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Mis inicios lesbicos 8

en Fetichismo

Los quejidos y frases que escuchó Laura en su casa el día anterior aún rondaban su mente. ¿Con quién estaba hablando su mami? ¿Hablaba por teléfono, o con Isabel? ¿De qué hablaban? ¿De quién? ¿Por qué?

¿Y con Isabel que recién conocía, y a puertas cerradas? No era el estilo de su madre.

¿Pero, y de Isabel?

¿Qué tanto la conocía? La conoció porque era amiga de una amiga de la Maca. En opinión generalizada la mina era lúcida, esbelta y regia, con desplante natural. Además, pensó, tenía una mirada profunda que le hacía sentir algo incómoda.

Al tratar de recordar llegó al convencimiento de que lo que oyó era más bien una súplica. ¿Mamá suplicando? ¿A Isabel? La idea era bastante descabellada. ¿Por qué tendría su madre que suplicarle algo a Isabel?

¿Por qué no?

Nuevamente le invadió ese sentimiento extraño, como de vergüenza ajena. La temperatura en sus axilas se disparó y un cosquilleo se localizó en su vientre ocasionándole un fuerte deseo de orinar y de masturbarse.

Se dirigió al baño y una vez sentada controló, apretando los músculos vaginales, la cantidad de orina que expulsaba de modo que soltaba leves micciones logrando amplificar el placer de orinar hasta el punto en que simulaba una eyaculación femenina. Desde que tenía 13 años practicaba este truco que le había enseñado la madre de una compañera de curso mientras procedía a bañarla después de una pijamada que habían tenido en el patio y gracias a la cual habían quedado llenas de hormigas.

Mientras le lavaba el cabello con shampoo le había propuesto jugar a un juego. Se le había ordenado arrodillarse en la tina y separar sus rodillas dejando su sexo expuesto. Con el mismo shampoo fue enjabonada totalmente, brazos, muslos y axilas, sin descuidar una limpieza profunda en la zona de su vagina. No hubo caricias libidinosas, al menos ello no había tenido conciencia de ello. La carga erótica que despertó su libido fue la orden de concentrarse en orinar, pero aguantar y no liberar la micción hasta después de haber solicitado el permiso y de habérselo concedido, mientras era enjabonada exhaustivamente por manos diligentes.

Laura recordaba haberse aguantado, haber pedido permiso, haber suplicado la autorización de orinar, hasta el punto en que no había podido aguantar más y haber dejado salir un pequeño chorro. Recordaba perfectamente que la madre de su amiga se había enfadado y, conforme al castigo previamente acordado, había recibido unos golpes con la palma de la mano abierta, sobre su vulva, mientras se le regañaba y se le exigía un mayor control.

El ejercicio duró más de 15 minutos y cuando concluyó la zona de la vulva de Laura lucía un color rojizo, y su pecho subía y bajaba producto del esfuerzo. La madre de su amiga había acercado su boca a la suya de manera que ambas aspiraban y expiraban el mismo aire. No había habido besos. Sólo un fuerte abrazo y una mirada pofunda y protectora. Tampoco había habido tocaciones. Terminado el baño fue secada con suaves toallas y su pelo peinado y perfumado, y la llevó a dormir al cuarto de su hija.

Nunca le contó lo acontecido a su amiga, ni a nadie lo que había experimentado. Entendió que la única forma de replicarlo era guardar un prudente silencio. Obediente y esforzada como era, practicó y practicó el ritual de control aprendido.

La próxima vez que se juntaron en casa de su amiga, ya intuía que iban a ponerla nuevamente a prueba. Vuelta a la desnudez, la abertura de piernas, la prueba de aguante y los escarmientos que le dejaban el sexo sensible y vibrante de excitación.

A medida que pasaron los años logró controlar cada vez más la expulsión controlada de la orina, aumentando del mismo modo la dependencia por la autorización que concedía la madre de su amiga. De pronto ocurrió que la familia de su amiga se trasladó a vivir a otra ciudad y nunca más volvió a saber de ellas.

