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EL CLUB (2): Una sede multiusos

en Sexo Anal

EL CLUB

Capítulo segundo

UNA SEDE MULTIUSOS

Una vez que un club cuenta con un determinado número de miembros, el siguiente paso consiste en buscar una sede o local donde reunirse. En nuestro caso este tema cobró especial importancia porque, con las nuevas admisiones, yo no estaba dispuesta a ceder mi casa de forma continuada e irresponsable. Aunque no ocasionábamos escándalo suficiente que justificara una denuncia a la policía, no fueron pocas las quejas que recibí por parte de mis vecinos. Resultaba muy embarazoso que todos me señalaran con el dedo o hiciesen comentarios nada agradables sobre mí ―hasta entonces la convivencia con ellos había sido más que cordial―. Incluso, propusieron al administrador de la comunidad que hablase con el propietario de mi piso, para que no me renovase el contrato y con ello forzar mi marcha. Sus esperanzas de conseguirlo se disiparon al saber que pertenecía a mis padres, pero aquel hecho me hizo recapacitar. Sobre todo porque era consciente de que mis vecinos tenían hijos ―algunos de corta edad― y cabía la posibilidad de que sus dormitorios compartiesen tabiques con mi casa. Del mismo modo que yo podía escuchar lo que ocurría en casa de mis vecinos ―los tabiques hoy en día no son lo que eran antes― seguramente a ellos les pasaba lo mismo y no debía ser nada agradable. Decidí que era hora de cortar por lo sano y buscar otra solución. Aunque algunos amigos plantearon pagarme una determinada cantidad de dinero, no resultaba suficiente para compensar la posible enemistad de mis vecinos y una fama que no me beneficiaba lo más mínimo. Como alternativa, propuse alquilar un lugar a gusto de todos, que nos pudiésemos permitir y donde molestásemos lo menos posible.

La solución a nuestros problemas vino por parte de mi madre, que tenía un amigo con un chalet en alquiler, totalmente amueblado y habitable a pesar de contar con unos cuarenta años de antigüedad. Ansiosa por verlo, la presioné para que concertase una visita, y a los pocos días mi insistencia dio sus frutos. Desde el momento en que bajé del coche y fui consciente del barrio en el que se ubicaba, sentí una gran alegría y el optimismo me desbordó, ya que se trataba de una zona tranquila, sin problemas de aparcamiento y bien comunicada. La fachada no era demasiado llamativa ―algo que jugaba a nuestro favor―, hacía esquina a dos calles y contaba con un gran jardín. Como característica destacable, se hallaba justo en el centro de la finca, y las viviendas que la flanqueaban apenas eran usadas por sus propietarios unos cuantos días en verano y algunos fines de semana, quedando vacías el resto del año. El interior no era nada del otro mundo, pero suficiente para nuestros fines al contar con un amplio salón, cuatro dormitorios, dos cuartos de baño completos y una cocina enorme que ya quisiera yo para mi casa. Fue al ver el sótano cuando me convencí de que era el lugar que necesitábamos. Estaba situado por debajo del nivel de la calle, lo que garantizaba una insonorización perfecta a la hora de celebrar fiestas; allí no deberíamos preocuparnos por el escándalo que pudiésemos producir. Pero lo mejor de todo es que contaba con más de cincuenta metros cuadrados en un solo ambiente: todo un lujo para nosotros.

Al día siguiente convoqué una reunión en la que expuse a mis compañeros las condiciones y les mostré unas fotos que había tomado. Hubo total unanimidad, a pesar de que tendríamos que pagar todos los meses 1.200 euros. No obstante, merecía la pena porque disponer de una casa representaba una serie de ventajas muy importantes. No solo era un lugar donde poder reunirnos los fines de semana, sino que podíamos entrar y salir a nuestro antojo, cualquier día y a cualquier hora, siempre que no lo hiciésemos acompañados de personas ajenas al club. La sensación de independencia suponía un valor añadido, y llegamos a concebir aquel lugar como una especie de segundo hogar, donde la familia era sustituida por los amigos.

