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Qué caro puede salir un error

en Sadomaso

No tiene ninguna importancia quien soy ni que pinto en todo esto. Lo único que debes de saber es que soy conocedor de todo lo que ocurrió. Y cuando digo todo, me refiero a todo. Solo tienes que saber en principio que la historia ha ocurrido, y no hace muchos meses, en un país del oeste de África, en la zona sur de continente.

Nuestras dos protagonistas se conocieron por una relación laboral casual. Nada anormal. Una compraba y otra vendía. Una transacción comercial de lo más corriente.

Las relaciones laborales se fueron afianzando y las personales comenzaron a crecer.

Pronto pasó de una relación laboral a una más personal.

Se caían bien y tenían química. Quedaban para tomar unas copas, cenar y algún que otro día bacilar con algún que otro.  Ambas pasaban poco más de los treinta y se podría decir que estaban muy bien.

La relación se mantuvo así durante unos meses. Hasta que la maldita crisis entro en la vida de ambas. Ya no se vendía apenas, ya no se compraba apenas. El ritmo de vida ya no se podía mantener. Aunque ese ritmo de vida se bajó y se adaptó a la circunstancias, no fue suficiente. La situación se hizo insostenible. Tanto una como otra no llegaban para cubrir gastos mínimos. No eran para nada grandes empresarias, sino autónomas que se ganaban el pan día a día y duramente.

La situación a los pocos meses se hizo insostenible. Tanto que Ángela perdería su piso en unos días. Ángela era la compradora. Era la más agresiva y dura de las dos amigas. Por su parte Paloma, la vendedora, era un alma más tranquila y reposada. Era más conformista, por decirlo de alguna manera.

Y un día, dentro de  la desesperación de Ángela, se produjo una propuesta inverosímil y surrealista. Ángela propuso a Paloma secuestrar a la hija del embajador español. España, dentro de los países que tenían embajada, funcionaba bien. Pagaría. Sacarían una buena tajada. Saldrían de la crisis. No le pasaría nada a la hija del embajador. Sería fácil. Rápido. Sencillo…. Así se lo vendió Ángela a Paloma. Más que vendérselo fue prácticamente una imposición. Una obligación. Y Paloma, con su carácter tranquilo, y aunque sumiso, se negó.

No voy a entrar en muchos detalles de lo que pasó aquella tarde, pero Ángela, una vez que vio que sus explicaciones no convencían a Paloma, enseñó su verdadera cara. Algunos resumirían a Ángela como una mala persona, egoísta, violenta… y porque no, una verdadera cabrona. Como si la poseyera un demonio, comenzó a abofetear a Paloma como si fuera la cosa más normal del mundo. Y eso solo fue el principio. Ese día y ante la incredulidad y pasividad de Paloma, ésta recibió una verdadera paliza de Ángela. Estuvo varios días dolorida y maltrecha por los golpes recibidos. Y se plegó a la violencia de Ángela. No supo o no pudo hacer otra cosa y quedó bajo la bota de ésta. Las cartas se habían repartido.

Y ocurrió. Después de planearlo pobremente, no olvidemos que ambas eras empresarias (y sobre todo porque Paloma no tuvo ni voz ni voto), no delincuentes, se produjo el secuestro de Alba, la hija del embajador.

Cierto que la seguridad en aquel país, y la policía del mismo dejaban mucho que desear, aunque el sistema de justicia era anticuado y severo. Contaron con la ayuda de dos desgraciados de la calle para el rapto, y una vez consumado ambas guardaron a la pobre Alba en una chabola de un barrio pobre.

Durante los tres primeros días el secuestro fue portada de los principales periódicos del mundo. No se escatimaron medios por parte de las autoridades. Y no llegaría a la semana cuando todo llegó a su fin. O al principio de la historia de estas dos pobres desgraciadas.

