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Fausto

en Zoofilia

Tengo un secreto.

Normalmente no oculto mis inmoralidades, pero vamos, que esto se sale un poco de lo que estaba acostumbrada. Pero necesito contárselo a alguien porque me está volviendo loca.

Hace poco más de ocho meses dejaba que el Mastin Napolitano de mi hermano me lamiera el coño cada vez que él me lo dejaba para cuidarle. Me gustó tanto que una vez dejé que me la clavara por detrás. Fue fantástico, y ahora no puedo parar.

Mi hermano se ha mudado al extranjero y me ha regalado a Fausto, por lo que el vicio jamás para. Siempre lo hacemos en casa, a la hora de la siesta y por las noches, dos o hasta tres veces si mi cuerpo lo resiste. Fausto es un semental y me deja bien llenita.

Ahora quiero probar algo nuevo. Me ha comenzado a aburrir la rutina. No me malinterpreten, mi amante canino me deja complacida, pero yo necesito más morbo.

Henos aquí ahora, caminando a media tarde por el parque. Uso la excusa de salir a pasear a Fausto, mientras busco un buen ladito escondido de todo mundo. En una zona apartada hay unos matorrales, la grama está un poco alta pero no me importa.

 

—Ven, bonito—digo a mi perro guiándolo hasta allá. Por fortuna él es bastante obediente conmigo pese a no ser yo su dueña original; creo que entre nosotros se ha creado un vínculo, además del evidente.

Me siento en la hierba mojada, hace no mucho llovió. Mis pantaloncitos deportivos se mojan al igual que mis bragas, no me importa en lo absoluto. Llamo la atención de Fausto y le hago morisquetas mientras le acaricio detrás de las orejas, como le gusta. Doy piquitos a su hocico y él de vez en cuando saca su lengua y lame mis labios. Bajo las manos y rozo su polla, aún envuelta. Aprieto un poco mientras lamo ahora su nariz, ahora que ve mi lengua fuera, se dedica a lamerla un rato. La sensación me excita. Fausto ahora lame el sudor de mi frente, mejillas y cuello. Suelto un suspiro gustosa.

Siento la rosa polla salir y endurecerse poco a poco. Se está excitando.

Me dejo caer hacia atrás y abro las piernas. Los pantaloncitos son cortos y holgados, por lo que a Fausto se le hace fácil escabullir su hocico entre ellos y olisquear mis braguitas. La cálida respiración me hace estremecer. Estoy humedeciéndome, y no precisamente por la grama bajo mi cuerpo.

Me bajo un poco la prenda, sacando una pierna, quedando en bragas. Me pongo bocabajo y alzo un poco el culito. Fausto suelta soniditos ansiosos mientras lame mi coño por encima de la tela. Cierro los ojos y disfruto poco a poco. Recuerdo en donde estoy: en una zona desierta del parque, pero no por eso no puede aparecer alguien en cualquier momento.

Siseo al sentir sus patas sobre mi coño, raspando un poco con sus uñas; las bragas le obstaculizan a mi mascota llegar a lo que realmente desea. Me las corro a un lado y él se lanza a devorarme el coño. Ahogo un grito mordiéndome los labios, los pezones se sienten duros por debajo del sujetador. Fausto lame con avidez y yo estoy a punto de correrme.

Él se aleja entonces y siento sus pesadas patas sobre mi espalda, el movimiento entusiasta de su pelvis hace a su polla chocar contra mis genitales. Me tomo un momento disfrutando la sensación antes de bajarme las bragas un poco y ayudarle a meter la polla.

—Anda, fóllame el coñito, bonito.

Suelto un grito involuntario al sentirlo dentro. Como es natural, Fausto no me deja respirar para acostumbrarme a su invasión, bombea todo lo que puede. Mi coño aprieta su gorda polla, la que llega a lugares que la de ningún hombre ha llegado jamás.

Oigo pasos lejanos, la sensación de pánico es nublada por el inmenso placer. Tengo que taparme la boca para evitar escapar mis potentes gemidos. Fausto me sigue clavando la polla mientras sus patas me tienen aprisionada contra la grama mojada que raspa mi mejilla. Ser encontrada en aquella indecorosa posición, siendo follada por un perro, no es precisamente lo que deseo. Pero que exista una remota posibilidad de ser descubierta me pone a mil, no lo niego.

Los pasos se han acercado un poco más. Escucho voces agudas. Dos chicas enfrascadas en su cháchara. Sobre mí Fausto suelta gruñidos excitados.

Este es el morbo que yo necesitaba.

Con aquel pensamiento, me vengo, apretando con fuerza la polla de mi perro y ahogando el grito con mi mano.

Fausto sigue ahí, mete y saca, mete y saca. La bola creciendo cada vez más, buscando insertárseme en el coño.

Es por esto que más me gusta hacerlo con un can. La sensación de sus jugos derramándoseme dentro del coño, escapándose de él y chorreándome por los muslos, ensuciando las bragas.

Me corro de solo sentirlo.

Inserta finalmente la bola y yo aprieto los párpados, duele un poco, pero vale la pena.

Sus buenos minutos pasamos así, él volteado hacia el otro lado, descargando su caliente leche en mí. Yo, pese a que no tener su peso sobre mí ya, sigo con el torso pegado al suelo, el culo siempre alzado, a la espera de desabotonarme.

Las chicas han seguido de largo.

Menos mal.