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Prozac {Rimmel Corrido 5}

en Sexo Anal

Todo va mejor desde que tomo Prozac. No he vuelto a casa, sigo en Barcelona, y ya es primavera. Mi psiquiatra, una vieja amargada, me ha bajado la dosis del antidepresivo y la odio. Solo pensar lo que supone no poder recurrir a esas milagrosas pastillitas... Mis amigas intentan animarme, así que nos vestimos de guarras y salimos a partirlo. Llevo unos botines con taconazo negros, un vestido rojo palabra de honor bien ceñido que tengo que recolocarme todo el tiempo para que no se vea nada por arriba ni por abajo, y una cazadora de cuero negra por encima.

 

Bebemos, se me acercan un par de tíos y me quedo con el segundo. Estamos en uno de los sofás. Me siento sobre él y noto su polla erecta presionándome el culo. Pero incluso con su lengua en mi campanilla, una de sus manos sobándome las tetas y la otra inspeccionando mi entrepierna, en mi mente solo hay una palabra. Prozac.

 

La psiquiatra me ha bajado la dosis, y cuando vuelva a casa no tendré. Eso me desquicia, tanto que cuando los dedos de amante deshechable dos se adentran en mi cuerpo mientras me susurra si lo acompaño al baño, mi reacción es cerrar las piernas y huir del pub olvidándome de mis amigas. Me arrebujo en la cazadora de cuero, siento frío en el culo. Posiblemente se me haya subido el vestido, pero no me da para bajármelo. Estoy intentando abrir el portal de mi casa, cuando tengo un momento de iluminación y me giro. Ahí está, la cruz verde parpadeando. La farmacia de enfrente de mi casa está abierta y, atendiéndola, el hijo de la dueña.

 

Es larguirucho, lleva gafas de pasta y es palido y pecoso. Con el pelo ensortijado. Siempre que voy a comprar se pone nervioso. Me muerdo el labio... Quizás pueda fiarme antidepresivos. Su madre ni de coña, pero él...

 

Me giro y llamo a la puerta. El interior está solo iluminado por una luz de mesa sobre el mostrador. Lo saludo en cuanto me ve, y se acerca a abrirme. Entro y me estremezco, la temperatura es mucho más agradable aquí dentro, así que abro la cazadora. Me pregunta qué quiero, y entonces me doy cuenta de que no tengo ningún plan. Me acerco a la sección de Durex y cojo un lubricante al azar, llevándolo al mostrador. Juraría, a pesar de la poca luz, que se sonroja. ¡Oh, joder! ¿Qué clase de farmacéutico es? Teclea en la máquina registradora, y decido que es ahora o nunca.

 

- Esto... Necesito una caja de Prozac y he perdido la receta- le pongo cara de niña buena. Él me mira negando suavemente, como si fuera a entrar en pánico y tartamudea el comienzo de una negativa que no le dejo terminar-. Vamos, te la traeré el lunes, mi psiquiatra me hará otra. Por favor...- junto las manos, y la presión que mis brazos ejercen sobre mi pecho acentúa el canalillo. A él se le van los ojos, no aparta la vista de mis tetas a medio salirse mientras me dice con vocecita trémula que lo siente mucho, que se metería en un lío. Siento ganas de aplastarle la cabeza.

 

Pero lo que hago es desjuntar las manos y dejar que la yema de mis dedos acaricie la curvatura de uno de mis pechos. Ahí lo tienes, hipnotizado. Como si nunca hubiera visto unas.

 

- Vamos, solo será esta vez...-pido con voz sugerente-. Además, te deberé una- tomo aire entre los labios haciendo un leve ruido, antes de humedecerlos despacio. Dejando que se deleite con la visión. Pero él traga saliva, y me mira a la cara para decirme que no puede. Aún así no suena firme- Mmmm- cruzo los brazos bajo mi pecho, alzándolos y la vista se le vuelve a ir un instante. En cambio, vuelve a mirarme a la cara y me dice lo que le debo por el lubricante que ni siquiera quiero. Estoy desesperada ¡joder!-. Hagamos algo... ¿vale?- doy dos pasos atrás, alejándome del mostrador dejando que la cazadora se abra. Después comienzo a bajar la parte superior de mi vestido-. Tú me lo das, y yo te dejo jugar con estas dos. ¿Qué me dices?- silencio.

 

Tiene la boca abierta, es como si se le hubiera olvidado respirar. Me toco los pechos desnudos, masajeándolos hasta que mis pezones rosados se endurecen. Gimo con sutileza, contoneando un poco mis caderas como si tuviera el coño húmedo y me incomodase. Empiezo a pensar que este farmacéutico es vírgen, porque no reacciona. Vuelvo a acercarme al mostrador, aún sobándome sugerente.

 

- ¿Y si te hago una mamada?- mis manos cubren mis pezones y presionan mis pechos contra mi torso-. Vamos, nene... Hazme es favorcito de nada y seré muy muy buena contigo- entonces me sorprende, preguntándome si le dejaré correrse en mi boca. Me da ganas de reír, pero oculto la carcajada en un amago de jadeo dándome cuenta del bulto en sus pantalones-. Claro, cariño. Donde tu quieras- digo, bordeando ya el mostrador. Se acerca como para besarme, pero no estoy por la labor, así que coloco un dedo en sus labios.

 

Me giro y pego mi culo contra su paquete, restregándolo bien, mientras llevo sus manos a mis pechos. Si lo empalmo así del todo, menos trabajo bucal. Aún borracha, me pregunto qué diablos estoy haciendo. Él jadea, y me regodeo en que esto será fácil, más teniendo en cuenta que hay un espejo de cuerpo entero frente a él que le dará una buena visión de mi trabajito. Me aparto de él para acuclillarme, lo que provoca que el vestido se suba hasta mi cintura dejando a la vista mi trasero, surcado solo por la tira de un tanga negro.

