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Pervirtiendo a la madura Isabel

en Sexo con maduras

Los relatos que he publicado hasta ahora son puramente imaginarios. Esta vez voy a publicar basado en mi vida real, con modificaciones de datos y nombres para preservar las identidades. La historia se desarrolla hace ya más de 10 años, pero está contada en aquel momento, cuando yo contaba con 17 años. Se trata de la relación sexual con una mujer mucho mayor, que pasó de ser muy recatada a someterse a todas las fantasías sexuales que se me ocurrían.

Esta historia comenzó hace poco más de un año. Por entonces tenía 16 años, ahora tengo 17. No me considero un guaperas, pero dicen que soy un chico mono. Me gusta hacer deporte y estoy en buena forma física, lo cual hace que tenga un buen cuerpo; aunque no sea ningún musculitos, tengo un físico bien definido. También estoy bien dotado, tengo un pene que creo que podría considerarse casi el ideal, de unos 18-19 centímetros, que cuando está en erección tiene un buen grosor (sin ser excesivo) y bien recto apuntando ligeramente hacia arriba. También me gusta cuidar mi aspecto: como no tengo mucho vello corporal, no tengo pelo por el pecho y no me depilo las piernas, solo me depilo completamente los huevos, dejando algo de pelo cortito en las axilas y el pubis (esta parte no me gusta completamente depilada como si fuera una tía).

Pues bien, como decía al principio, hace poco más de un año dedicaba parte de mi tiempo libre a jugar en internet. Soy un poco rarito para mi edad, no me gustan demasiado los típicos videojuegos. Quizá porque soy buen estudiante –este año acabaré bachillerato con excelentes calificaciones y pienso estudiar administración y dirección de empresas–, me gusta la lectura, el cine…, es decir, no soy el prototipo actual de chico de mi edad, jugaba a el trivial con otras personas y se me daba muy bien. El caso es que jugando entablabas relación con gente muy dispar, a la que en un principio no conocías de nada, pero con la que ibas cogiendo confianza. Con algunas de esas personas, después de cierto tiempo, llegué a tener relación fuera del juego. Nos comunicábamos a través de whatsapp y con algunas de ellas, concretamente con tres mujeres, llegué a tener largas conversaciones. Puede decirse que llegamos a conocernos bien, para ser una relación únicamente virtual, especialmente con una de ellas, Isabel, la protagonista de esta historia, con la que la relación llegó más allá.

Isabel tenía 42 años cuando la conocí en internet. Estaba pasando un mal momento porque hacía poco tiempo que se había divorciado. Su marido la había dejado por una rusa, mucho más joven que él. Ella nunca le había querido mucho, pero estaba algo depre por el motivo que había ocasionado su separación. Aparte de eso, su situación económica no era muy boyante, salvo la casa, al no tener hijos, no tenía ninguna otra compensación económica por parte de su ex; ella llevaba tiempo sin trabajar y había encontrado trabajo en una empresa de limpieza, pero no ganaba mucho. También se sentía sola y su estado de ánimo no le hacía intentar relacionarse con gente y salir.

Empezamos a coincidir en ese juego on-line y nos caíamos bien. Yo gastaba muchas bromas en las conversaciones que teníamos mientras jugábamos y a ella le venía bien para olvidarse momentáneamente de sus problemas y divertirse un poco.

Como ya dije, posteriormente empezamos a charlar fuera del juego. Así nos contábamos nuestros problemas, nuestras aficiones… Teníamos aficiones comunes, como el cine, y otras que no, por ejemplo a ella no le gustaba nada el deporte y no practicaba ningún tipo de ejercicio. También hablábamos de su trabajo, que odiaba, y de mis estudios. Ella creía que yo era mayor, se suponía que iba a la universidad, no quería que me consideraran un crío; les contaba a todos en ese medio que tenía 21 años, aunque en las fotos que empezamos a intercambiar no los aparentara.

Después de algunos meses de conocernos, teníamos mucha confianza. Supongo que fue a raíz de bromas mías, a veces para intentar animarla a superar su bajo estado de ánimo, empezamos a hablar cada vez de cosas más íntimas, incluidas cuestiones de sexo.

Ella me decía que yo era guapísimo, como una estrella de cine, que traería a las chicas locas. La verdad es que Isabel no estaba guapa. Digo que no lo estaba, porque tiempo después vi fotos suyas de joven y sí que era muy guapa. Pero no se cuidaba nada, había engordado, y en ese momento no era ni siquiera una mujer atractiva. Tampoco para mí, sinceramente. Además, en aquella época, su baja autoestima hacía que ella misma se viese vieja, fea y sin fuerzas para mejorar su aspecto.

A medida que pasaba el tiempo, Isabel iba admirándome cada vez más. Toda mi vida le parecía casi perfecta: no tenía problemas económicos, mis padres no eran ricos, pero sí acomodados, no me faltaban recursos para mis hobbys y para divertirme; era muy buen estudiante, mis estudios (que ella creía universitarios) iban viento en popa; era deportista, corría, iba al gimnasio, y sobre todo mis dos grandes pasiones nadar y el snow. Ella se maravillaba con las fotos y vídeos en la nieve haciendo snow, de los impresionantes paisajes que le mandaba.

También me admiraba por mi vida social y mis ligues. Las chicas no se me dan nada mal y le contaba mis andanzas. Poco a poco le iba contando aspectos más íntimos de mis relaciones, no solo los rollos con mis novietas, sino también mis escarceos sexuales. Estos los exageraba un poco, ya que aunque tenía experiencias, por la edad que ella suponía en mí, se supone que deberían ser aún más habituales. Le contaba que iba con amigas a playas nudistas, cosa cierta, y se pasmaba de que no nos diera vergüenza hacerlo, más aún con chicas con las que solo tenía relación de amistad.

Todas estas cuestiones fueron surgiendo con naturalidad durante nuestras largas conversaciones. Isabel era un poco mojigata –su educación y la época en la que había vivido habían sido mucho más represivas en la moral y el sexo que las actuales–, pero no le molestaba que surgiera el tema cuando charlábamos, es más lo consideraba normal en el desarrollo de nuestras pláticas. No tenía más experiencia sexual que con su marido, y, como en realidad nunca había estado enamorada de él, siempre había sido muy indolente y rutinaria en el sexo. Tampoco ahora se sentía atraída por ese tema, atravesaba una etapa de absoluta indiferencia tanto hacia el sexo como a los hombres.

Con el paso del tiempo, a su admiración hacia mí se sumó su agradecimiento por haberla sacado levemente del pozo en el que se encontraba. Consideraba que la había ayudado mucho con nuestras charlas, mis ánimos, mis consejos…, aunque seguía bastante deprimida.

Nos conocíamos desde hacía aproximadamente un año, había acabado el curso, ya era verano y ella tenía muchísimas ganas de que nos conociéramos en persona. Así que decidimos que le haría una visita. Ella vivía en una ciudad de la costa sur de España, así que podía pasar unos días en su casa y disfrutar de la playa. Mis padres eran bastante permisivos conmigo y no ponían pegas a que me fuera unos días con mis amigos o amigas de viaje.

Llegó el día de ir a conocer a Isabel. Ella me recogió en la estación de autobuses. Me recibió con efusividad, estaba entusiasmada por encontrarnos en persona al fin. Le pareció que aparentaba menos edad de la que tenía –claro que así era en realidad, aunque yo ya había cumplido los 17 por aquel entonces–, y eso que a ella yo ya le parecía jovencísimo por los 20 años que me llevaba, pero también decía que mi trato y mi forma de expresarme era de alguien mucho más maduro.

Nos fuimos directos a su casa. Me enseñó la habitación donde iba a dormir. Dejé allí mis cosas y nos fuimos al salón, que era la estancia principal de la casa, a la que se accedía directamente cuando se entraba. Había además otra habitación, la suya; la cocina y un baño.

