miprimita.com

Altea, la esclava hispana (2)

en Sadomaso

Eras tú, dispuesto para tomar mi cuerpo desnudo. La esclava que tenía orden de avisarte cuando yo me despertara posee conocimientos médicos, porque es una mujer griega con formación, por eso la compraste, y se ocupa de mi dolorido tobillo, que casi se me ha torcido cuando los brutos soldados me tiraron del carro. Me atendió con cuidado y dulzura mientras yo estaba desmayada, compadeciéndose de mí, y me curó totalmente. Me pone unos vendajes para proteger mi piel y hacer que sane lo más rápido posible. Ella también ve que tengo un cuerpo bello y que el señor ha sabido elegir maravillosamente. Recordaste que entre tus esclavas ancianas hay una que es hispana también y habla ibérico. Le ordenarás que me enseñe latín en un mes. Que le dedique todo el día, que deje sus labores y quehaceres cotidianos, y que se ponga catorce horas diarias sin parar de enseñarme si es necesario, hasta que yo domine totalmente tu lengua. Quieres preguntarme cosas y hablar conmigo. Mientras estaba inconsciente, tenía la sensación clarísima y certera de que lo que había pasado en realidad es que había cogido carrerilla y me había lanzado al mar desde veinte metros de altura, para sumergirme en el agua que me abraza. El refrescante abrazo del agua…. Sentí que volvería al poblado hispano con mi madre y mis hermanas. Por un momento creí que todo había sido un sueño y sólo me había dado un corto baño en el río cercano a mi querido poblado junto a mis padres…pero no era así, se había puesto punto final a toda mi vida anterior. Para siempre. Sentía, cuando estaba aún inconsciente, un alucinante torbellino de emociones y sentimientos contradictorios. Era como estar en un indescifrable laberinto.

Podías imaginarte en qué estado venía, el horrible viaje y el sufrimiento. Sin embargo, salía de mí una poderosa fuerza desde entonces. Podría aguantar cualquier cosa, era ya increíblemente más fuerte y más extraordinariamente resistente. Con la gigantesca fuerza de una ola de mar. Y, desde el altercado con los soldados al salir del carro en el mercado, y mi violenta caída, estaba mucho más llena de prudencia. Yo moriría porque alguien me amara. Y no era extraño. Que me amaran en aquella ciudad desconocida donde no tenía a nadie que me amara. Pero no sabía que ibas a sacar lo mejor de mí.

Nunca había habido ninguna mujer joven en la casa, salvo en tus aventuras esporádicas y nocturnas con algunas muchachitas de la ciudad. Había sido un día terriblemente caluroso. Tus ancianas esclavas también sienten compasión hacia mí y se dan cuenta de que no estoy en muy buen estado. Nunca me había importado lo más mínimo que los demás sintieran compasión por mí, igual que la hubiesen sentido por cualquier otra muchachita arrancada de su pueblo, su familia y su casa, y llevada ante extraños para ser vendida como una simple esclava sin derechos. De todas formas, llevarme a tu habitación y a tu cama nada más comprarme es una orden sumamente extraña y sorprendente. Raramente alguna esclava había ni siquiera pisado tu habitación, salvo para ocuparse de la normal limpieza de ésta.  Era extrañísimo, una recién comprada en el mercado entrando en el lecho de la casa del amo…las ancianas se miran. Nunca habían estado tan sorprendidas. Claro que también parezco extenuada y bastante mal de salud.

