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Te gustará

en Amor filial

Su encuentro fue precipitado. Ella iba perdida por los pasillos de aquel instituto de dementes y chocó con ellos. Un chico y una chica, tan idénticos que fue una completa sorpresa cuando le confesaron que no eran gemelos, en realidad él le llevaba un año a ella. Liz y Leo.

Se vio arrastrada por ellos hacia su habitación, sin poner resistencia, eso sí. Prue era demasiado curiosa como para evitar tal oportunidad de conocer el cuarto donde ambos hermanos tan jodidamente interesantes convivían.

Había un montón de rumores sobre ellos, que si él era un sádico, que si ella era ninfómana, que si ambos mantenían una relación incestuosa. A Prue esto solo aumentaba su curiosidad, pese a no creer ni la mitad de los rumores.

Y ahora estaba allí, entre ambos. Las bragas abajo mientras Leo la masturbaba con dos de sus largos dedos por detrás. Liz se había acercado por delante y besado largo rato. Prue jamás le había interesado estar con mujeres, pero decir que el fogoso beso de aquella chica no la había puesto más caliente, era mentira.

«A nosotros solo nos gusta divertirnos», había dicho la hermana cuando aquel juego había comenzado.

Cuando el placer no dejó a Prue seguir correspondiendo al morreo con Liz, esta se dejó caer hacia atrás, mirándolos a ambos desde abajo. Se encontraba en bragas blancas, las que estaban mojadas por delante, naturalmente.

Leo se restregaba contra su culo. Su dura polla, que aún era cubierta por el jean, le rozaba y la ponía cachonda. Por lo mismo no pasó mucho tiempo antes de llevarse su buena corrida, soltando un agudo chillido y cayendo hacia adelante, con el culo al aire.

—No puedo más —jadeó, los orgasmos siempre la habían dejado ridículamente exhausta.  

Leo se sentó  en la cama con ambas piernas extendidas, los brazos hacia atrás. Fue entonces cuando Liz, riendo con su voz de niña, se incorporó y gateó hasta él. Prue atisbó a medias cuando desabrochó la bragueta de su hermano y sacó su polla, metiéndosela de inmediato a la boca.

Abrió los ojos consternada… Quizás sí era cierto aquel rumor de que ambos se perdían en mitad de la clase de educación física para tener sexo en las duchas.

La imagen de la hermana mamándosela a su hermano, el culo aún envuelto en las bragas, alzado hacia arriba, y ella haciendo movimientos de arriba y abajo con la cabeza, era excitante. Prue comenzaba a cogerle el gusto a aquella chica.

Por su lado Leo gruñía suavemente. Parecía estar teniendo la mamada de su vida. Una mano se había posado en la cabeza de su hermana y se mantenía allí, sin empujar ni nada. Sin embargo un minuto más tarde se incorporó un poco, la tomó con ambas manos, y comenzó a dirigir los movimientos. Liz soltaba pequeños gemiditos, Prue solo podía dedicarse a ver, pasando la lengua por sus labios resecos de vez en cuando.

Con un sonido gutural, Leo acabó. Quitó las manos de su cabeza y Liz se incorporó y se dejó caer hacia atrás, un hilillo de esperma escurriéndose por su boca.

Y Prue pensó que todo acababa allí, por lo que fue un verdadero shock, cuando Leo, igual o quizás más empalmado que antes, se ubicó entre sus piernas, rompió sus bragas y se la clavó sin misericordia alguna. Liz gritó, por lo que el jadeo horrorizado de Prue fue opacado.

Dos hermanos teniendo sexo. Era demasiado.

Leo hacía movimientos continuos. Hacía adelante y hacia atrás. Su mirada concentrada en el movimiento de los pequeños pechos de su hermana, esta a su vez, se agarraba de las sábanas con fuerza, los ojos fuertemente apretados. Era como si de un momento a otro, Prue no estuviera allí. Había desaparecido, solo eran ellos dos.

