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Cronicas sexuales 2

en Bisexuales

CRONICAS SEXUALES 2

 

En este segundo relato no cuento ningún encuentro bisexual, pero prefiero incluirlo en esta categoría porque tengo más cosas que narrar, algunas si son de esta orientación, y prefiero que todos mis relatos vayan seguidos, para que quiera leerlos puede hacerlo con mas facilidad.

Mi novia y yo no tuvimos más encuentros liberales durante mucho tiempo, como que pasaron unos cuatro años sin que nos sucediera nada interesante, hasta un tiempo después de casarnos. Como comenté en el primer relato, en aquella época, aún internet estaba en pañales y la telefonía móvil también. Todavía, la gente liberal contactaba por medio de anuncios publicados en revistas de contactos, y tenías que enviar este mediante carta a la publicación para que aquella lo remitiera a los interesados y luego estos contactaran con uno.

El mantener sexo con otros hombres quedó prácticamente en el olvido, y no fue hasta unos cuantos años después de casarme cuando esa faceta de mi sexualidad volvió a activarse.

Como comenté en el primer relato, mi novia, a partir de ahora mi mujer, era una chica fogosa. Durante nuestro noviazgo disfrutamos del sexo a tope, aprovechando cualquier momento y cualquier lugar para follar, y gracias a su cuñada, que nos cedía su casa, pudimos disfrutar de algunas tardes con sesiones maratonianas de sexo, cargadas de morbo, complicidad y muchas fantasías que queríamos cumplir, como la del primer relato.

Pero luego nos casamos. La boda bien, más o menos. Posteriormente llegué a pensar que esta fue un preludio de lo que luego iba a pasar. Nos casamos por la iglesia, como debe ser, jajaja. Yo de esmoquin y ella de blanco. Pero no me entusiasmó su vestido, ni el tocado, ni siquiera cómo iba peinada, el maquillaje menos. Pero bueno, eso es cuestión de gustos.

Tampoco la noche de bodas fue como para tirar cohetes, sí que es verdad que en cuestión de sexo veníamos ya de vuelta,  y también que teníamos que madrugar mucho al día siguiente para salir de viaje de novios, pero sexo no hubo esa noche. Más tarde pensé que aquello marcó un antes y un después en nuestra relación. Los supersticiosos lo podrían achacar también a que nos casamos un dieciocho de julio, o que nuestra plaza de garaje era la número trece, pero yo no lo soy, las cosas pasan por otros motivos.

Nuestra convivencia no fue nada especial, en cuestión de sexo también. Ahora no teníamos ningún problema para poder follar a gusto, sin limitaciones de espacio o tiempo, y sin embargo cada vez lo hacíamos menos. Me preguntaba a donde había ido a parar aquella chica fogosa que conocí, que aprovechaba cualquier circunstancia para meterse mi polla en la boca, que reclamaba sexo a todas horas, y que se volvía loca cuando le comía el coño y el ojete del culo.

Lo cierto es que empecé a pasar hambre de sexo, y la cosa iba a peor, incluso me parecía que ella intentaba esquivarme para no follar. Y lo peor de todo es que yo me estaba resignando a padecer aquella situación.

Durante este periodo de tiempo, su cuñado y la mujer de este, la que nos dejaba una llave de su casa para que pudiéramos follar, organizaron un asadero familiar, que se celebró en una finca agrícola que tenían en explotación.

El asadero duró toda la mañana y parte de la tarde de un domingo, y a este acudieron, además de mi mujer y yo, su hermano con su cuñada y las dos niñas de estos, mis suegros y varias parejas amigos de mi cuñado.

Nos pasamos comiendo, y también bebiendo, algunos más que otros. Yo no suelo abusar de la bebida, por eso, por la tarde, aún estaba bastante entero, pero mi cuñado estaba totalmente ebrio y mi suegro también. Por eso, a la hora de recoger, mi mujer tuvo que hacerse cargo de llevar a sus padres a casa con el coche, y yo coger el coche de mi cuñado y llevarlo junto con su familia a la suya.

El plan era que mi mujer dejaba en casa a sus padres y se iría luego con nuestro coche a la nuestra, mientras yo, tras dejar a su hermano y su familia, me llevaría el coche de este y al día siguiente se lo devolvería.

Llegamos al piso de mi cuñado. Entre su mujer y yo, conseguimos acostarlo y luego ella dejó a las niñas en su habitación. Luego me pidió que la ayudara a guardar algunas cosas del asadero en el cuarto trastero, situado en los bajos de edificio.

Entramos las cosas en el pequeño cuarto, iluminado con una luz tenue. Cuando pretendíamos salir del estrecho trastero, nuestros cuerpos se rozaron, yo sentí el calor corporal de ella, algo sudorosa por el esfuerzo, y a ella le debió pasar lo mismo conmigo. Fue algo recíproco, un impulso conjunto, nos abrazamos y nos fundimos en un apasionado beso con lengua.

La cuñada de mi mujer, a partir de ahora mi cuñada. Era una chica de mediana edad, ocho años mayor que yo, de estatura más bien baja, de rostro muy atractivo, a pesar de tener los ojos pequeños era muy guapa, con una corta melena de color negro azabache. Era de complexión delgada de cintura hacia arriba, con un pecho muy pequeño, pero después era muy ancha de caderas, con un culazo grande, pero muy bien puesto, de nalgas alargadas. Era algo paticorta pero aun así tenía unas piernas que hacían que, los hombres que se cruzaban con ella, las miraran con deseo, y porque no reconocerlo, entre ellos me incluía yo. Hasta sus pequeños pies eras perfectos.