-        Ponte cómodo, hace mucho calor, aquí no tengo aire acondicionado, no puedo permitírmelo –me dijo–. Puedes darte una ducha si quieres.

-        Pues sí, me apetece, hace mucho calor, estoy sudando, una ducha me vendrá bien.

Me enseñó el baño y me dio una toalla. Me duché, me puse unas bermudas una camiseta y unas chanclas. Fui a reunirme con Isabel en el salón. No recuerdo bien que ropa llevaba ella, pero supongo que una bata fina de andar por casa y unas zapatillas, algo cómodo y fresco.

-        Puedes quedarte sin camiseta si lo prefieres por el calor –me dijo Isabel, sin duda me veía casi como un crío, no tenía ninguna otra intención, se notaba–.

-        De acuerdo –dije sin pensármelo mucho, quitándome la camiseta y sentándome en el mismo sofá que Isabel para charlar.

Sin duda en aquel momento no había ninguna tensión sexual en nuestro encuentro, ni en la forma en la que actuábamos. Eramos amigos, de edades muy diferentes, que, a pesar de no haber estado juntos en persona hasta ese instante, ya nos conocíamos muy bien y había mucha confianza entre nosotros. Por eso no había nada raro en que nos tratáramos así, aunque siempre hubiera un cierto nerviosismo por la novedad que suponía encontrarnos.

Pero para mí quedarme con tan poca ropa en la casa de una mujer mucho mayor que yo, que para su edad estaba al nivel de una amiga más –quiero decir que no era una madre, una profesora, ni nada por el estilo–, no dejaba de producirme cierta excitación. La cuestión no estaba en que ella me gustara físicamente, como ya he dicho antes; sino que empezaba a descubrir que lo que me excitaba en este caso era exhibirme y producir atracción en una mujer madura. El hecho de verme a mí mismo como mucho más deseable que ella, aparte de considerarlo así también por su parte cuando me adulaba diciéndome lo guapo que era, contribuía a proporcionarme una sensación de superioridad que activaba mi líbido.

Pasé allí unos días. Fuimos a la playa –siempre textiles por supuesto, incluso así Isabel se sentía al principio un poco violenta, era muy recatada y no se veía con el cuerpo en condiciones de ser mostrado con poca ropa–, yo nadé mucho, ella no se metía en el agua, a pesar del calor; salimos a cenar en ocasiones; dimos paseos por la ciudad; fuimos al cine y vimos pelis en su casa (a los dos nos gustaba mucho el cine); y conversamos mucho, como habíamos hecho hasta entonces a través de internet, pero ahora en persona. Lo pasamos bien, aunque yo al final ya estaba un poco aburrido, me apetecía volver a divertirme con la gente de mi edad.

Isabel, como hacía siempre, me agradeció mucho la visita y el tiempo que le había dedicado.

-        Me has animado mucho. Gracias a ti vuelvo a sentirme viva. Te agradezco mucho que vinieras a verme, poder conocerte en persona. Tú disfrutas apasionadamente de la vida, la vives intensamente. Lo tienes todo: eres guapo, rico, tienes todas las chicas que quieras a tus pies… –estas cosas y muchas otras por el estilo me decía cuando nos despedimos–.

-        ¡No exageres!, no es para tanto, y por supuesto que no soy rico, no te creas… lo demás más o menos, jajaja –le contestaba yo medio en broma–.

-        De verdad Carlos. Has sido un soplo de aire fresco en mi vida. Tienes que prometerme que volverás a visitarme, aunque sea una anciana para ti.

-        Pues claro, volveré. Ya estás exagerando de nuevo, a tu edad no eres ninguna vieja, lo que tienes que hacer es salir más, ligarte a un tío, o tirarte a varios, como prefieras, jejeje.

-        ¡Qué va! Los hombres se han acabado para mí.

-        No seas tonta.

Hablando de cosas así, como hacíamos otras veces, nos despedimos en aquella ocasión, con un abrazo y unos besos.

Yo continué disfrutando de las vacaciones con mis amigos. Hacíamos un montón de cosas, ir a la playa, deporte, salir de marcha…

Seguía dedicando parte del tiempo a Isabel. Poco después de haber estado con ella, me confesó que sentía algo por mí, haciendo un esfuerzo enorme por su parte para superar el sonrojo que le provocaba. Por una parte estaba la enorme diferencia de edad y por otra la avergonzaba el hecho de sentirse muy por debajo como mujer de lo que yo podía aspirar.

Yo le fui absolutamente sincero. Aparte de pillarme completamente por sorpresa, ella no me gustaba; aún en el caso de que no fuera así, yo era demasiado joven –mucho más de lo que ella creía– para embarcarme en una relación como aquella.

-        Lo siento –le dije–, pero el sentimiento no es recíproco. No puedo engañarte, ni a ti, ni a mí mismo. Me gusta tu amistad, pero no hay nada más.

-        Lo entiendo, Carlos –me respondió ella–. Tenía que decírtelo, pero lo entiendo perfectamente. Tengo muy claro que no estoy a tu altura, además de que siento como Marujita Díaz, con lo mayor que soy para ti. Solo quería que supieras que no puedo evitar este sentimiento hacia a ti. Pero por supuesto que me gustaría seguir siendo tu amiga, mantener la relación que tenemos como hasta ahora.

-        Por mí parte no hay problema. A mí también me gustaría que pudiéramos seguir siendo amigos, igual que hasta ahora, con la misma confianza que tenemos.

Así lo hicimos. Seguimos tratándonos igual. Con las mismas conversaciones, las mismas bromas, el mismo intercambio de fotos y vídeos…, bueno en realidad en este tema la cosa sí que cambió un poco…

La verdad fue que el enterarme de que, además de la admiración que me daba cuenta que Isabel sentía hacia mí desde siempre, había algo más que amistad en sus sentimientos, aunque no fuera correspondida, crecieron en mi mente pensamientos eróticos sobre nosotros. Pasé a ver a aquella mujer no solo como una amiga, sino como una madurita a la que yo sin duda le ponía, aparte de que pudiera haber cierto enamoramiento. Esto me excitaba, las fantasías eróticas con mujeres maduras me ponían antes, y ahora surgía la posibilidad de hacerlas realidad. Por eso, tanto mis bromas como las imágenes que compartía con ella, subieron de tono.

Un día era, a raíz de alguna charla, poner un emoticono que decía: ¿quieres verme desnudo? Ella me seguía la corriente y se hacía, más bien lo estaría, la interesada en el tema:

-        Uffff, ¡pues claro que me gustaría! –decía.

Otro día le mandaba unas imágenes sexys mías en la playa. O le decía que había hecho nudismo, añadiendo alguna dosis de carga erótica. O le contaba que había tenido sexo con alguna amiga, metiéndome en mayor detalle en cómo era ella y lo que habíamos hecho... Pero no llegué a enseñarle mis partes más íntimas, quería hacer crecer la tensión sexual.

Isabel no se tomaba aquello de mala manera, como exhibicionismo ante ella, obscenidad o algo por el estilo. Todo lo contrario, siempre me decía lo guapo que estaba, el cuerpazo que tenía, lo que disfrutaba de la vida… Lo único que no entendía era lo del nudismo, le parecía inconcebible que no me importara que me vieran desnudo al aire libre, y más aún otras amigas mías.

En esas estábamos cuando un día decidí dar un pasito más y, mientras charlábamos por whatsapp, le enseñé un selfie en el que se me veía el culo.

-        ¡¡¡Carlos!!! –exclamó Isabel–

-        ¿¿¿Qué???

-        ¡¡Qué culo, por Dios!! –me respondió ella– Eres como una escultura griega hecha carne.

-        Jajajajaja. Pero ¡qué exagerada eres siempre! Soy joven e intento mantenerme en forma, pero no tengo esos cuerpos musculosos, creados como para dar una lección de anatomía.