Llevaba varios minutos sentada, forzándose por orinar pero impidiendo la salida de la orina justo a tiempo, una y otra vez  para que el efecto placentero fuese más permanente. Mientras practicaba el ritual observaba su vulva apenas cubierta de bellos púbicos. Con excitación creciente acarició con  las yemas de los dedos el exterior de los labios vaginales húmedos e imaginándose que estaba frente a la madre de su amiga no pudo contener la emoción y sintió la orina tibia deslizarse por ellos y caer al agua con un leve repiqueteo.

Presa de excitación se llevó los dedos a los labios y los chupó y succionó hasta dejarlos completamente limpios. Estaba muy, muy cerca de acabar.

Por favor –Dijo en un susurro. Por favor. Ahhhh, déjame orinar. Por favor, por favor. Recordando nuevamente el castigo merecido, los palmazos firmes recibidos, volvió a rogar y a suplicar, con una pequeña variante:

Te lo suplico –Se humilló.

Déjame orinar, permíteme…acabar.

La orina terminó por salir sin que nadie contestara sus súplicas. Y como casi siempre se quedó con todas las ganas de acabar, porque en un giro extraño de su fantasía, debía suplicar la autorización para orgasmear.

Imaginarse que no estaba en sus manos el poder generar sus propios orgasmos le obligaba a enfocar toda su energía al estudio y al deporte, gracias a lo cual se transformó con el tiempo en una alumna y atleta destacada. Nadie conocía el precio que debía pagar para lograrlo.

Ahora, la tensión creciente y descontrolada la obligaba a hacer algo al respecto o acabaría por volverse loca. Conteniéndose, luchando contra las imperiosas ganas de masturbarse, decidió buscar respuesta. Llamó un par de veces a su amiga Macarena sin éxito.

Pensó como alternativa llamar a Isabel pero tan pronto como cruzó la idea por su mente la desechó por completo debido a la sospecha de que tendría cierta relación con los hechos. Además, no le tenía tanta confianza; con ella se sentía inhibida y extraña.

Abrió su notebook y comenzó a navegar online buscando textos sobre características del comportamiento humano. Leyó algunos artículos y dio con el tema de Género, luego Mujer, luego Sexo, luego BDSM, luego D/s. Entró.

Dominantes.

Doble clic. Texto e imágenes.

Esc.

Sumisas.

Doble clic. Texto e imágenes.

Lo primero que atrajo su atención de la imagen que se mostraba era la seguridad que proyectaba una bella chica extrañamente vestida para su gusto, con una mini y top brevísimos de latex negro y botas altas. Esbelta. Frente a ella y arrodillada en actitud servil se veía una hermosa mujer, totalmente desnuda, salvo por un collar de perro que lucía al cuello.

Ambas se contemplaban a los ojos, y Laura a ambas con asombro creciente.

Fue fácil identificar quien era la dominante y quien la sumisa.

Era discutible calificar la imagen de pornográfica. Las chicas no mantenían contacto físico ni estaban es posiciones lascivas, pero a pesar de ello tenía una tremenda carga sexual. La sumisa miraba excitada y obediente a los ojos de la dominante, con su boca impúdicamente entreabierta apuntándole a la ingle. Su rojo trasero evidenciaba haber recibido algún escarmiento.

El morbo de la imagen le atraía como un imán. Imaginó el trasfondo de la escena. Por alguna razón que ignoraba la mujer se humillaba en actitud servil, desnuda como una perra con collar de pertenencia, atenta a los mínimos requerimientos de su dueña regiamente vestida. Tenía la sumisa los brazos y las manos fuertemente atadas en la espalda, lo que hacía que sus senos se proyectaran al frente evidenciando más su excitación. Al observar con más detalle se notaba que los pezones estaban anillados y una cadena los unía y descendía hacia su entrepierna y se unía a otro anillo ubicado en su clítoris. Notó también que el pubis de la sumisa estaba totalmente depilado, y se podía apreciar también un tatuaje o letras o marca en su muslo interior.

Por su parte la chica sexy vestida se mantenía altiva y segura de la obediencia total de su sumisa. Se percibía fuerte, dominante.

Se estremeció al sentir el escalofrío que recorría su columna vertebral. La presión en su vientre volvió o se hizo más fuerte llevándola al borde de un orgasmo. Sus pezones se pusieron duros como piedra. Su respiración se agitó y notó que le ardían las axilas.