Y como no podía ser de otra manera, al final todo se truncó. Yo si lo sé, pero ellas no saben que es lo que se torció. Y no importa mucho como ocurrió. Al final la policía del país con un grupo de élite de las fuerzas de seguridad de España dieron con ellas. Las detuvieron. Y las pusieron delante del Juez y de un Tribunal. Ese día comprobaron amargamente que se habían equivocado de lado a lado. La detención la llevaron a cabo las fuerzas especiales de España. Tardaron poco más de unos segundos. Seguidamente, una vez que ya estaban esposadas, entraron los policías del país. Y todo cambió. Fueron apaleadas como vulgares perros. No les valió ningún tipo de súplica. Las porras de los policías le golpearon por todo el cuerpo. Los morados que les salieron se contaban por decenas. No se podían creer que el trayecto de la chabola a los furgones lo hubieran hecho tirando de ellas por el pelo y arrastrándolas por el suelo. Como podréis imaginar la escena no fue nada agradable. Las ropas de ambas terminaron hechas jirones. Arañazos, rozaduras y marcas adornaban sus cuerpos. Y sobre todo el de Ángela, que se resistió al principio a la detención. Las lágrimas por el dolor causado por la paliza surcaban su cara. Con ella y por su chulería se había ensañado. Se la podían ver verdugones que atravesaban sus piernas y brazos causados por las porras de esos mal llamados policías.

Las leyes de este país, como ya os adelantaba, era muy antiguas. Estaban basadas en leyes de hace más de 300 años. Leyes arcaicas y sin sentido en un estado democrático actual. Leyes basadas en la redención, en la expiación y la culpa. Leyes se basaban en las leyes de talión, la pena en ojo por ojo. Leyes que se sustentaban en el dolor, en trabajos forzados, en torturas innombrables, en hechos inconcebibles en una época actual. O eso decían. Ambas estaban asustadas. No sabía si todo eso eran historias para asustar a los niños. Aunque en el fondo sabían que era verdad. Nunca habían estado en la cárcel o detenidas, pero las historias que circulaban desde que eran niñas iban por esos derroteros.

Una compañera de presa en la celda de los Juzgados les dijo que había una isla donde llevaban a los presos que cometían los crímenes más horrorosos. Allí les hacían sufrir un verdadero suplicio. Nadie había regresado jamás, o eso se contaba. Solo se conocía lo que ocurría en esa isla, que por cierto nadie sabía dónde estaba, por algún celador borracho que allí había estado y se había ido de la lengua… y lo que se contaba no cabía en la mente de una persona humana.

Ya les avisó su abogado defensor que lo tenía muy mal. Les habían acusado del secuestro de una personalidad extrajera, y eso allí tenía una pena de más de 100 años en el mejor de los casos, o pena de muerte en el peor. Y la cosa no pintaba bien.

Después de un juicio sumarísimo, a los dos días de su detención, el tribunal y bajo acuerdo, dictó sentencia. Como Alba no había sufrido daños físicos, conmutaban la pena de muerte por una pena de 140 años de prisión sin posibilidad de libertad provisional. Cadena perpétua. Pero con la condición de que esos años fueran en una prisión especial, muy especial.

Al final decidieron que sería mejor vivir mal y en cautiverio, que muertas. Y así se lo hicieron saber a su abogado. El Juez las mando llamar y dictó:

-         ¿Les ha informado su abogado de todo lo necesario? – dijo el Juez con mirada severa. Ambas comenzaron a disculparse atropelladamente, pero el Juez las cortó inmediatamente.

-         Bien, vuelvo a repetir la pregunta. ¿Les ha informado su abogado de todo lo necesario?. –

Y esta vez no dijeron nada. Se quedaron calladas. El Juez perdió la paciencia y tronó:

-         Llévenselas a las dos y las dejan un rato en la celda para que piensen. Y si necesitan ayuda para ello, no escatimen en medios.

