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Laura (1)

en Fetichismo

Desde que mis padres se divorciaron, hace algo más de tres años, mi vida se organiza de la siguiente manera: Durante el curso académico vivo en casa de mi madre, y en verano vivo en casa de mi padre. Lo que voy a contar ocurrió el primer verano que pasé con mi padre.

Mi padre vive en una urbanización de nueva construcción ubicada casi a las afueras de la ciudad. Son pisos modernos, baratos, no demasiado grandes, y ocupados sobre todo por parejas jóvenes, con coche y sin hijos. La razón de que esto último es que como cerca de la urbanización no hay colegios, ni hospitales, ni cines, ni polideportivos, ni nada por el estilo, hay que ir en coche a todas partes.

Esto último, en aquel momento, teniendo en cuenta que yo no tenía carnet de conducir, que el bus no pasaba por allí y que mi padre estaba casi todo el día fuera (por lo que yo no podía contar con él para que me llevase a los sitios) suponía que estaba completamente aislado de la civilización.

Sin embargo, la urbanización tiene una piscina bastante decente. No es inmensa y no sirve para nadar, pero para darse un chapuzón y refrescarse, suficiente. Además, junto a la piscina, hay unas hamacas y unas sombrillas, por lo que se está bastante bien los días que no hace mucho calor.

Pronto cogí la costumbre de bajar a la piscina a eso de las diez o las once, cuando ya no hacía calor y la piscina estaba vacía. Solía meter los pies en el agua y me quedaba ensimismado mirando las estrellas o el reflejo de la luna en el agua mientras pensaba en mis cosas.

El caso es que un día, estando yo en la piscina, vi que se abría la puerta que comunicaba la piscina con las viviendas, y que entraba una vecina de unos treinta años, delgada y bastante mona, con la que ya había coincidido en el ascensor un par de veces. Bajaba en bikini y chanclas, aunque llevaba una camiseta puesta encima y un bolso bastante aparatoso. Por lo que yo sabía, tenía pareja. Dejó el bolso en una hamaca y vino hacia mí.

-Hola, me dijo. ¿Te importa que me siente contigo?

Me pilló completamente desprevenido.

-No, no, en absoluto… No, siéntate- le dije, algo nervioso.

-Mi marido está de viaje de negocios, así que me he quedado sola, ya ves. Y tú qué, ¿cómo te llamas? Yo soy Laura, por cierto.

Era demasiado directa, demasiado franca. Como una niña.

-Yo soy Diego… encantado.

Ella ya había metido los pies en el agua y se había sentado junto a mí. Nos dimos dos besos. Pude oler su delicioso perfume.

-Pues yo estoy pasando el verano con mi padre.

-¿Ah, sí?

-Sí. Durante el curso vivo con mi madre.

-Ah, pues yo vivo aquí todo el año. Es un poco aburrido, muchos días estoy sola. Juan, mi marido, creo que ya lo has visto, trabaja mucho, ¿sabes? Casi siempre está fuera.

-¿Tú no trabajas?

-No, no. Estudié farmacia, pero si te soy sincera nunca pensé en trabajar. Luego conocí a Juan y bueno…

-Ajá.

-¿Tú estudias o qué haces?

-Estudio.

-¿Qué estudias?

-Ingeniería Mecánica.

-Vaya, parece bastante difícil.

-Lo es…

Empezó a mover los pies en el agua. Acercó su mano derecha a la mía, aunque no me llegó a tocar.

-¿Y qué tal el verano?

-Pues un poco aburrido, la verdad.

-Te entiendo, taaaannnn bien…

No sé por qué, pero en ese momento pude notar que me estaba empalmando, y viendo que de un momento a otro iba a ser imposible ocultar la erección, me metí despacio en el agua y me pegué contra la pared de la piscina, de tal modo que quedaba sumergido desde la parte alta abdomen para abajo. Traté de disimular la jugada.

-¿No te metes?

-Está algo fría. Pero quizá luego.

Me gustó oír ese luego. Lo entendí como una garantía de que el encuentro se alargaría todavía un poco más. Por otra parte, cada vez estaba más empalmado. El roce con los azulejos de la piscina, desde luego, no contribuía a que disminuyera la erección. Me di cuenta de que entre los dos había un clima de agradable confianza. Me permití acariciarle un pie. Ella sonrió y no dijo nada. Tomando aquello por un visto bueno, continué dándole un masaje. Mientras masajeaba uno de sus pies, ella colocó el otro sobre mi hombro. Un poco más tarde, rodeé con mis brazos sus lumbares (ella estaba sentada), la atraje hacia mí y coloqué mi cabeza sobre la parte de debajo de su bikini. Le di un beso.

Entonces ella me apartó la cabeza con las manos y sólo dijo: Nooo… con voz tranquila y baja, como quien reprende a un bebé.

Un par de minutos más tarde ella se puso de pie, se calzó las chanclas y me dijo “Es tarde. Mañana te veo”.

Aquel día, como podréis comprender, me hice una paja nada más llegar a casa y apenas pude dormir. Me pasé el día siguiente deseando que se hiciera de noche para bajar a la piscina y volver a estar con Laura. Bajé a la piscina a las once menos cuarto, más o menos. A eso de las once y media llegó ella.

-Hola.

-Hola.

Como el día anterior, dejó el bolso en una hamaca, se sentó a mi lado en el borde de la piscina, y cruzó las piernas. Después de medio minuto, me miró y dijo:

-¿Qué has hecho hoy?

-…Nada. Por la mañana he estado viendo un programa de una casa de empeños y por la tarde he leído un poco. ¿Tú?

-Yo he estado limpiando, recogiendo un poco y por la tarde he preparado un bizcocho.

De nuevo, se hizo el silencio durante otros treinta segundos.

-¿Y qué estás leyendo?

-Ampliación del campo de batalla, de Houellebecq.

-¿Está bien?

-Bastante bien.

Y como el día anterior, aunque no por los mismos motivos, me metí en el agua.

-Ayer al final no te metiste.

-No.

Pasaron otros treinta segundos sin que nadie dijera nada.

-¿Diego?

-Sí.

-Acércate.

Me había alejado un metro del borde, más o menos. Me acerqué. El agua me caía a chorretones por el pelo.

-Quédate quieto.

Entonces, me quedé quieto, y ella, sentada como estaba en el borde, introdujo uno de sus pies en mi bañador. Yo ya estaba morcillón, pero en ese momento se me empalmó al instante. Se ayudó del otro pie para bajarme el bañador. Colocó uno de sus pies en la base de mis huevos y jugaba a subirlos con la punta de los dedos. El otro pie lo restregaba arriba y abajo por mi verga.

Me abandoné al placer. Cuando estaba a punto de correrme, ella estiró el brazo, cogió mi pene con la mano y llevó la piel hacia atrás, descubriendo el capullo con fuerza. Pasó la planta de sus pies un par de veces por el frenillo. Mi pene palpitaba de placer debajo del agua. Después de eso me corrí de inmediato.

Entonces ella se levantó, se calzó las chanclas y se marchó sin decir nada.

¿Continuará?