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Hermoso recuerdo.

en Sexo Anal

Yo tenía en aquél entonces dieciocho y tempestuosos años porque fue a esa edad en donde se iniciaron mis experiencias sexuales más importantes y que me han dejado marcada por toda la vida.  Yo era en ese entonces una muchachita muy bien formada, demasiado desarrollada corporalmente para mi edad.  Mis pechos eran ya grandes y voluptuosos de un tamaño mayor a las de mis amigas; me encantaba lucirlos ante ellas porque estaban coronados por pezones hinchados que parecían globitos, que se ponían duros e inhiestos a la menor caricia.  Me fascinaba embadurnarlos con crema por las noches y acariciarlos por largo rato, adormeciéndome con las fantásticas sensaciones que me provocaba hacerlo. Fueron infinitas las veces que terminaba masturbándome.  Mis piernas y mi trasero también eran bonitos y bien formados, y esa era la razón por la cual casi nunca usaba pantalones.  Me encantaba usar calcetas y una minifalda plisada de ancho vuelo lo más corta posible, hasta que casi se evidenciara el inicio de mis nalgas cuando caminaba. Mis padres me reprendían continuamente por eso y no me lo permitían, pero cuando salía a la calle, de inmediato subía la altura de la falda atorándomela de la cintura.

  

Pero dentro de todas las vicisitudes de índole sexual que me ocurrieron en aquella época, hubo una en particular que merece la pena describirte con todo detalle. 

Estoy de vacaciones, una semana. Me fui con un grupo de amigas destrampadas del colegio con el propósito de divertirnos a lo grande, y lo logramos.  Pero se ha alargado ya demasiado tiempo y mis padres me exigen que regrese cuanto antes a mi casa.  Yo me les escondo y evito que me localicen y hagan contacto conmigo, pero una de mis amigas contestó el teléfono y tuvo la mala fortuna de llamarme a gritos para contestar la llamada.  No tuve más remedio que tomar el teléfono y contestar la llamada.  Mis padres se pusieron como energúmenos cuando les dije que me quería quedar unos días más; por supuesto no me lo permitieron y me ordenaron que tomara ese mismo día el autobús de regreso a casa, a la hora que fuera y que ellos me esperarían en la terminal.  No tuve más remedio que hacerlo, pues me amenazaron de tener serias consecuencias en caso de que no obedeciera.

Ninguna de mis amigas quiso regresarse conmigo.  Llego a la terminal y compro un boleto para el autobús que sale a las 19:00 horas y aviso telefónicamente a mis padres que llegaré aproximadamente cinco horas después.  Cuando subo al autobús me doy cuenta que éste va casi vacío, con muy poca gente.  Me acomodo entonces en la ventanilla de unos de los asientos posteriores para dormitar un poco sin que me molesten  las personas que viajan a bordo.  A última hora, muy cerca de la hora de la salida, se sube un muchacho guapísimo de unos 25 o 30 años, moreno claro, alto y musculoso, cubierto con un saco deportivo y vistiendo pantalones vaqueros.  Me mira y me pregunta si el asiento de mi lado se encuentra ocupado.  Con una mueca de fastidio le contesto que no, pero trato de insinuarle con la mirada que hay otros asientos disponibles.  No me hace caso y se sienta a mi lado.  Yo recargo la cabeza en el vidrio de la ventanilla y procuro no mirarlo para eliminarle las intenciones que tenga de hacerme plática.  Estoy molesta por la decisión de mis padres y no tengo ganas de platicar.  Mi compañero de asiento saca un libro de su mochila y se dispone a leer.  No hago caso de lo que él hace. 