No las dio tiempo a reaccionar, nada más salir de la sala, franqueadas por cuatro mujeres celadoras que las custodiaban, las cuales parecían armarios de lo grandes que eran, como si éstas estuvieron conectadas por algún mecanismo y en perfecta sincronización, se repartieron a las dos acusadas y sin reparar en las personas que había allí ocurrió lo siguiente:

Una celadora se puso detrás Ángela y otra detrás de Paloma, agarrándolas por los brazos. Y otra se quedó enfrente. Estas y con una fuerza descomunal, comenzaron a cruzar la cara de las acusadas mediante sonoros y fortísimos bofetones. Parecía una comedia de las antiguas, pero aquí de gracioso no había nada. Siguiendo una cadencia bien coordinada, se veía que este tipo de tratos los practicaban habitualmente, soltaba la mano derecha y después la izquierda. Una hostia, la cara giraba bruscamente hacia lado contrario. Sin pausa otra y la cara hacia el otro. Fueron más de 20 y lo único que salía de las bocas las dos protagonistas eran solo lamentos y gritos de dolor.

Ambas celadoras y llegados a un punto, cuando las caras de Ángela y Paloma estaban más que enrojecidas, lanzaron una patada a la entrepiernas de ambas. Fue un fuerte golpe que las hizo doblarse por la barriga y caer al suelo. Las agarraron del pelo y las llevaron a rastras durante todo el pasillo. Un hombre que había allí comenzó a quejarse por el trato dado, una de las celadoras hizo el amago de golpearle y el hombre se calló, se dio la vuelta y salió de allí como alma que lleva el diablo. En ese momento parece que empezaron a entender en la situación que se encontraban. Aquello que las estaba pasando no era algo anormal. Esa violencia y forma de tratarlas, en ese Juzgado y por ese delito, era lo habitual. ¿Estaban recibiendo una paliza en un Juzgado? ¿y ordenado por el Juez? ¿y que las iba a pasar ahora?

Ambas pataleaban y chillaban mientras que seguían arrastrándose por el suelo. Y la dirección que llevaban no era la de las celdas. Bajaron a un sótano, con un pasillo oscuro. Olía muy mal, a humedad y a miseria. Entraron en una sala sin ventanas iluminada por dos bombillas del techo. Eso no parecía una celda. En medio había dos potros. ¿Pero para que querían eso? No acertaron a ver mucho más, ya que rápidamente las ataron a cada una de ellas a los potros. Fueron agarras por correas tanto manos como pies, boca abajo. Solo podían ver de frente una pared oscura. Allí había otra celadora nueva.

-         ¿Así que estas dos putitas no quieren responder al Sr Juez? – dijo esta con una mirada de tiburón.

-         Pues eso no está nada bien. A partir de ahora van a aprender a obedecer. Van a aprender a hacer todo lo que se les diga, inmediatamente y sin rechistar. Y si no cumplen, van a tener que ser corregidas. Y eso es lo que va a pasar ahora.

Cuando dio otra vuelta y apareció la celadora a la vista de Ángela y Paloma, traía en sus manos un látigo de varias colas. Se le veía terrible. Era largo y sus tiras se las veían gruesas y duras. Podría tener un metro de largo, sin cortar un grueso mango. Estaba claro lo que a continuación iba a pasar

-         Yo he hecho nada. Fue esta puta de Paloma la que me obligó a hacerlo. Me amenazó y juró con matarme si no accedía…. – esta retahíla soltada por Ángela (pensaría que evitaría así su castigo? que ilusa) fue cortada por un fuerte latigazo en su espalda. El dolor atravesó su cabeza y resonó en toda la habitación.

-         ¿Quién te ha dado permiso para hablar, pedazo de zorra? vamos a enseñar a esta deslenguada como se debe comportar una acusada en este Juzgado. Después veremos si tiene algo que decir.

Paloma mira de reojo aterrada por lo que estaba por venir. Pero también nació dentro de ella una punzada  de odio a su compañera de fechorías. ¿Así que ahora quería hacer creer a todos que la cabecilla era ella? Sería malnacida esta Ángela¡¡¡ ojala la saquen la piel a tiras¡¡¡¡ - todo esto estaba pensando Paloma cuando sintió como si varias avispas la picaran en sus piernas. Un dolor sordo y fuerte se instauró en la parte trasera de sus mulos. Acaba de ser golpeada con ese terrible látigo.

-         Y la otra zorrita que pensaba, ¿qué se iba a ir sin su “explicación?. – bramó la terrible celadora. Pues no. Tú también entenderás como funciona esto a partir de ahora.