Tardé dos horas en recuperarme y despertarme. Poco tiempo para dos meses de penalidades, pero mi fuerza interior era totalmente increíble. Abro mis preciosos y grandes ojos y veo el bello techo de tu cuarto, con plantas colgantes. Me pregunto dónde estoy. Mi cerebro empieza a ordenar los últimos recuerdos del día y trata de explicar, sumamente confuso, mi ubicación. La anciana esclava me había cogido dulcemente la mano al ver que me estaba despertando, por voluntad propia y suya, sólo para darme ánimos y que me sintiera acompañada, y enseguida había corrido a avisarte de que estaba volviendo en mí, tras recostarme con dulzura y acercar a mis sequísimos labios un vaso de agua para que bebiera. Me quedo completamente quieta tras beber el agua, que me sabe a las mil maravillas, preguntándome qué va a pasar con mi vida ahora. Si iba a terminar, si voy a hacer trabajos forzados con cadenas, si van a cambiarme de sitio, no tengo ni idea de lo que me depara mi existencia. De todas formas, despertarme en un blando y cómodo lecho, y también ver cómo me daban dulcemente de beber, pienso que indica que mi vida le importa a los de la casa y no creo que me hagan ningún daño. Decido, igual que decidí cuando nos raptaron, que lo mejor es estarme quieta y observar y estar atenta a todo para intentar descubrir lo que sucede. Cuando mi mente pensaba en esas cosas y en la mejor manera de sobrellevar mi incierta situación, mi encrucijada, noté tus rápidos pasos acercándose adonde estaba yo, sin perder un instante. Un momento antes, la anciana hispana que sabe mi lengua había venido a decirme de tu parte que no me harías ningún daño, que estuviera tranquila y relajada. Era una mujer

Ibas a tomar mi pureza dulcemente. Desde que entré en tu casa había estado así en todo momento, desnuda. Era algo que me daba bastante vergüenza. Empiezo a ponerme roja al verte, igual que en el mercado cuando te acercaste para tocarme, cuando me doy cuenta que estoy completamente desnuda. Procuro cubrirme con las sábanas justo cuando estás a punto de entrar en el cuarto. Te das cuenta de mi vergüenza y te gusta. Te quedas en la puerta mirándome unos instantes, con el brazo apoyado en el marco, presa de la excitación. Tiemblo levemente y mi temblor también te gusta. Mis nervios y mi confusión te encantan. Nunca habías visto una reacción de nadie así. Lo recuerdo tan nítidamente…no podías comunicarte conmigo aún porque hablábamos lenguas diferentes. Tú pensabas en lo inocente que parecía, en la inocencia que respiraban todos y cada uno de los poros de mi delicada y bella piel. Viste mis larguísimas y rizadas pestañas y mis increíbles ojos muy abiertos, expectantes, y notaste que yo estaba en ascuas, sin idea alguna de lo que iba a suceder ahora y de lo que me vas a hacer. Viste mi miedo en los ojos y sentiste lástima de mí tras verlo. Recuerdo cuando te acercaste despacio hacia donde yo estaba, con tu corazón lleno de compasión. Reprimo un movimiento instintivo hacia atrás, alejándome de ti. No quiero que pienses que tengo miedo o que quiero alejarme de ti. Somos la esclava y el amo. El cazador acercándose a la presa. Te gusta esa idea. Me rozas los cabellos suavemente con tus dedos y noto cómo unas rápidas lágrimas van cayendo de mis ojos.

Te agradaron mis lágrimas rodando por mis mejillas, estaba tan hermosa así, pensaste. Siempre que me veías llorar te excitabas, y mucho. Me tomas del mentón y te excita el contacto con mi suave y jovencísima piel. Dulcemente te acercas a mí y me estrechas contra ti, notando cómo tiemblo. Me pongo a temblar más, frágil como un pájaro, y nunca en tu vida habías disfrutado tanto notando cómo temblaba un cuerpo. Me tomas delicadamente en brazos y me llevas al baño. Qué poco pesaba mi cuerpo. En el mercado notaste que estaba sucia, pero no te importó. No me había bañado en los dos meses de viaje en el carro, todo aquello se desarrolló en unas condiciones espantosas y lo sabías, lo imaginabas. Únicamente comíamos, bebíamos, dormíamos y hacíamos nuestras necesidades, nada más, no había tiempo para baños, las arcas romanas esperaban y debíamos llegar a Roma lo antes posible, tardar el menos número de días posible. Habías ordenado a las ancianas que tuvieran todo preparado. También era muy raro para ellas que estuvieras dispuesto a bañarme tú, en lugar de ocuparse ellas mismas como era su obligación. Pero te encantaba la idea de bañarme, de tocar mi cuerpo, de asearme. Ibas a disfrutar muchísimo de mí haciéndolo y luego ibas a tomar mi virginidad. Todo estaba primorosamente ordenado y organizado para el delicado baño: había aceite de oliva para hidratar mi piel reseca por el sol implacable de los dos meses de viaje en el carro, jabón para lavarme, toallas grandes y suaves, esencias perfumadas y flores de tu jardín, sobre todo delicados pétalos de las más bellas rosas que poseías. Y lirios. Lirios preciosos, como de plata, de tu villa, cogidos cuidadosamente por las esclavas ancianas para esta ocasión. Olían bien aquellos lirios, su perfume era espectacular. Te habías fijado en el detalle de los restos de florecitas en mis cabellos y ordenaste que cortaran rosas para mí. Si me gustaban las flores, iba a tener flores. Ibas a tenerme lo más contenta posible para evitar que me escapara, y a la vez ibas a ir siendo cada vez más duro. Y cada vez ibas a obtener más y más placer de mí, claro que yo no sabía nada aún.

