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Una Tarde con Maricorda

en Parodias

Había tenido una semana estresante, por eso invité a mi mejor amigo, Juan, a tomarse unos tragos en mí apartamento. También le dije que si tenía algún conocido lo llevara para no aburrirnos.

 

-¿Qué lo qué? Perrita Luisita -dijo el sucio de Juan a modo de saludo.

-Todo bello y lindo, puchero -respondí y lo invité a pasar junto a su amigo.

 

A mí me molestaba que me llamaran perrita, pero a él le enfadaba que lo apodaran puchero porque según nuestros amigos cada vez que Juan se embriagaba se ponía ruin y hasta que no le dieran ñema no dejaba de llorarle y hacerle puchero ese culo.

 

Pensé en destruirlo a punta de apodos mientras bebíamos; pero empecé a fijarme en su obeso amigo, que se peinaba de medio lado, tenía pecas y usaba lentes. El carajo era más feo que un gargajo en la comida.

 

-¿De dónde sacaste a este bicho? ¡Tú no tienes pudor, chica! -vociferé, mientras me reía a carcajadas y bebía más whisky.

-¡Ten consideración y decencia! Mi amigo Sami está pasando por un problema amoroso.

-¿Te llamas Sami? -pregunté

-Sí, así es -respondió el obeso.

-Coño amiga es Sami; Sami el heladero es el gordito con pinta e marico...

-Coño chama, deja la guachafita que el marido de Sami tiene un problema de eyaculación precoz.

 

Me cagué de risas, es que la apariencia de Sami era muy caricaturesca.

 

-Maricorda, maricorda, maricorda abusadora, el hombre que a ti te gusta no se le para la paloma -canté mientras señalaba a Sami.

 

Mi actitud terminó por sacarlo de quicios, y ambos se incorporaron para irse.

 

-¿Pero qué pasó? ¿qué pasó? ¿qué paso? -le preguntaban mientras se alejaban.

-No sé si fue que te pasaste tragos, pero tu actitud es inadmisible -dijo Juan.

-Ya pues, quédense que yo tengo una solución para Sami, él puede ser no un goga dancer.

-¿Un gogo dancer? -preguntó Sami.

-No, un goga dancer. Es decir, un bailarín gordo y gay. Lo único que tenemos que hacer es fortalecerte esos músculos con bailoterapia: ¡Baile, maldita gorda! ¡Dele que no está preñada!

 

El gordito bonachón se vino hacia mí enfadado… por un momento alcé los brazos, confieso que estaba asustado.

 

-¿Qué quieres ah? ¿Quieres esto de mí? -gritó.

 

Pero cuando abrió su pantalón y mostró su micro pene pasé del miedo al bochorno.

 

-¿Qué te pasa mini güevo? -le pregunté, y con ese comentario Juan explotó a carcajadas.

-Lo siento, Sami. Es que en verdad está bien chiquito -dijo Juan.

-Yo creo que cualquiera de los siete enanos de blanca nieves tienen el güevo más grande que el tuyo. No mijo, que va, usted casi nace mujer, ¡por ese fue que su macho lo dejó!

 

El gordito salió corriendo y trató de abrir la puerta para irse llorando, pero le hice señas a Juan para que lo convenciera de quedarse. Y como se trataba de un caso especial, y en verdad el pobre me daba lastima… lo invité a mi alcoba.

 

Allí nos sentamos en un cómodo sofá y comenzamos a beber un buen tequila para ponerle picante al asunto.

 

-Ya basta, quiero hacer las paces contigo, Sami. Y por eso, hablando en serio, voy a darte unos consejos.

-No, bueno, yo preferiría...

-Usted no prefiere nada... Usted se calla y me escucha. Como se lo dije, y ahorita lo mantengo, a ti te faltó poco para nacer mujer, usted es un pasivo en potencia. Y a eso hay que sacarle el jugo. Bueno, amiga, confieso que la leche también.

 

El gordito se puso cómodo en el sofá, estaba dispuesto a que lo aconsejara.

 

-Para ser pasivo hay que ser bello, nadie querrá estar con un gordo como yo -lamentó Sami.

-Que va, nada de eso. Para ser pasivo sólo se debe tener actitud y saberla romper cuando sea necesario -añadió Juan.

-Es verdad, Sami. Relaja ese culito y ponlo a gozar. Mira, en mi país natal trabajé con un gordo que aparte de horrible, olía todo el tiempo, a perra cogida; pero él creía que era irresistible y eso lo proyectaba a tal punto que era un imán para los hombres.

-Tú, Sami, lo que tienes que hacerte es un lavado tanto por fuera como por dentro, después que tengas ese culito perfumado...

-¡Querrás decir culote! -intervino Juan.

-Bueno, después que lo tengas limpio empiece a donarlo que más de uno va a querer comerse ese tobo y llenarlo de muuucha leche -le aconsejé.

 

El gordo Sami se incorporó y puso sus manos en la cintura mientras caminaba cruzando sus piernas.

 

-La voy a dar, perritas.

-¡Así es! Con actitud, con maldad y con putería -grité alzando el vaso lleno de whisky.

 

Meneando su culo cual Titanic en maremoto, Sami, se despidió de Juan y de mí para empezarla a dar en una disco a la cual había sido invitado.

 

Sin dudas, lo había convertido en una maricorda.