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4ª parte. Qué caro puede salir un error

en Sadomaso

No recuerdo la duración del viaje. No sé si fue mucho o poco tiempo. Perdí la noción también del espacio. Si recuerdo que por medio de unos agujeros que había en la caja nos dieron algo de comida. Y una vez me tiraron un cubo de agua. Bebí lo que pude.

Lo que si recuerdo era el dolor que embargaba mi cuerpo. Ese no podía obviarle.

Y encima dentro de esa minúscula caja no podía ni moverme. Entre las palizas propinadas y la inmovilización forzada de la caja creía que jamás volvería a poder ponerme de pie.

Y no solo eso recuerdo de la travesía.

Desperté con un brusco ruido. Ruido de madera. Miré por uno de los agujeros y vi como varios marineros habían roto la tapa de la caja de Ángela. Volcaron la caja y ésta salió rodando. Un aullido de dolor recorrió la cubierta, pero pronto fue ahogado por el ruido del mar y las risotadas de los hombres de cubierta.

Me gustó ver la cara de terror de Ángela. No solo se me gustó, algo más me recorrió la espina dorsal. No pensé más en ese momento sobre mis sensaciones, ya que dos de los hombres se abalanzaron sobre ella. Me parece que iban a divertirse un rato a su costa. Me parecía genial. Yo sufriría una terrible penitencia, pero haría todo lo que estuviera en mi mano para que ella sufriera más.

De dos manotazos le fue arrancado el “uniforme” que nos habían puesto. Bueno, si a eso se le podía llamar uniforme. Era una pequeña prenda de fieltro tipo braga para la parte baja, y otra tipo sujetador para la parte superior. Como era de suponer, y ya me estaba acostumbrando, ni eran cómodas ni confortables. Al contrario, raspaban donde tocaban.

-        Ya sabéis las condiciones para que os deje a estos animales. No podéis utilizar sus coños ni sus ubres. Por lo demás, son vuestras.

Tronó la voz del que parecía el que allí mandaba. Supuse que era el capitán.

Mientras que el resto miraba atentamente, uno de los marineros, un viejo un tanto asqueroso, sucio y poco agraciado, se estaba agarrando con una de sus manos un enorme badajo. Parecía mentira que ese enclenque tuviera semejante miembro. Volví nuevamente a alegrarme, ya que seguro que eso haría mucho daño a Ángela.

Ángela de rodillas en el suelo parecía aturdida. Y no se dio mucha cuenta de la situación, o eso me pareció a mí, hasta que el marinero superdotado colocó su glande justo encima del orificio de su culo. Esto hizo dar un respingo a la futura violada, reaccionó dándose la vuelta y logrando soltar un manotazo en la polla del marinero. Este del dolor cayó al suelo retorciéndose entre gritos y espasmos boqueando como un pez.

Ángela, fuera de sí, intentó agredir al otro marinero mientras que lanzaba insultos a los allí presentes.

Todos, menos el alcanzado en sus partes, reían profusamente. No les costó inmovilizarla. Mediante unas cuerdas ataron las manos y los tobillos de Ángela a los palos de la borda del barco, quedando de espaldas a los presentes.

No sé de donde salió, pero en la mano del agredido, una vez que se hubo medio recuperado, apareció un terrible látigo. Eso me hizo sudar. Había visto alguno en esas viejas películas de piratas, o de capataces en haciendas del Sur de Estados Unidos. Se le veía terrible. Grueso. Muy grueso. Y largo. Suponía que tarde o temprano podría tocarme a mi probarlo, pero me había prometido a mí misma hacer todo lo posible para que no tener ese “privilegio”. Haría lo necesario. Lo tenía claro. Por lo menos en esos momentos.

Un silbido retumbo en cubierta, seguido de un chasquido y un grito desgarrador. Pude ver como una línea roja atravesaba la espalda de Ángela. Por momentos se tornaba en un rojo intenso. Eso lo había causado el látigo. La marca era larga y gruesa, muy gruesa. Desde mi caja casi se veía la elevación del ronchón en su piel.

