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Obedecerás a tu hermano II: Clases de pádel

en Dominación

Estoy en mis clases de pádel, fue mi hermano Abel quien insistió en que las tomara. Juraría que es solo una excusa para verme con este aspecto. Llevo mi melena rubia recogida en una coleta alta, bien tensa. Un vestidito deportivo blanco, con tres líneas rosa bebé que recorren los costados. Él me mira desde las gradas, sentir su mirada fija en mi me presiona. Ojalá pudiera aprender más rápido para que mi hermano se sienta orgulloso de mi y me premie.

Bruno, el profesor, se coloca detrás de mi, cogiéndome ambas manos para explicarme qué hago mal en los saques. Yo me tenso, pero él continúa hablándome y moviendo mis manos a su antojo, obligándome a girar mi cuerpo por la acción de su torso contra mi espalda, con la misma facilidad con la que manejaría a una muñeca de trapo. Trato de prestarle atención, respondo a sus preguntas con susurros tímidos. Entonces, unos dedos muy conocidos se clavan en mi antebrazo y tira de mi. Es Abel, quien tiene cara de pocos amigos.

- Nos tenemos que ir- dice dedicándole a Bruno una sonrisa cordial pero gélida. Me doy cuenta de cómo los ojos de mi profesor de pádel van hacia mi brazo, apresado por la fuerte mano de mi hermano. Bajo la vista, sonrojada y sin saber por qué, asiento. Tengo esa sensación, la de que me he metido en un buen lío. ¡Pero yo no he hecho nada! Quisiera gritarlo, pero tengo la garganta seca y lo único que puedo hacer es dejarme llevar por Abel, que prácticamente me arrastra-. Me tienes contento, Jacqueline- me susurra con voz autoritaria y decepcionada.

- Abel, y-yo.... imploro, pero cuando me fulmina con la mirada callo y bajo la mirada. Mis deportivas hacen que mis pasos no suenen por el pasillo que lleva a los vestuarios. A estas horas, con todas las clases empezadas, estarán vacíos. Me empuja dentro de estos y bloquea la puerta con el pestillo, sin soltarme. El brazo me arde, pero me trago un gimoteo de queja.

Cuando ya estamos encerrados y comprueba que solos, me arrincona contra la pared haciendo que mi espalda y mi cabeza se golpeen contra el azulejo con un ruido sordo. Sollozo y cierro los ojos con fuerza, encogiéndome, abrazando mi cuerpo con brazos temblorosos. Él hunde sus dedos en mis mejillas, y mis labios se abren doblados.

- ¡Mírame!- me exige. Parpadeo antes de obedecerle, con desconfianza-. ¿Crees que te pago las clases para que el profesor te restriegue cebolleta?

- N-no...- farfullo, aunque apenas se me entiende. Noto una única lágrima caer por mi mejilla. Me suelta de golpe y me abofetea haciendo que mi rostro gire bruscamente. La raqueta se me cae al suelo. Me aguanto un grito apretando los dientes. Entonces, mi hermano coge mi cuello para obligarme a que lo mire.

- ¿Te ha gustado?- niego insistentemente con la cabeza, tanto como la presión de su mano que ha reducido al mínimo el aire que puedo respirar me permite. Pero él mete la mano entre mis muslos, sortea la braguita de algodón que llevo puesta y al tacto, noto que estoy húmeda. Siempre que mi hermano se pone violento conmigo me ocurre sin que me percate, o lo pueda evitar. ¡No ha sido por Bruno, ha sido por él! En cambio, las palabras no me salen. Saca sus dedos de entre mis piernas- ¿No?- vuelve a preguntarme, gélido, aumentando la presión sobre mi cuello hasta un punto en el que ya no puedo respirar suficiente aire por mucho que jadee intentándolo. Coloca su mano frente a mi y frota sus dedos índice y corazón, impregnados por mi brillante excitación contra su pulgar- ¿Y entonces esto qué es, puta?- me pasa sin cuidado los dedos sobre mi labio inferior, seco por mi agónica forma de intentar restirar, y siendo mi propio sabor-. Ponte a cuatro patas en el banco- me ordena soltándome, y yo doy una gran bocanada de aire-. Si quieres ser una perra, te trataré como tal.

Le obedezco, dando pasitos trémulos, incapaz de hallar mi voz para replicar nada, consciente de que si lo hago será peor. Sollozando como una tonta porque me siento mal, porque Abel está enfadado. Frustrada porque no ha sido mi culpa. Gruñe, y yo me coloco sobre el banco como me ha dicho. Los listones de madera con separación prometen destrozarme las rodillas y las palmas de las manos. Escucho ruido a mi espalda, pero no miro. Mis brazos tiemblan de nervios, pero también de expectación. Mi castigo será mi redención, y mi hermano volverá a quererme, a considerarme digna para desearme.