Como suele ocurrir, el vil metal también representaba para nosotros un gran inconveniente, pues a esa cantidad debíamos sumarle los gastos fijos y el capricho se ponía en torno a los 1.500-1.600 euros todos los meses. Al ser estudiantes con edades comprendidas entre dieciocho y veintidós años, más de 100 euros mensuales por bolsillo representaban un problema para más de uno, porque la mayoría solo dependía de las asignaciones que sus padres les daban. Pero, ¡qué caramba!, el lugar era perfecto y bien merecía un esfuerzo. Puesto que todos gozábamos de los mismos derechos, era lógico que también compartiésemos las responsabilidades, incluida la económica. El único consuelo que nos quedaba pasaba por disminuir esa cantidad a medida que se fuesen incorporando nuevos miembros.

Valoramos distintas alternativas para reducir gastos y, con ello, favorecer a quienes tenían más dificultades para pagar su cuota. Un buen día se reunieron Santi, Luis y Jennifer para tratar una posible solución que podría beneficiarles a ellos y también al resto.

Santi y Luis procedían de distintas poblaciones de la provincia y vivían en pisos compartidos con otros estudiantes, donde pagaban una media de 250 euros mensuales cada uno. No estaban mal ni se sentían incómodos, pero tenían que cumplir ciertas normas de convivencia y, en cierto modo, se encontraban más encorsetados que en sus propias casas.

El caso de Jennifer era muy distinto, a pesar de que la factura del hostal donde vivía ascendía a casi 1.400 euros en el mismo periodo, y eso solo cubría el alojamiento. Procedía de Venezuela, donde su padre tenía negocios relacionados con el petróleo. No es que fuera multimillonario, pero se podía permitir el lujo de tener a su hija estudiando en España, sin faltarle de nada. Cierto que con una cantidad mucho menor podía haber alquilado un apartamento para ella sola; no obstante, siempre había vivido como una princesa en su casa, donde todo lo hacían las dos empleadas que atendían a la familia.

Los tres hablaron largo y tendido, madurando la posibilidad de irse a vivir al club, y analizando los pros y los contras. Santi y Luis lo tuvieron claro: de esa forma gastarían lo mismo y tendrían mayor libertad. Jennifer también encontró ventajas económicas en la propuesta: de los 2.000 euros, que recibía todos los meses para pagar el hotel y la manutención, le quedaría mucho más para permitirse algún que otro lujo; hasta entonces no había podido abusar de la generosidad de sus padres, teniendo esos gastos, y se había contentado con pequeños caprichos.

Nos plantearon a los demás su propuesta, una vez se pusieron de acuerdo, y fue acogida con entusiasmo porque suponía una buena solución a nuestros problemas: al aportar entre los tres 750 euros, tan solo quedarían 850 euros a repartir entre los 12 miembros que componíamos el club en aquella época, y esto suponía una disminución de casi el 50% y un desahogo para los menos pudientes.

Cada uno se instaló en un dormitorio, quedando libre el principal para ser usado por cualquiera de los miembros si era preciso. Aun así, se les impuso una condición: cuando nos juntásemos todos, con motivo de alguna fiesta o reunión especial, ellos debían ceder sus respectivos cuartos para ser utilizados por quienes los necesitaran. Al contar con dos camas cada uno de ellos, tan solo se usaría la que habían dejado libre. El resto de los días gozarían de plena intimidad.

No se opusieron porque, después de todo, los que más salían ganando con el trato eran ellos. Al vivir juntos y pertenecer al club, no serían pocas las noches que pasarían juntos. En cierto modo eran la envidia de casi todos. Pero el resto también contábamos con la ventaja de ir cuando queríamos, conscientes de que al menos estarían ellos para improvisar una pequeña orgía… en el mejor de los casos.