-        Nooooo, ¡eres mucho mejor! Bien definido, pero sin exceso. Por Dios, dan ganas de comérselo…

-        La próxima vez que nos veamos te dejo darle un masajito.

-        Ufffff. ¿De veras vas a volver a verme? Mira que puede darme un jamacuco, que estoy muy mayor.

-        Bah, qué bobadas dices, si estás en pleno apogeo de tu vida. Solo te hace falta cuidarte un poco más y sobre todo animarte. Salir y disfrutar.

-        Gracias a ti estoy algo más animada. Eres muy generoso conmigo.

-        Somos amigos, no es más que eso.

-        Ya. Los jóvenes de hoy en día tenéis otra forma de ver la amistad. En nuestra época no nos atreveríamos a esas confianzas que tenéis, sobre todo con nuestro cuerpo y con la sexualidad. Estábamos muy reprimidos.

-        Pues si quieres puedo hacerte una visita un finde de estos.

-        ¿De verdad? No me engañes que me hago ilusiones de verte.

-        Pues claro que sí.

-        Sería genial, qué nerviosa me pongo solo de pensar en verte de nuevo…

Así que planifiqué una nueva visita a Isabel. Fue a recogerme de nuevo, muy contenta porque estuviera allí nuevamente. Fuimos a su casa y se puso a prepararme algo de cenar mientras yo me daba una ducha. La novedad era que esta vez yo calculaba mis próximos movimientos para la novela erótica en la que se había convertido aquella relación. Cuando acabé de ducharme, fui con la toalla atada a la cintura a la habitación para ponerme unas bermudas. Dejé la puerta entreabierta, aunque desde fuera no se me viera y me quedé desnudo de espaldas a ella. Quería que Isabel me viera como por casualidad. Y así fue, ella me estaba hablando a distancia y en un momento dado vino a decirme algo. Sentí que abría la puerta mientras me hablaba. Noté cómo hacía como si no hubiera abierto, continuaba hablando y se alejaba de nuevo, dejando la puerta como estaba. Sonreí. Buscaba la provocación, que fuera creciendo poco a poco la pulsión sexual en ella.

Después de cenar fuimos a su habitación, donde tenía su ordenador, quería enseñarme alguna canción, no recuerdo si era por algún tema del que habíamos estado hablando. Mientras, yo me tumbé en su cama. Ahora quería conseguir que fuera ella la que me pidiera algo con alguna carga erótico/sexual. Sabía que era difícil porque Isabel no se sentía en disposición de pedirme nada así, solamente era capaz de aceptar y agradecer lo que yo le regalaba. Aún así yo intentaba crear la situación para ayudarla a dar algún paso. Por eso cuando encontró la música que quería que yo escuchara, le dije que se tumbara en la cama conmigo.

-        Pero… como amigos… ¿no? –dijo nerviosa, titubeando–

-        Claro –le contesté yo–

Se descalzó y se tumbó a mi lado, boca arriba, un poco rígida, se notaba que estaba tensa conmigo semidesnudo al lado. Ella también llevaba poca ropa debido al calor, una especie de camisola de tirantes que le llegaba por encima de la rodilla. Yo me movía más, cambiando de posición, procurando dar sensación de normalidad a la situación. Hablábamos sobre algún tema intrascendente, escuchábamos la música que había puesto y comentábamos algo sobre ella.

-        Uffff, ¡qué calor hace! –decía Isabel cuando ya llevábamos un rato allí recostados– Debería darme una ducha, aunque ya me he dado una esta tarde.

-        Pues yo estoy bien, es verdad que llevo bien el calor –repuse yo– Quítate esto –le dije tocándole la ropa que llevaba puesta, intentando provocarla–, estarás más fresca.

-        Pffffff, ¿qué dices?, ¡sería aún peor!, contigo ahí… tan cerca… madre mía… estoy chorreando.

Yo quería que ella se lanzara a pedirme algo, a proponer algo… digamos con alguna carga erótica… sexual…, pero veía que para ella era casi imposible, no se atrevía a dar ningún paso.

-        Estoy empezando a caerme de sueño –le dije–. Creo que me voy a dormir, lo siento.

-        No te preocupes, es normal, estarás cansado –me dijo Isabel, casi aliviada por romper con aquella situación que resultaba estresante para ella–

-        ¿Te importa que me quede a dormir aquí mismo? –le pregunté retóricamente, dando por supuesto que no me daría una negativa por respuesta, al mismo tiempo que me giraba para colocarme boca abajo–

-        Nooo… –empezó a decir sin mucha convicción, pero sin negarse, por supuesto, como yo ya había pensado–, claro que no… esto… no pasa nada… voy a quitar la música y apagar la luz.

Se levantó para apagar el ordenador y después se volvió a tumbar boca arriba, manteniendo una distancia conmigo.

-        Voy a quitarme esto para dormir más cómodo –dije incorporándome para desnudarme por completo antes de que Isabel llegara a apagar la luz, acostándome otra vez boca abajo sin mirarla.

-        Cla… claro, ya quito la luz –dijo ella–

La habitación quedó casi a oscuras, aunque había una tenua luz que entraba por la ventana entreabierta por el calor y la puerta, también abierta.

-        Habías prometido darme un masaje –dije yo, haciéndome el medio adormilado–

-        Sí… sí, claro… –repuso Isabel, cada vez más nerviosa, con la voz entrecortándose– ¿Quieres que te lo dé… ahora?

-        Hummmmmm, sí, me gustaría… –contesté yo, con voz de estar relajado y durmiéndome, disimulando la excitación que sentía–

Isabel se incorporó encima de la cama, poniéndose de rodillas y colocó sus manos en la parte de arriba de mi espalda, para comenzar a masajeármela. Estaba tocándome por toda la espalda, masajeando ligeramente, sin atreverse a pasar de la cintura hacia abajo.

-        Puedes bajar más –la animé, porque no se atrevía a llegar hasta mi culo– ¿no ibas a darme un masaje en los glúteos?

Empezó a tocar el culo, masajeándolo después.

-        Madre mía. Qué piel tan suave tienes Carlitos. Es una gozada tocarte.

Continuó acariciándome, masajeando ligeramente de vez en cuando algo más inténsamente los músculos, bajando también por las piernas hasta los pies, volviendo a subir al culo, la espalda. Yo me relajaba, con una gran erección al mismo tiempo por la excitación del momento, separando ligeramente las piernas para que, cuando las manos de Isabel pasaban por mi culo, pudiera tocar también el interior de las nalgas e incluso rozar mis huevos. Disfrutó durante un buen rato de toda la parte posterior de mi cuerpo desnudo a su entera disposición.

-        Muchas gracias Carlos. Con esto me conformo, ha sido un regalazo, un placer –dijo Isabel al mismo tiempo que volvía a tumbarse en la cama–

Yo me di la vuelta, tumbándome ahora boca arriba.

-        Estoy excitadísimo –le dije mientras buscaba su mano y la llevaba a mi pene erecto–. Coge mi polla.

Isabel se dejaba llevar. Cuando tenía agarrada mi polla empecé a mover su mano arriba y abajo para que me la masajeara.

-        Dios mío, que grande es… Que dura está… –comentaba ella.

-        Ahhh, ¡¡qué bien!! Sigue… sigue… qué bueno –decía yo gimiendo de placer.

Estaba viviendo el momento sexual cargado de mayor morbo de mi todavía corta vida, creo que aún lo sigue siendo después de las experiencias posteriores. Con 17 años tenía a toda una mujer que me sacaba 25 años disfrutando de mi cuerpo como si fuera una adolescente totalmente inexperta, nerviosa, dejándose conducir por mí, haciéndome una paja. Aguanté unos minutos, pero sabía que no podría resistir demasiado rato sin correrme, así que con mi mano izquierda tomé su cabeza y la dirigí hacia mi polla. Ella no opuso ninguna resistencia, inmediatamente estaba chupándomela.