Doy un pequeño brinco cuando él baja de la balda superior mi bolsa de deporte, dejándola caer al suelo por su propio peso con un ruido de nylon apaleado. Lo primero que hace es quitar los enganches de la banda que sirve para colgármela al hombro. Se la coloca colgando del cuello y abre la cremallera bruscamente, el sonido me estremece. Coge un gel y el bote de desodorante, dejándolos tras mis pies. Luego, se coloca frente a mi, que sigo con la vista gacha evitando mirarla.

- Vamos perra, levanta la cabeza para que te ponga tu collar- me ordena y obedezco. Me rodea el cuello con la banda de la bolsa de deporte y cierra el enganche sobre la cinta. Da un tirón y la cinta se escurre dentro del enganche ciñendo mi cuello. Gimoteo, pero eso no lo aplaca. Ata el otro extremo haciendo lo mismo entre los listones separados del banco, entre mis manos, y después me rasca detrás de la oreja-. ¿Quién es tu amo, perra?

Me pregunta. Otra lágrima cae. Es tan humillante que me trate así...

- Tú- musito, bajando la cabeza. Al menos, la correa se ha aflojado alrededor de mi cuello.

- Haré que no se te olvide, para que te quedes en perra y no pases a cerda, eh, hermanita- pasa su mano por mi barbilla y después me da un cachete en la mejilla para colocarse a mi espalda. Escucho que se aleja, que vuelve, y entonces siento el filo de la raqueta rozando mi coñito sobre las bragas de algodón mojado-. ¿Te gusta, perra?- me pregunta. Inconscientemente, encontrando algo de alivio tanto en el roce como en la esperanza de que no sea duro conmigo, muevo la cadera para sentir más la raqueta.

- Si- susurro. Entonces, Abel saca la raqueta de entre mis piernas, levanta la falda de mi vestido deportivo y baja mis bragas. Me estremezco inquieta, confusa. ¿Qué va a...? Recibo el raquetazo en mi trasero con un grito, sorprendido y dolorido al mismo tiempo. Mi espalda se arquea.

- ¿Sí, qué?- me gruñe.

- Sí, amor- musito, y me da el segundo raquetazo en el trasero. Más fuerte aún.

- Más alto, perra.

- ¡Sí, amo!- digo con voz quebrada, entre sollozos. Siento mi culo rojo por los golpes, los arañazos provocados por los arañazos de la raqueta. Vuelve a golpearme, una vez entre cada palabra que dice a continuación.

-Las. Perras. Ladran- me roza de nuevo el coño con el filo de la raqueta- ¿Y tú eres una perra en pleno celo, a que si?- ladro, una vez, mientras lloro-. Mira que mojada estás, cuánto necesitas un rabo. ¿A que sí, perra?- cierro los ojos y las lágrimas empiezan a salir una tras otra. Ladro otra vez y entonces dejo de sentirlo. Me encojo al escuchar unos ruidos que no sé interpretar. Frascos que se abren, botes que se agitan. Entonces, Abel escupe y su saliva cae entre mis nalgas con asombrosa precisión. No me doy cuenta de que ha embadurnado en gel el bote de desodorante hasta que lleva su extremo redondeado hasta mi culito vírgen y presiona. Grito, grito fuerte y gateo hacia delante para librarme, pero hay un momento en el que la correa que me ata al banco me lo impide.

- P-para, Abel, p-ara... A-aquí no, por-por favor- pido, paralizada por el miedo, por el dolor que crece cuando empuja hasta meterme por el recto el bote de desodorante. Mi espalda se arquea y grito agónica, echando la cabeza hacia atrás. Mi ano arde, parece desgarrarse al ser corrompido por el frío metal que pronto se aclimata. La mano de Abel lo mantiene dentro hasta que vuelve a subirme las bragas, y es la tela de algodón la que retiene el bote dentro de mi culo. Al tensarse, se arruga metiéndose entre mis piernas, creando una fricción que me estremece. Una vez hecho esto, empieza a martillear el bote con el filo de la raqueta. Tac, tac, tac. La presión lo adentra en mi ano, que está adaptándose a marchas forzadas a ese objeto, pero mi cuerpo lo sigue expulsando tanto como la tela me permite. Jadeo con la boca seca, y Abel se coloca frente a mi, dejando la raqueta en el banco. Se desabrocha los vaqueros oscuros recreándose, se los baja junto con los boxers y su polla queda al descubierto, alzándose desafiante.