Me di cuenta del detalle de las flores y te lo agradecí en el fondo de mi corazón, pero no podía comunicarme contigo. Entonces entiendo que no me vas a hacer daño ni vas a atentar contra mi integridad física y me siento aliviada, mientras veo cómo me colocas graciosamente un lirio en mi delicado pelo. Entiendo que, por alguna razón, te importo o empiezo a importante, que me has comprado y me has traído a tu casa, y que no parece que me vaya a ir de ella. Me acabo de quitar un gran peso de encima, amo mi vida y no quiero perderla. Cierro los ojos y suspiro de alivio. Al fin logré eliminar el miedo… Tengo la sensación primaria de haber llegado a un buen sitio, y mi mente se puso manos a la obra para eliminar la permanente alerta en la que estaba desde el rapto; y también empezó a borrar los recuerdos horribles de esa mañana en el mercado y de los dos horrorosos meses de viaje; mi mente hacía eso para poder sobrevivir o para mantener mi cordura. Era mejor así.

 Yo veía tus ojos llenos de admiración hacia mi cuerpo y de deseo, y sabía, por instinto, que querías algo de él. Algo precioso. Un misterio para mí. De repente me recorre la espalda un rápido escalofrío y tengo la extraña y vaga impresión de que es algo malo o de que me vas a causar daño, pero no puedo hacer nada, estoy completamente indefensa. Pero no, no ibas a hacerme daño. Sólo poseo la mitad, o menos de la mitad de fuerza física que tú y no puedo escaparme de la casa, que estaba llena de esclavas vigilándome a todas horas por orden tuya, así que lo más inteligente, eso lo sé muy bien, es obedecer sin poner la mínima resistencia. Decido estar dócil, quieta y callada, observando los acontecimientos desarrollándose a mi alrededor. Noto que mi presencia causa continuas reacciones en la gente de tu hogar, y en la gente de fuera de él, que no conozco de nada, y me pregunto por qué. Eso me asombra muchísimo.

Me sueltas delicadamente en el agua y me hablas, y, aunque no te entiendo, me reconforta oír tu voz. Me bañas despacio, como a una criatura recién nacida. Un larguísimo y delicioso baño para relajarme. Yo también te hablo, en mi lengua, dándote las gracias, ya sé que no me entiendes pero te hablo, con un tono de voz dulce y amigable. Nunca supe lo que me dijiste y lamenté profundamente no saberlo. Siento una punzada de excitación cuando oigo tu voz, no sé por qué, y también cuando me tocas. No sé qué quieres de mi cuerpo pero me invade la curiosidad por saber qué es. Está calentita el agua y me agrada mucho un baño por primera vez en los dos meses de cautiverio. En Hispania nos bañábamos mucho el en río, con mis amigas del poblado. Cierro los ojos y me imagino que estoy con ellas, chapoteando entre las ondas, feliz, contenta, con personas que entienden mi idioma, con gente de mi pueblo. Noto que voy a llorar, pero contengo las lágrimas. Me acaricias todo el cuerpo y me lavas cuidadosamente con jabón, despacio. Me cierras con cuidado los ojitos, y entonces derramas el agua y las flores de un jarrón sobre mi cabeza. Era un jarrón precioso, delicadamente labrado. Un jarrón que estaría, muchos siglos después, en un museo de Roma. Me llenas el pelo del producto y me masajeas delicadamente.