-        Aaaaaahhhhhhhhhhh –en segundos estaba teniendo un intensísimo orgasmo, corriéndome a lo bestia en la boca de Isabel, que se tragaba todo sin rechistar.

Yo sabía que era la primera mamada que hacía, porque, entre las cosas que me había contado, gracias a la confianza que tenía conmigo, estaban las pocas prácticas sexuales que había probado con su exmarido, debido a que como no estaba enamorada de él, aunque se lo pidiera, tan solo follaban muy rutinariamente. Ella nunca había accedido a chupársela y solo utilizaban la postura del misionero, con bastante apatía por su parte. Por eso correrme en su boca y que se tragara toda mi leche a las primeras de cambio, hacía crecer en mí el morbo que me provocaba esta relación.

Después de beberse toda la corrida y de que mi polla fuera relajándose, Isabel se separó, poniéndose de rodillas y acariciándome.

-        Gracias por todo lo que me das. Es increíble tenerte aquí desnudo, poder tocar tu perfecto cuerpo,… tan joven,… tan terso;… es tan fuerte y tan suave a la vez. Este pecho,… estos abdominales… –iba diciendo mientras me recorría entero con sus manos– Joder, tienes un p…, un aparato enorme. –así de cortada era Isabel para todo lo que tuviera un contenido sexual, le costaba incluso nombrar ciertas partes del cuerpo o ciertos actos sexuales–

-        ¿Cómo la tenía tu ex? –le pregunté–

-        Muy pequeña.

-        La mía tiene 18 ó 19 centímetros.

-        Ya se nota. La suya tendría 12 como mucho.

-        ¿Y te gustaba cuando follabais? –como decía, ya habíamos hablado en otras ocasiones de este tema, pero me gustaba regodearme–

-        Bueno, ya sabes que yo lo hacía con él por cumplir el trámite, no tenía ningún interés. A él sí que le gustaba, se corría enseguida. Quería probar otras cosas, pero yo lo evitaba, nunca se la chupé ni nada por el estilo. Esta ha sido la primera vez, pero tú eres especial, contigo haría cualquier cosa.

-        Entonces ¿por qué seguías con él?

-        No sé, no me planteaba dejarle. Yo no trabajaba y me había acomodado a esa vida. Siempre fui una niña de papá, de joven vivía muy bien, tenía de todo. Y mira ahora, trabajando por cuatro duros para vivir con el agua al cuello.

Mientras charlábamos, Isabel seguía acariciándome por todos lados. Creo que todavía no podía creerse tenerme allí a su disposición y aprovechaba al máximo el momento por si no volvía a repetirse una ocasión así.

-        Voy al baño, ahora vuelvo. –dije incorporándome–

-        De acuerdo.

Encendí una luz pequeña y salí desnudo de la habitación, quería que pudiera verme bien completamente desnudo

Cuando volví, Isabel estaba recostada en la cama. Me miraba entrar desnudo. Me puse de rodillas en la cama, quedando frente a ella, quería que pudiera contemplar todo mi cuerpo, me ponía mucho exhibírselo.

-        Qué cuerpazo tienes. Estás buenísimo. Debes traer a todas las chicas locas por ti.

Que Isabel me admirara también me excitaba.

-        Mira, esa “cosita” se está animando de nuevo. Espera, tengo que decirle unas cosas –dijo acercándose a mi polla–

La cogió y empezó a pasar la lengua por la raja de la punta, por todo el glande, el tronco, hasta llegar a mi pubis, besándolo y pasando también la lengua entre los recortados pelos. Volvió a subir por toda la polla, que ya estaba dura como una piedra, recorriendola con su boca hasta la punta, jugueteando con algo de líquido seminal que me salía, para bajar después otra vez hasta mis huevos, comiéndoselos también.

-        Hummmmm, muy bien, me gusta mucho que me comas toda la polla… siiii, los huevos también… sigue… sigue… genial… –la animaba yo a seguir con su actividad–

-        Es preciosa, me encanta, ya está durísima otra vez. –dijo, introduciéndola en su boca para volver a chupármela–

Tras un rato dejando que Isabel me comiera a tope, yo ya estaba empalmadísimo, podía volver a correrme de nuevo en cualquier momento, pero quería cambiar. Aquella primera sesión de sexo con ella todavía tenía que incluir algunas variantes. La aparté, quedando tumbada en la cama y me coloqué casi encima de su cara, cogiendo mi polla con la mano para restregársela por toda ella: se la pasaba por la boca, las mejillas, la nariz, los ojos; a veces le atizaba golpecillos con ella.

-        ¿Te gusta mi pollón? Pues aquí lo tienes, disfrútalo, es todo para ti. Míralo bien si tanto te gusta. Saboréalo bien.

-        Siiiii, me gusta mucho… lo quiero todo… todo… dámelo todo…

-        Abre, voy a follarte la boca.

Ella obedeció de inmediato y se la metí hasta la garganta sin miramientos. Empecé entonces a follársela como si fuera un coño, metiendo y sacando mi polla en su garganta, hasta que mis huevos chocaban con su cara.

-        Hummmmpppppf, aaaammmpppfffff, oooooorrrrfffff

Isabel aguantaba como podía las embestidas, atragantándose, con algunas arcadas, pero sin quejarse ni intentar detenerme. Se aferraba a mi culo con las dos manos, o con una mano colocando la otra en mi abdomen para intentar frenar un poco mis impulsos.

Seguí un ratito dándole caña, quería que se sintiera un poco violentada, aunque aguantaba sin rechistar. Por fin me detuve para no correrme.

-        Ahora tienes que desnudarte tú también, quiero verte –le dije–

-        Noooo, Carlos, no quiero que me veas, estoy horrible, soy vieja, gorda, me da vergüenza…

-        No digas bobadas, no eres tan mayor ni estás tan gorda, solo te sobran algunos kilos que podrías eliminar fácilmente con un poco de ejercicio y una vida más sana –dije sin hacerle caso, empezando a quitarle la ropa–

Ella se resistía sin mucha convicción.

-        Pero es que hay mucha diferencia entre tú y yo… por favor… tú eres un auténtico adonis y yo estoy fea… –me decía como excusas que sabía inútiles de antemano–

-        Voy a follarte Isabel, no puedo hacerlo vestida. No le des muchas vueltas, esto ya es imparable, jejeje.

-        Ufffffffff, madre mía, pero si soy una vieja para ti, me siento así contigo, en inferioridad, como una aprovechada, ¡eres tan joven!

-        ¿Crees que te aprovechas? Yo quiero hacer lo que hago. Que seas mucho más madura que yo me excita.

Yo ya tenía previsto contarle que era mucho más joven de lo que ella pensaba, pero todavía no, quería esperar a tenerla más enganchada al sexo conmigo, después de haberla introducido en prácticas sexuales mucho más depravadas. Estaba seguro de que, precisamente por tratarse de una mojigata reprimida, acabaría dejándose llevar hasta verse inmersa en un mundo sexual absolutamente desconocido para ella. La idea de pervertir a una mujer madura mucho mayor que yo añadía un plus a las fantasías que estaba consiguiendo hacer realidad.

Le saqué la camisola y le quité el sujetador dejando sus grandes tetas al aire.

-        Tienes unas tetas grandes y apetecibles.

-        Sí, siempre las he tenido más bien grandes

Las manoseé un poco para bajar por su vientre hasta las bragas, quitándoselas. Su coño quedó expuesto a mi disposición. Lo tenía arreglado, completamente depilado por los bordes externos, dejando un pelo corto que le cubría parte del pubis y todo el sexo.

-        Vamos a catar este chochito. –le dije dirigiéndome a comérselo– Aunque ya te advierto que habrá que depilarlo más a fondo, me gustan mondos y lirondos, jeje.

