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Marta.

en Hetero: General

Me llamo Juan. Desde hace varios años soy profesor/tutor en la UNED. Me lo tomo como un pasatiempo y como un mini-complemento salarial. Aunque más que por otra cosa, lo hago porque siempre me ha gustado la docencia. Es algo que me tomo bastante en serio.

Además es un trabajo que eventualmente te da otras… oportunidades.

Todo empezó a principios de curso. Recuerdo perfectamente esa primera tutoría. Era una asignatura de primero. Tenía en clase a unas ocho personas (que en cuestión de un par de semanas se quedan siempre en tres) y en primera fila estaba Marta.

Marta, para que os hagáis una idea, es una mujer de unos treinta y cinco años, no demasiado alta, rubia, buen tipo, bien vestida, con voz de pija y cara de golfa. Tenía pinta de activista de izquierdas, o algo por el estilo.

Como digo, se sentaba en primera fila, con los codos encima de la mesa, una mano a cada lado de la cara sujetando el peso de la cabeza, y el cuerpo inclinado hacia adelante, enseñándome el canalillo y poniendo cara de no haber oído jamás nada más interesante.

Tenía la manía de asentir con la cabeza todo el rato, como para darte a entender que seguía la explicación, y jugaba todo el rato con un bolígrafo, que o bien lo enredaba en un mechón de pelo, o bien se lo llevaba a la boca, lo que le daba un aire bastante estúpido. En cualquier caso, estaba bastante buena, así que le sonreí varias veces durante la explicación.

Al terminar esa clase y para confirmar mi primera impresión, Marta se acercó a mi mesa mientras apagaba el proyector y me hizo una pregunta tan tonta que me quedé perplejo. Más tarde, de camino a casa, me dije “Bah, seguro que no tenía pensada la pregunta. Estaría buscando alguna forma de acercarse y entablar conversación y soltó lo primero que se le ocurrió”. Pero a lo largo del curso pude comprobar que, en realidad, Marta era íntima amiga de las preguntas tontas.

El primer día de clase, por regla general, les facilito a mis alumnos mi correo electrónico para que si tienen alguna duda puedan preguntarme. Pero como el primer día se me había olvidado, el segundo, nada más empezar la clase, apunté mi correo en la pizarra electrónica.

Dos días más tarde, abrí el correo y me encontré un e-mail con una foto de Marta en pelotas frente a un espejo y tapándose los pezones. No se le veía la cara, pero se la reconocía perfectamente.

Era una cosa tan ridícula y tan grotesca que me lo tomé a broma. “Esta mujer está como unas maracas, pensé”. Y me olvidé de la foto. Pero el fin de semana volví a acordarme, abrí el e-mail y me masturbé mirando su foto.

El lunes, que era el día que tenía tutoría con ella, volvió a sentarse en primera fila. Se pasó la clase chuperreteando el bolígrafo. Evité mirarla. El martes me envió otra foto. Esta vez de su coño depilado.

La semana siguiente, al terminar la clase le pedí que se quedara.

-Oye Marta, esto tiene que acabar- le dije, con aire serio y en voz baja. No puedes seguir enviándome fotos así…

Ella no dijo nada. Se me acercó hasta quedar a un palmo de mi cara. Me miraba con sus ojillos, una mezcla entre bovinos y viciosos. El aula, completamente vacía desde hace unos minutos. Las nueve de la noche. Prácticamente nadie en el edificio del centro asociado. Marta me agarra los huevos sin dejar de mirarme. Me sonríe. La dejo hacer. No era este el plan.

Cinco minutos después oigo que en el pasillo el conserje está apagando las luces de las otras aulas y cerrándolas con llave. Pronto llegará a la nuestra. Separo a Marta, trato de recuperar la compostura, la cojo del brazo y la empujo hacia la puerta mientras empiezo a hablar fingiendo estar explicándole algo. Ya en el pasillo saludo al conserje, no sospecha nada. Evito el ascensor. No quiero quedarme encerrado con Marta. Yo bajo por las escaleras, Marta baja por el ascensor, que es lentísimo.

Ya en el coche respiro aliviado. “¡Dios, menuda loca! ¡Por los pelos!”. Durante la semana no tengo noticias suyas, lo cual me sorprende.

El lunes siguiente sólo tengo en clase a tres personas, incluyendo a Marta. Un hombre de unos cincuenta años barrido por la crisis que está tratando de reciclarse y una mujer de unos cuarenta y muchos que no se entera nunca de nada. Marta, por primera vez, se ha sentado detrás de ellos. ¿Habrá renunciado? Empiezo a dar la clase de forma mecánica, automática, mientras trato de averiguar qué es lo que pasa por su cabeza.