Desde el principio les fue muy bien, y la convivencia era mucho más gratificante que en sus anteriores alojamientos. Yo solía hablar casi todas las noches con ellos, por Messenger o por teléfono, sobre todo con Jennifer. No fueron pocas las veces que ella me comentó que se lo había montado, o lo iba a hacer, con uno, con el otro o con los dos. En algunas ocasiones ―cuando yo no tenía compañía en casa― no pude evitar sucumbir a la tentación que me ponía delante de las narices. Sin importarme la hora o el día, me quitaba el pijama, me vestía, cogía el coche y me plantaba allí en menos de cinco minutos porque, por fortuna, no vivía muy lejos del chalet. He de confesar que en alguna ocasión decidí no perder tiempo y presentarme en pijama. No me suponía ningún problema bajar en el ascensor hasta el garaje aunque me viese algún vecino.

Recuerdo que Jennifer me llamó por teléfono un miércoles, sobre las once de la noche. Me comentó que estaba con sus dos compañeros y con Charly, que se había presentado con unas cervezas para ver el partido de Champions League con ellos.

―Vente… Esme ―me dijo Jennifer―. Ha ganado el Real Madrid y no veas lo contentos que están. Por lo que veo… estos tienen ganas de festejar y podemos pasarlo muy bien los cinco ―añadió.

He de reconocer que la propuesta era muy tentadora y prometía grandes alegrías. Por desgracia tuve que rechazarla: a primera hora del día siguiente tenía un examen importante y había pensado pasar toda la noche estudiando.

Tras terminar mis clases, y contenta con el resultado de mi examen, decidí hacerles una visita y conocer los detalles más escabrosos respecto a lo sucedido la noche anterior. Cuando llegué tan solo estaban Luis y Jennifer. A medida que la narración cobraba mayor interés, no dejaba de decirme a mi misma que era una idiota y que bien podía haberme olvidado del estudio durante un par de horas. Me encontraba agotada y el sueño atormentaba a mis cansados ojos. Aun así, no perdí detalle de cuanto me contaban.

Según palabras de Jennifer, “al terminar el partido de futbol los tres chicos estaban más que eufóricos”. Añadió que habían bebido bastante cerveza porque su equipo sufrió hasta lograr la victoria y que “no tardaron en ponerse picantes”. En ese momento fue cuando me llamó por teléfono, sabedora de que no rechazaría una orgía de ese tipo. Por desgracia lo hice.

Habían visto el partido en el televisor del sótano, porque la pantalla era mucho más grande y con mayor definición. Además, era el lugar más apropiado por si alguien más se presentaba. Por suerte para Jennifer no fue así: más de tres chicos para ella sola habrían sido demasiado, según confesó.

Los tres amigos estaban apalancados en el sofá y vociferaban cada vez que sucedía algo interesante a favor o en contra de su equipo, mientras ella no dejaba de reír ante sus ocurrencias, sentada en lo alto de un taburete y tomando un refresco.

―No entiendo por qué se ponen tan contentos con un gol o una victoria ―les dijo Jennifer, que nunca había sentido pasión por el futbol (lo que realmente le iba era el Béisbol y, conociendo su afición por el sexo y siendo un poco malvada, puedo imaginar por qué). Su peculiar acento y la sensualidad de su voz eran algo que no pasaba desapercibido para nadie. En cierto modo representaban una especie de afrodisiaco para los chicos―. En el fondo… ustedes no ganan nada, tan solo la satisfacción de haber pasado un buen rato. No obtienen un premio ni una compensación tangible.

Charly era un chico muy lanzado a la hora de hablar con las mujeres, jóvenes o mayores. Puede que fuera por el hecho de ser bastante guapo y sentirse, por ello, muy seguro de sí mismo. Se levantó y se acercó a Jennifer, con decisión.

―Puede que no hayamos ganado nada ―dijo cuando estuvo junto a ella―; pero, en mi caso, he ganado suficiente después de haber visto tus largas piernas durante todo el partido. No me imagino haberme quedado en casa y tener que mirar las de mi madre. No, no es que estén mal, pero las tuyas son espectaculares ―añadió y comenzó a comerse los labios de la venezolana.