 

- ¿Te gusta lo que ves, cariño?- pregunto abriendo su bata para bajar sus pantalones y sus calzoncillos, descubriendo su polla que tomo con una mano para machacársela un poco mientras me echo todo el pelo a un lado. El farfulla que sí. No es nada del otro mundo, por si os lo preguntáis. Su polla, quiero decir-. ¿Te la habían comido alguna vez aquí?- pregunto por simple morbo, antes de pasar mi lengua a lo largo de su polla para succionar levemente su glande. Se estremece, y coloca una mano sobre el mostrador.

 

Me doy asco. Mucho asco. Y aún así, succiono varias partes de su polla poco a poco, calentándolo para que se corra pronto, dejándole una buena visión de mi cara, de cómo lo hago. Es por el Prozac. No sabéis cuánto lo necesito, joder. En cuando gimotea, me la trago entera, soltando un fuerte gemido que resuena amortiguado, y aunque es falso, hace que su falo vibre en mi boca provocándole un espasmo. Giro el rostro para dejarme mejor perspectiva. Mi lengua toquetea su polla, envolviéndola, antes de comenzar a moverme ejerciendo presión con los labios, colocando mis manos en sus muslos. Pronto empieza a gemir.

 

A veces, me la saco de la boca y se la pajeo rápido un momento para volver a metérmela en la boca. Es más fácil así, no tener que mirarle con falsa lujuria o con cualquier otra cosa. Prozac, Prozac, Prozac... Es lo único que pienso. Si me lo monto bien, con esto le podré sacar todas las cajas que quiera. Estoy pensando en eso cuando me coje del pelo y me aparta. La saliva cae por mis labios hasta mi barbilla, su polla brilla por el barniz y está manchada de mi carmín rojo. Me pregunta si quiero el Prozac y asiento. Su condición es clara, que le deje darme por el culo.

 

Me lo pienso. Follármelo no entra en mis planes, esto era una mamada y fuera. Quiero decirle a voz en grito si se cree que esto es una barra libre, pero solo puedo asentir.

 

- Vale.

 

Me levanto intentando recolocar mi vestido, cubriéndome las tetas que tengo heladas, pero entonces el farmacéutico me coje de las caderas y me empuja contra el mostrador para restregarme su polla mojada por el trasero. Suspiro y me inclino, apoyando los codos sobre el mostrador para ofrecerle mi culo. 'Vamos, no tengo toda la puta noche' pienso. Lo bueno de esto es que no ve me la cara, así que no tengo que fingir. Su dedo retira la tira de mi tanga y su polla tienta mi agujero torpemente. Me la empieza a clavar con hiriente lentitud. Jadeo mientras mi cuerpo se hace a él, revolviéndome un poco y el me da un golpe en una nalga. Siseo entonces. Retrocede un poco, y con un golpe de cadera me la termina de meter. Ahogo un grito y escondo la cara en mis brazos, entonces él empieza a moverse, a meterla y a sacarla gimiendo muy cerdo. Entonces, me pregunta si soy puta. Miro hacia atrás indignada, elevándome un poco y siendo bamboleada por sus embestidas conejeras.

 

- Puta lo será tu madre- respondo. Él no me mira, tiene los ojos cerrados, las manos en mis caderas y sigue y sigue. Jadeando como un perrito. Miro hacia delante y pongo los ojos en blanco, Colocando la cabeza sobre una mano y dejándole acabar. Ahora que tengo el ano dilatado, apenas siento nada. Pero entonces él habla. Me dice que parezco una de las zorras que ve por internet, pero que soy más barata porque estoy buena. Y dice que las que están buenas y son todo lo cerdas que el cliente quiere, cobran mucho.

 

Noto que se va a correr por cómo aumenta el ritmo a marchas forzadas. Por suerte, la gente que pasa por la calle no mira hacia dentro. Cuando termina, apenas me entero salvo por la pringosidad de su semen que es expulsado por sus embestidas finales.

 

- ¿Ya?- pregunto, y en un movimiento audaz él me acaricia el coño. Un poco húmedo por el roce del tanga con las maniobras pero nada del otro mundo. Lo aparto de un manotazo y me giro. Su semen desciende por mis piernas y él se agacha. Lo miro escéptica, cruzándome de brazos. Si piensa que le voy a dejar comerme el coño como nueva condición sacada de la manga para darme el Prozac va listo. Lo que hace, en cambio, es recorrer mi pierna con su lengua, hasta el muslo, recogiendo el chorretón de su corrida con esta. Sentir el rastro de saliva no es mejor que sentir su semen. Cuando se levanta, me cruzo de brazos- ¿Me das eso o qué?- se mofa llamándome borde y abrochándose los pantalones. Abre el cajón que tan bien conozco y me tiende la caja mágica. Por fin, mis ojos brillan.

 

Pero él aprovecha que estiro la mano para coger la caja y me toma de la muñeca, atrayéndome contra él y besándome sucio. Su boca sabe a semen, su saliva a ácido y tabaco. Me revuelvo hasta que me suelta, aunque por el camino me ha apretado un pezón tan fuerte que al abrir los dientes en una queja me ha metido la lengua. Me aparto con el Prozac en la mano y me bajo el vestido.

 

- Eres un cerdo- le digo, y me voy.

 

A los dos días, tengo montado en mi habitación un ordenador en el que un amigo me ha instalado todo lo que necesito para usar esa mierda que llaman 'la red oscura'. Allí hay sicarios, prozac... pero necesito dinero, y pienso conseguirlo. Ya os imagináis como.