-         Tú, échame una mano. – dijo la que parecía la celadora jefe a otra celadora. - Coge ese otro látigo y colócate detrás de esa.

Y comenzaron a descargar en ambas acusadas latigazo tras latigazo. Los iban repartiendo por todo el cuerpo, piernas, nalgas, espalda. Eran dados con mucha fuerza. Y con verdadera maestría. Se notaba que no era la primera vez que hacia eso.

 Pronto los gritos de dolor y desesperación llenaron la habitación. Se escuchaban una mezcla de sonidos: los silbidos de los látigos en el aire, el restallido de éstos al chocar con los cuerpos de las acusadas, los gritos de dolor y angustia de éstas y las carcajadas de la sádica jefa de celadoras.

Ya no se acordaban de los moratones que tenían de la palizada dada el primer días cuando fueron detenidas. Esto superaba con creces el dolor de ese día.

Parecía que no podía ser peor, pero en un momento dado les fueron arrancados los uniformes que tenían. Eran uniformes de tipo bata. Con botones delante. Fueron arrancados con varios fuertes tirones. Solo quedaban las bragas.

-         Vaya, veo que sois unas cerdas. ¿Cómo que tenéis la bragas tan sucias? Eso no se puede consentir. Aquí las putas como vosotros no tenéis derecho a manchar las ropa facilitadas por el Estado. Pero también os voy a enseñar con esto.

No era cierto que estuvieran sucias, y no es que la celadora jefe necesitara excusa alguna para maltratarlas y humillarlas, pero la apeteció hacerlo mediante esa forma.

Arranco las bragas de ambas de un fuerte tirón. Una vez desgarradas, las hizo un ovillo. Las bragas de Paloma las introdujo en la boca de Ángela y las de Ángela en la boca de Paloma.

-         Como sois unas cerdas, y para que no tengáis dudas de que lo sois, vais tener el sabor de la otra. El sabor de putitas sucias. Y para que no olvidéis que no se ensucia la ropa del gobierno voy a utilizar una manera que os lo recordará para el resto de día… bueno, yo diría que para el resto de la semana.

Y comenzaron nuevamente las celadoras a azotarlas. Ahora solo se centraban en el culo. Y sin uniforme y bragas los latigazos eran terribles. El dolor era insoportable. Era un verdadero suplicio. No podían verse el trasero, pero pensaban que estarían sangrando.

Aunque no era así. Todavía no. Tenían infinidad de líneas rojas y abultadas que surcaban las nalgas y la parte de alta de sus muslos. Las lágrimas barrían la cara de ambas. Las bragas que tenían en la boca amortiguaban los gritos de dolor, pero eso no evitaba que les doliera también la garganta por ellos.

Perdieron la noción del tiempo. Y en un momento dado dejaron de azotarlas. Flotaba en el ambiente un olor a desesperación emanado de los cuerpos de ambas desgraciadas.

La celadora jefe quito las bragas primero a Ángeles y le preguntó si tenía algo que decir. Ángeles apenas podía articular palabra por el sofoco que tenía, pero vino a decir que ya no la golpearan más. Más o menos Paloma dijo lo mismo.

-         Vaya, estas dos putitas están muy mal educadas. Cuando a uno le enseñan algo, cuando a una la enseñan normas de educación y comportamiento, lo mínimo que tienen que hacer a agradecer los esfuerzos por corregirlas. Veo que sois unas desagradecidas y no valoráis mis esfuerzos. – dijo la celadora jefe. –

-         Está bien, no os preocupéis, lo arreglaré pronto. Voy a seguir esforzándome en corregiros. Pero esta vez voy a utilizar otra técnica.

Un escalofrió atravesó los cuerpos de las acusadas. ¿Qué vendría ahora? No serían capaz de soportar otro suplicio como ese. ¿o sí? Empezaba, por lo menos Paloma, a entender su nueva situación. Eran carne de cañón, y le daba la impresión que debería comenzar a acostumbrarse…

Una risotada cruzó la habitación que heló la sangre de las maltratadas acusadas. La puerta se abrió y comenzaron a oír nuevas voces…

Me gustaría conocer opiniones sobre el relato.

continuara?