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El compañero de viaje: Ezequiel. Parte 2

en Gays

Nos despertamos temprano y en el exterior llovía y hacía frío. Tras desayunar tomamos el bus que debía dejarnos a la entrada al sendero del glaciar. El bosque patagónico, húmedo y exuberante, nos recibió al bajarnos en la parada. En un claro del bosque a pocos metros del caudal un río tronador, había campamento compuesto por varias cabañas de madera en el que dejamos las mochilas y tomamos solo lo necesario para la ruta hacia el glaciar.

 

No paraba de llover en lo que ascendíamos paralelos al impetuoso río, luego sorteando charcos de barro, saltando troncos y salvando desniveles mientras andábamos a una velocidad vertiginosa, parándonos solo en los puntos clave para salvar obstáculos o admirar el paisaje.

 

Al llegar al último mirador, desde dónde se admira la mole del glaciar, Ezequiel me propuso:

 

- ¡Che! ¿Y si vamos hasta el hielo?

 

- ¿Estás loco? No nos da tiempo. Tenemos que estar en a la parada a las…

 

- Olvidate del bondi… Acá no vas a venir más.

 

- Podemos dormir en las cabañas de abajo.

 

- Me leíste el pensamiento, boludo.

 

Nos acercamos lo máximo posible y tras admirar la pared de hielo azulado a pocos metros volvimos a la zona del campamento ya más relajados y disfrutando del sendero. Por la tarde ya había dejado de llover en esa zona de agreste belleza y fuimos de ruta hasta las orillas de un cercano lago. Nos quedamos largo rato en una playa con una vista espectacular ante los picachos nevados de la otra orilla en la más absoluta soledad, compartiendo una botella de vino y algunos canutos de marihuana en una tarde de la que tengo un maravilloso recuerdo.

 

De vez en cuando nos besábamos y acariciábamos el uno al otro hasta que volvimos a las cabañas en mitad de la penumbra del bosque. Nada más entrar en la cabaña ya era noche cerrada por lo que tras cenar algo, en una improvisada cama de colchonetas y ropa y cubiertos por los sacos de dormir, nos acostamos juntos en mitad de la oscuridad de la noche patagónica. El viento aullaba por las grietas y hacía frío. Abrazados en aquella oscuridad, íbamos recorriendo cada centímetro de nuestra piel con las yemas de los dedos, jugaba con el agujero de su dilatación, acariciaba su barba y su coleta mientras él lamía mi cuello matándome de gusto. Sus axilas, tras varios días sin ducharse, ya olían de una manera “curiosa”.

 

- ¡Me encantan tus sobacos, Eze!

 

- Que chancho sos..

 

- ¡Chancho vos! Dije imitando su acento. ¡Qué llevas no se cuántos días sin lavarte!

 

Nos reímos y mientras acariciaba y lamía sus sobacos peludos gemía de placer a la vez que se reprimía las cosquillas.

 

- ¿Has visto como te gusta, eh?

 

Estábamos completamente desnudos y cubiertos por un saco de dormir, restregándonos los penes el uno al otro contra nuestros cuerpos, nos besábamos entre largas conversaciones:

 

- Tú también pareces hetero como yo.

 

- ¿Hetero? ¡Pero que etiqueta tan fea, boludo! Yo soy Ezequiel, viajero, amigo, hijo, hermano, humano, argentino... Muchas cosas, pero no me gustan esas etiquetas sexuales, si te soy sincero, solo he tenido parejas mujeres, pero si me tuviera que definir sería pansexual: amo a una persona, no a un cuerpo ni a un sexo, pero una cosa si te digo Rubén, si ando con vos no es para garchar, ni para que seamos pareja ni ninguna pelotudez de esas, es porque me gustas como compañero ¿Queda claro?

 

No había respondido exactamente a lo que le había planteado, pero pretendía mandarme un mensaje conciso sobre lo que era él para sí mismo y de que papel tenía yo en su “aquí y ahora”. Nos dormimos pronto y a la mañana siguiente ya estábamos despiertos con las luces del amanecer. Admirar los ojos verdes de Ezequiel, su cuerpo, sus tatuajes y sus piercings a la luz del día era el mejor desayuno imaginable.

