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Cronicas sexuales 4

en Bisexuales

CRONICAS SEXUALES 4

 

Aquel encuentro no fue el único que tuvimos con el amigo de mi suegro. Pudimos disfrutar de dos más, antes de que regresara de nuevo a Holanda, junto a su mujer. Aún hoy en día me excito recordando aquellos encuentros, imposible borrar de mi cabeza la imagen de mi mujer arrodillada ante él, tragando polla. Él, con una mano puesta en la cintura, mientras con la otra le sujetaba la cabeza a ella y le follaba la boca.

Pero todo tiene un final, y las cosas volvieron a su cauce, es decir, nuestra vida sexual volvió a apagarse. Se podría decir que nuestro matrimonio era la crónica de una muerte anunciada, aunque yo me resistía a ello. No me entraba en la cabeza tener que romper la relación, queriendo a mi mujer y deseándola como la deseaba, pero no me quedó otra opción.

Tarde o temprano las cosas salen a la luz, y yo, que me consideraba muy liberal, no concebía el comportamiento de mi mujer. Siempre había procurado darle todo lo que deseaba, incluyendo en el terreno sexual, pero esto pareció ser poco para ella. Descubrí que tenía una vida sexual paralela a la nuestra. Había tenido más de una relación estando conmigo, antes y durante nuestro matrimonio. La descubrí porque cometió el error de liarse con el marido de una compañera de trabajo. Después de esto solo tuve que tirar de hilo y desenredar la madeja. También me enteré que tenía encuentros con alguna que otra amiga. Sinceramente no entendía su actitud, yo estaba dispuesto a permitir que disfrutara de todo lo que le apeteciera, pero siempre que fuera algo compartido por los dos, por algo éramos pareja. No fue la única razón para terminar la relación, hubieron muchas más, ya que ella no estaba por la labor aportar nada a la convivencia, ni a las tareas de la casa y más cosas que no quiero comentar.

Tenía que reconocer que yo también había metido la pata teniendo un encuentro puntual con su cuñada, pero fue solo eso, un encuentro puntual, quizás si mi mujer no me hubiese dado le lado, no hubiera pasado. Lo de ella era para mí algo mucho más grave, si hubiera sido un desliz lo habría perdonado, al fin y al cabo la había compartido varias veces con otros hombres. Pero era algo continuado, con más de un hombre, y también alguna chica, manteniendo una relación de amantes. Y no solo eso, parecía que prefería aquello, a tener sexo conmigo, porque mientras ella disfrutaba con otros, evitaba follar conmigo, y lo peor es que nunca llegué a tener claro si no lo hacía conmigo porque estaba satisfecha con otros, o simplemente porque ya no le apetecía follar conmigo, igual eran las dos cosas.

Lo cierto es que nuestra relación se rompió, hasta tal punto que ni nos hablábamos. De hecho ya le había propuesto la separación y lo había hablado con un abogado, cuando sucedió la historia que relato a continuación.

En aquel momento, mi aún mujer, estaba trabajando de auxiliar clínico en una residencia. Era domingo por la noche y entraba a trabajar a las nueve, ya que esa noche tenía guardia. Salió de casa, sin decir adiós, sobre las ocho, y unos diez minutos después sonó el timbre del porterillo automático.

Pensé que se le había olvidado algo y abrí sin preguntar. Al momento tocaron en la puerta. Yo me iba a meter en la ducha y solo llevaba encima un albornoz, bajo el cual estaba totalmente desnudo. Abrí sin pararme a pensar que no podía ser otra persona sino ella, pero me equivoqué. En el umbral de la puerta apareció mi cuñada, la mujer de su hermano, con la que hacía ya casi dos años había tenido aquel affaire en el trastero.

Me preguntó si podía pasar, y a pesar de estar aún muy sorprendido por su inesperada visita, la convidé a hacerlo. Ya dentro, en el salón, nos sentamos y me explicó que sabía que mi mujer había salido a trabajar, pero que había venido para hablar conmigo y ver si lo que pasaba en mi matrimonio tenía arreglo.

Le dije redondamente que no, que muy a pesar mío, la relación que mantenía con la hermana de su marido estaba terminada y no había vuelta atrás. Luego le pregunté por las niñas y su marido, ya que me parecía extraño que los dejara solos para venir a aquella hora a mi casa.

Me comentó que había dejado a las niñas ya en la cama porque tenían que ir al cole al día siguiente, y que su marido estaba como siempre, con los amigotes en el bar, comentando la jornada de futbol, y que seguramente, como hacía siempre, llegaría de madrugada.