Trató de controlarse, pero nada lograba evitar ese sentimiento.

¡Estaba nuevamente muy excitada!

Fue inevitable para Laura identificarse con una de las chicas de la imagen, y la vergüenza que sintió al descubrirlo hizo arder sus mejillas. Laura alzó la vista y miró en torno suyo. Una vez segura de que nadie la veía, se levantó y cerró con llave la puerta del dormitorio. Se desnudó totalmente y acto seguido se arrodilló en la misma forma y posición en que lo hacía la sumisa. Abrió su boca, alzó el rostro y con los ojos cerrados se imaginó que estaba en presencia de la dominante.

Se vio a sí misma, desnuda, recostada sobre las piernas de Isabel recibiendo fuertes nalgadas Volvió a apretar los músculos vaginales y a cada golpe de mano que recibía dejaba escapar unas gotitas que mojaban el regazo de la dominante haciendo que ésta incrementase la fuerza del castigo.

La humillación que sintió al verse desnuda, expuesta, sometida y castigada, le llevó a un nivel de excitación tan alto que no se pudo controlar. Se imaginó mirándola a los ojos y entre suspiros e hipos suplicarle: Por favor…por favor. Una y otra vez.

Abrió los ojos y mirando la imagen dijo ahora en voz alta.

Isabel, te lo suplico, permíteme acabar. Por favorrrr. Por favorrr.

Era más de lo que podía soportar.

Se sintió tan subyugada y humillada, que sin necesidad de tocarse sintió crecer en su interior la excitación, vibrante, como una ola incontrolable que la golpeó haciéndola explotar en una fuerte y prolongada serie de orgasmos.

Cuando Laura volvió en si se encontraba tendida en el suelo, desnuda, con los pezones y sexo aún sensibles. Nunca en su vida había sentido una sensación orgásmica que la hiciera desfallecer. No sabía que eso fuera posible. Al levantarse vio la imagen en la pantalla y recordó con asombro y con profunda vergüenza todo lo que había pasado.

¿Cómo era posible que hubiese tenido un orgasmo sin siquiera tocarse sus parte íntimas? Se había excitado con otra mujer. ¿Acaso era lesbiana? Pero no. Lo más raro de todo era que no se había excitado con otra persona. Se había excitado imaginando que se sometía a otra persona, a Isabel. Eso era lo sorprendente.

¿Significaba eso que ella era de carácter sumisa? ¿Era sumisa?

Laura tenía plena conciencia de que era una chica tan normal como cualquiera, asertiva e inteligente, que exponía sus puntos de vista y defendía sus principios contra viento y marea.

Mientras reflexionaba lo ocurrido sonó su celular. Era Macarena.

¿Hola Maca, cómo estás? –dijo con un ligero temblor en su voz.

Macarena llamaba para ponerse de acuerdo en la hora que se juntarían, para ir a estudiar a casa de Isabel.

De acuerdo, amiga –Le dijo Laura. Pero antes necesito conversar contigo. Es urgente.

Mientras se dirigía al a cafetería, Macarena recordó la “reunión” que había tenido con la Vicerrectora y las claras instrucciones recibidas. Estoy totalmente es sus manos al menos hasta graduarme –Pensó resignada.

Macarena no tenía tendencias lésbicas, pero desde el encuentro con la Vicerrectora ya se consideraba bisexual. Debió reconocer que no había resultado tan mal después de todo. Mantendría la matrícula y su falta no sería dada a conocer a cambio de esporádicos escarceos sexuales con la Vicerrectora. Todo bajo perfil. Al menos eso era lo que pensaba sobre la base de que el cargo que ostentaba en esa universidad tradicional no le permitía a la Vicerrectora hacer alardes de sus dotes lésbicas amatorias.

Tampoco era algo que le preocupara mucho, ya que en su grupo de amistades había chicas de distinta orientación sexual y nadie tenía prejuicios al respecto. Además, debía reconocer que pudo haber sido peor ya que la vicerrectora era bastante sexy a pesar de tener casi quince años más que ella.