 

Magreé todo su cuerpo, con especial dedicación a sus nalgas y sin preguntarle nada comencé a besar su culo, trabajándoselo bien con mi dedo y con mi lengua. El potro pampeano se estremecía llegándose a convulsionar brevemente; tras comérselo bien estando a cuatro patas. Le fui metiendo mi rabo centímetro a centímetro mientras Ezequiel lanzaba algo más próximo al chillido que al gemido.

 

Le estuve penetrando bien ese culito prieto mientras el placer iba inundando mi cuerpo. Le pedí que se diera vuelta para admirar su bellísimo rostro y su atlética musculatura. Volví a penetrarlo esta vez con más fuerza hasta que paré para no eyacular de puro placer y lamer sus tetorras y sus abdominales. Luego le e estuve comiendo un buen rato su ombligo y su piercing mientras gemía de gusto para al final, tras una breve pero intensa mamada que le hice a su polla anillada, volverle a meter mi rabo si demasiadas contemplaciones. Primero se lo metí hasta la mitad y luego le clavé un pollazo duro mientras lo masturbaba. Tras disfrutar del gozo de su estrecho culo recorriendo mi cuerpo desde mi pene a toda la espalda mientras marcaba pingazos rítmicos y secos, le di un poco más rápido para sacármela y eyacular sobre su estómago.

 

Volví a meterle la pinga mientras el argentino me acariciaba el pecho y me insultaba con auténtica ira: “puto de mierda, parecés un animal, gashego pelotudo, maricón culeado...” le fui a dar un beso y me apartó la cara mientras me daba un leve bofetón que me desconcertó.

 

- ¡Pará, vos!

 

Me agarró de la cabeza e irguiéndose mientras me tiraba del pelo me volvió a abofetear -esta vez con fuerza- y clavándome sus ojos verdes me grita a centímetros de mi cara:

 

- ¡Abrí la boca, recontraputa!

 

Obedecí y empecé a lamer el piercing de su glande, luego a lengüetear todo su capullo para al final tragarme su “pija” hasta la garganta. Me agarró por las sienes y empezó a machacarse el la polla con mi cabeza rítmicamente, cuando se cansó me apartó, me dio otro bofetón aún más fuerte que el anterior y me volvió a abofetear aún con más fuerza con su mano izquierda.

 

- Ahora, puta, andá y me traés una bolsa de plástico.

 

Le fui a dar mi bolsa donde guardaba las zapatillas y la toalla y tras sacar las cosas y entregársela obediente, se quedó mirándola con cara de asco y mientras se masturbaba me dijo con desdén:

 

- Esa bolsa no me gusta, abrí mi mochila, y traé la bolsa en donde guardo mi ropa sucia.

 

Hice lo que me decía y tras vaciar prenda por prenda y obligarme a meter en mi boca el calcetín más sucio y sudado que encontró, me volvió a abofetear, esta vez más flojo y me ordenó que me pusiera a cuatro patas

 

- ¿Y tu concha, putita?

 

A partir de ese momento se refirió así a mí culo, ya venía hablándome en femenino desde el primer bofetón.

 

Metió primero el piercing y comprendí que lo usaba para ir abriendo culitos, una vez dentro me dijo:

 

- ¿Estás preparada?

 

No esperó respuesta y el grito que metí casi provoca una avalancha de piedras.

 

- Ahora quieto, no movás ni un dedo.

 

Me dijo mientras tenía su pene anillado quieto y hasta el fondo de mi culo. En ese instante, cogió la bolsa de ropa vacía sucia que le acababa de dar y de un rápido movimiento me la puso en mi cabeza. El pestazo-aroma a macho dentro de mi cerebro, la asfixia y la polla de Ezequiel reventando mi culo son los únicos recuerdos que conservo.