Durante unos segundos se deleitaron mutuamente, ante la atenta mirada de los otros dos amigos.

―Mulata, ¿sabes que estás muy rica? Cada vez que te miro me entran unas ganas de follarte que no veas…; de todas las formas imaginables. Si te ofreces como premio…, estoy seguro de que ninguno de los jugadores habrá ganado tato como yo. ―Volvió a hablar Charly, con su habitual encanto de seductor. Si la llamó “mulata” no lo hizo con desprecio, más bien todo lo contrario. Jennifer era ligeramente morena de piel, algo lógico si tenemos en cuenta que procedía de Venezuela. En el fondo le encantaba que los chicos del club la llamasen así de forma cariñosa.

Jennifer rio con ganas; estaba muy contenta por ellos. Pero las palabras de Charly habían dado pequeñas punzadas en su sensibilidad y comenzaba a ponerse cachonda.

Él se había colocado justo delante, y ella abrió sus muslos para permitirle un mejor acercamiento. Lo miraba fijamente  a los ojos, a escasos centímetros.

―Y dime, mi amor. ¿Cuál es el premio que deseas para sentirte recompensado? ―preguntó Jennifer, acentuando su distintiva forma de hablar y añadiendo más sensualidad a sus palabras.

Charly deslizó la mano derecha entre la minifalda, hasta llegar a tocar su sexo sobre la braguita.

―!Estás mojada, guarrona¡ ―exclamó él al notar la braguita húmeda―. Creo que deseo lo que te mueres por entregarme. No es necesario que disimules. Tienes tantas ganas de que te folle, como yo las tengo de hacerlo. ―En ese momento apartó la prenda íntima hacía un lado y comenzó a explorar la entrepierna de Jennifer.

―Si me tocas de esa forma… creo que no va a ser necesario que me metas nada más ahí dentro. ―Jennifer cerró los ojos y se dejó hacer. Al mismo tiempo fue desplazando el culo sobre el asiento del taburete, hasta dejar el coño justo en el borde. De esa forma Charly lo encontraba más accesible y ella disfrutaba más.

Santi y Luis no perdían detalle desde su posición. Ambos esperaban a que Charly dejase a su amiga a punto de caramelo, y pensaron que lo conseguiría pronto al verlo agacharse para lamer tan delicioso manjar.

Los gemidos de la venezolana comenzaron a surgir tras notar la punta de la lengua jugando con el clítoris.

―Y ustedes… ¿Qué hacen ahí parados como estatuas de piedra?... ¿A qué esperan para colaborar con su amigo? ―preguntó Jennifer, entre jadeos.

Luis y Santi se miraron, como si hubiesen estado aguardando toda la vida aquella pregunta (no fueron pocas las veces que habían tenido sexo con ella hasta aquel día, pero siempre había sido Jennifer la que les incitaba; ellos eran demasiado tímidos para llevar la iniciativa).

Al llegar junto a la pareja, Jennifer estaba totalmente entregada al placer. Había pasado las piernas por encima de los hombros de Charly y se aferraba a su cabello con ambas manos, como si temiese perder el equilibrio y caer.

Luis se había colocado a la derecha de ella y se afanaba en magrear sus jóvenes pechos. Al mismo tiempo la besaba, recogiendo con placer sus gemidos. Notó que no llevaba puesto el sujetador y decidió quitarle la camiseta de hombreras que cubría su cuerpo. Ambos chicos quedaron extasiados al contemplar aquel par de hermosos pechos con que la naturaleza había dotado a Jennifer. El caso es que, por extraño que parezca, los chicos estaban más que acostumbrados a verlos, tocarlos y recorrerlos con sus lenguas y, aun así, se ponían a cien cada vez que los miraban. En su piel morena destacaban los pezones, totalmente erectos y duros, de color café tostado. Pronto encontraron boca que se dedicase a ellos, la de Santi.