De repente, Marta abre las piernas y me doy cuenta de que lleva un vestido sin bragas. Se ha puesto a la distancia y en el ángulo perfecto para que lo vea. En cuanto me doy cuenta me ruborizo. “¡Jo-der!”, pienso. Marta me sonríe y sigue chuperreteando el bolígrafo de forma obscena, como de costumbre. Me doy cuenta de que he perdido el hilo de la explicación.

El parado está algo confuso viéndome patinar. La cuarentona no parece enterarse de nada. Marta sigue chuperreteando el boli.

Acabo mal que bien la explicación y salgo del aula antes incluso de que a los alumnos les dé tiempo a recoger.

Así llegamos a diciembre. El mes de las cenas de Navidad. Como todos los años, habían organizado una cena a la que estaban invitados todos los alumnos de los distintos cursos de la carrera y los profesores. Yo avisé a la compañera que lo organizaba de que no asistiría, pero fue tal su insistencia que al final acabé aceptando.

La cena era en el restaurante de un hotel. Éramos, sorprendentemente, unas treinta personas. (Lo normal es que nunca vayan más de quince). Entre esas treinta personas estaba Marta, que arreglada estaba aún más buena que de costumbre, la verdad sea dicha. La comida se me hizo llevadera, aunque yo no estaba demasiado pendiente de la conversación. Estaba pensando en Marta.

La sobremesa no se alargó demasiado. Yo había bebido bastante, pero estaba bien. Después de la cena decidieron ir a tomar una copa a un bar bastante tranquilo, pequeño, oscuro, con una decoración psicodélica en el que sonaba trip-hop y Deep house de fondo. Una elección un poco absurda, para tratarse de una cena relativamente formal.

Yo no pintaba nada allí. Ninguno de nosotros pintaba nada allí. En seguida se formaron grupitos. Yo me junté con una compañera, María, una chica bajita, delgada, con cara de ardilla. Un cerebrito, por otra parte. Pronto se nos unieron un par de alumnos jóvenes.

Marta estaba hablando con tres hombres de mediana edad en otro grupo, detrás de mí. Sabía que no me quitaba el ojo de encima. La oía reír. Por mi parte, yo estaba un poco mareado. Llevaba tiempo sin beber. Me di cuenta de que me estaba meando. María, la profesora con cara de ardilla hablaba muy deprisa, posaba sus ávidos ojos en mí y en los chicos. Pedí disculpas y fui al baño.

El baño, en relación con el resto del bar era inmenso y estaba razonablemente limpio. Me lavé la cara en la pila y después entre al baño. Eché una meada bien larga, y cuando abrí la puerta, aliviado, Marta estaba apoyada en el vano con su cara de guarra.

Me metió a empujones en uno de los dos compartimentos y me metió morro mientras trataba de desabrocharme el cinturón.

-Mart… ¡Marta!

Me llevó un dedo a los labios, me bajó los pantalones y el calzoncillo, se puso en cuclillas, sin apoyar las rodillas, y se metió mi polla fláccida en la boca. Pude notar como crecía inmediatamente mi erección en su boca. Movía la cabeza adelante y atrás de forma frenética, con glotonería y fruición, como las actrices porno californianas.

Ya que había tenido que sufrir el acoso y derribe, decidí aprovechar, al menos. La agarré del pelo y la forcé a hacer una garganta profunda. Podía sentir su nariz y su respiración justo debajo del ombligo. Cuando llegaba a la arcada, la dejaba respirar y volvía. Se sacó mi polla de la boca y empezó a agitarla. Luego se desabrochó los pantalones, unos pantalones chinos negros que le hacían un culo espectacular. Yo me senté en la taza, y ella me montó dándome la espalda, apoyando sus tacones en la puerta y llevando todo el peso hacia atrás. Se movía despacio, rítmicamente. Me llegaba el olor de su pelo. Me corrí bastante rápido, a decir verdad.

Salió del compartimento y se detuvo frente al espejo a arreglarse el pelo y a recuperar una respiración normal. Un tío que había estado en la cena entró en ese momento en el baño. ¡Y ella ni se inmutó! ¡Como si fuera lo más normal del mundo! Luego el chico me vio a mí y me miró con suspicacia.

Yo le devolví una mirada de complicidad y de suficiencia, como diciendo “Sí, sí, es lo que piensas”. Sólo me faltó darle un par de palmadas en el hombro al salir. Él no comentó nada, y Marta y yo salimos a la vez del baño.

Después de eso, me la jodí varias veces más en el centro, y cuando acabó el cuatrimestre dejé de tenerla como alumna. Desde entonces empecé a fijarme mucho en los otros profesores que daban clase en primero. ¿Se los follaría a ellos también?