Vi que Isabel se ponía colorada solo con verse desnuda ante mí; los comentarios descarados no hacían más que acentuar su rubor. Se tapó la cara con las manos como signo del pudor que exprimentaba. No se esperaba que todo se desarrollara con tanta rapidez; o sí, quién sabe, porque se había acicalado para la ocasión.

Yo seguí a lo mío. Separé sus piernas para meter mi cabeza entre ellas. Comencé a acariciar el interior de sus muslos con mis labios, besándolos. Continué por su bajovientre. Finalmente llegué a su coño. Iba a dedicarme a hacerle un cunnilingus con calma, quería que gozara al máximo. Empecé a recorrer sus labios mayores con la lengua, mordisqueándolos suavemente de vez en cuando, estirándolos. Isabel gemía, agitándose ligeramente. Con las manos abrí su vagina para acceder al interior, era el turno ahora de los labios menores que lamí concienzúdamente. Exploraba cada pliegue de su sexo, introduciendo levemente la punta de la lengua en su orificio vaginal.  Ahora Isabel se estremecía gritando de placer, estaba claro que nunca le habían hecho sexo oral de aquella forma. Por último me centré en su clítoris, que ya estaba hinchado: primero lo estimulé con la lengua; después lo chupaba, sorbiéndolo en mi boca, mordiéndolo muy sutilmente, hasta que estalló en un orgasmo incontenible, acompañado de un torrente de fluidos.

-        ¡¡¡Aaaaaaaaahhhhhhhhhhhh!!!

-        ¡¡¡Esto es increíble!!! ¿¿Qué me has hecho, Carlos?? Qué placer. Diossss, ¡qué gritos! Cualquiera que me oiga diría que estoy loca. Nunca hubiera imaginado que podía disfrutar tanto.

-        Pues esto no ha acabado. –dije yo, colocándome con la clara intención de penetrar su mojado coño–

-        Ufffff, ¡me vas a matar!

-        ¿Quieres que lo dejemos? –le pregunté para provocar su reacción–

-        Noooo, por favor… fóllame… fóllame… te necesito dentro –me contestó, implorando sexo por primera vez, como yo esperaba–

Le di lo que pedía, de una sola embestida taladré su coño bien lubricado hasta el fondo y empecé a bombear fuertemente, mis huevos chocaban contra ella , ahora quería darle caña. Coloqué sus piernas sobre mis hombros para que estuviera bien abierta y sintiera más profundamente la penetración.

-        Ahhhh, sí, sí, Dios, ¡cómo follas!... ahhhhhhhh… sigue… voy a correrme otra vez… sigue así… ahhhhhhh… ayyyyyy… siiiiiiiii –gemía Isabel como loca-

-        Tranquila… pues claro que voy a follarte… hasta reventarte todos tus agujeritos…

-        ¡¡¡Me corrooooooooo!!!

-        ¡¡Yo tambiennnnnnnn!! ¡¡Aaaahhhhhhhhh!! ¡¡Qué buenooooo!!

Me dejé caer sobre ella para recuperar. Isabel me abrazó, acariciándome y besándome.

-        Quién me iba a decir que a mi edad estaría follando con un veinteañero. Yo que ya me había olvidado de los hombres y el sexo. Nunca pensé que me iban a follar así. –me susurraba–

-        Pues ahora vamos a descansar para la siguiente sesión. Esto solo ha sido un aperitivo. Todavía nos quedan muchísimas cosas que probar. De momento, mañana quiero desvirgarte por el culo, me hace mucha ilusión ser el primero en entrar ahí, jejeje.

-        Lo que tú quieras cariño, puedes pedirme cualquier cosa, soy toda tuya.

Esa entrega por su parte ya hacía que se me pusiera dura otra vez. Pero decidí dejarlo para el siguiente día y nos pusimos a dormir después de que Isabel fuera a limpiarse todos los fluidos que manaban de su coño.

Amanecimos desnudos. Cuando Isabel, que ya debía llevar despierta un buen rato, notó que yo también lo estaba, empezó a acariciarme la espalda y el culo mientras me hablaba.

-        Es increíble despertarse con un cuerpo así al lado. Tienes una espalda preciosa y un culo irresistible, tan potente…

-        Gracias, da gusto que le suban a uno el ego nada más empezar el día. –repuse, dándome la vuelta para que Isabel pudiera contemplar bien el desnudo frontal con la claridad de la luz diurna–

-        Joder. Y ¿qué decir de la parte delantera? Es una obra de arte. –dijo pasando sus manos por todo mi cuerpo–

Al poco tiempo ya estaba cogiendo mi polla e iniciando una mamada, aunque no estuviera muy limpia de la noche anterior, dando como resultado que empezara a ponérseme a tono.

-        ¡Bueno! Veo que ya no te cortas tanto el tema del sexo –le dije–

-        Tengo a alguien que me enseña bien…

-        La chupas genial, pero ahora tengo ganas de mear. Vamos al baño, pero no te la quito, llévame tú –no perdía la ocasión de provocarla–

Así que fuimos al baño, con Isabel llevándome cogido de la polla.

-        Sujétala y apunta, jajaja. –le dije, para que fuera ella la que me pusiera a mear–

-        Ya está, cuando quieras.

Empecé a orinar delante de Isabel.

-        Eres increíble ¿no hay nada que te dé pudor? –me preguntaba ella sorprendida por el descaro con que le proponía las cosas– Eres tan natural y sincero, Carlos.

-        Bueno… –comencé a decirle yo mientras acababa– Hay una cosa en la que no te he sido del todo sincero, realmente no conté la verdad, pero no por ti, fue una cuestión que se me planteó cuando empecé a jugar en internet y para que no me consideraran un crío cuando me relabionaba con la gente.

-        Y ¿qué es? –preguntó Isabel muy interesada–

-        Vamos, te lo cuento mientras preparamos algo para desayunar

Nos lavamos las manos. Isabel se puso una bata de casa fina, no quería exhibir tanto su cuerpo del que no se sentía muy orgullosa. Yo seguí desnudo sin problema. Nos hicimos algo para desayunar mientras le contaba el engaño con mi edad.

-        Pues como te decía, para que no me consideraran un crío y la gente hablara conmigo como si fuera un adulto más, aunque joven, en vez de 16 años, que eran los que realmente tenía en ese momento, dije que tenía 21, así que ahora en lugar de 22 años como tú crees, tengo 17.

-        ¡¡Pero Carlos!! ¡¡¡Dios mío!!! ¡¡¡Eres un crío!!! Me he acostado con un crío. Eres incluso menor de edad. –Isabel estaba realmente escandalizada y abochornada por lo que había hecho–

-        Bueno, me queda muy poco para ser mayor de edad. Y yo no me considero ningún crío, soy maduro para mi edad. ¿Crees que tengo el cuerpo de un crío?

-        Tienes un cuerpo maravilloso, pero eres jovencísimo para mí. ¡Yo que ya me consideraba una especie de vieja verde por estar con un veinteañero!… y resulta que soy una pervertidora de menores…

-        No te pases. ¿Quién ha llevado aquí la batuta? –tenía que tranquilizarla y hacerla asumir que ya no había vuelta atrás en lo que habíamos hecho–

-        Esto… has sido tú… pero…–decía Isabel vacilante–

-        Entonces deja de preocuparte –le dije situándome a su lado– ¿Quieres renunciar a esta polla? –le pregunté tomando su mano y haciendo que agarrara mi pene–

-        No puede ser Carlos, ya sabes lo que me gustas, lo que siento por ti, lo agradecida que estoy por todo lo que me has dado, pero la realidad es que tienes 17 años y yo 42, no podemos… no tiene sentido que haga esto contigo

-        Si no quieres seguir me iré y no volverás a verme ni a saber de mí –la avisé al mismo tiempo que le ponía una mano sobre una teta y le metía un dedo de la otra en la boca para socavar su determinación– ¿Es eso lo que quieres?

