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La última masturbación

en Autosatisfacción

Hace 2 meses que a Hernán le diagnosticaron una rara enfermedad en la próstata. Había sido operado de urgencia un sábado por la tarde y corría el riesgo de sufrir de una infección fulminante si eyaculaba una vez más hasta que los efectos de la operación se presentaran. Había recibido tratamiento hormonal para anular su desea sexual y salvarle la vida. Sin embargo, por descuido o por falta de ganas había dejado de tomar sus medicamentos hace un par de semanas.

Estaba harto de todo. Esas pastillas le hacían sentir menos hombre, deseaba terminar con su vida haciéndose una paja monumental o teniendo relaciones con cualquier chica que se le cruzara en su camino. Pero todos esos pensamientos se quedaban en su mente, porque en el fondo sabia que tenia que hacer lo correcto.

Después de la baja laboral regresó a la oficina, decidido a que su enfermedad no le gane la batalla. En su ausencia habían entrado a trabajar varias chicas guapas. Algunas de ellas tenían un aspecto digno de admiración.

A pesar de todo, Hernán se mantuvo firme. Al fin y al cabo, excitarse era el camino hacia su muerte. Todo iba bien hasta que conoció a Carla, una linda chica pelirroja de cabello largo hasta media espalda, ojos verdes preciosos y unos pechos abundantes sin llegar a excesivos. Carla era muy guapa, con una figura agraciada pero no llegaba a llamar mucho la atención, porque no solía vestirse de forma sexy, era muy conservadora en ese sentido.

Era mediados de septiembre pero el calor se sentía como en julio. Ese verano no dió tregua a nadie y prácticamente obligaba a la gente a permanecer en sus casas a salvo de los rayos que calentaban todo a su paso. En la oficina esa sensación de calor insoportable no era ajena.

Un día Carla sorprendió a todos en la oficina. Agobiada por el imperante calor, había decidido llevar aquel día una blusa blanca con un escote impresionante, que combinaba con una minifalda exageradamente corta y unos tacones altos. Verla caminar era un completo deleite para todos los chicos que resultaban hipnotizados cada vez que Carla pasaba. Una de las chicas de la oficina comento de forma no tan discreta, entre las compañeras que tenía más a mano que era la primera vez que Carla se vestía con prendas tan cortas. Era evidente que no sabia llevar ese tipo de ropa.

Se dibujó una mueca de espanto en la cara de Hernán cuando su jefe le pidió trabajar con Carla en una presentación que iba a requerir algo de tiempo en terminar. Aceptó de mala gana y se la presentó. ver a Carla en ese momento de pie frente a él le resultó embriagador. Estaba ahí, con su blusa blanca, que transparentaba levemente su esbelta figura y dejaba en evidencia la turgencia y la belleza de sus senos decorados con pecas por doquier. Estas casi eran visibles a

través de la blusa que parecía desaparecer por momentos para Hernán. Esos momentos tan breves para cualquiera pero eternos para él, sus ojos recorrieron cada centímetro del cuerpo de aquella chica que le condenaba a la muerte.

A continuación, miró sus labios carnosos con impresionante deseo, sus ganas de abalanzarse hacia ellos y devorarlos a besos hizo que una incipiente erección empezara a formarse en su entrepierna. Los ojos verdes de Carla le hipnotizaban. Sus vivos colores le invitaban al deseo y la lujuria. Aquel rostro era una imagen que difícilmente se podría quitar de la mente. Aquellos pensamientos eróticos y embriagantes desaparecieron instantáneamente cuando su jefe le indicó algo relacionado al trabajo que no pudo recordar luego.

Acordaron quedarse a trabajar por la tarde para afinar los detalles de la presentación. Inmediatamente después Hernán se dirigió al baño. Se metió a un baño y saco su pene completamente erecto hacia afuera. Estaba decidido a pajearse y quitarse esa excitación que sentía. En esos momentos deseó haberse tomado aquellos medicamentos... esos malditos medicamentos...

