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Dominado por Verónica 2

en Dominación

Cuando se fue, sentí que algo de mí se había ido con ella. Miré mi polla, todavía empalmada, y sentí la tentación de descargarme, pero no lo hice. En cierto modo, eso me generó una especie de frustración. ¿Por qué estaba obedeciendo a una tía a la que acababa de conocer sin ni siquiera estar ella delante?

A la mierda, pensé. Y me acosté sin ni siquiera salir al salón a ver si ya había terminado la fiesta. Esa noche di mil vueltas en la cama, sin conseguir poner orden a mis ideas. Estaba descolocado. Pero finalmente me dormí.

A la mañana siguiente, me desperté antes que mis compañeros de piso, que se levantaron a las dos, y estuve recogiendo un poco el desastre del día anterior. Cuando se levantaron, y tras media hora con el interrogatorio y las coñas de rigor, les pregunté si sabían dónde vivía.

-Ni idea tío, sé que venía con Laura, una chica gordita que estudia Medicina, pero no sé más.

-¿Y tienes el número de Laura?

-No. A Laura la invitó David. (Un amigo suyo).

-Joder, pues pídele a David el número, anda.

-Pues sí que te ha marcado la chica, ¿eh?

-Venga, no seas capullo y díselo.

-No tan rápido, amiguito. ¿Quién va a fregar por mí esta semana?

-Joder, ten amigos para esto. Vaaale, pero consígueme el número ya.

Me asombraba sentir tanta ansiedad dentro de mí y me asombraba aún más el hecho de no estar tomándome siquiera la molestia de ocultarlo. Finalmente conseguí el número de Laura, la amiga de Verónica, y tras mucho insistir –y mucho mentir- conseguí la dirección de Verónica y su piso.

Vivía, como era de esperar, cerca de la facultad de Medicina, que está a unos quince minutos andando desde mi piso. Llegué puntual y llamé al timbre. No contestó nadie, pero la puerta se abrió. Estaba nervioso y cuando llegué arriba, la puerta estaba entornada. Entré.

Era un piso de estudiantes, algo más grande que el mío, y, desde luego, estaba mucho más limpio y más ordenado que el mío.

En ese momento apareció Verónica.

-Ven, pasa al salón.

-¿Estás sola?

-Siéntate.

Había un papel sobre la mesa.

-Esto es un contrato. Si aceptas las condiciones, fírmalo, pero ya no habrá marcha atrás. Si no las aceptas, se acabó.

Normalmente, un contrato así me hubiera dado la risa. Un contrato no sirve de nada sin el respaldo de la Ley para obligar a cumplir a las partes. Y ese contrato no era válido, así que aunque lo firmase y yo prestase mi consentimiento, ese contrato era papel mojado, no me obligaba a nada.

Aun así, lo leí con detenimiento. Ya no recuerdo exactamente el clausulado, pero venía a estipular que si firmaba, le pertenecería y podría hacer conmigo lo que le diera la gana. Mientras que ella, por su parte, no estaba obligada a nada.

-Verónica, sabes que esto no tiene ninguna validez legal, ¿no?

-Por supuesto que no. Esto es para que tú sepas qué es lo que hay y para que si alguna vez se te ocurre echarme algo en cara sepas que fuiste tú quien accedió a ello.

No quería firmarlo, al menos no tan pronto, pero sabía que si no lo hacía se acabaría todo. Así que firmé.

-En respuesta a lo que preguntaste antes, sí, vivo sola. Quítate la ropa.

Todo iba demasiado rápido. Y no acababa de acostumbrarme a esa sensación de ser una marioneta. Me excitaba, pero a la vez me consumía el no saber qué iba a pasar a cada segundo. Me quité la ropa.

-Ponte de rodillas.

La miré a los ojos, quizá algo desafiante, y me dio un bofetón.

-De rodillas. ¡Ya!

Obedecí.