-        No… Carlos… yo no quiero perderte como amigo, pero… no puedo tener sexo contigo sabiendo esto –decía Isabel dubitativa y temblorosa por tenerme desnudo, con mi polla en su mano, que no había soltado, y mis toqueteos–

-        Pues entonces déjate de chorradas, que tenga unos pocos años menos no cambia nada –le dije abriendo su bata y llevando una mano a su coño– ¿No me habías dicho que harás lo que te pida y que eras mía? Pues déjate de rollos y obedece.

Le puse una mano en el hombro haciendo que se agachara.

-        Vamos, chúpame la polla, voy a darte mi leche para desayunar.Si te portas bien podrás seguir disfrutando conmigo.

Isabel no replicó más. Se metió la polla en la boca y empezó la mamada con todas las ganas hasta hacerme correrme. No dejó que se le escapara ni una gota. Mientras chupaba yo le restregaba con un pie por su coño, lo que la hizo llegar al orgasmo a su vez.

-        Dios, debo de estar loca, solo tienes 17 años, pero no puedo resistirme a ti.

-        Así me gusta, que te dejes llevar por tus sentidos, que disfrutes de los placeres del sexo sin limitaciones, estás muy reprimida. voy a enseñarte a gozar.

-        Lo sé Carlos, soy de otra época en la que las cosas no eran igual que ahora, sobre todo en cuestiones sexuales. Los jóvenes de hoy en día no os hacéis una idea.

-        Tranquila, yo voy a enseñarte a gozar. Voy a pervertirte y emputecerte, jajajaja.

-        Intentaré complacerte cielo, soy una vieja desfasada, pero me esforzaré. Puedes usarme como quieras, soy tu puta, hazme lo que quieras, pídeme lo que quieras.

-        Muy bien, de momento vamos a desayunar, jeje, después empezarás con tus tareas de putita, jajaja.

Estuvimos desayunando. Mientras le conté algunas de los planes que tenía para aquellos días, como ir a alguna playa nudista.

-        No, Carlos, no puedo hacer eso, no sería capaz de desnudarme en un lugar público, me da mucha vergüenza, y si me viera alguien conocido… –replicó Isabel–

-        ¿No decías que harías lo que te pidiera? ¿Ya estás quejándote? Tienes que desinhibirte. Iremos a playas en las que haya poca gente, no te preocupes tanto. –le dije yo para que se relajara– Ahora tengo ganas de cagar. Para esto te ahorraré de acompañarme por el mal olor, de todo lo demás no te librarás, te avisaré cuando acabe para que vengas a ducharme.

-        Gracias. –dijo ella escuetamente, sonriendo ligeramente sin mucha convicción–

Fui al baño. Cuando acabé la avisé, quería que fuera ella quien me diera una ducha, quería sentir cómo recorría todos los rincones de mi cuerpo para limpiarme. Isabel acudió.

-        Ven, pasa. Vas a darme una ducha, lávame bien porque después dejaré que me comas enterito, así que de ti dependerá que todo esté bien limpio.

-        Claro, será un placer lavar ese cuerpazo.

Así que Isabel estuvo duchándome con tranquilidad, se notaba que disfrutaba de mi cuerpo. Se detenía enjabonando bien las zonas típicas: las axilas, los genitales, los pies. Me pidió que me inclinara para tener mejor acceso a mi culo y me limpió a fondo el ano. También se recreó en mi pecho, que decía que le encantaba.

Después de que Isabel me secara, fuimos a la habitación y me tumbé en la cama boca arriba, con los brazos y las piernas abiertos.

-        Aquí me tienes a tu plena disposición. –le dije– Quiero que me toques y me saborees por absolutamente todos los sitios. Me gusta que conozcas al detalle cada rincón de mi cuerpo. Esta vez empezarás por los pies.

-        Tienes un cuerpo de escándalo, Carlos. Debería estar expuesto en un museo. –Isabel tenía estas ocurrencias a veces– No me extraña que me tengas enganchada. Me siento una corruptora de menores por la diferencia de edad y lo joven que eres, aunque en realidad eres tú quien me provocas y me descubres facetas del sexo que no imaginaba a mí.

Isabel se dispuso a la tarea. Empezó a masajearme los pies, chupando cada dedo, degustándolos como si fueran golosinas

-        Tienes unos pies muy bonitos, ¿cuánto calzas?

-        Un 40.

-        No tienes los pies muy grandes. Todavía te crecerán algo, se nota que eres todavía casi un niño, mi niño, todo para mí. –dijo Isabel, asumiendo la relación sexual con un chico como yo–

Siguió acariciándome las piernas, las rodillas, los muslos; besándome, lamiéndome.

-        Tienes poco pelo en las piernas, eso no es porque seas un adolescente, porque con tu edad ya tendrías.

-        Sí, es que no soy nada peludo.

-        Me gustas mucho así, me resultas más tierno. Al final voy a resultar una asaltacunas, jeje. –dijo Isabel divertida, estaba relajándose después de haber descubierto mi edad real–

No se centró mucho en los genitales, sabiendo que eran objetivo para otros momentos. Me cogió los huevos, los amasó delicadamente, los metió en la boca, pero no se detuvo mucho. Más o menos lo mismo hizo con mi pene, que, después de la corrida del desayuno, estaba semirelajado, a pesar de los estímulos que recibía. Después pasó a jugar con mi ralo vello púbico.

-        Que poquito pelo tienes aquí.

-        Es que me lo corto.

-        Ya, claro, eres un niño muy pícaro. ¿Lo haces para gustar más a las niñas? –me decía al mismo tiempo que me miraba con cara de vicio–

-        Claro –le respondí yo–

Llegó a mi vientre, se entretuvo en mi ombligo…

-        Que botoncito tan lindo.

Siguió subiendo…

-        Tienes unos abdominales de deportista, duros, levemente marcados, me encantan… Y este pecho… me vuelve loca… –decía palpando todo el pectoral– estas tetitas… –me chupaba y mordisqueaba los pezones– estos hombros… estos brazos… –tocaba todas estas zonas con regusto, lamiéndome también las axilas sin reparos– este cuello… –me mordía débilmente– Y qué decir de esta cara de crío travieso. –dijo llegando finalmente a mi cara, acariciándome y besándome por toda ella, revolviéndome también el pelo de vez en cuando–

Cuando se cansó de besuquearme y manosearme, Isabel, que a esas alturas de la película ya tenía una expresión cada vez más de viciosa, me dijo:

-        Ahora date la vuelta, a cuatro patas, vamos con la parte de atrás.

Obedecí de buena gana.

-        Estás imponente en esta posición –seguía piropeándome–

Isabel me dio un masaje por los hombros, la espalda hasta llegar al culo.

-        ¡Vaya gluteos! –decía mientras los amasaba, dándome palmaditas en ocasiones, separando las nalgas también y pasando las manos por la raja, tocándome el ano, primero de pasada y centrándose después más en él– ¿Te gusta que te acaricie tu agujero más íntimo?

-        Mmmmmmmmmm, siiiiii, se siente un cosquilleo muy placentero. Cómelo.

-        Lo que tu quieras, mi vida.

Entonces Isabel acercó su cabeza a mi culo sin remilgos: primero llevó su boca a las nalgas, besándome; después empezó a meterla en la raja, pasando la lengua por toda ella; por fin se centró en lamer el anillo del ano.

-        Ay, ¡qué rico!, tan limpito, tan tiernito. Quién me iba a decir que me iba a gustar tanto hacerle esto a un tío. Incluso tu ano es maravilloso, Carlitos.

-        Sigue, sigue, me gusta mucho.

Finalmente Isabel comenzó a abrir ligeramente mi ano para introducir su lengua por mi recto.

-        Ha estado genial. Me has puesto otra vez a tope. Túmbate, voy a correrme en tu cara –le pedí–

Isabel se recostó en la cama. Yo me coloqué de rodillas a horcajadas sobre ella, haciéndome una paja. Al minuto estaba eyaculando, soltando un abundante reguero de lefa por toda su cara. Cuando acabé estuve jugando con los restos de semen esparciéndoselos por la cara y tomando partes con mis dedos para llevárselos a la boca.