El camión por fin arranca y cuando salimos ya es casi de noche.  Las luces interiores del camión que permanecían encendidas se apagan al salir de la ciudad.  Algunas luces de lectura se encienden y entre ellas, la de mi compañero de asiento.  Yo suelto un bufido de fastidio que él alcanza a percibir e inmediatamente apaga la luz.  El interior del camión queda en penumbra, no completamente oscuro; aún se alcanzan a percibir las siluetas de las personas por las luces de los vehículos que vienen en sentido contrario.  El muchacho entonces reclina su asiento y se dispone a dormir y cuando lo hace, al estirar sus piernas me impide la posibilidad de cambiarme de asiento para viajar sola.  Nuevamente me ofusco y decido aguantarme en mi asiento para no molestarlo; además, pienso que al intentar cambiarme de asiento tendría que pasar entre el espacio de entre el asiento delantero y sus rodillas, con lo cual mi vestido se levantaría dejando enteramente expuesto mi trasero ante sus ojos.  No me atrevo a hacerlo.  Vuelvo a recargar mi cabeza en el vidrio de la ventanilla pensando en lo que me dirán mis padres al llegar.

Pasado un tiempo, no sé de cuántos minutos, noto que la mano de mi acompañante ha resbalado de su pierna cayendo entre los dos, tocando levemente mi muslo desnudo.  Me separo de inmediato y volteo a verlo, parece estar perfectamente dormido.  Me quedo pensando en lo agradable que se siente la tibieza de sus dedos en mi muslo.  Impulsada por algo que todavía no alcanzo a definir, hago que mi muslo vuelva a tener contacto con sus dedos, muy levemente, apenas tocándolos.  Me encanta su contacto, me excita,  permanezco así durante largo rato.  De pronto, alcanzo a percibir que uno de sus dedos se mueve, acariciando imperceptiblemente  mi piel. Trago saliva.  Vuelvo a verlo y parece estar perfectamente dormido, incluso ronca un poquillo. No sé qué hacer, me quedo inmóvil como una estatua, pero no retiro mi pierna.  Asumo que esta última acción la tomó él como una señal de aceptación de mi parte, porque los nudillos de sus dedos empezaron a acariciar mi muslo con mayor fuerza.  Cuando voltee a verlo, observé que me miraba fijamente esbozando una sonrisa en su rostro.  No supe qué hacer.  Mi reacción fue voltearme nuevamente  hacia la ventanilla y dejar que se sucedieran las cosas.

Me humedezco tan solo de recordar todas esas sensaciones que me invadían en esos instantes.  No puedo explicar las razones por las cuales no me atrevía retirar sus dedos de mi muslo, y lo que es peor, inconscientemente acercaba mi pierna a su mano para inducirlo a que aumentara la fuerza sus caricias.  Y así lo hizo; su mano empezó acariciar descaradamente mi muslo, haciéndome cosquillas en la rodilla.  Yo procuraba no verlo pero no intentaba retirar su mano que ya empezaba a acariciar la parte interna de mi muslo.  Oh Dios…… yo cerraba los ojos extasiada sin poder controlar los temblores de mi cuerpo.  Poco a poco su mano sube lentamente por debajo de mi falda, transportándome a un mundo de fantasías completamente desconocido para mí. Cuando tocó el borde de mi pantaleta creí morir.  Me siento completamente empapada.  Su dedo tentalea levemente mi entrepierna sin atreverse  más. 