―¡Agarradla bien, chicos! ―ordenó Charly tras incorporarse―. Estos gemidos indican que necesita que le metan una buena polla.

Mientras Luis y Santi sujetaban a Jennifer, Charly le quitó la braguita al tiempo que ella levantaba el culo para facilitarle la labor. Con prisa se bajó la cremallera del pantalón y sacó la verga, abrió los muslos de la mulata, apuntó a la raja con el glande y la metió de un golpe seco y certero. Ella se estremeció al sentirla en lo más profundo de sus entrañas y comenzó a moverse al ritmo que imponía Charly. Los otros dos seguían sujetando a su amiga por las axilas. La situación era tan explícita, que parecía que la estaban violando. Al menos es lo que habría pensado cualquiera que los viese desde cierta distancia sin conocer los antecedentes.

Jennifer se sentía segura y sin miedo a caer del taburete; sujetada por tres fornidos muchachos nada tenía que temer. Sus brazos estaban libres y las manos también, circunstancia que aprovechó para sacar las vergas de Luis y Santi, con ambas manos y al mismo tiempo.

―Vaya con la parejita. Bien calladito tenían su secreto ―dijo Jennifer tras comprobar que estaban totalmente empalmados―. ¿Quién de ustedes será el siguiente? Necesito que me arranquen un orgasmo ya mismo. Siento que no puedo esperar más tiempo.

Santi miró a Charly y le pidió que le cediese su lugar. Con total sincronía intercambiaron sus posiciones y el jugoso coño volvió a estar ocupado de nuevo. En esa ocasión las acometidas eran más violentas y rápidas, para mayor gloria de Jennifer que vio cómo no tardaba en llegar el orgasmo. Apenas hizo movimientos que indicasen tal circunstancia, pero Santi sí pudo darse cuenta al notar cómo el interior del coño se inundaba, y la polla entraba y salía con mayor facilidad. Luis también fue consciente de ello al percibir que su verga era abrazada con más fuerza por la mano que la masturbaba.

―Me gusta follar como a la que más… Y mucho mejor si es con tres guapos y jóvenes chicos españoles. ―Jennifer estaba desatada y deseosa de sentir al tercero de sus amigos.

Creyó desfallecer al ser penetrada por Luis, porque, de los tres, él era quien la tenía más larga y, consecuentemente, quien consiguió mayor profundidad. Debido a ello, Jennifer alcanzó nuevas cotas de placer y sus gemidos se transformaron en gritos desesperados. Los pequeños mordiscos que Charly le daba en los pezones también aportaron su granito de arena.

―Si por delante me dan un placer inmenso… no quiero imaginar el que recibiré cuando profanen mi culito… Porque lo harán, ¿verdad? ―dijo Jennifer, totalmente entregada y ansiosa por prolongar aquello tanto como fuera posible.

―Aunque no puedo concebir que algunas chicas disfrutéis tanto cuando os dan por el culo…, me alegra mucho saber que eres una de ellas. Más si soy yo el afortunado que la clava dentro ―dijo Charly.

―Me gusta sentir la tuya, amor. ―Jennifer abrazó con más fuerza la verga de Charly―. La tuya es la más gruesa de todas y sueles darme mayor placer. ¡Sé el último, por favor! ―suplicó.

―Como quieras. ―Charly aceptó la propuesta de buen grado.

En ese momento intervino Luis:

―Eres una de las más guarronas del club y eso me gusta.  

Salió de ella, la cogió en volandas y la forzó para que se girase. Volvió a colocarla sobre el taburete, pero en esta ocasión ofreciendo su hermoso trasero. Debido a la altura del asiento, las piernas de Jennifer quedaron colgando, alcanzando a tocar el suelo tan solo con la punta de los dedos. Apenas media un metro setenta y su cuerpo era deliciosamente delgado.

¡Toda tuya, Santi! ¡Dale lo que quiere! ―ordenó Luis a su amigo.