- ¿Quieres rabo, perra?- me pregunta, inclinándose sobre mi, acariciando un lateral de mi nalga y dándome un azote justo después-. Jadea para demostrarme lo perra que estás- se la machaca un par de veces y la lleva hasta mis labios para moverla de un lado a otro, impidiéndome engullirla. Jadeo con la boca abierta, persiguiendo su polla porque sé que es la única forma que tengo de hacerme perdonar. Cada vez que me muevo, las bragas se rozan contra mi sexo, pero también se mueve el bote de desodorante generándome un dolor desconocido en mi culo rojo por los raquetazos.

Al final Abel se apiada y roza su glande contra mis labios antes de meterme su fibrosa polla, surcada por venas palpitantes en la boca. Comienzo a chupar y succionar, a rodearla con mi lengua, dejándola presionar mi mejilla, mi garganta, y muevo la cabeza atrás. Él me coge de la coleta y me saca la polla de la boca al poco tiempo para darme unos cuantos golpecitos con ella sobre los labios entreabiertos. Gimiente, lo miro y vuelvo a engullir, a chupársela del modo que él me impone tirando de mi pelo, metiéndomela tan al fondo que mi nariz llega a tocar su pubis. La saliva, ahora abundante con tanto bombeo, cae hasta el banco, derramándose por las comisuras de mis labios. El mismo banco a cuyos listones me agarro hasta que las uñas me duelen, cuyos espacios están destrozando mis rodillas. Entonces, mi hermano suelta mi pelo aunque yo mantengo el ritmo desenfrenado que él me ha impuesto, metiéndomela tan profundo como es posible. Lo veo coger la raqueta de nuevo, lo veo moverse pero sigo concentrada en mi castigo, en mi redencción. Presiono el tronco de su polla con mis labios para succionar con fuerza pero entonces... me parece que voy a partirme en dos, a morir allí mismo.

Abel me ha dado un nuevo raquetazo, metiendo hasta el fondo el bote de desodorante. El atroz dolor repentino de la penetración anal, mezclado con el golpe de la raqueta sobre mi ya maltrecho culo hace que me yerga poniéndome de rodillas para gritar con fuerza. Eso es lo que intento, pero entonces la correa, con el tirón, vuelve a apretar mi cuello y toso jadeando histérica. Mi hermano aprieta mis dos pechos, uno con cada mano, sobre el vestido. Mis pezones se erizan tanto que presionan sus palmas a través de la tela, puedo sentirlos con claridad por como palpitan.

- ¿Has querido ser una perra, eh?- mi hermano muerde con fuerza mi labio inferior y gimo fuerte. Estando de rodillas, noto el flujo descender entre mis muslos. Abel me impone un beso atosigante, que me obliga a echarme hacia atrás, lo que provoca a su vez que la cadena me asfixie y abra la boca que él me chupa con avaricia. Cuando se aparta, sus labios brillan por el exceso de saliva-. Entonces, te follaré como tal- se coloca a mi espalda-. Bien quieta, perra.

Me baja las bragas hasta medio muslo y la palma de su mano presiona el bote de desodorante bien profundo. Gimo desesperada, notando los restos de lágrimas y saliva enturbiando mi rostro. Muevo la cadera rozándome contra su polla, que la mano de mi hermano guía hacia la supurante abertura en mi coño hinchado y vibrante.

Grito cuando me la clava fuerte, sintiendo un enorme alivio a pesar de la molestia de tener el culo destrozado, y que sentir su polla y el desodorante parecen llenarme a reventar. Los movimientos se vuelven furiosos, mis nalgas se estrujan contra el bajo vientre de mi hermano cada vez que nuestros cuerpos se unen. Gimo como una loca, él también y el sonido de nuestros cuerpos resuena sórdido en todos los vestuarios. Son unos momentos gloriosos. Gimo entre los dientes, sintiendo cómo la correa me estruja el cuello cuando llega a su límite, y lloro de placer, por ser follada así por Abel. Todo termina pronto. Saca el bote de desodorante de mi culo de improviso y yo suspiro, pero pronto su polla lo sustituye y noto cómo se corre. Los chorros de su semen copan mi ano inflamado dejándome al borde mismo del orgasmo. Las lágrimas de gloria se vuelven amargas y sollozo frustrada. Abel se aparta y me sube las bragas dándome un buen azote. Se sienta frente a mi ya con los pantalones subidos y me acaricia la cabeza con cierto cariño.

