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Erotismo y morbo

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En un reciente y desafortunado comentario a un relato de Maliciadivina, llegué a decirle que le fallaba la cultura mínima para escribir bien. Sin duda, fue un comentario hiriente, y le pido perdón públicamente. Alguien a quien admiro mucho, escribió que “todo puede decirse con agrado, y sería un extraño error creer que la brutalidad es la única forma de franqueza”. Estoy de acuerdo con él, pero, lamentablemente, yo no sé hacerlo de otro modo. Parece como si, ya no la politesse, sino la mínima corrección política y yo fuéramos incompatibles. Sólo puedo decir que lo siento.

Pero no escribo esto sólo para pedir perdón a Maliciadivina (eso lo hubiera hecho, mejor, privadamente) sino para tratar de explicar lo que no supe hacer en mi comentario, y que no se refiere sólo a ella, sino a la mayoría de autores:

La herramienta de un narrador es su idioma. Gracias a él, los demás podemos entender su mensaje (o deberíamos poder hacerlo). Ese es el asunto: Si uno no conoce ni sabe usar su instrumental ¿cómo va a ser capaz de transmitir nada? ¿Alguien pondría su vida, o la de alguien que aprecie, en manos de un cirujano que conociera y manejara su instrumental con la ignorancia y torpeza con la que la inmensa mayoría de autores de esta página manejan el suyo (nuestro idioma, su léxico, ortografía, sintaxis, puntuación…)? Yo, no.

Pertenezco a una generación que, a los 9 años (sí, a los nueve años, no es errata) debía pasar un examen de ingreso al bachillerato y saber escribir al dictado sin ninguna falta de ortografía. Ahora, hace mucho tiempo que las faltas de ortografía no bajan nota en el acceso a la Universidad. En bachiller elemental, nos aburríamos de reordenar frases: sujeto, verbo, complemento directo, indirecto, circunstancial, oración principal, subordinada, etc., incluida la famosa “En una de fregar cayó caldera”. ¿Alguien la conoce hoy día? ¿Sabe ordenarla?

Aprendíamos muchas cosas de memoria (¡qué crimen más horrendo…!), aunque no supiéramos bien para qué. Alguien dijo que cultura es lo que queda cuando olvidas lo que has aprendido. Pero para olvidarlo, primero tienes que aprenderlo. Y gracias a la caterva de sedicentes pedagogos que desde hace décadas se empecinan en “mejorar” plan de estudios tras plan de estudios, las generaciones posteriores a la mía, cada vez tienen menos cosas que olvidar.

No sé qué coño es un sintagma ni un morfema, y espero morirme sin averiguarlo (seguro que son cosas muy feas); confieso que acentúo las palabras que lo requieren, no las tildo (tildo de gilipollas a los que complican innecesariamente las cosas), pero me precio de saber escribir correctamente, distinguir entre que y qué, como y cómo, etc. Y me da mucha rabia sentirme, cada vez más, una especie en extinción.

Pero saber escribir y saber narrar son cosas muy distintas. Para saber escribir bien, basta con conocer las normas y aplicarlas. Para saber narrar, hay que tener talento. Y yo no lo tengo. Hace tiempo publiqué un relato, terrible, de temática bisexual-filial. Un sufrido lector, que sí sabía decir las cosas con agrado, me comentó algo así como: “Lo he leído varias veces, ¡y creo que lo he entendido!”. Lo borré.

No niego que, en el fondo, me fastidie que gente que no sabe escribir, sepa narrar; cuando yo, que sí se escribir, no soy capaz de hacerlo. Pero sólo muy en el fondo; lo que más rabia me da es que gente que tiene talento para narrar, escriba bodrios que resulta penoso leer, cuando, si se molestaran un poco en aprender lo que deberían haberle enseñado en la escuela, podrían ser realmente buenos.

Cumpliendo con el antiguo dicho: “Los que saben, hacen; los que no saben, enseñan”, me voy a permitir dar algún consejo a los que tienen talento, para que saquen más partido de él.

En otra parte he escrito que la descripción de lo trivial es siempre trivial. La descripción del sexo trivial siempre será aburrida, repetitiva, tediosa y banal. Prescindible, en suma. Si eso es lo único que vas a contar, ahórrate el esfuerzo.