Ella siguió con la conversación, me parecía que mareaba la perdiz y no le encontraba ya demasiado sentido a lo que me decía. Parecía que buscaba una excusa para no marcharse, más que tratar el tema que la había traído hasta allí.

Entonces me levanté de mi asiento, casi estaba enfadado y decidí ver si lo que estaba pasando era lo que me imaginaba, al fin y al cabo, como estaba la situación, no tenía nada que perder. Dejé que el lazo de mi albornoz se deshiciera y que este se abriera, para que mi cuñada pudiera verme semidesnudo, incluyendo mi miembro en reposo.

Para mi sorpresa ella ni siquiera se molestó por esto, al contrario, permaneció sentada como si aquello fuera lo más normal del mundo, incluso su mirada se clavó en mi entrepierna, observando con detenimiento mis genitales.

Ahora tenía claro a lo que había venido, tenía la excusa perfecta y el tiempo bien calculado para poder estar a solas conmigo.

En vista de su actitud permisiva, me deshice por completo del albornoz, dejándolo caer al suelo. Acto seguido tomé una de sus manos y la acerqué hasta mi entrepierna, e hice que tomara mi polla. Ella lo aceptó de buen grado y comenzó a masajeármela.

Sentía su cálida mano sobándome, magreándole los huevos y la polla, hasta que, con dos de sus dedos tiró de prepucio para dejar mi glande al descubierto.

Yo ya estaba totalmente empalmado. Ella acercó su cabeza a mi entrepierna y comenzó a chuparme la polla con suavidad, lentamente, lamiéndola y repasándola con la legua, sin prisas. Volví a recordar el encuentro que tuvimos en el trastero de su casa, habían pasado casi dos años de aquello, pero sentí la suavidad y calidez de su boca como si no hubiera pasado el tiempo.

No podía esperar más, tenía que disfrutarla, a pesar de que esta vez contábamos con más tiempo, no quería desperdiciar ni un minuto, necesitaba saborearla sin dejar nada de ella por probar.

La hice levantar de su asiento, y una vez de pie, comencé a desnudarla. Desabotoné su blusa y luego su falda, ya estaba en ropa interior. Seguí con el sujetador, liberé sus pequeños y erguidos pitones y, antes de seguir desnudándola, no  pude resistir besarlos y degustar sus puntiagudos pezones. Terminé por quitarle las bragas, y ante mí apareció un pubis poblando con una mata de pelo negro bien recortado, era realmente sexy. Lo besé y restregué por mi cara, olía a limpio y a la vez a mujer, exquisito.

Evidentemente al ser más bien baja de estatura y algo ancha de cintura hacia abajo, su cuerpo lucía más con los zapatos de tacón puestos, pero a mí me apetecía más verla al natural, así que la hice descalzarse y luego, tomándola de la mano, nos dirigimos al dormitorio, quería follarla en mi cama, en la que sabía que mi mujer, a mis espaldas, se había dejado follar por otros hombres.

Nos tumbamos, comenzamos abrazándonos, entrelazando nuestros cuerpos para sentirnos lo más intensamente posible. Nuestras bocas permanecían pegadas como dos ventosas, nuestras lenguas jugueteando y nuestras salivas entremezcladas.

Me fui deslizando por su cuerpo, me detuve de nuevo en sus tetitas para volver a saborearlas, luego proseguí hasta llegar a su vientre. Ella separó algo sus piernas, ya esperaba sentir mi lengua lamiendo su abultado clítoris. Pero en vez de esto seguí bajando por sus piernas, besándolas y lamiéndolas, era algo que siempre había deseado hacer. Cada vez que la veía, no podía evitar que mi mirada se dirigiera directamente a ellas, era algo que evidentemente no pasaba desapercibido para ella.

No podía evitar gemir, seguramente por la ansiedad que le producía el que yo me hiciera rogar para comerle el coño, además del placer que le estaba proporcionando al acariciar y besar sus piernas. Terminé por llegar a sus pies, dos pequeños y perfectos pies, con las uñas pintadas de color rojo intenso, parecían concebidos para masturbarse mirándolos y descargar la corrida sobre ellos.

Primero metí uno de sus dedos gordos en mi boca y comencé a chuparlo. Ella soltó un gemido de placer similar al que podría emitir una gata en celo. Luego seguí chupándole dedo por dedo, pasando mi lengua entre ellos. Cuando terminé con los dos pies palpé su sexo, estaba empapado, y me mojó la mano. Aproveché esta circunstancia para saborear los restos de flujo que me la impregnaban, antes de hundir mi cabeza entre sus rotundos muslos y comenzar a comerle el coño.