Las órdenes que había recibido eran muy claras. Debía estar atenta a sus instrucciones o a las de su secretaria. Por alguna razón que desconocía, debía darle información precisa que permitiera “cazar” a Laura. –había dicho la Vicerrectora. Debía colaborar para que “controlasen” también a su amiga, tal como lo hacían con ella.

Laura vio a Macarena antes de que ésta entrase a la cafetería. Notó que se veía algo preocupada, pero que sonrió de lejos al ver su brazo en alto, orientándola. Macarena apuro el paso y fue a sentarse a su lado.

Cuéntame –Dijo Laura. ¿Para qué te llamaron a la vicerrectoría?

Nada. Un asunto de firma. No tiene importancia –mintió Macarena. ¿Y tú cómo estás Laurita?

Laura trató de sostener la mirada de Macarena, sin éxito. Se sentía muy vulnerable.

Me siento rara. –Susurró. Desde ayer.

Macarena iba a hablar, pero se contuvo. ¿Qué tienes, Laura? –Le preguntó.

No obstante que Laura confiaba en su amiga tuvo la precaución de contarle una verdad a medias. No se sentía fuerte lo suficiente para soportar la mirada atónita o las preguntas inquisitivas que le haría Macarena si conociera sus rollos mentales o sexuales.

Le contó que había estado investigando en internet respecto a la naturaleza humana y su descubrimiento de la D/s. Le mencionó que se sentía impactada por ese tipo de relación y que no podía quitárselo de la cabeza. ¿Cómo era posible que en pleno siglo XXI existieran personas que virtualmente esclavizaran a otras? Es impensable –Arguyó.

Ambas amigas estuvieron conversando del asunto, hasta que de pronto una idea surgió en la mente de Macarena.

Creo que tengo la solución a tu problema Laurita –Le dijo sonriente. Espérame que vaya al baño y luego te lo explico.

Macarena se dirigió en dirección a los servicios y apenas estuvo fuera de la vista de Laura, llamó al número del celular de la Vicerrectora.

Al poco rato volvió, y dirigiéndose a su amiga le dijo: Acompáñame y te lo explico.

Laura titubeó pero al ver a su amiga levantarse, cerró su laptop y guardando todo en su mochila la siguió. Macarena le explicó que la solución estaba allí mismo, en la vicerrectoría. ¿Quién mejor que ella, que se encargaba de resolver diariamente los problemas que aquejaban a los alumnos, que tenía un doctorado en psicología transpersonal, podría darle la respuesta que buscaba?

Además –Agregó. La Vicerrectora es una mujer joven, capaz de ponerse en tu lugar y comprenderte perfectamente. De seguro ha tratado otros casos como el tuyo.

Laura no estaba muy segura de que una académica a quien no conocía, salvo de nombre, tuviera interés o tiempo disponible para ella, y si lo tuviera, era muy difícil que pudiera abrirse a ella para contarle toda la verdad de lo que le acontecía.  

Empezó a plantear débiles excusas hasta que llegaron a la vicerrectoría. La secretaria era una atractiva chica algo mayor que ambas, quien al ver nuevamente a Macarena sonrió para sí, sin esforzarse en ocultar el gesto que no pasó desapercibido para ésta última.

A los pocos minutos la secretaria le pidió a Laura entrar a la oficina de la Vicerrectora. Ambas se disponían a entrar, cuando la secretaria le dijo a Macarena:

Señorita Bermúdez, deje que su amiga Laura entre sola. Usted venga para acá. –Ordenó.

Macarena apremió a Laura a entrar y a cerrar la puerta tras de sí. Luego miró a la secretaria y antes de que pudiese hablar, le escuchó decir.

Bermúdez, aquí. –Nuevamente le exigió.

Macarena miró alarmada a la secretaria que sonriente le indicaba el espacio frente a ella bajo su escritorio. Miró para todas partes para asegurarse si otros alumnos la habían oído, pero nadie pareció notarlo o prestó atención.

Vamos, zorra –Urgió la secretaria con cara de pocas amigas. No tengo toda la mañana.

Macarena se sintió morir. ¿Pero qué ocurre? –Pensó. ¿Cómo es que esta tipa me viene a dar órdenes a mí? ¿Qué se habrá creído?