Entonces se voltea hacia mí y cambia de mano, escondiendo la izquierda y palpando con la derecha entre mis muslos.  Me muerdo las uñas.  Intento no ver lo que me está haciendo pero no puedo impedir que una de mis manos empuje la suya contra mi sexo.  Sus dedos empiezan a frotar suavemente los labios de mi vagina sobre la pantaleta, ¡qué maravilla!!!  Mientras lo hace, siento que su rostro se abre camino entre mi pelo y empieza a besarme el cuello.  ¡Quiero gritar !….. Siento que mis pechos se inflaman y que un deseo insano se apodera de mí.  No sé cómo lo hace pero su otra mano intenta desabrochar los botones de mi blusa. Yo lo ayudo y casi me arranco los botones tratando de abrirlos.  Mi brassier queda al aire y él lo desliza hacia arriba liberando mis pechos que saltan afuera temblorosos y juguetones; sus labios se apoderan de uno de mis pezones y lo empiezan a succionar y a lamer como si fuera un becerro.  ¡Es la locura!    Dios…… sus dedos se deslizan ahora por debajo de mis pantaletas y se introducen entre los labios de mi vagina buscando el clítoris.  Lo encuentran y me hace ver el cielo y las estrellas. No puedo reprimir mis temblores que han ido en aumento minuto a minuto.  Me subo la falda a la cintura y elevo mi cuerpo en busca de sus manos pidiendo terminar con esta agonía, y para terminar, él me introduce sus dedos rotándolos dentro de mí haciendo que me retuerza de placer.  Mi venida es descomunal, siento que me vacío completamente y mi cuerpo entero se sacude en interminables convulsiones.  No logro ahogar mis gemidos, pero él me impide que grite tapando mi boca con su mano.  Me estremezco y aprieto sus manos contra mi sexo tratando de impedir que se salga.  Quiero más, mucho más…. no quiero que saque sus dedos…  Me encanta tenerlo dentro de mí.  Poco a poco, mi cuerpo entra en calma y empieza a relajarse.  Él continúa besando mi cuello y acariciando mi sexo, ya con los dedos fuera de él.

Me quedo adormilada, laxa y sudorosa, pero feliz.  No hemos cruzado una sola palabra, pero no es necesario, siento que puede hacer conmigo lo que quiera y no hay nada que pueda o quiera hacer para evitarlo.

Volteo hacia afuera y alarmada me doy cuenta que vamos entrando a la ciudad.  Con las luces aún apagadas rápidamente arreglo mis ropas y él se cambia de asiento para evitar suspicacias.  Instantes después las luces se encienden y anuncian la entrada a la ciudad.  Él finge estar dormido y no hace caso del mensaje del chofer.

Estoy nerviosísima; me atrevo a lanzarle una rápida mirada observando por unos momentos su hermoso rostro.  Es guapísimo.  No alcanzo a comprender qué fue lo que lo impulsó a fijarse en una chiquilla como yo, pero me congratulo que lo haya hecho.  Me siento húmeda, completamente empapada entre las piernas, pero me da pena levantarme al sanitario del autobús para limpiarme, prefiero hacerlo cuando la luz ya esté apagada.

Pero si pensaba que ahí había terminado todo, estaba muy equivocada.  Apenas arrancó el autobús y se apagó nuevamente la luz, aquél hombre se cambió de nuevo a un lado de mi asiento.

-Acompáñame al asiento de atrás –me susurró al oído-

Me da pena decirlo, pero ni por un instante pasó por mi mente negarme a hacerlo.  Como impulsada por un resorte le obedecí de inmediato sin pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo.  Ante mi absoluta e incondicional disposición, apenas nos sentamos él procedió a desabrochar nuevamente mi blusa.  Temblorosa y presa de los nervios yo le ayudo para evitar que me rompa la ropa.

-Quítate el brassier –me dijo con palabras apenas audibles-

 Con la blusa puesta, pasé mis manos por detrás de mi espalda y desabroché el brassier.  Mis pechos hinchados afloraron de inmediato temblorosos y ansiosos; él se sumergió entre ellos y empezó a besarlos y a acariciarlos delicadamente, sin apretarlos y sin lastimarlos.  Cierro los ojos y disfruto intensamente las sensaciones que me provocan sus caricias.  Una de sus manos vuelve a palpar mis muslos acariciándolos por debajo de mi falda y empieza a subir lentamente hasta posarse en mi enardecido sexo.  Sus dedos se mueven levantando ligeramente el borde de mis pantaletas y se introducen entre los labios de mi vagina hasta localizar nuevamente el botoncito de mi clítoris.  Siento que vuelvo a humedecerme y tengo la sensación de que mis jugos resbalan hasta mojar mis nalgas, pero ya no le doy importancia, me dedico a disfrutar el momento sin importar lo que suceda.  Sus dedos pasean por mi sexo esparciendo mis jugos y lubricando sus dedos que ahora toquetean el orificio de mi ano; sus caricias me vuelven loca y no veo la hora en que me penetre.  Enardecida levanto mi cuerpo en busca de sus dedos, suplicándole que me los introduzca.  No puedo más, empiezo a jadear sin control.  Y entonces, sintiéndose dueño de la situación, toma una de mis manos y la coloca sobre su miembro, por arriba del pantalón.