No daba avío a tragarme su flujo, tal era la cantidad que segregaba, lo que hizo que yo terminara con la cara totalmente empapada. Un chorro de este salió inyectado de sus entrañas cuando se corrió en mi boca.

Ni ella, ni yo, podíamos esperar más. Me coloqué sobre ella y se la metí sin más miramientos. La follé con fuerza, y a las pocas embestidas conseguí que volviera a correrse otra vez. Pero no aflojé mi ritmo, la deseaba tanto que no estaba dispuesto a ello. Y creo que ella tampoco quería que lo hiciera, porque no tardó en correrse una vez más. Me sorprendía la facilidad que tenía para llegar al orgasmo, más que mi mujer. No creo que tuviera que ver con el gran tamaño de su clítoris, pero correrse, se corría con una facilidad pasmosa.

Como comenté antes, teníamos tiempo para disfrutar sin prisas, pero a mí me apetecía correrme entre sus brazos, hacerlo mirando su precioso rostro, y que ella viera como mi cara reflejaba el placer que me producía follarla, tenerla, hacerla mía. Así que me corrí follándola en la postura del misionero, entre sus brazos, con mi rostro frente al suyo.

Nos tumbamos el uno al lado del otro, extenuados pero satisfechos. Pero yo quería más, y estaba seguro de que ella también. Así que, en cuanto me recuperé, volvimos a las andadas, ni siquiera nos molestamos en asearnos. Nos morreamos de nuevo mientras nos metíamos mano, yo quería follarla a cuatro patas, para ello se puso en posición y yo me coloqué tras ella.

Ante mí apareció un hermoso culazo de amplias nalgas, que separé para poder ver su ojete. Era delicioso, tenía una agujerito perfecto, rodeado de una zona de piel un poco más oscura que el resto de su culo, no pude resistir la tentación de degustarlo.

Cuando sintió mi lengua entrar en su ojete casi gritó del placer, creo que era la primera vez que una lengua le repasaba el culo, por lo menos de aquella manera. De hecho su coño comenzó a chorear flujo, que salía mezclado con los restos de mi anterior corrida.

No pude esperar más y comencé a follarla, sujetándola primero por la estrecha cintura y luego por las grandes caderas, su enorme culo me tenía hipnotizado. Estaba loco por meter mi polla en él.

Así que en cuanto se corrió, le saqué la polla del coño y aproveche parte del flujo que manaba de este para lubricarle el ojete. Aun así, deje caer un chorro de saliva de mi boca para lubricarlo todavía más.

Coloqué mi polla en posición, mi capullo presionó su ojete y este cedió con más facilidad de la que yo esperaba. Era evidente que no era la primera polla que entraba en él. Se la metí completa, hasta que mi pubis chocó con sus nalgas.

Comencé enculándola lentamente, para que su culo no sufriera, pero luego la follé con fuerza. Sentía el calor de su culo y la presión que ejercía en mi polla, me estaba dando más placer que cualquier coño que hubiera probado nunca, ahora comprendía porque a muchos hombres les gustaba el sexo anal e incluso follarse a otros tíos. Mi mujer nunca me dejó follarle el culo, con la excusa de que lo tenía muy estrecho y le hacía daño.

No me corrí dentro, saqué mi polla y ella se dio la vuelta, mi corrida fue a parar al interior de su boca y de allí a su estómago ya que se tragó hasta la última gota de mi leche.

Tras aquello volvimos a quedarnos tumbados en la cama, me parecía increíble lo que había pasado, por un buen rato había conseguido olvidarme de los problemas con mi mujer, hacía mucho tiempo que no follaba de aquella manera.

Teníamos que asearnos, yo para irme a la cama a dormir y ella para regresar a su casa sin levantar sospechas, ya que estaba hecha unos zorros, despeinada, sudorosa y manchada de mis corridas. Así que nos duchamos, juntos por supuesto, fue de lo más morboso, nuestros cuerpos entrelazados bajo el agua. Yo volví a empalmarme, y allí bajo la ducha, nos masturbamos mutuamente hasta corrernos de nuevo.

Fue una noche memorable que no volvió a repetirse. En mi situación hubiera sido capaz de proponerle que hiciera una locura y dejase todo por mí, pero sabía que no lo haría. Más tarde, gracias a mi trabajo, me enteré de que ella también tenía un amante, un compañero de trabajo con el que mantenía una relación fuera del matrimonio.