Abrió la boca decidida a ponerla en su lugar, cuando notó algo que le llamó la atención sobre el escritorio de la secretaria. Era un pisapapeles de bronce que lucía en su cara superior una figura inconfundible y sobrecogedora: un bajorrelieve representando un triskel. Comprendió de inmediato que la secretaria era para “todo servicio” de la vicerrectora y como tal no hacía más que seguir sus instrucciones. Por ende, lo que se le estaba ordenando venía directamente de la Vicerrectora.

Esa reflexión la atormentó al punto que sintió sus mejillas arder, y con paso lento y profundamente humillada se acercó y arrodillándose se metió bajo el escritorio. Afortunadamente, pensó, es un mueble cerrado que impide que alguien más me vea.

La secretaria se sentó en su silla y alzándose levemente procedió a quitarse las bragas, quedando con su sexo desnudo y sólo tapado por su falda arremangada en la cintura.

Con una mano acarició la cabellera de Macarena. Introdujo a continuación un dedo en su sexo y sacándolo húmedo, lo llevó a los labios de Macarena, diciéndole: Abre la boca, zorra.

Macarena temblando de miedo y de excitación, abrió la boca y chupó el dedo que se le ofrecía dejándolo completamente limpio.

Pon tus manos a tu espalda, puta –Le dijo la secretaria. No quiero que te masturbes sin permiso.

Macarena hizo lo que se le ordenaba junto con sentir una mano que suave pero firmemente acercaba su cabeza al sexo que se ofrecía desnudo. Sumisamente abrió la boca y sacando la lengua procedió a darle satisfacción a la secretaria. Ésta, al igual que la Vicerrectora, tenía el sexo completamente depilado y una argolla lucía perforando el clítoris. Mientras lamía, chupaba y tragaba los jugos de la segunda vulva que probaba en su vida escuchaba a los alumnos que se acercaban a hablar con la secretaria. El terror a ser descubierta le hizo pensar que lo mejor era que hiciera una cunnilinguis perfecta, de modo de acabar lo antes posible con el suplicio.

Se imaginó cómo es que le gustaría que le hicieran sexo oral, y comenzó por besar y lamer los muslos interiores de la secretaria, acercándose cada vez más a los labios para chuparlos y meter su lengua entre medio. Lamía y besaba desde el perineo hasta el clítoris pero evitando tocarlo. Repitió la operación varia veces hasta que decidió que era tiempo y al llegar de nuevo al botón duro y rosado lo lamió y mordió suavemente. Sintió las piernas de la secretaria apretar su cabeza y comprendió que ésta estaba cerca del orgasmo. Introdujo dos dedos en su boca para humedecerlos y a continuación se los metió en la concha girándolos, y luego haciendo presión sobre el punto G. Fue demasiado. De inmediato notó a la secretaria temblar y moverse y sintió que descargaba un flujo que inundó completamente su boca y muslos. Tragó todos los jugos que fluyeron de la concha de la secretaria; lamió y limpió completamente sus muslos y el asiento, hasta que escuchó una voz que le dijo:

Bien hecho, zorrita. Te mereces un premio. Acerca nuevamente tu boca y no dejes escapar ni una gota o te arrepentirás.

Macarena pegó sus labios a la vulva palpitante y de inmediato notó un líquido tibio que le llenaba la  boca. Oh no, no, no… no puede ser –Pensó, y recordando la advertencia tragó y tragó la orina fresca que se le ofrecía, esforzándose por no vomitar. Cuando terminó este nuevo suplicio chupó y lamió nuevamente la vulva hasta dejarla completamente limpia.

Así se hace, putita –Le dijo burlándose la secretaria. ¿Te gustó tu premio?

Deberías venir más seguido para repetirlo. Bromeó. Y deslizando su silla le hizo espacio para que saliese. Macarena se levantó sobándose las rodillas, tras lo cual preguntó

¿Puedo ir al baño, señorita?    

Claro que puedes, zorrita –Le respondió alegremente la secretaria. Te lo has ganado.

Mientras tanto, en la oficina principal, la Vicerrectora escuchaba con mucha atención el relato que le hacía Laura.

Laura había entrado con cierta timidez, no convencida de abrir su corazón y su mente a una desconocida.