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Un fin de semana en Gualeguaychú V

en Hetero: Infidelidad

En la previa del boliche, tuve que permanecer sólo con la tanguita y la musculosa ajustada, ambas blancas y de algodón. Eso no sería demasiado problema si yo no hubiese estado toda mojada por haber salido recién de bañarme. Así que traté de mantener la seriedad y lo que podía de mi dignidad, aun siendo la única chica del grupo, e incluso estando mostrando prácticamente todo a esa banda de degenerados.

Enseguida comenzaron a decir que yo estaba ahí “de arriba”, sin pagar nada, sin poner plata para las bebidas y para las comidas, y que ni ropa tenía. Que si no fuera por ellos, estaría en una carpa toda mojada y completamente desnuda. Por lo tanto, creían que lo más justo era que les pagara su generosidad haciendo de moza. Tenía que prepararles los tragos y alcanzárselos a cada uno de ellos. Pero aclararon que si hacía algo mal, ellos tenían el derecho a hacerme algo en compensación. Que ese algo podía ser algo dirigido al cuerpo o a la ropa. No entendí mucho a lo que se estaban refiriendo, pero no me quedaba otra que aceptar.

Enseguida empezaron los silbidos, los maltratos verbales, los insultos medio encubiertos, para que me apure, para que me apresure, para que les lleve los tragos rápido, para que camine moviendo las caderas y sacando cola, y ese tipo de pedidos. Cada tanto cantaban juntos una canción muy común en Argentina, a la cual hay que agregarle el nombre de quien se pretende que baile de manera erótica:

que baile la Gaby en tanga para la banda,

que baile la Gaby para la banda

ooooh, que baile en tanga,

ooooh, para la banda…

A lo cual yo debía darles la espalda y mostrarles mi cola entangada, moviéndola de una manera supuestamente erótica. Pero como era de esperar, llegó el primer error. Entre tanto apuro, volqué un poco de fernet en el piso, lo cual no pudo pasar desapercibido, ya que todos los ojos estaban sobre mí, y todos comenzaron a gritar y a festejar la primera “prenda”. El dueño de casa me preguntó qué prefería, si el cuerpo o la ropa. Al no tener a esa altura de las cosas casi nada de ropa puesta, y por no poder imaginarme qué tenía en mente, respondí:

- El cuerpo.

- Ok, elijo pasarte un hielo por donde yo quiera de tu cuerpo hasta que se derrita todo.

El griterío, las risas y los aplausos terminaron de convencerme que lo del cuerpo no fue una buena idea. Intenté protestar, pero Facundo se escudó en que la elección la había hecho yo. Por lo tanto, me puso en el medio de los sillones en donde todos estaban sentados, me hizo separar las piernas un poco y me hizo levantar los brazos, para que los mantenga estirados, por arriba de mi cabeza. Cerré los ojos para no tener que ver todos esos chicos que estaban embobados mirándome de arriba abajo. Una vez en esa posición, comenzó el impresionante recorrido del hielo por mi cuerpo, comenzando por el cuello, apenas debajo de la oreja izquierda.

Fue descendiendo con el hielo en la mano por mi pecho, me rodeó el pecho izquierdo y fue trazando lentos círculos alrededor del pezón, sólo para lograr ponerme la piel de gallina, y para que el pezón se ponga se ponga erecto. Eso disparó una nueva andanada de gritos y aplausos. Yo ya comenzaba a moverme un poco incómoda por el frío del hielo, pero también por lo caliente que eso me estaba poniendo. Nunca me habían hecho y no sabía que se podía sentir tan lindo.

Una vez que se cansó de jugar con mi teta izquierda, pasó a la derecha a repetir el circuito. En un momento me percaté que tal vez debería intentar detener todo, ya que tenía las tetas mojadas, chorreaba agua fría, se me trasparentaban los pezones, y no podía disimular la calentura. Pero no podía detener nada. Luego del segundo pecho, bajó hacia mi bombacha, dirigiéndose a mi clítoris. Pero ahí fue Lucas quien lo detuvo.

- No vale! Por encima de la ropa no es lo mismo que en la piel… Que se lo pase por la piel, que se lo pase por la piel!

Mi mayor preocupación estaba en contener la respiración para que no se note tanto mi estado de excitación, por lo que tampoco ofrecí resistencia cuando de un manotazo me bajó la tanguita hasta los muslos, dejando mi amiguita y mi cola al aire delante de todos la muchachada. Asimismo, de una manera tan poco delicada como me bajó la tanga, me levantó la remera por encima de mis pechos, dejándolos también a la vista. El morbo de esa situación me tenía completamente entregada. Ya no pretendía ponerle fin a nada. Bajó la mano con el último pedacito de hielo que le quedaba para apoyarla directamente en mi conchita depilada, y comenzó a masajearme toda la zona con el hielo rodando entre su mano y mi conchita. En ocasiones rodaba entre mis labios y rozaba mi clítoris y sacaba fuertes gemidos y sonadas respiraciones, las cuales obviamente eran festejadas descaradamente por todo el grupo. Una de sus manos me hacía rodar el hielo y con la otra tomó mis cabellos, por arriba de la nuca, para mantenerme bajo su poder.