-        Abre la boca, no querrás desperdiciar mi lechita –le decía–

-        Eres impresionante, Carlos, como un río inagotable –y obedeciendo se tragaba lo que le daba–

-        Límpiame la polla también –le ordené metiéndosela en la boca–

-        Uhmmmmmmm, ahmmmmmm, ¡qué rica! –decía chupándomela entera con deleite–

Cuando terminamos esta nueva sesión de sexo, Isabel dijo:

-        Voy a ducharme y arreglarme, me siento muy guarra.

-        De acuerdo, te espero aquí descansando. Antes voy a darte un enema que he traído para que te limpies el culo a fondo, quiero taladrártelo, me encanta el sexo anal y más si es el culito virgen de una madurita como tú, jeje.

-        Lo que tú digas, Carlos, ya sabes que no puedo negarte nada. –dijo Isabel, con cara de circunstancias, no muy convencida, pero sin atreverse a rechistar–

-        ¡Ah! Y depílate el chocho, lo quiero sin un pelo cuando te lo coma.

Lo busqué y se lo di. Ella se dirigió entonces al baño. Yo me quedé en la cama esperando. Tardó un buen rato, así que estaba adormilado cuando volvió a la habitación.

-        Ya estoy lista. –dijo al entrar, seguía pudorosamente vestida con una bata, no se acostumbraba a mostrarse desnuda ante mí–

-        Puedes quitarte esa ropa, no va a hacerte falta y quiero verte desnuda. –fue lo primero que le dije–

-        Lo siento, –dijo quitándosela, quedando completamente desnuda, no traía nada debajo– me cuesta mostrarme ante ti, si estuviera físicamente mejor… me siento muy por debajo de ti.

-        No digas tonterías. Soy yo el que decido lo que quiero. Ven, –le pedí, incorporándome– ahora túmbate tú, empezaré yo haciéndote un cunnilingus.

Isabel se recostó boca arriba. Yo me puse sobre ella. Le coloqué los brazos abiertos por encima de su cabeza, como si los tuviera sujetos al cabecero de la cama, y le abrí las piernas, quería que estuviera con todo su cuerpo a mi disposición. Empecé a sobarla por todos lados, de arriba a abajo: brazos, axilas, tetas, abdomen, pubis, piernas y pies. Ella se retorcía de gusto, pero mantenía la postura que yo le había impuesto. Después de recorrer todo su cuerpo de punta a punta, pasé a centrarme en su coño, comiéndoselo pausada y profúndamente, hasta que Isabel tuvo un potente orgasmo.

-        ¡¡¡Ahhhhhhhhhhh!!!. ¡¡Joder!! Nunca había sentido nada igual, no me conozco, me transportas a universos desconocidos.

-        De eso se trata. ¿Ves cómo debías dejarte llevar? Ahora date la vuelta, vamos a trabajar tu culito.

-        Uffff. Me da mucha vergüenza eso. Además me dolerá. ¿No podemos dejarlo?

-        No, quiero sodomizarte. Tranquila, iremos despacio.

Isabel no tuvo más remedio que ponerse darse la vuelta. Se puso de rodillas con el culo en pompa. Yo me lancé a comérselo. Primero le pasaba la lengua por la parte externa del orificio, para después ir hundiéndosela dentro, ensalivándolo todo bien. Tras un buen rato así, pasé a meterle la polla, que ya estaba de nuevo dispuesta; poco a poco, primero la punta dilatándole lentamente el ojete hasta conseguir introducir toda la cabeza dentro.

-        ¡¡No, no, no, no!! ¡¡Para, para!! ¡¡Que me rompes!! –se quejó Isabel–

-        Aguanta, te irás acostumbrando.

-        ¡¡No, por favor!! Me duele mucho.

-        Vamos, que ya pasó lo peor.

Seguí moviendo muy levemente la polla dentro de su recto y poco a poco Isabel fue calmándose hasta dejar de quejarse. Entonces fui bombeando con movimientos cada vez más amplios hasta clavársela hasta el fondo.

-        ¿Ves? Ya está. Cómo mola petarte el culo, se siente más apretada la polla aquí.

-        Ya puede… ahh… gustarte,… ay… por poco… ay… me matas –me recriminaba Isabel sin acritud, todavía entre pequeños gritos de dolor–

Finalmente, cuando Isabel se había acostumbrado plenamente, me dejé llevar por mis impulsos, montándola con fuerza. Estaba muy excitado sodomizándola, con 17 años era una fantasía casi irrealizable hacer esto con una cuarentona. Esto unido al gran placer que sentía follándola por el culo hizo que pronto me corriera dentro de él.

-        Ufffffffff, qué sensación tan diferente. –dijo Isabel al sentir mi semen llenando sus intestinos– Eres una máquina del sexo tío, es la tercera vez que te corres en unas horas. Cómo se notan los años que tienes.

-        Es lo bueno de enrollarse con un jovencito, jeje.

Saqué la polla del culo de Isabel. Al hacerlo manaban también parte de mis fluidos por su ano. Aproveché la lubricación para insertar dos dedos por él. A pesar de tenerlo enrojecido y dolorido, Isabel se dejó hacer. Fui abriéndoselo cada vez más, añadiendo dedos hasta tenerlos todos dentro. Seguí moviendo la mano viendo que era posible encajársela toda. Mientras, con la otra mano la estimulaba tocándole el clítoris. Así fue como acabé follándola con un puño en su recto y con la otra mano penetrándola por la vagina.

-        Ahhhh, Carlos, ahhh… ¿qué me haces?... está visto que… ahhhhh… quieres acabar conmigo.

-        Esto se llama una doble penetración, aunque sea con las manos, jaja. ¿Te gusta?

-        Siiiiiii, aaaahhhhhhh, me siento muy putaaaaa…, pero me gustaaaaaaaaa –contestó ella llegando hasta el orgasmo–

Tras unos instantes, saqué mis manos del interior de las entrañas de Isabel con cuidado. Ella se dejó caer boca abajo en la cama exhausta, chorreando por sus dos agujeros. Yo me me senté sobre sus gluteos, sin dejar caer mi peso sobre ella, acariciando sus espalda.

-        Te has portado muy bien. Has superado el examen sexual.

-        Uffffff, tengo el culo destrozado. Necesito descansar. Nunca me hubiera pasado por la cabeza que haría cosas así. Y menos a mi edad y con un adolescente. Con tu edad y ya eres un experto del sexo.

-        Relájate, descansa. Esta tarde iremos a la playa a recuperarnos bajo el sol.

-        Sí, claro, mostrando mis miserias a todo el que pase por allí.

-        Tranquila, en las playas nudistas no todo son cuerpos 10, ya lo verás.

Descansamos, comimos algo y por la tarde fuimos a una semidesierta cala nudista. Ciertamente fuimos el centro de atención de las pocas personas que había, se percibía sin mucha dificultad. Debían de pensar que éramos madre e hijo, lo cual no era muy habitual en ese tipo de playas. Esto incomodaba un poco más a Isabel, para la que ya era suficientemente indecente estar en cueros en un lugar público.

Después de estar un rato al sol, decidí darme un baño. Fui hacia el agua. Había otro hombre de unos 50 años en la orilla.

-        Hola, ¿qué tal? –me saludó–

-        Hola, ¿qué hay? –le devolví el saludo, sin más, pensando meterme en el agua a refrescarme–

-        ¿Vienes aquí con tu madre? Os he visto antes llegar–me preguntó entonces–

-        No, qué va –le contesté– Es una amiga.

