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Zam Wesell. Un espectáculo de altura (Star Wars)

en Parodias

Zam Wesell detuvo su speeder junto a la cornisa del elevado rascacielos. A través del parabrisas pudo ver que su socio, Jango Fett, ya estaba esperándola allí, con la cabeza cubierta por un casco azul y gris y la mayoría del cuerpo protegido con una vieja armadura.

Enseguida, Zam abrió la carlinga del vehículo, dio un salto hacia la cornisa y comenzó a deslizarse por ella hasta llegar junto al cazarrecompensas mandaloriano. Se quitó el velo púrpura que le cubría la parte inferior del rostro, pero él no se deshizo del casco.

—Alcancé la nave, pero usaron un señuelo —informó Zam de inmediato.

A pesar del casco, se dio cuenta de que Fett le sostenía la mirada.

—Tendremos que emplear algo más sutil. Mi cliente se impacienta —dijo Fett, sacando un tubo transparente que contenía dos criaturas con aspecto de ciempiés—. Toma esto. Ten cuidado: son muy venenosos.

Zam cogió el tubo, lo examinó y dio media vuelta para marcharse.

—¡Zam! —la llamó Fett a sus espaldas. Ella se dio la vuelta y se detuvo antes de volver a taparse el rostro con el velo—. Esta vez no puede haber errores.

La cazarrecompensas asintió con la cabeza, terminó de ponerse el velo y regresó junto a su speeder, decidida a introducir el tubo con los kouhuns en su droide asesino modelo ASN-121. Sin embargo, apenas había apoyado una mano en la carrocería verde de su vehículo cuando volvió a sentir la presencia de Fett a sus espaldas.

—Zam —ladró el mandaloriano.

La mujer depositó el tubo con los kouhuns dentro del speeder y se volvió para mirar, una vez más, a su socio.

—¿Crees que vas a irte sin más? —preguntó Fett, cruzándose de brazos —. La senadora Amidala sigue con vida. Has hecho mal tu trabajo, y ya sabes lo que significa eso, ¿verdad?

Zam miró al hombre durante un momento y después bajó la cabeza. Su velo púrpura ocultó la expresión de su boca.

Antes de que pudiera decir nada, Fett la agarró del cuello, la empujó lejos del speeder y la puso contra la fachada del rascacielos. A continuación, se quitó el casco con la mano izquierda, y ella gimió al ver lo que su moreno semblante transmitía: estaba decidido a castigarla. Cerró los párpados y gimió, mientras el mandaloriano le abría la parte superior del traje morado y le retiraba la placa con los tubos que iban conectados a su tórax. Rasgó un poco su corpiño elástico, descubrió sus redondas tetas y comenzó a manosearlas, con los guantes aún puestos, mientras su boca se deslizaba por su cuello.

—Zam… —gruñó Fett, y bajó una mano por sus caderas, más allá de su cinturón de utensilios, hasta llegar a sus pantalones elásticos de color morado. Con un nuevo gruñido, los agarró con una mano y tiró de ellos para rasgarlos a la altura de su pubis. Enseguida se dio cuenta de que ella no llevaba ropa interior, y por el desgarrón quedaba al descubierto su coñito húmedo y palpitante.

—Es la hora de tu castigo, Zam —amenazó Fett, pasando la mano por su clítoris.

La cazarrecompenas se estremeció de placer, pero, justo cuando creía que el mandaloriano iba a seguir tocándola, este le dio media vuelta y le rasgó el resto de los pantalones para dejar al descubierto su culito. A continuación, se sentó en un saliente de la cornisa, colocó a la sorprendida cazarrecompensas sobre sus rodillas y se quitó los guantes.

Zam cerró los ojos, consciente de lo que le esperaba. Fett, por su parte, levantó la mano derecha y comenzó a asestarle fuertes azotes que resonaron como latigazos.

Al principio, la cazarrecompensas sollozó, pero sus lamentaciones no tardaron en mezclarse con chillidos de excitación, ya que le encendía sentir toda la fuerza bruta y la agresividad del mejor cazarrecompensas mandaloriano sobre sus indefensas nalgas.

Fett, excitado a su vez por los gemidos de la mujer, aumentó la fuerza de sus golpes e incrementó la velocidad hasta que vio que Zam se sacudía desesperada sobre sus rodillas.

—¡Castígame, Fett! —gritaba—. ¡Soy una mala cazarrecompensas!

Los chillidos de Zam hicieron que unos cuantos ciudadanos de Coruscant, que habían salido a disfrutar del ambiente nocturno en sus speeders descapotables, frenaran cerca del rascacielos y se detuvieran para contemplar el espectáculo.

Fett sonrió al verles y, poniendo fin al frenesí de los azotes, deslizó la mano derecha hasta su coño para seguir acariciándolo. Zam, sintiendo por primera vez el tacto del mandaloriano sobre su coño, sin guantes de por medio, se estremeció y sintió que los escasos vellos de su pubis comenzaban a erizarse.