- ¿Has aprendido a no restregarte con otros como una perra, Jackie?- me pregunta y asiento entre lágrimas, deseando preguntarle si va a dejarme estallar de placer, si ya me he resarcido de mis faltas. Me da un beso, lento y profundo en el que su lengua se zambulle en mi boca con total impunidad. A la vez, va tirando de la correa hasta que esta me corta el aire pero no me importa. Soy feliz cuando me besa así-. Eso espero- suena a amenaza y sé perfectamente que lo es. Me desata y me deja la sudadera que lleva puesta para cubrir las marcas: sus dedos en mi brazo, la abrasión de la correa en el cuello-. Por si acaso, no te tocarás ni te tocaré hasta dentro de dos días. Y dejarás estas clases estúpidas- me levanto del banco con las rodillas en carne viva y lo miro triste-. Lo hago por ti, Jackie- me susurra antes de plantarme un beso rápido-. Tienes que ser una buena sumisa para que no me busque a otra- la simple idea me destroza y me hace romper a llorar. Abel me abraza contra su pecho y me encojo. Me acaricia la cabeza. Intentan abrir la puerta, y llaman-. Recomponte rápido, te esperaré fuera- asiento apartándome y llendo hacia los lavabos para limpiarme la cara con abundante agua.

Una chica suelta un brutal improperio a Abel, que abre la puerta cuando esta ya ha empezado a golpearla histérica. Es raro que los vestuarios estén cerrados. Solo quiero salir de allí cuanto antes. Pronto, todo esto estará lleno de chicas, incluidas mis compañeras de la clase de pádel. Vuelvo a llenar mis manos de agua y a frotármela. Mi vista se cruza a través del espejo con la de la primera chica.

- ¿Estás bien?- me pregunta. Al menos tengo el sabor de su polla en el paladar y su leche en el culo, pienso, pero me limito a dedicarle una sonrisa rápida y sonreír, soltándome el pelo. Sé que ella me está analizando-. Oye... ¿Te ha hecho algo el gilipollas ese?- me pregunta, y la veo mirar el pringoso bote de desodorante, olvidado en el banco, la cinta de mi bolsa de deporte.

- Es mi hermano- respondo seca, pasándome la toalla por la cara y ahuecándome un poco el pelo ondulado. Suspiro y guardo todo en la bolsa sin mirar a la otra chica, volviendo a enganchar la cinta. Mi correa solo momentos atrás. Sentirla en mis manos me hace volver a sentir húmeda mi entrepierna.

- Parece un poco mayor para ser tu hermano...

- Me lleva doce años. ¿Quieres el libro de familia?- respondo de malas formas.

¿En serio que estás bien? Si necesitas ayuda...- la fulmino con la mirada, echándome la bolsa de deporte al hombro.

- Métete en tus putos asuntos- le espeto agresiva, y ella baja la vista para encontrarse con mis rodillas enrojecidas, que le hacen abrir la boca asombrada. Supongo que temiéndose lo peor, pero no espero que nadie entienda que todo mi placer está en mi hermano, y que él solo puede estar seguro de cuánto lo amo y respeto mediante el dolor y la humillación. Entra otro grupo de chicas, riendo entre ellas. Mis compañeras de la clase de pádel.

- ¡Hey, Jackie! ¿Qué mierda ha pasado antes?- inquiere Tamara. Niego y hago un aspaviento para restarle importancia.

- Vienen mis padres, así que teníamos que darnos prisa para irnos- miento como una cosaca.

- ¿Y por eso se pone tu hermano así?- me pregunta, llena de razón- Menudo loco- indica empezando a desnudarse. Yo le echo una ilustrativa mirada a la primera chica, como diciéndole ¿ves como es mi hermano, idiota?

- Sí, se ha levantado de malas- indico encogiendo los hombros, dispuesta a irme. Pero Tamara me interrumpe.

- Pues con la de tiempo que has pasado aquí dentro, seguro que está con un cabreo que ni se menea- ríe animada- ¿Te veo el miércoles?- me pregunta.

- Creo que lo voy a dejar. No es lo mío- ella me mira sorprendida, pero no le doy tiempo a que diga nada más que me entretenga-. Me tengo que ir. ¡Te llamo!

- ¡Suerte!- me dice ella a modo de broma.

Al salir de los vestuarios me pego al costado a Abel, abrazándole por la cintura y lo miro.

- Sácame de aquí- le pido en un susurro. Él me rodea con un brazo protector, pero no se mueve-. Por favor- suplico, cogiendo su camiseta y agitando un poco la mano.

Finalmente, echamos a andar hacia el aparcamiento con mis rodillas levantando demasiadas miradas.