En un momento, mientras seguía ya prácticamente masturbándome, alguien preguntó si todavía quedaba hielo o si seguíamos ahí por gusto. Obviamente que el hielo se había derretido hacía varios minutos, pero ninguno de los dos había dicho nada al respecto. Y Facundo lo aprovechó hasta las últimas consecuencias. Le gritó a sus compañeros que yo era tan puta y estaba tan caliente que no quería que él se detuviese. Y que por cómo estaba yo, él podía hacerme cualquier cosa.

- Si no me creen, miren!

Y dejó de masturbarme para comenzar a jugar con mis pezones, apretándolos, estirándolos, retorciéndolos, haciéndome gemir nuevamente de placer. Su mano seguía reteniendo mi cabello, y las mías habían bajado hasta la suya, estando las tres detrás de mi cabeza. Luego de unos minutos soltó el pezón que estaba retorciendo, y comenzó con una palmada no tan suave, pero tampoco tan fuerte, dirigida hacia mi pecho izquierdo. Sencillamente, me estremeció. Me tomó por sorpresa y me hizo contener la respiración. Todavía no me había recuperado de la sorpresa de la primera palmada, que llegó la segunda, dirigida al mismo pecho. Los gritos y aplausos acompañaban cada palmada, de más está decir. Comenzó a darse una serie de palmadas en mis pechos que hicieron que empiecen a picarme, y que los sienta cada vez más calientes. Mi excitación estaba al máximo y creo que Facundo lo notó. Cuando se cansó de humillarme de ese modo delante de todos, dejando en evidencia lo mucho que me excitaba toda esa situación, retomó la masturbación y volvió a jugar con mi clítoris. En pocos segundos, me hizo llegar al segundo orgasmo del día, muy muy muy intenso, pero esta vez con público. Era la primera vez que acababa delante de alguien que no fuera mi novio, y me había dejado llevar sin decidirlo.

Enseguida volví en mí y completamente ruborizada –en parte por el orgasmo, pero en parte por la vergüenza-, me zafé de sus manos y volví a acomodarme la escasa ropa que me cubría. Me fui a la cocina en medio de un griterío infernal y me tomé dos o tres tragos de caipiriña con maracuyá, para darme el coraje que necesitaba si quería volver al living en donde estaban todos los chicos. Mientras me reponía del orgasmo, comenzaron nuevamente los pedidos, y ahí mismo decidí que pasase lo que pasase, no iba a volver a elegir el cuerpo como el lugar en donde se realizara la prenda.

Luego de algunos tragos servidos que eran agradecidos con palmadas en la cola, con palabras obscenas y con manoseos humillantes, se me volcó un poco de vino en una mesa luego de descorcharlo. Lucas tomó la posta y volvió a darme a elegir entre el cuerpo y la ropa. Sin dudarlo, respondí “la ropa”. Lucas sonrió, y supe que de todos modos iba a salir perdiendo.

Trajo una tijera de un cajón y comenzó a realizarme algunos tajos y agujeros en la musculosa, dejando muchas partes de mi espalda, mi estómago y el costado de mis pechos al descubierto. Pero a pesar de los gritos que pedían que continuase, se detuvo allí. Los siguientes errores me llevaron nuevamente a ir perdiendo parte de mi ya diminuta vestimenta, dejando incluso mi pubis al aire, y prácticamente todo mi cuerpo. Los últimos cinco tragos los serví casi completamente desnuda, sólo cubierta por jirones de ropa blanca, y en medio de gritos, humillaciones, manoseos y palmadas. Hasta que llegó la hora de ir al boliche.

En ese momento vuelve Facundo con una bolsa y me alcanza mi nueva ropa. Me dice que vamos a ir a un boliche en donde se realiza una fiesta de la espuma, y que yo, como soy muy atrevida según sus palabras, iba a ir disfrazada de cowboy. Me da unas botas marrones que me llegaban hasta poco menos que las rodillas, una pollerita de jean que si me la mantenía lo más abajo posible apenas alcanzaba a cubrir mis nalgas, una camisa blanca, casi trasparente, sin botones, que sólo llegaba hasta debajo de mis tetas y que se usaba atada en medio del pecho, y un sombrero marrón. Eso era todo. Nuevamente, nada de ropa interior. Pregunté por una bombacha y se rió, mientras sostenía que “a caballo regalado no se le miran los dientes”. La tanga que llevaba puesta era imposible de seguir siendo usada, por lo que tendría que ir al boliche cuidándome de no caminar muy rápido para que no se me levante la pollera, y de no abrir mucho las piernas ya que se me vería todo.

Me vestí en el dormitorio, no sin antes mirarme al espejo, y verdaderamente estaba muy linda. ¿O era todo el alcohol que había estado consumiendo que me hacía ver las cosas diferente? Parecía una puta provocativa, pero por lo menos estaba tranquila porque yo no había elegido esa vestimenta. Me dispuse a salir, pensando que tenía que pasar esa noche, que al otro día ya se terminaría todo y no volvería a ver a estos chicos nunca más. Lamentablemente –o por suerte-, estaba equivocada...