Se quedó con el pene en la mano mirándolo un rato largo. Estaba tan excitado que si hacia el menor movimiento la eyaculación sería inmediata. lentamente lo guardó en su sitio y salió a la calle, con la esperanza de quitarse la imagen de aquel rostro angelical de la cabeza. Aquella no fue una buena idea. Por donde levantara la vista habían mujeres con prendas diminutas. Se fijó en una chica que pasó cerca de la puerta principal de la oficina, era una rubia muy mona, con una camiseta sin mangas y un escote muy generoso. caminaba armoniosamente moviendo sus anchas caderas y sus piernas bien torneadas. El pantalón corto que llevaba no dejaba nada a la imaginación, era uno de esos que tienen los bajos como con tiras y dejaban al descubierto la parte baja de sus nalgas.

Cuando volvió la erección, decidió volver adentro. Estaba viviendo aquél día un verdadero infierno, se sentía atrapado entre tanta belleza, tenía unas ganas tremendas de pajearse. Las horas le parecían una eternidad y encima iba a trabajar muy cerca de Carla que había tenido la genial idea de ir aquél día vestida como una diosa.

Llegada la tarde temió lo peor. Durante la mañana pensó alguna escusa para no asistir a la reunión con Carla, pero su jefe había dicho que era urgente, por lo que no tenia ninguna oportunidad de huir de su destino. Llegó Carla donde se encontraba él y se sentó a su lado. ella empezó a hablar de cosas de trabajo, pero él no prestaba atención. No podía dejar de mirar su escote, el sujetador que llevaba era blanco con encajes y dejaba ver ligeramente parte de sus pezones rojizos. Aquella imagen le pareció su sentencia de muerte. Ella seguía hablando pero el solo registraba en su cerebro los movimientos relativos de sus pechos. Eran redondos y preciosos y pensó que iban a escapar del sujetador que parecía 2 tallas mas pequeña.

Cuando Carla fue a por unos papeles al escritorio de en frente, la luz que entraba por la ventana dejo al descubierto a través de su blusa, una cinturita muy fina que contrastaba claramente con el tamaño de sus pechos y el ancho de sus caderas. Su pelo parecía brillar, el movimiento de su caderas al andar le arrancó una sonrisa a Hernán que sin dejar de mirar su culo, colocó una mano en su entrepierna de forma inconsciente, con el claro propósito de darse placer.

Estaba tan excitado que le pidió disculpas y se retiró al baño. En lo que iba de tarde eran ya 3 veces que iba, pero daba igual cuantas veces fuera, la muerte pelirroja estaría ahí esperándole para llevarse su alma.

Cuando terminaron de conversar, Carla se retiró al escritorio de enfrente y se sentó mirando a Hernán para revisar la documentación de la presentación. En ese momento quedo demostrado lo que dijo aquella chica por la mañana acerca de Carla. Se había sentado con las piernas entreabiertas, seguramente acostumbrada a llevar siempre pantalones. Por momentos abría más las piernas dejando ver unas braguitas de encaje que llevaba. La mirada de Hernán se clavó fijamente en aquel encaje que traslucía un chocho carnoso y depilado. Ella parecía absorta en el trabajo porque no se daba cuenta de la cara de tremenda excitación que tenia Hernán al ver la entrepierna de esa mujer de rostro angelical.

Esa escena se mantuvo viva durante una media hora. Hernán empezó a sentirse mal, la cabeza le empezó a dar vueltas y le dolía. Fue al baño a mojarse la cara pero se sentía peor. Pronto se dio cuenta de lo que le pasaba. La imagen de la entrepierna al descubierto de Carla que había observado fijamente le había provocado primero una erección de campeonato y a continuación y sin necesidad de contacto alguno, una eyaculación muy abundante.

Lo encontraron al día siguiente tendido en el suelo frente a los lavados con el pene erecto en la mano. Se había hecho una ultima pajilla antes de morir. Su rostro mostraba una mueca de plena satisfacción.