 

Sentía el dolor de la polla del macho pampeano taladrándome el ojete con ira y sus fortísimas nalgadas. Por culpa de la bolsa en la cabeza empecé a encontrarme semi-inconsciente y justo cuando estaba a punto de desmayarme entre el dolor de mi culo y la falta de oxígeno; Ezequiel retiró la bolsa.

 

- Viví, puta, viví, no quiero tener que esconder tu cadáver.

 

Me dijo mientras paraba la follada solo para hablarme. Volvió a cabalgar con odio y rabia mientras mis gritos estaban reprimidos por el calcetín apestoso en mi boca. Paró en seco, me la sacó con una lentitud deliciosa y acostándose sobre nuestra improvisada cama mientras ponía un brazo detrás de su nuca me ordenó que me sentara sobre su rabo anillado al palo. Se la admiré allí, preciosa, con ese aro sobre su glande mientras el culo me echaba fuego.

 

Quise besársela entera, tragármela y jugar con su piercing, pero eso habría supuesto una nueva agresión del macho alfa argentino, así que hice lo que me mandaba. Esta vez fui yo el que le cabalgaba su pinga mientras iba golpeando mi glande contra su duro abdomen.

 

- Señor Ezequiel ¿Se me da permiso para hablar?

 

- ¡Hablá, conchuda!

 

- ¿Puedo frotar mi polla contra su abdomen?

 

- Si me lo comés primero sí.

 

Le regalé una comida de abdominales y ombligo hasta que me ordenó que me la metiera de nuevo. Yo lo cabalgaba más despacio, ya acostumbrado al largo de su pene mientras que frotaba el mío contra su cuerpo.

 

Ezequiel tenía sus manos tras su nuca otorgando una panorámica espectacular de sus sobacos de alfa, que por supuesto no estaba autorizado a tocar. Iba despacio haciendo movimientos circulares con mi cintura y disfrutando de ese rabaco dentro de mí, sintiendo como el piercing de su glande estimulaba mi próstata, comencé a masturbarme y a disfrutar de la sensación cuando de repente me agarra los huevos, al principio con ternura para luego meterme una jalada de estos que me llegó a hacer un poco de daño.

 

- ¡Ezequiél, coño!

 

Su respuesta fue una llave de muay thai que me puso boca a bajo.

 

- En primer lugar, putita ¿Quién te autorizó a hablar? Sho no recuerdo y en segundo lugar y lo más importante: Vos no estás acá para disfrutar, estás para complacerme con tu sufrimiento ¿Estamos claros?

 

Asentí con mi cabeza.

 

- Muy bien, sin hablar como dijimos. Ahora, este comportamiento tusho tan la-men-taaa-ble, va a tener unas consecuencias para vos  ¡Poné el orto bien parado, que te lo vea!

 

Me empezó a dar con una furia salida del mismísimo infierno, jamás nadie me había follado tan duro y cuando se cansó de petarme el culo y de oír mis llantos y mis súplicas, se puso de pie y me obligó a arrodillarme ante él mientras yo me secaba mis lágrimas  Cada vez que le miraba a sus preciosos ojos verdes o a su pecho tatuado me mostraba su puño y su codo en el mismo rápido movimiento ante mi cara; debía tener la vista concentrada en su precioso ombligo y en su pubis. Antes de correrse me dijo jadeando:

 

- Bebete toda la lechita si no querés que te lastime groso.

 

Se corrió en mi boca, me alzó y juntando mi abdomen junto al suyo me bebí TODA su leche en su cara.

 

- Aún queda, puta, y en el piso tenés más.

 

Bebí primero la del suelo y luego (tras obligarme a lavarme la boca) los restos de su glande, su piercing y mi cara, estos últimos me los fue acercando a la boca con la punta de su pene y el piercing.

 

Me permitió que me masturbara admirando su cuerpo mientras él se tocaba, pero yo no estaba autorizado a lamer sus sobacos ultrapeludos, comer sus tetorras rosadas y carnosas, chupar ese ombligo exquisito, tragarme esa polla larga y anillada ni pasar la lengua por esos grandes pies.