Santi se colocó tras ella, introdujo dos dedos en el ano y jugo con él durante unos instantes. Mientras tanto, se deshizo por completo del pantalón. Sus dos compañeros le imitaron a fin de estar más cómodos. Cuando percibió que el ano estaba totalmente relajado, procedió a introducir la polla en el interior, sin prisa pero sin pausa.

Jennifer se sintió atravesada y su vientre temblaba sobre el asiento del taburete. Las embestidas provocaban que este se moviese bruscamente y los otros dos amigos se afanaban en sujetarlo. No tardaron en acompasar los movimientos enculador y enculada, disminuyendo, de ese modo, el riesgo de caer al suelo. Siendo así, Charly aprovechó para colocarse delante del rostro de Jennifer.

―Vamos, Jenny. Ya sabes cuánto me gusta que me comas la polla mientras te enculan. ―dijo Charly y ella tomó su verga con la mano, abrió la boca lo que pudo y la fue tragando cuanto le fue posible. Ante todo debía dejar una pequeña rendija para poder respirar y jadear.

Pero en sus circunstancias ella no podía hacer gran cosa; tuvo que ser Charly quien le follara la boca, aprovechando que ella iba y venia debido a las embestidas que Santi le propinaba desde la retaguardia.

Tras Santi, Luis fue el siguiente en perforar el recto de Jennifer, durante un buen rato en el que su amiga consiguió el segundo orgasmo. En esta ocasión los tres pudieron ser conscientes de ello ante los gritos desgarrados de su amiga. Charly se puso de rodillas, colocando su cara a la altura de la de ella.

―Grita y desahógate cuanto necesites. Esto puede prolongarse todo el tiempo que quieras ―dijo al ver las lágrimas que manaban de los ojos de su amiga.

―Quiero sentiros a los tres… al mismo tiempo. ¿Me vais a dar el gusto? ―imploró Jennifer, con los ojos humedecidos y dichosos.

Charly asintió con la cabeza y besó sus labios antes de que estos abrazaran la verga de Santi. Durante un rato más, Luis y Santi se emplearon a fondo, sin dar tregua a la afortunada desde ambos extremos de su cuerpo.

Una vez que Jennifer se vio libre, se dispuso a dar las órdenes finales.

―Amigos. ―Llamó la atención de los tres―. Colóquense tal y como les indique. Luis, tú ponte tumbado en el suelo, sobre la alfombra. Cuando me siente sobre ti, Charly se coloca detrás y Santi delante. Quiero que los tres me follen al tiempo y que me llenen de leche rica y calentita.

Cuando todo estuvo claro, procedieron. Luis se tumbó y ella introdujo la verga en el coño. Se inclinó sobre él para que Charly la sodomizase por detrás. Un espeluznante grito salió de su boca al sentir la punzada en el ano. Una vez alcanzaron el ritmo adecuado, Santi se colocó frente a su boca e introdujo la verga dentro. No tardó en follarla con ganas, acomodándose al ritmo que marcaba el resto.

Mientras Jennifer era empujada hacia adelante, al ser enculada, la polla de Luis salía del coño para volver a introducirse cuando Charly retrocedía. Una y otra vez repitieron la misma jugada, influyendo, de forma determinante, en el placer obtenido por Santi al entrar y salir de aquella boca que le estaba practicando una felación digna de un rey.

Jennifer apenas podía moverse…, ni gemir…, ni gritar…, ni hablar. Tan solo se limitaba a disfrutar  y derramar alguna que otra lágrima de felicidad. Muchas veces había estado en una situación parecida, pero para ella todas eran especiales. La sensibilidad con que afrontaba ese tipo de juegos sexuales siempre le había reportado momentos inolvidables. No se consideraba una viciosa, tan solo una chica joven que sabía obtener lo mejor de la vida. Y en ese momento estaba recibiendo lo mejor de lo mejor.