Tengo que confesaros que estaba disfrutando. Y lo seguí haciendo. En esos momentos solo pensaba en eso, en ver sufrir a la causante de mi situación.

Fueron pintando los latigazos su espalda poco a poco, con ritmo. No hicieron casos de los roncos gritos y súplicas de la penitente. Con maestría repartir los azotes por toda su espalda. Parecía no coincidir nunca en el mismo sitio.

Y se desmayó. Eso pareció no gustarles. Uno de ellos tiro un cubo al mar y lo subió lleno de agua salada. Y la verdad que hizo efecto, ya que la despertó en el momento, aunque aullando más si cabe. La sal del agua debía de escocer muchísimo.

-        Me he cansado de oír a esta furcia.

Y la introdujeron en la boca un trozo de mocho sucio con el que fregaban la cubierta.

Ángela colgaba de sus cuerdas, rendida y sin poder casi respirar. La tortura era grande.

Os tengo que confesar que en un momento dado, cuando me di cuenta, me estaba tocando mi sexo con una de mis manos. Estaba más que mojada. Eso sí que era nuevo. Estaba excitada como una perra en celo de ver como sometían a tormento a mi compañera de fatigas. Eso no me había pasado cuando me azotaban a mí, pero si cuando veía sufrir a esa zorra. Y ya que estoy de confesiones, os diré que me corrí como nunca lo había hecho. De las convulsiones que di se movió hasta la caja. Los marineros lo notaron, ya que dos de ellos volvieron la vista hacia mi caja. Parece que recordaron que estaba allí. No me importaba si ahora me tocaba a mí. Había merecido la pena.

Aunque se volvieron y no me hicieron caso de momento.

Casi me pierdo cuando el marinero golpeado, el cual se había recuperado según se podía apreciar por el tamaño erecto de su miembro, taladró el culo de Ángela. Le costó mucho esfuerzo meter solo el capullo. Desde aquí y aún con el mar de fondo, los gritos de los marineros y la distorsión de mi caja, podía oír entre el trozo de trapo que tenía en la boca gritos de angustia y dolor.

Por más que lo intentó no paso de ahí, y eso que utilizó la fuerza de su cuerpo y todo su empeño.

Cabreado el sucio marinero, se apartó. Otro marinero más joven quiso ocupar su lugar, pero éste no le dejó. Cogió un cuchillo y se lo puso en la garganta al joven:

-        A esta puta la voy a reventar el culo yo. Solo yo. No quiero que la toque nadie. Si el capitán no tiene nada en contra, será solo para mí, como venganza por haberme golpeado. Esta se va a acordar para toda su vida de mí.

El capitán aceptó la petición del marinero agredido, aunque al resto no les hizo gracia. Ahí se me acabó a mí la tranquilidad. Que yo supiera solo quedaba yo.

Pero antes de que rompieran mi caja, el marinero que quería perforar el culo a Ángela se acercó a un cubo y lo trajo hasta su lado. Los demás se detuvieron a ver que  iba a hacer. No sé si sería la primera vez que lo hacía, pero toda la escena ocurrió dentro de una realidad extrañamente tranquila, apacible y casi cotidiana.

Del cubo el marinero saco un enorme pez. Estaba muerto. Con el cuchillo le corto la parte inicial de la cola. Y sin ningún preámbulo apunto al ano de Ángela.

Esto sí que no me lo podía creer. ¿Le iba a meter el pescado por el culo? Pues sí, así fue.

De un empellón y con puntería metió más de 10 centímetros de pescado en su orificio trasero. No estaba segura de sí le había desgarrado el conducto anal, pero por el grito apostaría casi que sí.

Y siguió empujando otro poco más. Cuando entendió que era suficiente, con una cuerda rodeo al pescado de tal forma que no pudiera salirse.

-        Ya comprobará esta puta como sí que le entrará toda mi polla-

Y allí quedo colgada, con una buena paliza, marcada por el látigo y violada por un pez. Y yo feliz y excitada todavía. Pero ….

¿Qué harían conmigo?