

-          ¡Joder, Mariluz!, eres una empresaria como la copa de un pino.

Nos despedimos, pero varios días después se me presentó en mi despacho.

-          ¿Cómo te han dejado entrar?

-          Soy proveedora vuestra, ¿no te acuerdas? Ya te lo dijo don Arturo.

-          Es que no te esperaba por aquí.

-          Vengo a invitarte. ¿Quieres venir este fin de semana conmigo al chalet de la sierra?

-          Pues no se que decirte.

-          Mira, no es solo que nos echemos unos polvos, es que me gustaría que vinieses, para hablar de aquellos tiempos.

Accedí. Recorrimos los alrededores, que eran preciosos, la invité a comer y cenar a buenos restaurantes. No me dejaba pagar, así que finalmente yo pagaba la comida y ella la cena. También es verdad que nos echamos unos polvos fantásticos.

-          Tú y yo nos podíamos casar. Yo un tiempo estuve enamorada de ti, aunque no te lo creas.

-          No creo que sea una buena idea.

-          Ahora, no, pero como mi hermana, cuando te jubiles.

-          Bueno, entonces ya veremos.

EPÍLOGO

Varias veces volvimos a vernos, incluso en mi casa. Follábamos y lo pasábamos bien, pero nada más. Ahora que ya estoy jubilado, no me hace falta recurrir a ella, en primer lugar porque ya no vivo en Madrid, y en segundo que mi actual compañera, Elvira es mi auténtico amor.