No pensaba en nada ajeno a lo que estaba sucediendo; su concentración era máxima y superior el deseo de sentir. De esa forma consiguió el tercer y último orgasmo, mucho más intenso que los anteriores debido a que no podía exteriorizarlo y descargar toda la tensión acumulada.

Sin previo aviso, Santi descargó su semen en la boca de Jennifer. Ella se vio sorprendida durante un par de segundos. Al ser consciente de lo que sucedía, succionó varias veces y apretó la lengua contra el pene, provocando un roce mucho mayor y recogiendo, finalmente, los restos con los labios, que quedaron impregnados con un sabor que le encantaba, justo después de tragar hasta la última gota.

―Gracias, Santi ―dijo Jennifer, risueña tras descubrir felicidad en el rostro de su amigo. Recibió una respuesta parecida por parte de él.

De ese modo pudo dedicarse, con más esmero, a quienes realmente la estaban proporcionando placer. Quien más provecho obtuvo de su dedicación fue Luis, que no tardó en correrse en el interior del coño. Sus palabras fueron un claro ejemplo de lo que un hombre agradecido puede expresar tras desahogarse. Intentó salir de su posición, pero Jennifer lo tenía bien amarrado entre los muslos.

―No, no la saques, Luisito ―suplicó ella―. Quiero sentirte dentro mientras Charly me mata de gusto.

Las palabras de la mulata animaron a Charly. Este presentía que no podía aguantar mucho más tiempo; le complacía demasiado sodomizar a su amiga y, si por el fuese, estaría toda la noche perforando aquel culito que tanto le fascinaba. Se sentía feliz viendo cómo su gruesa polla entraba y salía del ano, pero la presión ejercida sobre ella era extrema. A Jennifer no le dolía porque su elasticidad resultaba sorprendente. En alguna ocasión, en su país, había recibido por detrás pollas que harían temblar de pánico a la mayoría de las chicas tan solo con verlas. Con mayor motivo si sabían que iban a ser atravesadas con ellas.

―¡Dámelo ya, amor! No puedo esperar más. Inúndame el recto con tu lechita rica y caliente. ―Jennifer comenzaba a mostrarse impaciente y repetía la misma cantinela.

Charly no decía nada. Había encontrado una nueva forma de jugar y parecía gustarle. Durante unos minutos se dedicó a sacar la gruesa verga del todo antes de meterla de nuevo. Disfrutaba con el espectáculo que le suponía verlo abierto al máximo hasta que se cerraba. Después volvía a abrirlo con una nueva penetración. Finalmente se detuvo y descargó el semen, mientras ella se corría por última vez. A pesar de mojar el interior de la vagina, Jennifer no sintió los síntomas propios de un orgasmo, pero disfrutó con algo que tan solo había conseguido una vez en la vida.

Luis y Jennifer terminaron de contarme lo sucedido y recuerdo el relato como si me lo hubieran narrado ayer mismo. Incluso noté que mi braguita se mojaba mucho más de lo habitual cuando estoy excitada. La escena del taburete fue determinante a la hora de arrepentirme por no haber acudido cuando mi amiga me llamó por teléfono. Maldecí mil veces al profesor que nos puso un examen justo ese día. Incluso deseé que se le cayera la picha a cachos. Obviamente solo fue un pensamiento inocente y pasajero. Pero me sentía muy caliente y precisaba que alguien apagara el fuego que me consumía.

― Luis ¿Te apetece follar? Hace media hora que no pienso en otra cosa. ―Fui clara y concisa.

Ambos me miraron, perplejos.

―¿Ahora? ―preguntó Luis―. Si ni siquiera hemos comido. Siempre esperamos a que llegue Santi, que suele ser el último en hacerlo.

Yo no estaba dispuesta a rendirme ante sus excusas. Después de un examen me apetece desahogarme echando un polvo, y mucho más si me cuentan una historia como aquella.