Entonces, él dio la vuelta a Zam e inclinó la cabeza hacia delante para lamerle el coño. Su lengua inició su camino en sus labios menores, y continuó desde ahí, cada vez más profundo.

Zam jadeó doblemente, tanto por el placer que estaba sintiendo como porque había comenzado a sentir que algo duro y grande crecía en la entrepierna de su castigador.

—Como cazarrecompensas no vales nada, Zam —volvió a humillarla Fett—, pero quizás valgas para otras cosas…

Dicho esto, Fett se quitó a Zam de encima y se puso en pie para soltarse el cinturón y retirarse la placa que le protegía los genitales. Zam, que había caído al frío suelo de la cornisa, enseguida se reincorporó, mientras el mandaloriano se bajaba los pantalones azules y sacaba su enorme polla.

Al momento, Zam se puso de rodillas y agarró el pene por la base, apretándolo un par de veces antes de sacudirlo hacia la izquierda y hacia la derecha.

—Joder, está tan duro… —murmuró la excitada cazarrecompensas.

—¿A qué esperas? —replicó Fett, alcanzando su casco y volviéndoselo a poner—. Empieza a chupar como una buena zorra.

Zam asintió con la cabeza, se retiró el velo de la cara y acercó sus finos labios rosados para chupar la puntita, mientras con la mano libre agarraba a Fett de la pierna derecha.

—Mmm —gimió Fett desde debajo del casco, girando la cabeza para echar otro vistazo a los conductores que se habían detenido. Ninguno de ellos apartaba la vista del espectáculo; y uno en concreto, un dug llamado Seboca que iba a recoger a su novia Bogg Tyrell, se había olvidado de ella y había sacado su larga polla marrón por la borda de su speeder para masturbarse sin descanso.

Fett soltó una risa y levantó un pulgar hacia los espectadores, mientras Zam deslizaba su boca por toda la longitud de su pene y luego volvía a la punta para pasar su lengua por encima de ella.

—Sabía que tenía que haber algo que se te diera bien… —murmuró él, quitándole el casco plateado de la cabeza y lanzándolo hasta el otro extremo de la cornisa, sin importarle que se abollara.

Después, agarró por la cabeza a la mujer, hundiendo sus dedos en su cortísimo pelo castaño, y empujó fuerte para metérsela hasta el fondo de la garganta. Zam cerró los ojos e hizo ruido de atragantarse, a medida que la saliva escapaba de su boca e iba a caer sobre sus tetas.

Hotsa! —exclamó Seboca, acelerando su mano sobre su pollón. A su alrededor, otros muchos conductores habían comenzado también a masturbarse.

En ese momento, Fett sacó la polla de su boca, tiró del cabello corto de la cazarrecompensas para obligarla a ponerse en pie y la empujó contra el anuncio luminoso de la fachada. Le levantó la pierna derecha por encima de los hombros y frotó la punta de su pene contra su clítoris.

—Aaaah, sí… —gimió Zam, completamente ajena a su alrededor, cuando Fett se la metió hasta el fondo y empezó a mover las caderas arriba y abajo, acariciándole las tetas al mismo tiempo. Zam apoyó la mejilla contra el frío casco del mandaloriano y lanzó suaves gemidos.

Entonces, él tuvo una fugaz idea y decidió no dejar pasar la oportunidad. Sin cesar de darle duro por el coño, giró la cabeza para mirar a los ciudadanos que estaban masturbándose en sus respectivos speeders y les preguntó:

—¿Queréis ver el espectáculo desde más cerca, amigos?

Se produjo un griterío afirmativo entre la multitud, y Seboca dejó de darle un instante a su polla para levantar la mano y mostrarse de acuerdo.

Con una risita, Fett se llevó la mano a la espalda y activó la mochila propulsora que llevaba colgada. Dos llamaradas emergieron de los conductos, y al momento el cazarrecompensas se elevó en el aire, con Zam agarrada a su cuerpo como un gato de Lothal.

—¡Ooooh, joder! —chilló ella cuando miró hacia abajo y vio que estaban volando más allá de la cornisa. Debajo de ellos aparecieron los kilómetros y kilómetros de rascacielos que los separaban de los bajos fondos, así como el denso tráfico nocturno que cruzaba la ciudad.

Fett soltó una carcajada mientras volaba hasta situarse en medio de los speeders flotantes.

—Ya era hora de que estuvieras a la altura de las circunstancias —le susurró a Zam al oído.

Zam se agarró fuerte a sus hombros y volvió a mirar abajo: en primer lugar veía la polla de Fett entrando y saliendo de su coño tembloroso, y, más abajo, una hipotética caída hacia una muerte segura.

—No me sueltes, por favor —suplicó con ojos llorosos.