Lo que hace que un relato de sexo no sea tedioso, es el morbo, que se produce siempre por el contraste entre lo que ocurre y lo que debería ocurrir. Es decir, que en teoría (y por la razón que sea), no debería estar pasando lo que sí está pasando. No es tanto lo que hacen, como las circunstancias (personales, de lugar, éticas, etc.) que envuelven los actos, las que marcan la diferencia entre lo banal y lo interesante.

Por eso los relatos filiales tienen tanto éxito: el tabú del incesto asegura el morbo. Por eso, sin necesidad de tener tendencias incestuosas, muchos disfrutamos con ellos.

Otro tipo de relatos que garantizan el morbo son los de sexo adolescente, cuando el sexo todavía no es algo trivial, banal, un derecho del individuo, sino algo mágico y misterioso, temido y deseado, fuente de incoherencias y contradicciones, siempre bordeando del ridículo, sin saber muy bien a qué lado estás. No hablo de relatos de sexo entre un mayor y un menor, sino de sexo entre adolescentes; pero por desgracia, una ola pseudomoralizante hace que esos relatos sean, cada vez más, acusados de promover la pedofilia, y censurados por ello. ¡Qué le vamos a hacer!

Si no me equivoco, la media normal de un pene es, en occidente, de 14,5 cm (en oriente, menos). Por las pelis porno, todos sabemos que los hay mucho mayores, lo que significa que también los habrá mucho menores… ¿Es imprescindible tener como mínimo 17-18 cm (o en su defecto, el grosor de un tubo de escape) para poder protagonizar un relato erótico? ¿No será más importante lo que se hace con él? Afortunadamente, mis medidas son las de la inmensa mayoría y, sin embargo, me resulta difícil identificarme con la inmensa mayoría de los protagonistas. A veces, incluso, me siento insultado por ellos.

Si el 80% de las terminaciones nerviosas de la vagina (los receptores del placer, vaya) se concentran en el primer tercio de la misma, lo que deja sólo el 20% restante para el doble de recorrido, ¿qué ventaja real tienen los penes grandes? De acuerdo que el sexo es, sobre todo, cuestión de coco, pero no tan contra la evidencia científica, digo yo…

Además, en mis tiempos se contaba el chiste de los dos amigos recién casados que se encuentran en el bar a la mañana siguiente de la boda, y uno dice:

- Pues yo, anoche, tres…

Y el otro le responde:

- Pues yo, uno sólo. Pero, ¡eso sí!, bien echado…

Si la tienes normalita y eres de uno sólo (procuras que bien echado) ya que el segundo es la excepción de las excepciones, porque te cuesta un montón recuperarte (cada día más, a mis años), ¿estás condenado a no poder sentirte nunca identificado con el prota de ningún relato erótico?

Desde siempre, he sido muy de “next door girl”, de chicas normales, sin ojos verdes ni medidas de modelo. Me encantan las femmes fatales con fragancia de Nenuco (en España, la colonia infantil por antonomasia), voluptuosas e inseguras, pudorosas e impúdicas, que descolocan siempre al “machito” de turno, llevándolo a comportarse como no quería. Y estoy convencido de que el auténtico morbo se da más en los cuartos de estar, con batines y pantuflas, que en las discotecas. Pero hay que saberlo contar.

Y escribirlo bien.

P.S.

Sin ser en absoluto xenófobo, no suelo leer los relatos latinomericanos (aunque los hay maravillosamente escritos), porque me descolocan mucho las bombachas, brassieres, conchas, colas y demás localismos, lo mismo que supongo que a ellos les chocará oír hablar de bragas, sujetadores, coños y culos. Lo siento, pero es así. Me cuesta menos “meterme” en un relato erótico en inglés, que en uno latinoamericano. Por eso me siento un poco estafado cuando, en relatos de muchos autores supuestamente españoles, encuentro palabras y construcciones que revelan claramente que sus autores no lo son. ¿Por qué lo hacen? ¿Complejo de inferioridad ante la “Madre Patria”? De verdad que lo encuentro ridículo. Parece que se avergonzaran de su país.