Eres la primera persona que me trata bien desde que llegué a la dura ciudad. Te lo agradecí mucho en mi corazón. Tus cuidados empezaban a compensar todo el espanto recibido anteriormente. Presto atención a todos los objetos de tu baño y los analizo, buscando información sobre ti. Los increíbles y preciosos mosaicos del suelo llaman poderosamente mi atención, con motivos florales y mitológicos bellísimos. Apolo y Dafne. Aunque yo no sabía nada de mitología aún. Era Apolo persiguiendo a Dafne por los bosques, y ella convirtiéndose en árbol. Él abrazaba fuerte, e inútilmente ya, sus brazos, que ya empezaban a convertirse en ramas. Comienzas a interesarme sobremanera. Veo que  me cuidas y me tratas con dulzura, y he visto que yo te intereso también, y mucho. Sin embargo, pese a eso, tomo la firme decisión de que, en caso de no sentirme mínimamente a gusto en esa extraña y desconocida casa, tomaría alguna drástica medida contra mi vida. Pero cada vez tenía menos claro que tuviera que llegar a eso. Cuando estaba yo pensando en esas cosas, tú llamas a las esclavas ancianas y les das una orden. Al terminar de bañarme, muy excitado, me secas con suavidad todo el cuerpo y me llevas de nuevo a tu lecho. Estaba lleno de flores, las ancianas estaban terminando de llenar completamente la cama de más y más flores. Tú me sonríes pensando en la gran suerte que tienes de tener delante una preciosidad virgen de dieciséis años. Me doblabas la edad, pero eras hermoso. Me sientas en la cama y te quitas la ropa completamente. No ibas a tratarme como a una esclava, como una propiedad, en realidad. Al menos, mientras fuera virgen. Ibas a tratarme como a una inocente, despistada y tímida muchachita de dieciséis años que no sabía lo que es el sexo, aunque yo era una muchachita de armas tomar en algunas cosas, y que, como decíamos, había sido brutalmente arrancada de su pueblo, su casa y su familia. Había pasado de ser propiedad de Roma, del Imperio, a ser tuya, y tú tenías total potestad sobre mi existencia y mi vida. Pero yo era como una frágil libélula que había que tratar con delicadeza y dulzura. Frágil y fuerte a la vez.

Reflexionas para ti, pensando: “Menuda belleza he comprado, vale el elevado precio que pagué por ella. Debe tener unos diecisiete años o así. Qué hermosura me he llevado y tengo para mí, espero que no se escape. Tengo que esforzarme por evitarlo siendo gentil, amable, pero a la vez duro con ella si no obedece. Tengo que tratarla con cuidado e ir progresivamente siendo más duro”.

-Eres preciosa, absolutamente preciosa…

Eso me dijiste, asombrado por mi hermosura y mi cuerpo. Lo supe después, porque esas palabras latinas que no entendía se quedaron firmemente grabadas en mi cabeza. Nunca olvidé el tono de tu voz al decirlas. Me prometí a mí misma que aprendería su significado. Tú te debatías entre tomarte por primera vez tú o dejar que me tomara alguno de tus esclavos de los jardines. Pero decidiste ser el primero, porque no querías perderte nada de mí. Y menos, un momento tan especial. Me sientes despacio sobre tu lecho y te pones a oler mi precioso pelo, acariciándolo. Decidí rendirme y no resistirme a nada. Sabía que era mucho mejor así. La curiosidad por saber qué querías hacer con mi cuerpo pudo más que mi miedo. Pero tenía que averiguar en breve qué estaba  pasando y cuándo iba a regresar con los míos, si es que iba a hacerlo. Me besas durante más de una hora, chupando mis labios, aunque en el fondo era como si quisieras devorarme, devorar todo el placer que mi cuerpo podía darte. Me atraes y cada vez estoy más excitada, aunque no tengo ni idea de qué está pasándome, evidentemente. Aunque era virgen, no pudiste reprimir el deseo de aprisionar mis muñecas con tus manos, pero con levedad. Me tumbas lentamente y te pones encima de mí. Notas que estoy más excitada, y también avergonzada. Tocas mi sexo, estimulándolo, viendo mi sonrojo en las mejillas, mis gemidos tímidos. No dejas de besarme ni un momento. Me excitas más, cogiendo mis pechos, chupándolos, mordiéndolos muy suavemente, sin hacerme el mínimo daño. Me tocaste muchísimo, querías excitarme lo máximo posible para que yo también disfrutara. Te gustaba que fuera receptiva. Yo casi nunca había visto un cuerpo de hombre desnudo antes, salvo en las escasas ocasiones en que nos escapábamos las jovencitas a ver a los guerreros volviendo al poblado. Se bañaban antes en el río cuando volvían de la guerra contra Roma. Así se quitaban los restos de sangre tras las batallas. Elegíamos al que más nos gustaba a cada una. Qué recuerdos me trajo ver tu cuerpo desnudo, el de un romano, queriendo tomarme y dominarme. Orgasmaste mucho, pese a que, lógicamente, aún no me habías dominado nada. Te excitó mucho mi docilidad, y además te imaginaste muchas cosas que me harías. Apenas sangré, apenas te manché. La anciana hispana tenía orden de introducirme dos dedos en el sexo y limpiar la sangre antes de tu visita.

