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Mi hermana Paula 2

en Amor filial

Como conté en el capítulo anterior Paula tiene dos años menos que yo. Siempre hemos estado muy unidos. Ha habido una relación muy especial entre nosotros. Paula es sensible y curiosa, y un poco frágil. Lo pasó muy mal cuando nuestros padres se separaron. Yo tenía 10 años y de alguna manera pude llevarlo mejor. Recuerdo como ella venía a mi cuarto y se abrazaba a mí, muy triste. Yo le acariciaba el cabello e intentaba consolarla. Nunca hubo bronca entre mis padres; sencillamente dejaron de entenderse e intentaban mantenernos al margen.

Siendo niños éramos revoltosos y nos peleábamos en juegos. Tengo la imagen de una ocasión, y no sé cómo ocurrió. Paula se había quitado la braguita y yo me había bajado los pantalones. Ahí estábamos, repentinamente callados, curioseando cada uno en los genitales del otro. ¿Por dónde haces pis?, había preguntado yo. Por ahí, contestó Paula, riendo. Ocurrió en varias ocasiones, jugando, ella acababa introduciendo su mano en mis pantalones, le gustaba tirar de mi pequeño pene, “la colita”, como llamaba, entre risas. Acabábamos siempre igual, en silencio, tocando y curioseando cada uno en los genitales del otro.

Pero eso pasó, claro, eran juegos inocentes e ingenuos que quedaron atrás. Afortunadamente nuestros padres no nos pillaron en ellos. Crecimos y cada uno se centró en sus estudios.

Y nuestros cuerpos iban cambiando. Y ocurrió que una noche me desperté, estaba mojado. Yo no sabía lo que había pasado, era la primera vez que eyaculaba en sueños.

El recuerdo que tengo de la primera vez que me masturbé me lleva a una ocasión. Me había metido en la ducha y vi que tenía el pene un poco hinchado; vamos a decir que estaba en medio estado de erección. Me lo sujeté y lo acaricié. Y empezaron a ocurrir cosas. Cuando más me acariciaba más se tensaba, y me producía unas sensaciones nuevas. Ya tenía el pene totalmente tieso y mi mano había retirado parcialmente la piel que cubría el glande. Y fui acelerando el movimiento mientras empezaba a resoplar. Aquello me gustaba.

Me corrí. Un chorro de semen salió disparado y tuve que apoyarme en la pared mientras surgía un nuevo chorro. Me quedé quieto, recuperando la respiración mientras observaba el semen en el suelo. Finalmente abrí el grifo del agua y me quedé mirando como el agua se llevaba los restos por el desagüe.

A partir de ese momento la masturbación pasó a ser mi deporte favorito.

En mi casa había dos baños; uno junto al dormitorio de mi madre y otro al final de un pasillo. El dormitorio de Paula junto al mío y después el baño, que era el que utilizábamos nosotros. Así que me encerraba en el y me la machacaba a base de bien.

En una ocasión, un amigo del colegio me preguntó:

-Oye, ¿tú te la pelas?-haciendo un gesto con la mano.

-No paro- respondí

-Yo tampoco- dijo. Y del bolsillo se sacó algo. Vi que era una foto doblada. Como estábamos solos la desdobló y me la enseñó. Era una foto de una revista. En ella se veía una mujer de medio cuerpo, su rostro y los pechos desnudos. La boca entreabierta y apoyada en su labio inferior una polla bien tiesa. Todo el glande al descubierto. Me quedé con la boca abierta.

-¿De dónde has sacados eso?

-Un día encontré, en el trastero de casa, una vieja maleta. Al abrirla vi que había un montón de revistas antiguas, de todo tipo. Debajo de ellas había unas cuantas guarras. Alemanas, eso creo, por los textos.

-¿Me puedes pasar una?

Se hizo el remolón. Tuve que insistir durante varios días. Quería una revista de esas. Al final cedió, claro que a cambio de darle mi asignación económica de varias semanas.

 Así que llegué a casa y me encerré en mi habitación. De entre los libros saqué una revista que dejé sobre la mesa y empecé a ojear, lentamente. Efectivamente era alemana, había fotos y texto. En ella se contaba una especie de historia. Dos mujeres están solas en casa y reciben la visita de dos hombres. Ya se pueden imaginar lo que seguía. Una chica era rubia y la otra morena. Me gustaba la rubia, por el texto sabía que una de ellas se llamaba Ingrid, y le adjudiqué ese nombre a la rubia. Se desnudaban y había una foto con ellas en bragas y ligueros. Se me puso dura. Luego estaban desnudas mostrando sus pechos y sus vaginas bien cubiertas de vello. Luego a follar con los dos hombres.

Estuve varios días encerrándome en el baño, por la noche, con la revista en la mano y machacándome la polla a base de pajas.

Me enamoré de Ingrid. Su cuerpo y su rostro, ya que era muy guapa. Sus pechos, su vagina y su culo. En una foto ella estaba a cuatro patas sobre la cama y un hombre se posicionaba detrás, sujetando la polla con la mano. La siguiente foto era un primer plano de la polla introduciéndose…por el ano.

Ya digo, no paraba de meneármela.

Un día estaba tumbado en mi cama, leyendo un comic. Mantenía la mano dentro del pantalón de mi chándal. No me estaba masturbando, ni siquiera tenía una erección. Estaba concentrado en el comic pero acariciándome los genitales con la mano.