-Sácala –me ordena-

Temblando de nervios empiezo a bajar el cierre de su bragueta.  Cuando termino de hacerlo, él levanta su trasero y se baja los pantalones y la trusa hasta la rodilla.  Mis ojos, acostumbrados a la obscuridad, logran distinguir en la penumbra las dimensiones descomunales de su enorme miembro.

- Cógela, te va a gustar –me dice dándome un besito en la comisura de mis labios-

Tomo su miembro entre mis manos y percibo que también se encuentra empapado por sus líquidos pre seminales.  La aquella barra de carne caliente y palpitante como si tuviera vida propia.  Mis dedos empiezan a esparcir por su glande los espesos líquidos que se encuentran acumulados en su punta.  Es fascinante, hermoso y terriblemente inquietante sentirlo entre mis manos y él me obliga a masajearlo lentamente, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, una y otra vez, haciendo que su tamaño cobre aún mayor longitud y se ponga más rígido.

-¿No quieres darle un besito? –me sugiere acercándose a mi oído-

Coloca sus manos sobre mi cabeza y la empuja hasta que mis labios hacen contacto con su miembro. 

-Abre la boca –me ordena-

Tengo miedo  de hacerlo y sin embargo, quiero hacerlo.  Abro mis labios y permito que su miembro se deslice al interior de mi boca. Su sabor es dulce y a la vez salado, pero nada desagradable; al contrario, siento una enorme excitación tenerlo dentro de mi boca.  Me gusta, y me gusta muchísimo.  Mi boca empieza a lamerlo y mi lengua lo acaricia literalmente enroscada a su glande.  Mi cabeza empieza a bajar y a subir masajeando ese enorme pedazo de carne que se me antoja exquisito, maravilloso y delicioso.  Mis labios lo aprietan fuertemente y mi lengua lo envuelve como si fuera una golosina deliciosa.  Arriba y abajo en un vaivén interminable y hermoso. De pronto intempestivamente lo saca de mi boca.

-Todavía no,–me dice-, todavía no lo quiero sentir.  Voltéate hacia la ventanilla…       

Hago lo que me dice y me volteo dándole la espalda.  Entonces sube mi falda hasta la cintura y me baja las pantaletas a la rodilla, quedando mis nalgas completamente expuestas a su lasciva mirada. 

Masajea mis nalgas una y otra vez sumergiendo sus dedos entre ellas hasta tocar mi vagina, para luego esparcir con sus dedos mis propios jugos toqueteando ligeramente el orificio de mi ano.  El cielo se abre nuevamente para mí.  Me dispuse ansiosa a esperar su embestida colocándome en postura fecal sobre el asiento,  con el propósito de que mis nalgas se abrieran lo más posible para facilitar la introducción.  Él se coloca detrás de mí insertando su miembro entre mis nalgas, deslizándolo entre los labios de mi vagina para que se lubricara. 

Cierro los ojos esperando a que lo introduzca, pero no lo hace.  Desesperada tomo su miembro con mi mano y lo dirijo a la entrada de mi vagina, pero también sin resultados.  ¿Qué pasa? –me pregunto-,  ¿por qué no me lo mete?  La respuesta la tuve de inmediato cuando sentí que su miembro se coloca ¡pero a la entrada de mi ano!  Me quedo estupefacta, inmóvil y sin saber qué hacer. Cuando empieza a empujar siento que literalmente me parte en dos.  Yo aprieto los dientes fuertemente haciendo esfuerzos para no gritar.  Me esfínter no cede, se niega a abrirse.