-Vamos a empezar con las reglas. La primera regla es que o me obedeces a la primera, o tienes premio. Ya te has ganado uno. La segunda regla es que cuando estemos a solas, si no te ordeno otra cosa, tendrás que estar desnudo y de rodillas. La tercera regla es que cuando te hable tendrás que mirarme a los ojos, pero como vea un solo atisbo de desafío, tienes premio. Ya te has ganado dos. La cuarta regla es que si no te hablo, no puedes mirarme por encima de las rodillas. La quinta regla es que me saludarás besando mis zapatos. La sexta regla es que cuando te dirijas a mí tendrás que hacerlo con respeto. Me llamas Ama. La séptima regla es que todos los días, a esta hora, tendrás que venir aquí a prepararme la cena, a limpiar y a hacer las tareas de la casa. Vivo sola y no tengo tiempo para todo. El resto de reglas ya las iremos viendo. Puedes empezar a limpiar. Y me dio un bofetón.

No sé por qué, pero aquel fue el bofetón que más me dolió. De los que había recibido hasta entonces y de los que he recibido hasta ahora. Pensé que algo así debían sentir los presos cuando entran a la cárcel y oyen cerrarse el portón a sus espaldas: Una vida queda atrás. Y de la otra, de la que tienes por delante, no sabes qué esperar.

-No sé dónde están las cosas, ama.

-En el armario vertical de la cocina tienes un aspirador y una escoba, pero tú no puedes utilizar el aspirador. Acércame la escoba –dijo, mientras se sentaba en el sofá.

Fui a gastas hasta la cocina, que estaba conectada con el salón a través de una barra americana, pero que a gatas parecía estar a kilómetros.

Le llevé la escoba y ella desenroscó el palo del cepillo.

-Toma, para que puedas limpiar a gatas.

Yo me di la vuelta para empezar a limpiar y entonces me dio con el palo.

-¿Así que no tienes ni la decencia de agradecérmelo? Pues trae el cepillo, ahora vas a limpiar con la lengua.

Yo la miré y viendo que no había negociación posible, bajé la cabeza.

-Sí, ama.

Entonces se puso de pie y escupió en el suelo.

-Puedes empezar por esto.

Yo miré el escupitajo y de veras creí verme reflejado en él, pero derrotado, agaché la cabeza y lo limpié. Ella se empezó a reír.

-Eres mucho más sumiso de lo que pensaba.

Y me colocó una de sus sandalias en la cabeza. Por el rabillo del ojo podía ver su otro pie, de perfectas proporciones, y con unas uñas pintadas de color rojo pasión.

-Venga, te dejo terminar. Voy a terminar de pasar a limpio unos apuntes. Cuando termines con el suelo, vete a mi habitación, que es la del fondo, y te colocas debajo de mi silla.

Así lo hice. Acabé de limpiar, que me llevó más de veinte minutos, entre en su habitación, y repté hasta debajo de su silla.

Ella se separó un poco de la mesa.

-A ver esa lengua. ¡Puaj! ¡Está negra! Jajaja

Entonces ella cogió mi cara con sus dedos pulgar y corazón, haciéndome abrir la boca, y escupió dentro.

-Enjuágate y traga, perro.

Era la primera vez que se refería a mí así. Lo hice y me ordenó volver a enseñarle la lengua.

-Bueno, suficientemente limpia. Puedes empezar con mis pies.

Y se volvió a acercar a la mesa, acomodando sus pies, ya descalzos, en mi cara. No estaban demasiado sucios, ni olían particularmente mal, pero sí que tenían una textura rugosa por el polvo que había depositado en ellos.

Después de un rato me metió el pie hasta el fondo de la garganta, casi ahogándome, como si quisiera utilizar mi boca de zapatilla.

La saliva se acumulaba en mi boca, y me empezaba a salir por la comisura de los labios.

Entonces ella, riéndose, se volvió a separar y me restregó con el pie toda la saliva por la cara.

-Ponte bocabajo, anda, que no te quiero ahogar.

Ella levantó los pies y me di la vuelta como bien pude.

-Apoya la barbilla en el suelo.