―Si no te apetece, dilo con claridad, pero no me pongas excusas. Sabes que no me gusta. ―Traté de retarlo―. ¿No estás cachondo después de contarme lo que me has contado? Pero…, si tú no quieres…, me despeloto y me siento en el taburete a esperar al primero que llegue ―dije mientras comenzaba a desabotonarme la blusa.

Justo en el momento en que vio aparecer mis tetas, sus reticencias comenzaron a disminuir. Aun así, seguí despojándome de la ropa, comenzando por el pantalón vaquero y terminando con la braguita. La temperatura ambiente no era muy alta, pero mi cuerpo sudaba ligeramente debido al calentón. Fui hasta el lugar donde se encontraba el taburete, lo tomé con ambas manos y lo coloqué justo delante de Luis y Jennifer. Acto seguido me senté en él, abriendo ligeramente los muslos, y dije:

―Jenny, coge el teléfono y llama a los chicos. Les dices que estoy en pelotas y esperando a que alguien folle conmigo. No creo que tarde demasiado en llegar el primero.

Mis palabras fueron tomadas como un reto por Luis, que se levantó y se puso delante de mí. Noté que lo estaba deseando; no obstante, pensé que se sentía retraído por la situación. Trató de hablarme y no le di pie a que siguiera con las excusas.

―Es ahora o nunca, Luis. No te cortes un pelo, porque sé que lo deseas tanto como yo. No entiendo por qué te lo tienes que pensar tanto. Algún día tienes que dar un paso adelante y tomar la iniciativa. Sabes de sobra que ninguna te vamos a poner un pero si lo haces.

Jennifer nos miraba, expectante. En el fondo anhelaba verme follar con Luis. Muchas veces solía sentarse junto a otros mientras lo hacían y disfrutaba con ello. Tenía una tendencia mirona que no podía esconder ni disimular.

Yo no podía esperar a que Luis se decidiese y tomé de nuevo la iniciativa. Lo agarré del cinturón y lo acerqué un poco más a mí. Bajé la mirada y comencé a desabrocharle el pantalón, hasta que vi aparecer su juguetito.

―Mira el casto, Jenny ―dije a mi amiga―. Resulta que se hace el estrecho y está más empalmado que el caballo cuando va a montar a la yegua.

Le tomé la verga y comencé a acariciarla. Levanté la vista y posé mis ojos en los suyos, sin decir nada y sin dejar de masturbarlo lentamente. En ese momento estalló: se acercó hasta pegar su pecho sobre el mío y buscó la hendidura de mi coño con los dedos. Tras abrirme los labios menores bajó la mirada, apuntó con la polla y me penetró con calma, como si quisiera disfrutar del momento.

―¡Bravo, Luis! Sabía que sucumbirías. ―Jenny se mostró satisfecha con lo que veía. Pero sintió ruido en la casa y subió por las escaleras que comunicaban con ella. Mientras lo hacía iba gritando―. ¡Debe ser Santi!... ¡Seguro que es él!...

Su presentimiento resultó más que acertado, y tras un par de minutos ambos bajaron por las escaleras, justo en el momento en que Luis me proporcionaba placer.

El resto de lo sucedido es fácil de imaginar: Santi se unió a la fiesta, y entre los dos me dieron lo mismo que había recibido Jennifer la noche anterior, y que yo me había perdido por culpa de un puñetero examen.

Desde aquel día sentí una envidia más que razonable de Jennifer. No solía faltarme sexo casi ningún día, pero frecuentemente imaginaba lo bien que debían pasarlo los tres juntos. Era obvio si tenemos en cuenta que pasaban gran parte del día y las noches enteras bajo el mismo techo.

La idea de acudir de vez en cuando a la casa, y sobre todo cuando tenía ganas de darme algo más que una alegría, me rondaba constantemente la cabeza. Resultaba cómodo y fácil llegar y unirme a la fiesta, suponiendo que los sorprendiera en plena faena. Si no era el caso, no costaba demasiado proponer algo que motivase a los presentes.

CONTINUARÁ…