 

Ezequiel se paseaba sus dedos y manos por los lugares enumerados y cuando ya estaba excitadísimo y con el placer golpeándome agarró mis nalgas y frotando mi rabo contra sus abdominales hizo que me corriera de nuevo.

 

- ¡Che! ¿Soy buen actor o no?

 

- ¡Magnífico!

 

La ternura volvió entre los compañeros de viaje. Recogimos el “campamento” y volvimos al pueblo del día anterior.

 

Esa tarde, me comunicó su intención de seguir el viaje por su cuenta.

 

- ¿Pero por qué?

 

- Pues porque quiero conocer a otros compañeros y compañeras de viaje.

 

- ¿Te has cansado de mí?

 

- ¿Y esas inseguridades? No, no me cansé de vos pero ese comentario me parece de posesivo amarrado a apegos y ahora sí que tengo ganas de andarme a la reconcha.

 

Tenía razón, Ezequiel y yo solo éramos compañeros de viaje; no tenía yo absolutamente ningún derecho a fiscalizarlo, exigirle nada ni apegarme a él, y así se lo hice entender.

 

Dormimos esa noche en el hostel que por tener casi lleno el dormitorio compartido, optamos por uno privado y ya que era una opción menos económica nos fuimos de perdidos al río y nos quedamos con la habitación más cara, la única con baño privado. Nada más entrar en la habitación nos tiramos vestidos en la cama, desnudándonos con ansia.

 

Juntamos nuestras bocas mientras acariciaba su precioso cuerpo, bajé con mi lengua hasta su sobaco peludo, pero antes de lamérselo se lo estuve oliendo bien de cerca: apestaba a macho sucio.

 

- ¿Querés que me duche?

 

- No, me gusta así.

 

- ¡Qué chancho sos! Me dijo mientras nos reíamos y me acariciaba el pelo.

 

Le estuve haciendo remolinos con mi lengua en el vello de su axila hasta que Ezequiel jadeó de placer. Seguí bajando hasta su pezón y tras mamárselo bien, continué hasta su pubis con escala en su ombligo y su piercing, para luego tragarme su polla entera.

 

- ¡Pará, pará, quiero cogerte! Dijo entre leves gemidos.

 

Me puse a cuatro patas para darle un mejor acceso a mi culo, me lo estuvo lamiendo bien antes de meterme su tranca anillada por el ano, lo hizo despacio, con una lentitud adorable pero no era más que una treta. Una vez tuvo el piercing y el glande bien encajados dentro, metió un pingazo y empezó a darme duro.

 

Yo reprimía los gritos; en un momento dado, Eze me dio una fuerte nalgada y con un gesto de su mano me ordenó que me acostara sobre la cama mientras el culo me ardía de dolor. Me tumbé y el argentino, recostándose sobre mi cuerpo, me volvió a meter su rabo para penetrarme lento y haciendo movimientos circulares con la pelvis.

 

Se recostó sobre mí y la cabeza de mi glande comenzó a frotarse contra su ombligo y agarrándome la polla empecé a frotarlo con ganas contra este y sus abdominales. Ezequiel se irguió un poco para darme mejor acceso a la zona, me siguió dando golpes rápidos y hasta la mitad mientras escupía sobre mi pene y me ayudaba a machacármelo contra mi cuerpo.

 

Eyaculamos los dos casi al mismo tiempo y tras llenarme el culo de leche, siguió dándome un poquito más con su larga polla en semierección. Se quedó dormido en seguida con su rabo dentro de mí y solo se despertó cuando me lo sacaba lentamente y con cuidado.

 

Nos despertamos horas más tarde y nos duchamos juntos enjabonándonos el uno al otro. Ezequiel llevaba ya varios días sin hacerlo y le presté especial atención a sus axilas, raja de su culo, huevos, polla e ingles. Me arrodillé detrás de él para asegurarme que el espacio entre sus testículos y sus bolas quedara bien limpio, “como quién no quiere la cosa” y aprovechando las cantidades de gel, le metí un dedo por el culo.