Y allí estábamos, en el trastero, morreándonos como si el mundo estuviera a punto de terminar. Me sorprendía la manera tan apasionada que tenía de besar, el sabor tan rico de su boca, el suave tacto de su lengua. Conociendo el carácter tan tranquilo que tenía y lo dedicada que estaba a su casa y a su familia, me parecía increíble que pudiera ser tan apasionada. Creo que en aquel momento el mundo se detuvo para los dos.

La había visto muchas veces en biquini en la playa, y siempre había tenido curiosidad por saber cómo podían ser sus pequeñas tetitas, así que tras desabotonarle la blusa, tiré de su sujetador hacia abajo para dejárselas al descubierto.

Ante mí aparecieron dos pequeñas tetas, erguidas, duras y puntiagudas, con unos pezones de color marrón que parecían desafiantes, como dos pequeños pitones. Tomé sus tetas en mis manos y las estrujé con ganas. Ella no se quejó, al contrario, gimió de placer como una gata en celo, luego seguí pellizcándole los pezones, lo que hizo que cerrara los ojos del gusto que le proporcionaba.

Mientras le chupaba los pezones, sentí como sus manos desabrochaban mi pantalón, y luego se introducían dentro de mi bóxer en busca de mi polla. No me dio otra opción, se deshizo de mí y se agachó rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos, mi polla estaba dentro de su boca, me la estaba mamando con desesperación.

Hacía tiempo que mi mujer no me la chupaba, la boca de mi cuñada me parecía exquisita, nunca se me había pasado por la cabeza que supiera comerse una polla de aquella manera. Uno piensa erróneamente que una mujer por llevar casada muchos años y ser madre, no puede ser una auténtica loba en la cama, este era un claro ejemplo de mi equivocación.

No teníamos mucho tiempo y ella me pidió que se la metiera, pero yo quise esperar un momento. No concibo estar con una mujer sin antes catar su sexo, me gusta mirar cómo lo tiene, y por supuesto saborearlo, no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de probar el de mi cuñada. Había fantaseado muchas veces con ella, aunque solo eso, nunca me habría atrevido a tirarle los trastos, por muchas razones, hasta aquel momento.

Al ver su coño, con un pubis de vello color negro, sin rasurar, pero muy bien recortado. Me preguntaba cómo dos mujeres, siendo la misma especie, podían tener el sexo tan diferente. Mi mujer tenía los labios rosados y muy grandes, tanto que le salían por fuera del sexo, con un diminuto clítoris. En cambio los labios del de su cuñada eran de piel oscura y mucho más pequeños, aunque luego poseía un clítoris bastante grande, quizás más del doble de grande que el de mi mujer. Igual por esto, mi cuñada pareció algo reacia a que me acercara a catar su sexo, creo que se avergonzaba un poco de su abultado clítoris, pero terminó por ceder y se dejó. En cuanto se dio cuenta, de que su sexo no era nada desagradable para mí, pareció relajarse. Le comí el coño con ganas, tenía el olor algo fuerte, era normal, además de su estado de excitación había que sumarle el que habíamos estado todo el día de fiesta en la finca sin asearse. Pero que rico estaba, y cada vez que pasaba mi lengua por su gran clítoris, no podía reprimir un gemido de placer.

No pude degustárselo todo lo que quise, el tiempo jugaba en nuestra contra, así que fuimos directos al grano. Ella terminó de bajarse el vaquero y las bragas hasta donde pudo, por debajo de las rodillas. Seguidamente se colocó de espaldas a mí, apoyando las manos en la pared, y yo tras ella, busqué la posición idónea para metérsela. Y eso hice, sin contemplaciones, se la metí de un solo golpe, pero ella no protestó por ello, la recibió entera, parecía que hacía mucho tiempo que deseaba aquello.

La follé desde atrás, como dos perros callejeros en celo. No tardó casi nada en correrse y yo tampoco, tras el suyo llegó mi orgasmo. No había tiempo para más, nos vestimos como pudimos y salimos del trastero. Ella subió rápidamente a su casa y yo cogí el coche de su marido y me fui a la mía. Por el camino no podía apartar de mi cabeza lo que había ocurrido, por un lado, tenía cierto sentimiento de culpabilidad, pero por otro estaba encantado, es más, el recordar que cuando terminamos, ella se volvió colocar las bragas, se subió el vaquero y se fue ,con mi corrida dentro de ella, me volvía loco de excitación, me la imaginaba entrando de nuevo en casa, haciendo las tareas mientras los restos de mi semen aún estaban en sus entrañas y sus bragas estaban también mojadas de mí.

Aquel episodio no se volvió a repetir, nuestra relación prosiguió como antes, como si aquel encuentro jamás se hubiera producido. Incluso podía llegar a pensar que nunca ocurrió, pero sí que pasó. Su forma de actuar después de aquello era comprensible, tanto ella como yo no jugábamos mucho.

Fue un tiempo después, casi dos años, el que pasó, hasta que se produjo otro encuentro, lo relataré más adelante.