-Aflójate –me dice-, solo te dolerá un momento…

Vuelve a intentarlo una y otra vez sin resultados positivos, mi orificio parece inviolable.  Siento cómo su miembro vuelve a introducirse entre mis labios vaginales, rozándolos para lubricarse y luego lo vuelve a colocar a la entrada de mi ano. Empuja nuevamente y entonces sí, mi esfínter empieza a abrirse lentamente permitiendo la entrada de aquél enorme intruso.  Sigue empujando más y más hasta que la cabeza de su miembro queda adentro.  Me tapo la boca para no gritar pero no puedo evitar que algunas lágrimas asomen en mi rostro. 

- Oh Dios…. Sácala por favor, me duele mucho –le suplico ahogando mis gemidos-              

-No te preocupes, el dolor pasará pronto si no te mueves –me contesta permaneciendo inmóvil y atrapando mis pechos con sus manos-

Y en efecto, el dolor lentamente desaparece a medida que mi esfínter se acostumbra al grosor de su miembro.  Sus dedos, entretanto, no paran de frotar deliciosamente mis pezones.  Cuando él estima por mi actitud más relajada que el dolor ha pasado, empuja nuevamente y siento cómo su miembro se desliza completamente dentro de mí, hasta que sus testículos quedan alojados entre mis nalgas.  Me duele un poco, pero con menos intensidad.  Sin embargo, el placer de tenerlo dentro es infinitamente mayor que el dolor inicial.  Me siento llena, plena, transportada a un mundo de sensaciones fantásticas desconocidas. 

Con sus manos sobre mis pechos, empieza a sacar su miembro lentamente y cuando está casi afuera, vuelve a meterlo hasta el fondo, una y otra vez,  rozando y estirando las paredes de mi esfínter de una manera exquisita y maravillosa, como nunca lo había imaginado.  A cada nueva embestida su ritmo se acelera.  Una de sus manos suelta mi pecho y se coloca sobre los labios de mi sexo, lo soba delicadamente introduciendo uno de sus dedos dentro de mi vagina.  Mi cuerpo sudoroso se tensa con sus caricias, ansiosa y expectante, sintiendo que la sangre me hierve por las descargas continuas de adrenalina mezcladas con lujuria y deseo.  Todas mis terminaciones nerviosas están a punto de reventar mientras multitud de sensaciones raras y hermosas recorren mi cuerpo.  Ya, no aguanto más y me corro en forma espectacular y escandalosa, maullando y gimoteando mientras las réplicas del orgasmo me consumen.  Casi al mismo tiempo, su miembro explota dentro de mí inundando mis entrañas con un líquido tibio y exquisito.  Me abraza y su miembro se entierra hasta lo más profundo de mi ser.

Permanece dentro de mí durante instantes que parecen horas. Me gusta mucho, no quiero que se salga.   Sus manos aún atrapan mis pechos y los acarician delicadamente.  Mi mano se desplaza hacia atrás hasta posarse en su nalga desnuda; empujo su cuerpo contra el mío en un intento de impedir que saque su miembro de mi ano.  No lo logro.  Su miembro resbala fuera de mí chorreante de nuestros líquidos.  Estoy empapada, pero extrañamente tranquila y feliz.  Él saca su pañuelo y seca su desinflado y semi erecto miembro, le quito el pañuelo y lo ayudo a secarse.  Su miembro es bellísimo, sencillamente hermoso.  Con ternura lo meto a mi boca y lo empiezo a lamer con mi lengua.  Su sabor sigue siendo exquisito.

