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Las Putas También Soñamos

en Entrevistas / Info

Cuando cursaba el último año de comunicación social, nuestro profesor de entrevistas periodísticas nos pidió que consiguiéramos una historia cautivadora y única en su estilo. Así que pasé semanas comiéndome el coco, hasta que tenía una idea.

Sabía que podía encontrar algo diferente en aquel burdel en el que me obligaron a entrar cuando cumplí mis quince años.

Entré con la esperanza de encontrar a la mujer que me había hecho hombre, y ahí estaba; tan imponente y sensual como siempre.

-¿Qué quieres guapo? -preguntó.

-Un buen rato contigo. Así que deshazte de todos tus clientes -le respondí

Ella me miró sorprendida, pero no emitió ningún comentario. Nos fuimos a la habitación y allí empezó con su habitual ritual: Las caricias en los hombros y el descenso de sus manos por mi abdomen era sólo la entrada al cielo.

-Siéntate, Amanda -le dije, y ella se sorprendió al escuchar su nombre en mis labios.

-Lo que usted diga -musitó.

Sin duda era un camaleón, se comportaba según la actitud y la personalidad que el cliente mostrara.

Me senté a su lado y hurgué entre mis bolsillos hasta conseguir una considerable cantidad de dinero.

-Quiero que te quedes conmigo el tiempo que sea necesario. Quiero… hablar.

Jamás le hubiera dicho que quería entrevistarla, creo que ella se hubiera ofendido; pero como lo solicité de otra forma, accedió.

Subió a la cama y recostó su espalda en la cabecera dejando sus piernas tendidas, yo por otro lado, me quedé sentado en el borde, pero volteé la cabeza y la miré. Su belleza seguía siendo indiscutible; creo que había acudido a la mano del hombre para congelar el tiempo en su perfilado y aniñado rostro, y sus curvas seguían siendo tan peligrosas como siempre.

-El tiempo te ha mejorado -le dije.

-Hago lo mejor que puedo -respondió, y se quedó callada por un momento-. ¿Si no quieres mi cuerpo? ¿Qué quieres de mí? Es lo único que puedo ofrecerte.

-Te equivocas -le aseguré-. Tienes muchísimas cosas que me interesan.

-Sí, tengo unos suculentos senos, una vagina caliente y mucha piel. Eso es lo que quieren los hombres, es lo que puedo ofrecerte, aún así, es sorprendente que me hayas buscado a mí. Sé que me llaman la veterana o la maestra ardiente, pero hay muchas chicas jóvenes y guapas, y la carne fresca siempre es mejor que la experimentada.

-La experiencia es lo más bello de la vida. De alguna u otra manera siempre te enriquecerá.

-¿La experiencia? La experiencia en este trabajo, porque lo es -enfatizó-, te ayuda a calmar las frustraciones de los clientes. El sexo que damos es como una píldora que te lleva al cielo, pero su efecto es muy corto y vuelve a traerlos muy rápido a la realidad. De una u otra forma los hacemos soñar con una vida mejor.

-¿En esos momentos, tú también vas al cielo?

Negó con la cabeza y apretó sus labios.

-Siempre estoy en el infierno, pero finjo lo contrario.

-¿Y sueñas? -le pregunté.

-Es difícil responderte, porque este trabajo va adormeciendo nuestros sentidos; y mientras más fingimos que estamos ardientes y vivas, más frías y muertas nos encontramos.

Inhaló una gran cantidad de aire y se cruzó de brazos, esta vez tenía ganas de llorar. Yo agaché la cabeza y miré al suelo, era la única forma de continuar.

-Cuando tenía veintitrés años un cliente me regaló un libro, creo que se llamaba Once Minutos, él decía estar enamorado de mí. Yo como una tonta lo leí y creí que tendría una vida similar a la protagonista. No es bueno mezclar la fantasía con la realidad, y mucho menos el trabajo con el amor. Golpea muy duro.

Limpió unas lágrimas que recorrían sus mejillas y sin emitir expresión facial continuó.

-Suele ser complicado lidiar con los hombres, siempre son complicados; algunos son desaseados y otros te tratan como si fueras un verdadero animal que pueden domar a su antojo.

>>Si detallara las diferencias entre uno y otro no lograría terminar, pero todos buscan algo en común: esperanza, el refugio de ellos es la piel, les otorga bienestar y recuperan la confianza en sí mismos, y así le es más tolerable seguir lidiando con sus vidas.

-No todos somos iguales -le dije un poco ofendido

-Tienes razón, pero si comparten algo en común: necesitan sentirse queridos, es el motor para poder seguir luchando por sus objetivos. Aunque en realidad todos necesitamos que alguien nos recuerde que valemos.

>>Creo que eso responde a tu pregunta. Las putas también soñamos.

>>La mayoría de nosotras no sabrá las razones exactas por qué escogió esta profesión, sólo te dirán que un día se dieron cuenta que habían llegado demasiado lejos y que ya no había vuelta atrás.

>>Una se acostumbra a los gustos y a los lujos; y cuando decides tener hijos quieres que tenga una vida diferente, haces todo lo posible por darles lo que se merecen lo que nunca tuviste, y tratas de hacerles el menor daño posible.

>>Hasta que un día se hacen mayores y te abandonan porque descubrieron de la peor forma a qué se dedicaba su madre cuando aún era joven y bella. Pasas los restos de tus días sola, disfrutando de tu jubilación y la alegría de saber que ningún hombre te volverá a usar.

>>Pero aún así, tus últimos días sigues soñando con un “tal vez…”, con un “si hubiera hecho esto o aquello…””

>>Y quizás sueñes con que tu príncipe azul, tu hijo, viene a perdonarte y rescatarte de la malvada realidad.

>>Las putas tenemos mucho miedo, pero también muchos sueños. Quizás la mayoría o ninguno se ha cumplido, pero aún así soñamos…

Asentí con la cabeza, me acerqué a ella y la rodeé con los brazos. Ella no contuvo el llanto, y confieso que yo tampoco.

-Creo que mereces saber la verdad: Te entrevisté, porque creo que la vida de las putas es admirable -le dije sin tapujos.

-Gracias por hacerme sentir importante. Siempre quise ser una actriz de Hollywood, al menos di el primer paso. ¡Una entrevista! -dijo, y se sonrió.

Le devolví la sonrisa, por dentro estaba agradecido que ella hubiera sido la primera mujer con que estuve… también fue la mujer con quien supe que no me gustaban las mujeres.

-Ten -le otorgué una tarjeta con mi número-. Si algún día necesitas hablar o estás sola, llámame. Siempre estaré allí.

Me incorporé de la cama, y ella intentó devolverme el dinero, pero yo negué con la cabeza y traté de decirle con mi mirada que se lo merecía, creo que pudo entenderme.

Sin preámbulos salí del burdel y me monté en mi coche, ahora sabiendo algo importante: por más precaria, odiada o negativa que sea la vida del ser humano, este nunca perderá la capacidad de soñar.