Ella también tenía orden de entrar en tu cuarto en cuanto la llamaras y hablar conmigo para explicarme todo en mi lengua, traduciendo cuidadosamente cada una de tus palabras. Me das un último y larguísimo beso, acariciándome. Ella se acerca a mí y me dice suavemente, también tocándome afectuosamente los cabellos, que ahora soy una esclava, que debo obedecerte en todo y no mirarte nunca a los ojos. Que tengo prohibido escaparme, bajo pena de muerte, y que debo aprender latín en un mes con ella, catorce horas diarias. Empezaríamos por lo más básico, declinaciones y pronombres personales. Rosa, rosae, rosa. Pero que, si me comportaba correctamente, no me pasaría nada. Si no, me castigarías. Que me prepararías un cuarto para mí sola, querías que disfrutara de comodidades y de un espacio propio para mí. Iba a ser la única esclava con uno, y lo decorarías con delicadeza para mí. Asiento con la cabeza, con un torrente de lágrimas en los ojos, porque no tenía otra opción. Unas lágrimas que te preocuparon. Por supuesto, lo de la pena de muerte por escaparme era mentira, aunque tenías claro, ambos teníamos claro, que me ibas a azotar brutalmente si intentaba escapar. Eso estaba fuera de toda duda.

-Ahora, dile que voy a volver a disfrutar de ella toda la tarde - ordenaste, firmemente -. Y fue aquella tarde cuando aprendí a disfrutar de ti, y tú de mí. Fue un torrente de besos, caricias y placentero sexo aquella tarde preciosa, que jamás olvidaría. Nunca me habían acariciado tanto en mi vida. Le había preguntado a la esclava hispana si podía preguntar algo, y ella a su vez te lo consultó a ti y le dijiste que sí. Te pregunté si te gustaban los masajes.

Tras hacerme sexo cuatro deliciosas veces a lo largo de la tarde, te dejé dormido con mis masajes. Estabas cansado esos días. Te vi dormir y me gustó, me pareciste bueno e indefenso así dormido. En Hispania, con mis amigas del poblado, jugábamos a los masajes de niñas. Me encantaba darlos en mi infancia, ejercitar mis pequeñas manos suavemente con las espaldas de mis compañeras, palmeando con delicadeza y mucho cuidado las suyas, poniendo mucha atención en no hacerles ningún daño, en que descansaran y reposaran del duro día de labores de hogar ayudando a nuestras madres, y atendiendo a los guerreros de la resistencia hispana.

En una semana, empezarías a hacer cosas completamente diferentes conmigo. Cosas que te gustaban sobremanera.

-En unos días voy a hacerte cosas distintas, cosas nuevas para mi placer. Y van a terminar gustándote, esclava -me dijiste, y la anciana hispana se ocupaba de traducirme-.

Aquella noche soñé que salía despacio y sin hacer ruido de mi cuarto, buscando cómo escapar. O quizás no fue un sueño.