—No… Aún no hemos terminado con ella, ¿verdad, amigos? —exclamó Fett, mirando a su alrededor. Los conductores gritaron con alegría y siguieron masturbándose.

Después de saludar a la audiencia con un gesto de su cabeza, Fett voló de vuelta a la cornisa y tumbó a Zam sobre la carlinga de su speeder para seguir follándola allí. El viento era muy fuerte, pero Fett afianzó sus botas sobre la carrocería, agarró a la cazarrecompensas por la cintura y volvió a metérsela, esta vez por el ano.

—¡Aaaaaaaah! —chilló Zam a los cuatro vientos, mientras alargaba el brazo para acariciarse el clítoris con los dedos. Fett siguió metiéndole la polla por el culo, muy lentamente, disfrutando de cada centímetro que avanzaba.

Zam tembló al sentir cómo el enorme pollón del mandaloriano se ponía cada vez más tenso y duro dentro de su culo, amenazando con desgarrárselo. Excitada a más no poder, movió su mano sobre su clítoris, cada vez más rápido, y entonces… se corrió sonoramente sobre los pantalones y la armadura de Fett, y todos sus fluidos vaginales se deslizaron por la carlinga del speeder, empañando los cristales. Ella se apoyó sobre sus manos para no perder el equilibrio y comenzó a moverse adelante y atrás, con sus tetas bailando al ritmo.

Fett volvió a levantar la mano derecha y la azotó fuertemente en el culo, mientras que alargaba el otro brazo para estrujarle la teta izquierda.

—Aaah, aaah, aahh, así, dame duro, sleemo… —chillaba Zam, viendo cómo una decena de conductores se masturbaba mirándola.

Fett la agarró del pelo corto y tiró de él para empezar a morderle el cuello, mientras ella seguía sacudiéndose y haciendo que sus nalgas, que ya tenían la marca roja de las manos de él, temblaran como dos flanes en la barra de un restaurante de Ciudad CoCo.

El mandaloriano introdujo entonces dos dedos en su coño chorreante y después agarró a Zam de la cabeza para dárselo a probar. Zam giró la cabeza y abrió la boca para lamerle los dedos, impregnados de sus propios fluidos, y regocijarse con ellos.

Sintiendo su orgasmo más cerca que nunca, Fett empujó para llegar con su polla hasta el fondo de su recto. Zam abrió la boca desmesuradamente y chilló, pero él enseguida se la tapó con una mano para seguir follándole el culo con más violencia que nunca. La cazarrecompensas continuó gimiendo debajo de su palma, mientras las paredes de su ano se contraían y se dilataban sin cesar.

Consciente de que estaba a punto de correrse, el cazarrecompensas salió del culo de Zam y le dio la vuelta sobre el techo del speeder. Al momento, ella agarró el pollón por la base y se puso a lamer la punta, mientras subía y bajaba su mano por toda su longitud.

—Dámelo, Fett, dámelo todo —gemía ella con lujuria.

Y así, el simple hecho de oír cómo su socia le pedía el semen fue suficiente. Su polla se convulsionó una última vez y la corrida se derramó sobre la cara de Zam. Ella cerró los párpados para evitar que le entrara el semen en los ojos y sonrió complacida.

Fett echó la cabeza para atrás cuanto le permitía su casco para descargar hasta la última gota sobre el rostro de Zam, y después se giró para mirar a su audiencia: la mayoría de ellos había alcanzado el clímax a la vez que él, y Seboca estaba vertiendo en ese mismo momento grandes cantidades de semen dug por la borda de su descapotable. Fett sonrió, pensando que, en los próximos minutos, los conductores que viajaran por los niveles inferiores al suyo se sorprenderían con la extraña lluvia de color blancuzco que caía sobre ellos.

Wee shahnit sleemo —oyó que gemía Zam.

Él volvió a mirarla y… se llevó un susto de muerte de ver que la cazarrecompensas, al entrar en contacto con el semen del humano, se había transformado gradualmente hasta recuperar su verdadera naturaleza clawdita: su rostro era ahora de color verde, sus facciones eran un amasijo arrugado, y su nariz se había ensanchado considerablemente.

Mientras los conductores de los alrededores se disponían a continuar su trayecto en speeder, Fett hizo una mueca y volvió a esconder su polla dentro de sus pantalones. La figura humana de su socia cambiante era tan atractiva que a menudo se le olvidaba que se trataba de un estado transitorio.

Con un gruñido, saltó del speeder a la cornisa y se alejó por donde había venido, dejando a Zam tendida sobre el techo del vehículo: rendida, extasiada y cubierta de semen, saliva y fluidos vaginales.

—¡Será mejor que te pongas en marcha cuanto antes! ¡No tenemos toda la noche para matar a esa senadora! —le gritó por encima de su hombro, antes de desaparecer tras la esquina del edificio.