-        Ah, perdona, como parece mucho mayor, había pensado… tú pareces tan joven…

-        No te preocupes. –de repente se me ocurrió algo, sentí como una corriente eléctrica recorriendo mi polla– Más tarde pensábamos tener algo de sexo por algún rincón, ¿te gustaría asistir? –le dije a bocajarro, en estos lugares la gente suele ser muy liberal–

-        No me digas que te la tiras. –dijo él sonriendo, evidentemente interesado– Claro que me apetece. ¿Sería para mirar solo o podría participar?

-        ¿Qué prefieres? Creo que se podría arreglar para hacer un sandwich con ella.

-        Joder, chaval, cómo te lo montas. Eso estaría genial. Ya me avisas.

-        Sí. Cuando nos pongamos a ello te haré una seña. Nos meteremos por donde aquellas rocas para tener un poco más de intimidad –dije señalando un rincón de la playa en el que parecía que podríamos ocultarnos detrás de unos peñascos–

-        Sí, es un buen sitio. He venido mucho por aquí y no es nada extraño que se practique sexo por ahí.

-        De acuerdo entonces, nos vemos luego. –me despedí para meterme en el agua–

-        Perfecto, estaré esperando.

Después del baño fui a secarme al sol, tumbado sobre la toalla. Vi cómo Isabel no me quitaba ojo, tanto cuando me iba como a la vuelta del agua.

-        Qué buenorro estás. Da gusto verte desnudo al sol.

-        Así que al final te gusta el nudismo… –le dije yo irónicamente–

-        Bufffff, estoy achicharrada.

-        Claro, no has cambiado de postura desde que te has puesto de espalda al sol. Deberías ir a remojarte.

-        Calla, no quiero mostrar más estas carnes.

-        Ni que estuvieran tan mal… Tienes unas buenas tetas, solo te sobra algún kilo, pero ya ves lo que hay por aquí, no son misses. No irás a quedarte así todo el rato. Además luego iremos a follar por ahí escondidos.

-        ¿¿Estás loco?? –gritó, dándose cuenta rápidamente de que elevaba demasiado la voz– ¿Cómo se te ocurre…? –continuó diciendo en un tono más bajo, casi cuchicheando– No voy a follar en un lugar que puedan vernos, ni lo pienses.

-        Isabel, creía que ya habíamos superado tus reticencias. Nadie va a vernos, nos ocultaremos en algún rincón entre las rocas. Aquí es muy habitual eso, sobre todo entre los gays, nadie se extrañará ni se acercará a molestar.

-        Joder, solo de pensarlo me pongo a temblar. Yo no estoy acostumbrada a estas cosas, para mí son escandalosas, ya me cuesta un mundo permanecer aquí en bolas.

-        Te irás acostumbrando, con un poco de paciencia lo asumirás. Es como la enculada, al final lo lograste y lo disfrutaste.

-        No sé qué decir, es como si todo esto fuera irreal. Es como si no fuera yo la que hago todo esto.

-        Venga, relájate. ¿Quieres que te acompañe al agua?

-        No puedo, Carlos. Es imposible que me relaje aquí, pero vamos al agua, si no moriré abrasada.

La acompañé a refrescarse en el mar. Intentó ir por donde se la viera menos. La verdad es que, aunque no había mucha gente, sí que había bastantes personas que se fijaban en nosotros, por formar una pareja poco habitual. Nos metimos en el agua, pasamos un buen rato a remojo para refrigerarnos. Cuando salimos le dije a Isabel que fuéramos hasta las rocas para ver si era un lugar discreto para echar un polvo. Como no quería volver a discutir, sobre todo allí que ya estábamos a la vista de todo el mundo e iba a dar más el cante, aceptó de mala gana. Una vez allí, vimos que había huecos en los que quedábamos a resguardo de cualquier mirada.

-        ¿Ves? Aquí nadie nos verá ni nos molestará.

-        Joder, Carlos, eres incorregible, cuando te empeñas en algo siempre te sales con la tuya. ¿Cómo quieres hacerlo? Va a ser incomodísimo. En el suelo nos llenaremos de arena…

-        Te agachas apoyándote en una roca y así me dejas follarte desde atrás. Es lo mejor.

-        Bueno, lo que quieras. –dijo adoptando la posición que le pedía, se notaba que quería pasar el trance lo antes posible–

-        Joder, Isabel, primero tendremos que ponernos a tono. Agáchate y chúpamela un rato.

Isabel obedeció y me hizo una mamada que en poco tiempo me hizo tener la polla durísima.

-        Vale, que a este paso voy a correrme. –le dije para que lo dejara y se colocara como antes– Ahora voy a comerte yo el chumino.

Isabel volvió a agacharse, separando sus piernas para dejar su zona genital franca para mí. Yo incrusté mi cabeza para pasarle mi boca y mi lengua por todas sus partes, desde el clítoris, pasando por la vagina hasta el ano. Estuve trabajándola un rato, sintiendo como fluían sus líquidos vaginales. Cuando noté que estaba totalmente encharcada pasé a penetrarla, clavándole mi tranca hasta el fondo.

-        ¿A que no está tan mal follar al aire libre?

-        Ay… calla… ahhhhh… me pones a mil… ahhhhhh… eres un demonio –decía ella, intentando moderar el volumen de sus palabras y de sus gemidos–

Cuando estábamos metidos en faena, llegó el hombre con el que había hablado antes, que a buen seguro había estado pendiente de nosotros. Isabel se dio cuenta de que llegaba alguien.

-        Carlos, ahhhhhhh, para… alguien anda por ahí… ahhhhhh… qué vergüenza.

-        Tranquila, es un tío que he conocido antes junto al mar. Hemos hablado de probar un trío contigo. Seguro que te gusta la experiencia de una doble penetración. –le expliqué yo–

-        ¿¿Te has vuelto loco?? ¿Qué será lo siguiente? ¿Que vengan todos a verme follar?

-        Tranquila mujer no vendrá nadie más –le dijo nuestro invitado–

-        Mierda, está visto que no pinto nada aquí. Carlos, te trae sin cuidado lo que yo piense.

-        No te pongas así, Isabel. Solo busco que tengamos experiencias nuevas.

Mientras hablábamos yo había salido de su coño y ya estaba lubricándole el ano con los fluidos de la follada que habíamos tenido.

-        Venga yo me tumbo en la arena, tú te pones encima y nuestro amigo te encula. –propuse yo­– Por cierto, no sé cómo te llamas.

-        Roberto. –dijo él– Por mí genial.

Isabel no dijo nada, estaba enfadada, no iba a negarse, porque no quería montar un escándalo en aquel sitio, pero solo iba a prestarse a ello para pasar el trago lo antes posible y poder largarnos de allí cuando acabáramos.

Me tumbé e Isabel se sentó encima de mí, introduciendo la verga en su coño. Sin pérdida de tiempo, Roberto, que ya estaba empalmado, se situó detrás para ir tanteando la entrada del ano de Isabel. Fue introduciendo su polla, no sin alguna queja por parte de ella, y unos minutos después estábamos acompasando nuestras embestidas en ambos orificios. Todos acabamos corriéndonos, incluso Isabel que, aunque no lo deseara, también estaba excitada y gozaba con dos pollas en su interior simultáneamente.

Cuando acabamos, los tres nos metimos en el mar para limpiarnos. Nos separamos al salir del agua. Roberto se despidió dándonos las gracias por dejarle participar. Nos secamos al sol y nos fuimos después a casa.

Me quedé un par de días más en casa de Isabel, en los que seguimos follando a tope. También volvimos a la playa, pero me hizo prometerle que nada de nuevas experiencias en público.

Tras esta ocasión, volví un par de veces a ver a Isabel. Seguimos teniendo sexo y después seguimos en contacto durante bastante tiempo. Unos años después la relación se debilitó cada vez más, hasta que mi vida dio giros que hicieron que se perdiera definitivamente. Fue mi primera y última relación con una mujer mucho mayor que yo, pero una experiencia imborrable para un adolescente, al que esa fantasía todavía le sigue excitando.