-Basta, mi amor.  Ya no sigas porque no vamos a terminar nunca –me susurra-

Con pesar lo retiro de mi boca y procedo a tratar de arreglarme.  Con mis pantaletas intento sin éxito secar mi vagina y los líquidos que salen de mi ano.  Me levanto y me introduzco al sanitario en donde afortunadamente encuentro un gran rollo de papel higiénico.  Mis pantaletas están inservibles, completamente mojadas; tengo que deshacerme de ellas y las tiro en el bote de la basura. Trato de secarme lo mejor posible y vuelvo a mi lugar, junto a aquél hombre maravilloso cuyo nombre ni siquiera conozco.  Al pasar frente a él, me levanta la falda y besa mis nalgas desnudas. En cuanto me siento atrapa mi rostro entre sus manos y besa mis labios apasionadamente; trato de corresponderle entrelazando mi lengua con la suya.  Nuevamente desliza su mano por debajo de mi falda y sus dedos se posan en los labios de mi vagina.  Yo cruzo la pierna dejando atrapada su mano en ese sitio, después me acurruco tranquila y feliz contra su pecho y me quedo dormida por no sé cuanto tiempo.

Despierto cuando el autobús se detiene en una intersección.  Mi pelo es un desastre y mi falda se encuentra enrollada hasta la cintura, mostrando impúdicamente mis piernas y los vellos de mi sexo.  No me importa, me fascina la mirada lujuriosa y lasciva de aquél hombre cuando las observa; me encanta mostrarme ante él desnuda.  Con la falda levantada  procedo a peinarme lo mejor que puedo mientras él observa divertido mi lucha con el peine.  Después arreglo mi ropa intentando desarrugarla.

-Todo mi cuerpo huele a ti –le susurro dándole un beso en la comisura de sus labios-

- Yo estoy igual y me encanta –me contesta-

-Sí, pero a ti no te están esperando tus padres –le replico-

Entonces, se levanta y baja una mochila del maletero, saca de ella un paquete de chicles y me lo ofrece, así como un pequeño frasco de loción para hombre.

-Gracias –le digo aceptando los chicles y rechazando la loción-, pero prefiero mi perfume.

De mi bolso saco un perfume y lo esparzo por todo mi cuerpo, especialmente sobre mis nalgas y sobre mi sexo, procurando no exagerar en la cantidad.

-Oh Dios…., espero que la gente no se haya percatado de nuestros escarceos –le comento-

-No te preocupes –me responde-, el ruido del motor es más fuerte que tus gritos…

- ¿Por qué me lo hiciste de esa manera y no por la vía natural? –le pregunto cohibida sin atreverme a mirarle a los ojos-

-Porque de esa manera no puedes quedar embarazada –me responde dulcemente levantando mi cara por la barbilla y dándome un pequeño beso en los labios-.  No quiero perjudicarte ni causarte ningún problema.  Me gustas mucho.

-Gracias –le digo acurrucándome contra su cuerpo-

Antes de que se encendiera la luz del autobús, aquél hombre maravilloso del que continúo sin saber su nombre, se cambió de asiento para evitar que la gente sospechara de nuestro encuentro.  Cuando llegamos a la terminal, antes de despedirnos en silencio, con la mirada no pudimos evitar lanzarlos un beso con los labios; después él se bajó y desapareció para siempre de mi vida, al menos físicamente porque te aseguro Adelita, que este hombre vivirá por siempre en mi memoria.

Mis padres ni siquiera sospecharon de mi aventura; se dedicaron a reprocharme mi actitud de no haberlos obedecido en su momento, amenazándome con no darme más permisos.  Yo ni siquiera los oía, mi mente todavía permanecía sumergida en los recuerdos de tan hermosa aventura.  Cuando llegamos a casa, tuve buen cuidado de evitar que la falda se me levantara descubriendo la ausencia de pantaletas, pero en cuando toqué la cama, no pude reprimir el deseo de desnudarme completamente y masturbarme no sé cuántas veces hasta quedar exhausta y completamente dormida.