No vi a Paula entrar ni sentarse al borde de la cama. Tal era mi concentración.

-Te estás tocando- dijo

Tuve un sobresalto y saqué inmediatamente la mano.

-No…que va- respondí un tanto azorado. Ella sonrió y luego encogió los hombros.

-Yo también me toco- dijo. Se levantó y salió del cuarto.

Aquella noche, tumbado en mi cama, pensaba en lo que había dicho Paula. Evidentemente pasaba por cambios como me había ocurrido a mí. Intentaba imaginarla tocándose. No tenía ni idea de cómo era su sexualidad. Conocía la mía, mis genitales y mis pajas.

Acababa siempre volviendo a mi novia, así la llamaba yo, Ingrid.

Mi madre se había echado un novio. Nunca llegaron a vivir juntos; sencillamente cada uno vivía en su casa, pero compartían todo el tiempo que podían. Habían cogido la costumbre de verse los viernes; así que ese día no volvía a casa después del trabajo, sino de madrugada. Al mediodía dejaba la cena preparada y siempre me decía: “Cuida de tu hermanita”.

Algunos viernes, después de cenar y ver la tele, nos íbamos a nuestros cuartos. Echaba el pestillo y en la tranquilidad de mi cuarto me quitaba los pantalones y los calzoncillos. Luego me sentaba en el escritorio con la revista en las manos. Hay que pensar que en aquella época no había ordenadores, mucho menos internet, tan solo empezaban a popularizarse los videos. Puede que ahora suene de otra era, pero es lo que había. Tener imágenes porno no era nada fácil. Así que ojeaba la revista, a mi querida Ingrid, mientras la polla se me ponía dura, apuntando hacia arriba desde la silla. Y empezaba a masturbarme. Me centraba en alguna foto en concreto, siempre una diferente, hasta que me corría. Luego limpiaba el  semen, guardaba la revista, bien escondida, y me acostaba.

Los días pasaban, todo con cierta rutina hasta que ocurrió algo, un momento de esos en que algunas cosas empiezan a cambiar, aunque no eres consciente en esos momentos.

Era viernes, Paula y yo acabábamos de cenar y me fui a mi cuarto para acabar unos trabajos pendientes. Al rato entró Paula y se apoyó en el escritorio.

-¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños?-dijo

Alcé la cabeza, sin saber a qué se refería.

-Cuando nos tocábamos.- y me vinieron a la mente aquellos juegos. Se levantó la falda y dijo- Tócame- Miré las bragas y mis dedos se acercaron a ella. La acaricié suavemente por sobre la tela. Luego introduje los dedos y la acaricié, como había hecho de pequeño. Lo primero que noté al tacto fue su vello. Enseguida me di cuenta de que aquello no estaba bien. Ya no éramos aquellos niños; habíamos cambiado, nuestros cuerpos habían cambiado. Pero en lugar de retirar la mano mis dedos se adentraron en el interior de las bragas y acariciaron su vulva. Se abrieron paso entre sus labios y empecé a frotarla. Miraba a Paula a la cara. Había cerrado los ojos y sus mejillas iban adquiriendo un color más vivo, como encendiéndose mientras mis dedos continuaban acariciando sus genitales. Su respiración se hizo más fuerte mientras yo tenía una tremenda erección. Permanecimos así un rato hasta que abrió los ojos y dijo

-Vale- Retiré la mano enseguida. Se puso bien las bragas y la falda. Se volvió y salió de mi cuarto.

Estaba como pasmado, sin saber que pensar, pero con una buena erección. Tenía la mano alzada ante mis ojos, miraba los dedos que un momento antes habían estado frotando su vulva, me los llevé a la boca y empecé a chuparlos. Sentí como un espasmo. Me levanté, salí del cuarto y me metí en el baño. Desabroché mis pantalones y los dejé caer. Mis calzoncillos estaban llenos de semen. Los bajé dejando el pene al aire y sintiendo un hilillo de semen corriendo por mi pierma.

Aquella noche fue muy extraña. Tumbado en la cama me sentía culpable por haber accedido a algo que no tenía que haber ocurrido. Pero al mismo tiempo tremendamente excitado por todo ello. Era un doble sentimiento que duró varios días. Ya no podía ver a mi hermana de la misma manera. Hasta ese momento no me había fijado en los cambios que había sufrido. Los pechos que empezaban a despuntar por debajo de su blusa o jersey. Las curvas de su cuerpo que se iban acentuando ante mis ojos.

La mañana siguiente nos mirábamos mientras mi madre ponía el desayuno en la mesa.

-Hoy estáis muy callados-dijo

-Me voy -dijo Paula bebiendo con rapidez su vaso de leche. Se levantó y salió rauda. Era sábado y seguramente había quedado con alguna de sus amigas. La observé alejándose, su espalda, su culo, la falda balanceándose, cubriendo aquellas bragas que había acariciado la tarde anterior.

Las siguientes pajas fueron un poco confusas. Intentaba pensar en Ingrid, pero continuamente venía a mi cabeza lo que había ocurrido, o intentaba imaginar a mi hermana tocándose en su cuarto. Y empecé a imaginarme a Paula desnuda. Poco a poco Ingrid fue desapareciendo de mi mente.