Lo hice, y ella colocó los pies, cruzados, sobre mi cabeza. En ese momento no me podía sentir más humillado. ¿En qué momento había pasado de ser Diego, la persona, a ser Diego, el reposapiés? Sin embargo estaba empalmado y ya no sentía dentro de mí ese sentimiento de rebeldía que sentía al principio. Me estaba acostumbrando a ser un esclavo, y me gustaba.

Al cabo de diez minutos ella retiró los pies de mi cabeza y se levantó.

-Sal de ahí, vamos a ver qué tal has dejado el suelo.

La seguí a gatas hasta el salón.

-Bueeeenooo… ¡Pero si está impecable! ¡Buen trabajo perrito! Y me dio un par de tortas, sin siquiera mirarme.

-Por las dos faltas de antes te has quedado sin follar, pero creo que te mereces un premio, así que voy a dejar que te restriegues por mi pierna como el perrito que eres.

Me quedé parado, un poco sin saber qué hacer. Ella cruzó las piernas, ofreciéndome una de ellas. Y entonces coloqué mi polla en su empeine y me empecé a restregar. Ella empezó a juguetear con sus dedos, dándome pequeños golpecitos en las pelotas y atrapándome el escroto con los dedos.

Después de cinco minutos ella se empezó a impacientar, así que traté de darme prisa y finalmente me corrí en sus pies y en el suelo.  Se puso de pie.

-Ya estás limpiando este desastre.

Y empecé a lamer mi corrida de sus pies y sus tobillos. Nunca antes lo había probado, y era horrible. Ni me gustaba el sabor, ni me gustaba la textura. Ella lo debió de notar.

-Qué pasa, amiguito. ¿No te gusta?

-No, ama.

-Me da igual. Acaba.

Cuando acabé de limpiar sus pies y el suelo me mandó a preparar la cena. No sabía qué hacer, así que hice unos huevos fritos y preparé una ensalada. Como no sabía si podía comer o no, no preparé nada para mí. Lo llevé todo al salón.

-Tío tenías que ser. Vaya cutrada de cena jajaja En fin… Anda, túmbate aquí debajo mientras ceno.

Me tumbé bocarriba, entre el sofá y la mesa, y ella colocó uno de sus pies sobre mi cuello y el otro sobre mi polla. Encendió la televisión, y pareció olvidarse de mí por completo. Yo me empalmé.

-Perro. Me imagino que tendrás hambre.

-Sí, ama.

Entonces ella masticó parte de la clara del huevo frito y me indicó que abriera la boca. La abrí y dejó caer en ella la comida masticada. Luego colocó su pie sobre mi boca y siguió viendo la televisión.

Cuando acabó de cenar, bajó el plato al suelo, puso sus pies en él y me dejó lamer parte de la clara que había quedado en el plato de sus pies.

-No quiero manchar el suelo, y no puedo caminar, perrito. Ponte a cuatro patas.

Entonces se me subió encima y me hizo gatear con ella a la espalda hasta el cuarto de baño.

-Bueno, ve a recoger, ya me limpio yo los pies.

Volví al salón y recogí el plato del suelo, además de los cubiertos, el vaso, y el plato de la ensalada. Como supuse que me iba a ordenar limpiarlos, me anticipé y me puse a fregar. Cuando vino me encontró limpiando.

Pude ver cómo se le iluminaba la cara.

-Así me gusta, con iniciativa jajaja

Y entonces se acercó hasta mí, me hizo levantarme, y me besó en los labios. Su mirada se cruzó con la mía.

-Quiero que sepas que aprecio mucho todo lo que estás haciendo por complacerme. Anda, ven al dormitorio.

Y una vez allí se quitó la ropa, me atrajo hacia sí, acabó de despertar mi polla, que llevaba todo el rato morcillona, y se la metió.

Estuvimos follando unos quince o veinte minutos hasta que los dos nos corrimos y entonces me dijo

-Bueno, perrito, se acabó por hoy. Mañana madrugo. Vístete y nos vemos mañana.

Y me dio otro beso en los labios.