Cuando se dio cuenta, se estaba masturbando ella misma. Había algo en aquella morbosa imagen que le excitaba de sobremanera. Pensó, que probablemente solo ellos mismo podían satisfacerse completamente en el ámbito sexual. Posiblemente Liz sabía cómo había que mamársela exactamente a Leo para que él se muriera de placer, y Leo seguramente conocía de sobra el punto G de ella.

Prue se corrió y ellos todavía seguían en su faena. Adolorida, agotada y aún así, ganosa, gateó hasta ellos y se inclinó para besar a Liz. Admitía que le gustaba más besarla a ella que a Leo. Él era bueno con los dedos, y seguramente también con su gigante polla, pero es que la lengua de ella…

Le tocó los pechos desnudos, amasándoselos con fuerza. A Liz le gustaba violento, se había percatado de eso.

—Más—la escuchó gemir. No sabía sí pedía más fuerza contra sus tetas o contra su coño—. ¡Más! —quizás ambos.

Gritó cuando llegó al orgasmo. Segundos más tarde, Leo acabó por segunda vez esa noche, sacó su pene y lo que quedaba se su eyaculación se regó en el estómago de ella.

Ni si quiera se habían preocupado por usar condón.  

Prue se mordía los labios ante la imagen de Liz desfallecida, los ojos entornados por el placer y los brazos extendidos, a merced de quien sea.

—Límpiala—oyó la voz de Leo, hacía referencia al semen en su estómago.

Sumisa, Prue se inclinó y lengüeteó en círculos su pálida barriguita. El semen era ácido y un tanto amargo, pero la ponía. La ponía tanto que se acomodó de tal manera que su boca saboreó sus labios menores, bebiéndose el semen que chorreaba del coño de la hermana. Liz se retorció y bajó la mirada para observarla con cierto desconcierto. No obstante sonrió y arqueó la espalda, dejándose llevar por el placer.

De más está decir que Prue en su puta vida había hecho un cunnilingus. No lo hacía tan mal, sin embargo, quizás porque era mujer y hacía lo que le gustaría que le hicieran a ella.

Sintió la nalgada proporcionada por Leo y su presencia detrás de ella.

—¿Puedo cogerte por el culo?

—Umju—asintió, sin preocuparse en separarse del coño de Liz.

Con sus dedos empapados de sus propios jugos, Leo los metió despacio por su ano, acostumbrando la zona, aún así Prue sabía que le iba a doler. Disfrutaba mucho del sexo anal, pero siempre dolía. Siempre.

Minutos más tarde Leo se la clavó de lleno. Prue soltó un gritito, separándose un poco de Liz, quien ahora miraba concentrada a su hermano cogiéndosela por detrás. Prue también lo hizo, parecía que Leo estaba disfrutando. Poco a poco se acostumbró y comenzó a mover sus caderas. Su boca volvió a tener función y su lengua dibujó círculos dentro del coño de Liz. Enterraba uno de sus dedos mientras la otra mano se había perdido en su propia intimidad, autosatisfaciéndose.

Cristo, aquel hombre jamás se cansaba. Seguía bombeando al mismo ritmo su culo. En algún punto, Liz se había corrido y descansaba yaciendo perezosamente contra la almohada, mirándolos a ambos con unas sonrisita satisfecha.

Prue tuvo un par de orgasmos, y el culo le dolía un montón.

—Ya salte—refunfuñó a Leo.

—Quiero correrme en este agujero, cariño—se excusó él y bombeó con más fuerza. A esas alturas Prue estaba consciente de que no se podría sentar al día siguiente.

Leo se corrió—¡por fin! —y se dejó caer a un lado, satisfecho.

—¿Te ha gustado? —habló con voz pastosa.

—No más que a ti, seguro—soltó, sarcástica. Él rió.

No más anal por un buen tiempo.