 

- ¡Che!

 

- Te jodes.

 

Le respondí de manera firme. Introduje mis dedos corazón y pulgar para hacerle compañía a mi índice en el culo de Ezequiel. No había terminado de preguntarme que si lo iba a joder cuando ya tenía la punta de mi glande dentro, suspiró y se apoyó resignado contra los azulejos de la ducha previendo que se le venía encima una follada infernal.

 

Sentía mi glande apretado por el ano de Ezequiel, penetré lentamente -cosa que lo descolocó bastante- sintiendo cada centímetro de su culito caliente y suave presionando contra mi pene. Acaricié su coleta, sus hombros tatuados y sus pezones, mientras le iba dando lentamente. Decidí no ser cabrón y empecé a masturbar a Ezequiel con suma ternura, mi mano enjabonada iba recorriendo su largo pene desde el piercing hasta la base pajeándolo al ritmo de mis pollazos.

 

Me encantaba estar dentro de ese macho, su culo apretándome el rabo y el masajear ese cuerpo y ese pene anillado me estaba llevando al paraíso hasta el punto de que me olvidé de sus gemidos y de donde estábamos para darle fuerte y casi hasta el fondo. Me vine dentro de él mientras que con mi lengua lamía la dilatación de su oreja. Ezequiel sacó mi polla de su culo brúscamente y con mueca de fastidio. Salió del baño y se fue a la habitación a secarse, yo lo observo y me acerco a él para acariciar su pecho con ese tatuaje, sobar su pezón y magrearlo. Llevé mi lengua al centro de su pecho y descendí hasta su ombligo, se lo besé bien y seguí hasta su polla para cubrírsela de besos pero antes Eze me la metió de forma expeditiva.

 

- Ahora vas a tragar, putita.

 

Le quise lamer un poco el glande y el aro, pero no había forma, me la ponía tan adentro que llegué a sentir arcadas por su piercing moviéndose en mi garganta bien al fondo, se machacaba su polla con mi cabeza sin ningún tipo de consideración, las arcadas ya no podían ir a más y empecé a vomitar, cosa que pareció encantarle a Ezequiel.

 

- ¡Sí, putita, ahora la siento más rica así!

 

Después de haber vomitado sobre el suelo de la habitación, el argentino me agarró del pelo y tras golpearme con su glande y el piercing en el rostro mientras que con la otra mano me apretaba contra su durísimo estómago, me volvió a meter su polla larga hasta el fondo y esta vez por suerte estuvo poco tiempo ya que se la sacó para masturbarse en mi cara y correrse sobre mí segundos después.

 

Me tuve que volver a duchar, menos mal que allí tienen agua de sobra; Ezequiel por su parte se hacía un canuto de hierba para después fumárselo en la ventana, estaba algo frío y distante, como dolido por la inesperada follada a su culo en la ducha.

 

No quiso cenar y al volver yo de la cocina, veía un vídeo con auriculares en la cama, estaba más concentrado en tratar de demostrar que no me hacía caso que en lo que estuviera viendo en su móvil.

 

Al día siguiente seguía con la misma actitud fría y distante, a la cual no tuve ningún problema en corresponder y que contrastaba poderosamente con la que teníamos el uno hacia el otro en los días anteriores. Aún así, subimos al Volcán del Chaitén y esa misma tarde; sin haberlo previsto, me marché en un bus que convenía a mi destino sin más despedida de Ezequiel que un abrazo. Tengo su e-mail (me mandó unas cuantas fotos), pero entre que estamos en continentes distintos y que actualmente los dos tenemos parejas no hemos vuelto a hablar. También se debe un poco a su cambio de actitud abierta y receptiva a esa tan distante y soberbia; sin embargo, cada ve que oigo la palabra “Patagonia” tengo que pensar en Ezequiel, su bellísimo rostro, su magnífico cuerpo y su pene largo y anillado.

 

FIN