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Jyn Erso. El último trago en Scarif (Star Wars)

en Parodias

Sentados en la arena, Jyn y Cassian se prepararon a morir. El superláser procedente de la Estrella de la Muerte acababa de impactar allá delante, en algún punto del océano, y ahora la onda expansiva avanzaba hacia ellos, amenazante, imponente. Letal.

Ambos sabían que iban a morir. Después de salir del turboascensor de la ciudadela habían comprobado los hangares, pero no quedaba ni una sola nave utilizable. Estaban atrapados en el planeta, rodeados de agua salada por todas partes, en la base de una torre que estaba a punto de ser borrada del mapa.

Durante un instante, Jyn y Cassian compartieron una mirada. Después, el capitán echó un vistazo a la onda expansiva que se aproximaba, y una idea nació en su mente. Llevados por un arrebato, ambos se habían besado en el turboascensor de la ciudadela, pero… lo cierto era que Cassian deseaba más.

Con un escalofrío de emoción, el capitán miró a la joven de veintidós años y le preguntó:

—Jyn, ¿cuánto crees que tardará la onda expansiva en llegar hasta la costa?

Ella le devolvió la mirada, justo a tiempo de ver cómo él se arrastraba por la arena para acercarse un poco más.

—¿Por qué?

Cassian vaciló un momento antes de contestar.

—Me gustaría… Me gustaría volver a besarte, Jyn.

La chica cerró los ojos y sintió también un escalofrío.

—Hazlo, Cassian.

El capitán de la Rebelión acercó sus labios a los de Jyn, mientras ella abría la boca para dejar pasar su lengua. Cassian miró de reojo la onda expansiva y después movió las manos para colocarlas sobre las tetas de la chica. Sin decir nada, comenzó a apretarlas y masajearlas por encima de su ropa.

—Me estás poniendo muy cachonda… —suspiró Jyn con un hilo de voz. Y, sintiendo un calor que se debía tanto a su propia excitación como al fuego que se aproximaba, apenas logró contener un gemido.

—Yo también estoy a mil, Jyn —jadeó Cassian, mientras, dejándose llevar por su instinto, agarraba el cuello de la camisa de la muchacha y tiraba hacia abajo para rasgársela completamente. Sus deliciosas tetas quedaron a la vista, y el capitán agachó enseguida la cabeza para empezar a comérselas. El tiempo apremiaba.

—¿Le gustan mis tetas, capitán? —preguntó Jyn, inusualmente excitada de dirigirse a Cassian por su rango en la Rebelión.

Por toda respuesta, Cassian se incorporó, agarró la mano derecha de Jyn por la muñeca y la puso sobre el bulto enorme de sus pantalones.

—¿Tú qué crees?

Jyn se quedó mirando el bulto con ojos muy abiertos, y después de unos segundos comenzó a mover la mano para acariciarlo.

—¿Todo esto es para mí?

—Es todo tuyo: toca sin miedo —sonrió el capitán—. Sácalo y comprueba si te gusta.

Inmediatamente, Jyn se puso de rodillas sobre la arena, bajó un poco el pantalón de Cassian y sacó su enorme polla, que ya estaba dura como un cristal kyber. La agarró con la mano derecha y la sacudió un poco; acto seguido, la miró fijamente unos segundos antes de empezar a darse pollazos, ella misma, en las dos mejillas.

—Mmm… —Cassian sonrió.

Jyn le devolvió la sonrisa desde abajo.

—Me encanta su pollón, capitán.

Volvió la cabeza para mirar la onda expansiva de la explosión. Calculó que los alcanzaría en un par de minutos, así que tendría que esforzarse mucho si quería tomarse un último trago de leche antes de morir.

Y, desde luego, en este momento no deseaba nada más que eso. Así pues, acercó la boca al pollón de Cassian y comenzó a chupar y lamer la punta.

—Eso es, chúpala bien, Jyn —jadeó el capitán—. Me encanta.

—A mí me encanta tenerla en mi boca —gimió la chica, abriendo la boca más y más para metérsela hasta la garganta. Su grosor dificultaba la tarea, pero ella estaba decidida a tragársela toda. No pensaba dejar un solo centímetro fuera.

—¡Aaah! —exclamó él, mientras ella succionaba y tragaba, moviendo la lengua alrededor de su polla.

Al cabo de medio minuto, Jyn agarró las manos de él y obligó al capitán a ponérselas en la cabeza. Cassian sonrió al pensar que incluso a la rebelde más problemática le gustaba tener a alguien que la controlara.

—Joder, Jyn, vaya forma de tragar… Eres más puta de lo que imaginaba.

Ella asintió con la cabeza y siguió avanzando hasta que tocó sus huevos con el labio inferior.

—Su puta, mi capitán —masculló Jyn. Apenas se le entendía con la boca llena.

Esto solo sirvió para excitar más a Cassian. Con un gruñido, agarró con fuerza la cabeza de la joven y comenzó a follarle la boca rápidamente.

De pronto, ambos sintieron un calor indescriptible. La onda estaba casi encima de ellos. Cassian se dio cuenta de que a Jyn le lloraban los ojos, pero no supo determinar si era por la cercanía de la muerte o debido al pollón que no le dejaba respirar bien. El capitán volvió a mirar la onda expansiva.

Jyn pareció adivinar sus pensamientos, porque se sacó la polla de la boca y lo miró desde abajo.

—Capitán, me importa una mierda la muerte. Quiero que me folles la boca bien fuerte y que me hagas tuya —gimió—. Así moriré siendo lo que he sido desde los quince años: una zorra.

Dicho esto, cerró los párpados y volvió a meterse la polla hasta el fondo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas cuando tocó el cinturón de Cassian con la punta de la nariz. Después, siguió moviendo la cabeza adelante y atrás, haciendo ruiditos con la garganta. Sintiendo cómo la polla se tensaba en su boca. Sintiendo cómo iba hinchándose de semen.

Continuó succionando mientras con una mano masturbaba el pene y con la otra le estrujaba los huevos.

—Joder, Jyn, me voy a correr… —jadeó Cassian, viendo cómo la onda expansiva los rodeaba rápidamente. Ella también lo vio, y chupó aún con más rapidez.

—Dámelo todo —decía entre chupada y chupada—. No pienso desaprovechar ni una gota.

—Aaaaah —gritó él, mientras el calor de la onda expansiva comenzaba a quemarles la piel a ambos. Entonces, un calor se mezcló con el otro, el dolor se mezcló con el placer, y su polla se estremeció una última vez mientras descargaba todo su semen en la boca abierta de la joven y sobre su preciosa cara.

Cassian, justo delante de ella, desapareció, arrastrado por la fuerza del choque. De algún modo, ella supo que había muerto antes siquiera de despegarse del suelo. Segundos después, ella también fue arrastrada en un remolino de fuego, arena y semen. Y mientras su cuerpo comenzaba a desintegrarse por las altas temperaturas, ella siguió haciendo lo que mejor sabía hacer: mezclar el semen de Cassian con su propia saliva y saborear hasta la última gota.